El libro de Sara (9 page)

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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

BOOK: El libro de Sara
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—¿Cómo te va, pequeña? —le preguntó sonriendo el más alto de los tres hombres.

Su entusiasmo sorprendió un poco a Sara. Los dueños de la tienda no solían bromear con ella, cosa que a Sara le tenía sin cuidado, pero hoy parecían más dispuestos.

—Muy bien —respondió Sara resueltamente.

—¡Así me gusta! ¿Qué vas a comerte en primer lugar, la chocolatina o la goma de borrar?

—Creo que primero me comeré la chocolatina. ¡La goma de borrar la reservo para el postre! —contestó Sara sonriendo.

El señor Hoyt soltó una carcajada, sorprendido del buen humor de Sara. Su ingeniosa respuesta sorprendió también a la misma Sara.

—¡Que pases un buen día, tesoro! ¡Diviértete!

Sara se sentía estupendamente cuando salió de la tienda y enfiló por la calle Mayor. Aves del mismo plumaje, pensó. La ley de la atracción universal. ¡Está en todas partes! ¡Qué día tan hermoso! Sara alzó la vista y contempló el cielo límpido y azul, apreciando el tibio y maravilloso día de invierno.

—¡Brrrruuuuum! —gritaron Jason y Billy al unísono al pasar como una exhalación junto a Sara, montados en sus bicicletas y pedaleando a toda velocidad. Pasaron casi rozándola, sin chocar con ella pero salpicándole las piernas de barro.

—¡Monstruos! —chilló Sara enfurecida. Esto no tiene sentido. Tengo que comentárselo a Salomón.

Cuando sus empapadas ropas se secaron Sara consiguió eliminar la mayoría de manchas de barro, pero al término de la jornada seguía sintiéndose confundida y furiosa. Estaba furiosa con Jason, pero eso no era una novedad. También estaba enfadada con Salomón, con la ley de la atracción universal, con las aves del mismo plumaje y con las personas malas. En realidad, estaba enfadada prácticamente con todo el mundo.

Como de costumbre, Salomón estaba posado sobre la cerca, esperando pacientemente la visita de Sara.

—Hoy pareces muy excitada, Sara. ¿De qué quieres hablarme?

—¡Hay algo que no encaja en esta ley de la atracción universal! —contestó Sara.

La niña se detuvo, esperando a que Salomón la corrigiera.

—Continúa, Sara.

—Dijiste que según la ley de la atracción todos los cuerpos semejantes se atraen mutuamente, ¿no es así? y Jason y Billy son malos. Se pasan el día buscando la forma de fastidiar a la gente.

Sara se detuvo unos instantes, suponiendo que Salomón la interrumpiría.

—Prosigue.

—Pero yo no soy mala, Salomón. Quiero decir que no me dedico a salpicar a las personas con barro ni atropellarlas con mi bici. No atrapo ni mato a animalitos ni desinflo los neumáticos de la gente, así que no entiendo por qué Jason y Billy andan siempre detrás de mí. No somos aves del mismo plumaje. ¡Somos muy distintos!

—¿De veras crees que Jason y Billy son malos, Sara?

—¡Estoy convencida!

—Son unos granujas, en eso estoy de acuerdo contigo, dijo Salomón sonriendo, pero son como todas las personas y los seres del Universo. Constituyen una mezcla de lo deseable y lo indeseable. ¿No has visto nunca hacer algo bueno a tu hermano?

—Alguna vez, pero muy pocas —balbuceó Sara— tengo que pensar en ello. Pero sigo sin entenderlo, Salomón. ¿Por qué no me dejan tranquila? ¡Yo no me meto con ellos!

—Escucha, Sara. Siempre tienes la opción de contemplar algo que deseas, o algo que no deseas. Cuando contemplas algo que deseas, por el simple hecho de mirarlo empiezas a vibrar junto con esa persona o cosa. Te asemejas a esa persona o cosa ¿Lo has entendido, Sara?

—¿Te refieres a que por el mero hecho de observar a una persona que es mala, me convierto también en mala?

—No exactamente, pero veo que empiezas a captarlo. Imagina un tablero con lucecitas, aproximadamente del tamaño de tu cama.

—¿Un tablero con lucecitas?

—Sí. Un tablero con un millar de lucecitas, como las lucecitas de un árbol de Navidad, que sobresalen del tablero. Un mar de luces. Miles de luces, y tú eres una de ellas. Cuando prestas atención a algo, por el mero hecho de prestarle atención, tu luz en el tablero se enciende y, en ese momento, todas las otras luces en el tablero —es decir, en una armonía vibratoria con tu luz— se encienden también. Esas luces encendidas representan tu mundo. Son las personas y las experiencias a las que ahora tienes un acceso vibratorio. Piensa en ello, Sara. De todas las personas que conoces, ¿a cuál de ellas fastidia y chincha más tu hermano Jason?

