—Ah, y… por si se te había ocurrido la peregrina idea de planteárselo también a Caliandra… debes saber que, si me entero de que tienes intención de implicarla en tus negocios con esa gente, yo mismo me encargaré de denunciarte a la Academia y a la Casa de Alguaciles. Si la mantienes al margen, olvidaré que esta conversación ha tenido lugar. Pero, como intentes mezclarla en todo esto…
—Descuida —replicó Yunek, apretando los dientes con rabia—, ya me las arreglaré yo solo. Como he hecho siempre.
—Hay maneras y maneras de arreglárselas solo —murmuró Tabit, antes de alejarse por el callejón—. Y al final, la vida te devuelve lo que siembras. Recuérdalo.
—Claro, oh, gran maese de la poderosa Academia —respondió Yunek, con una burlona reverencia.
Tabit no cayó en la provocación. Se limitó a decirle, con suavidad:
—Vuelve a casa, Yunek. Con tu madre y tu hermana, con la gente que te quiere. Créeme: yo lo haría, si tuviera un hogar al que volver.
Yunek le dedicó un resoplido desdeñoso. Moviendo la cabeza con gesto apenado, Tabit se alejó de la Plaza de los Portales en dirección a la sede académica de Kasiba para regresar a Maradia.
Allí ya no tenía nada más que hacer.
Cuando Tabit apareció en el Patio de Portales de la Academia, Caliandra casi se le echó encima.
—¡De modo que ahí estás! ¡He pasado casi una hora esperándote y, cuando he ido a despertarte a tu cuarto, me he encontrado con que ya te habías ido! ¡Sin mí!
Tabit alzó las manos con gesto conciliador. Le dolía mucho la cabeza tras su discusión con Yunek, y su compañera hablaba demasiado alto para su gusto.
—Lo sé, lo siento. Es que no podía dormir y decidí adelantarme. Pero ya no hace falta que vayamos a Kasiba, Caliandra. He visto a Yunek, está bien. Estaba ya de regreso a Serena.
Cali lo miró un momento, como si tratase de adivinar si le estaba diciendo o no la verdad, y después suspiró profundamente.
—Bien, de acuerdo. Pero… —vaciló antes de continuar—, ¿de verdad está bien? ¿No se ha metido en líos?
Tabit la miró, preguntándose si debía contárselo o no. Finalmente se limitó a responder:
—Todavía no, por lo que yo sé. Pero, si sigue por ese camino, no tardará en hacerlo. Le he recomendado que vuelva a casa, aunque no creo que me escuche.
Cali meditó sobre ello.
—Yo tampoco lo creo —comentó—. Es muy terco, ¿sabes? Creo que todavía tiene la esperanza de que la Academia cambie de idea con respecto a su portal. Está empeñado en ofrecer a su hermana un futuro como maesa, y no se detendrá hasta que lo consiga. Le importa mucho esa niña.
Tabit se mordió la lengua para no contarle a Cali lo que había detrás de la obsesión de Yunek. Pero no pudo evitar comentar:
—Entonces debería estar con ella, cuidándola, en lugar de dar tumbos por los barrios bajos de Kasiba. Creo que no sabe la suerte que tiene de poder contar con una familia. Si yo… —empezó, pero se detuvo de pronto y miró a Cali, con el entrecejo fruncido.
—¿Qué? —lo animó ella—. ¿Qué ibas a decir?
Él negó con la cabeza.
—Nada importante. Es que de pronto se me ha ocurrido… ¿maese Belban tiene familia?
—¿Fuera de la Academia, dices? ¿Cómo va a tenerla? Si apenas salía de aquí…
Tabit seguía pensando intensamente.