—¡A mí, Salomón! —respondió Sara sin vacilar— ¡no deja de chincharme!

—Y de todas las personas que conoces, ¿cuál de ellas crees que se siente más molesta por las trastadas de Jason? ¿Quién crees que enciende su luz en el tablero de lucecitas en una armonía vibratoria con esos granujas?

Sara rompió a reír, empezando a captar el asunto.

—Yo, Salomón. Yo soy quien se siente más molesta por sus trastadas. Mi lucecita en el tablero se enciende constantemente cuando observo a Jason y me enfurezco con él.

—De modo, Sara, que cada vez que ves algo que no te gusta, cuando reparas en ello, te resistes a ello y piensas en ello, enciendes tu lucecita en el tablero, pero no consigues librarte de la sensación de molestia. Con frecuencia te pones a vibrar incluso cuando Jason no anda cerca. Eso es porque recuerdas lo que ocurrió la última vez que tu hermano andaba cerca. Pero lo mejor de esto es que siempre sabes, por la forma en que te sientes, con qué o quién has adquirido una armonía vibratoria.

— ¿A qué te refieres?

—Cada vez que te sientes feliz, cada vez que sientes aprecio por alguien o algo, cada vez que observas los aspectos positivos de esa persona u objeto, vibras en armonía con lo que sí deseas. Pero cada vez que te sientes enojada o temerosa, cada vez que te sientes culpable o decepcionada, en esos momentos adquieres armonía con lo que no deseas.

—¿Cada vez, Salomón?

—Sí. Siempre puedes guiarte por tus sentimientos. Es una guía segura. Medita sobre ello, Sara. Durante los próximos días, mientras observas a las personas que te rodean, presta atención a cómo te sientes. Muéstrate a ti misma con qué adquieres una armonía vibratoria.

—Muy bien. Lo intentaré, Salomón. Pero es muy difícil. Tendré que practicado muchas veces.

—Es cierto. Es agradable tener a tantas personas a tu alrededor con las que practicar. Diviértete con esto.

Y tras estas palabras, Salomón alzó el vuelo y desapareció.

«Para ti es fácil decirlo, Salomón» —pensó Sara. Tú puedes elegir con quién quieres pasar el rato. No tienes que ir a la escuela y soportar a Lynn y a Tommy. No tienes que convivir con Jason.

De pronto, con tanta claridad como si Salomón estuviera allí sentado hablando directamente con ella, Sara le oyó decir:

—Cuando tu felicidad depende de lo que otras personas hagan o dejen de hacer, estás atrapada, porque no puedes controlar lo que piensen o hagan. Descubrirás la auténtica liberación —una libertad que ni siquiera imaginas— cuando descubras que tu felicidad no depende de otros. Tu felicidad depende de aquello en lo que tú decides centrar tu atención.

Capítulo diecisiete

«Menudo día he tenido», pensó Sara mientras se dirigía hacia el bosquecillo de Salomón.

—¡Odio la escuela! —exclamó sumiéndose de nuevo en el sentimiento de ira que la había embargado en cuanto había entrado en el recinto de la escuela.

Siguió avanzando con la vista fija en sus pies, recordando los detalles de aquel espantoso día. Había alcanzado la puerta de entrada en el preciso momento en que hizo aparición el bus escolar. Cuando el conductor abrió las puertas descendió del vehículo un hatajo de niños revoltosos que por poco atropellan a Sara, empujándola a diestro y siniestro, haciendo que dejara caer sus libros y diseminando el contenido de su cartera por el suelo. Lo peor era que habían pisoteado el ejercicio que debía entregar al señor Jorgensen. Sara había recogido los papeles manchados de barro y los había metido de nuevo en la cartera. «¿Por qué me he esmerado tanto en presentar este estúpido ejercicio con pulcritud?», se preguntó Sara, lamentándose de haberse entretenido en escribir el ejercicio por segunda vez antes de doblarlo con cuidado y guardarlo en su cartera. Sara había atravesado la imponente puerta de entrada mientras trataba de ordenar sus cosas, pero a juicio de la señorita Webster no se movía con suficiente rapidez.

—¡Apresúrate, Sara, no puedo perder todo el día! —le había increpado la delgada maestra de tercer curso, odiada por la mayoría de alumnos.

—¡Ni que me hubiera entretenido horas! —había murmurado Sara para sí— ¡no te fastidia!

Sara había consultado su reloj unas cien veces aquel día, contando los minutos que faltaban hasta que pudiera librarse de esa gentuza tan cruel. Por fin sonó el último timbre y Sara se marchó.

«¡Odio la escuela con toda mi alma! ¿Cómo es posible que algo tan horrible tenga algún valor para alguien?».

Como de costumbre, Sara se dirigió hacia el bosquecillo de Salomón y al enfilar el Sendero de Thaker, pensó: Estoy de un humor pésimo. No me había sentido así desde que conocí a Salomón.

—¡Ay, Salomón! —se quejó Sara—. Odio la escuela. Me parece una solemne pérdida de tiempo.

Salomón no dijo nada.

—Es como una jaula de la que no puedes salir, y las personas que hay en la jaula son malas y se pasan el día buscando la forma de herirte.

Salomón siguió sin hacer comentarios.

—No sólo los niños se comportan cruelmente con otros niños, sino que los maestros también son crueles. Supongo que a ellos tampoco les gusta estar ahí.

Salomón permanecía quieto, mirando al frente. Sara observó sus grandes ojos amarillos y comprobó que de vez en cuando parpadeaba, la única indicación de que no estaba dormido.

Por la mejilla de Sara rodó una lágrima al tiempo que la rabia se acumulaba en su interior.

—Sólo quiero ser feliz, Salomón. Pero creo que nunca seré feliz en la escuela.

—En ese caso, será mejor que te vayas también del pueblo, Sara.

La niña alzó la vista, sobresaltada al oír el inopinado comentario de Salomón.

—¿Qué dices, Salomón? ¿Que me marche también del pueblo?

—Así es, Sara, si quieres marcharte de la escuela porque tiene algunos aspectos negativos, será mejor que te marches también del pueblo, y de este Estado, de este país, de la faz de esta Tierra e incluso de este Universo. Pero el problema, Sara, es que no sé adónde enviarte. Sara estaba confundida. Éste no era el Salomón que siempre buscaba una solución, el que ella conocía y amaba.

—¿Pero qué dices, Salomón?

—Verás, Sara, he comprobado que cada partícula del Universo contiene lo que deseo y lo que no deseo. En cada persona, situación, lugar y momento están siempre presentes esas opciones. Siempre. De modo que si quieres abandonar un lugar, o una circunstancia, porque tiene aspectos negativos, vayas a donde vayas te encontrarás con lo mismo.

—Pues vaya consuelo, Salomón. De modo que el problema no tiene solución.

—Tu tarea no consiste en buscar el lugar perfecto en el que sólo existan las cosas que deseas. Tu tarea consiste en buscar las cosas que deseas en todos los lugares.

—¿Por qué? ¿De qué me va a servir?

—En primer lugar te sentirás mejor y, segundo, a medida que empieces a prestar atención a más cosas que deseas ver, esas cosas se convertirán en parte de tu experiencia. Cada vez te resultará más fácil, Sara.

—¿Pero no son algunos lugares peores que otros, Salomón? La escuela es el peor lugar del mundo.

—Verás, Sara, es más fácil hallar cosas positivas en algunos lugares que en otros, pero eso puede convertirse en una enorme trampa.

—¿A qué te refieres?

—Cuando ves algo que no te gusta y decides marcharte a otro lugar, por lo general te llevas lo que no te gusta.

—Yo no me llevaría a esos antipáticos maestros ni a esos niños crueles, Salomón.

—Quizá no a esos maestros y niños, Sara, pero fueras a donde fueras te encontrarías con otros iguales que ellos. Recuerda lo de «aves del mismo plumaje». Recuerda el «tablero de lucecitas». Cuando ves cosas que no te gustan y piensas en ellas y hablas sobre ellas, acabas pareciéndote a ellas, y en todas partes verás esas mismas cosas.

—Siempre me olvido de esas cosas, Salomón.

—Es natural, Sara, porque al igual que la mayoría de las personas has aprendido a reaccionar ante las circunstancias. Si las circunstancias que te rodean son favorables, reaccionas sintiéndote bien, pero si las circunstancias que te rodean son negativas, reaccionas sintiéndote mal. Por regla general las personas piensan que en primer lugar deben buscar las circunstancias perfectas, y cuando las han hallado, pueden reaccionar sintiéndose felices. Pero eso les causa una gran angustia, porque enseguida descubren que no pueden controlar las circunstancias. Has empezado a darte cuenta de que no estás aquí para buscar las circunstancias perfectas. Estás aquí para elegir las cosas que deseas apreciar —que te hacen vibrar como las circunstancias perfectas—, para atraer a las circunstancias perfectas.

—Supongo que tienes razón —suspiró Sara. Todo eso le parecía muy enrevesado.

—No es tan complicado como parece, Sara. Lo cierto es que las personas lo complican al tratar de hallar un sentido a las circunstancias que les rodean. Si tratas de descifrar cómo se crea cada circunstancia, o si las circunstancias son las adecuadas, acabas hecha un lío. Si tratas de averiguar esas cosas, terminas enloqueciendo. Pero si te limitas a prestar atención cada vez que tu válvula se abre o se cierra, tu vida será mucho más sencilla y feliz.

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