Los estudiantes de la Academia vivían alejados de sus seres queridos mientras duraba su formación, pero después, como maeses, podían instalarse donde quisieran, casarse, formar una familia… Los que elegían dedicarse a la enseñanza o la investigación tras los muros de la Academia, si bien estaban obligados a residir allí mientras ejerciesen como profesores, podían renunciar a su puesto en cualquier momento para irse a vivir a otro lugar, de forma temporal o definitiva; también a las maesas se les permitía abandonar la enseñanza durante los años que estimasen convenientes para criar a sus hijos lejos de la Academia. Sin embargo, la mayoría de los profesores permanecían solteros, porque formar una familia requería hacer una elección en un momento determinado, y los que se quedaban lo hacían porque no tenían obligaciones familiares fuera de la institución. Algunos se habían incorporado al cuadro académico con sus hijos ya mayores, e iban a visitarlos de cuando en cuando.
Pero maese Belban no parecía ser de aquellos. Y, sin embargo…
—Si yo tuviese que buscar a alguien —dijo Tabit—, buscaría primero en su casa. Hace muchos años que maese Belban vive en la Academia, pero antes de eso… tuvo que venir de algún lugar, ¿no?
—No todo el mundo cuenta con un hogar al que volver —señaló Cali—. O no tiene a nadie, o no se lleva bien con la gente que dejó atrás.
Miraba a Tabit inquisitivamente, pero él fingió que no captaba la indirecta.
—Aun así, valdría la pena probarlo. Maese Belban de Vanicia; recuerdo haber leído su nombre completo en la cubierta de su manual. Se me quedó grabado porque… bueno, no importa. El caso es que podríamos ir a Vanicia y preguntar por él allí.
Cali seguía mirando fijamente a Tabit.
—¿Así, sin más? ¿Sin tener datos más concretos? Me asombras, estudiante Tabit; nunca lo habría imaginado de ti —bromeó.
Tabit se encogió de hombros.
—No es una ciudad muy grande. Aunque puede que haya cambiado un poco, claro. Después de todo, hace mucho tiempo que no paso por allí.
Cali entornó los ojos, atrapando el dato al vuelo. Pero Tabit no añadió nada más.
No mentía, no del todo. Era cierto que había llegado hasta Vanicia en su excursión al pasado, unos días atrás.
Pero eso, en realidad, había sucedido veintitrés años atrás.
Yunek tuvo mucho tiempo para reflexionar acerca de todo lo que Tabit le había dicho mientras hacía cola ante los portales que lo llevarían de regreso a Serena.
Estaba furioso pero, a medida que pasaban las horas, su enfado se fue difuminando poco a poco para dejar paso a un profundo abatimiento. Después de todo, caviló, a aquellas alturas ya debería haber adivinado que Tabit no pintaría su portal a menos que su Academia lo autorizase a ello. Era exasperante, sí, pero conocía lo bastante bien al estudiante como para haber anticipado aquella reacción. Sin embargo, no le había gustado la manera en que había insinuado, cínico y arrogante, que comprendía perfectamente cuál era la situación de Yunek, pero que él habría actuado de otra forma en su lugar.
«Hay maneras y maneras de arreglárselas solo», le había dicho. Como si él supiera de qué estaba hablando, se dijo Yunek con amargura.
Sacudió la cabeza. En una cosa sí estaba de acuerdo con él: no involucraría a Caliandra en sus negocios con el Invisible. «Si he de apañármelas solo, que así sea», pensó torvamente. «Pero lo haré a mi manera. Y, ya que Tabit no está dispuesto a ayudarme, yo tampoco tengo por qué cubrirle las espaldas a él.»
Aun así, debía regresar a casa de Rodak, a recoger sus pertenencias y también a despedirse de él y agradecerle su ayuda. Había decidido que no quería depender de nadie más, de modo que, después de aquella visita, ya no volvería a Serena; permanecería en la posada de Kasiba el tiempo que necesitara para resolver el asunto del portal y después regresaría a casa.
La madre de Rodak se alegró mucho de volver a verlo. Le dijo que su hijo había salido a pasear por el puerto con Tash.
—Es un muchacho extraño —le confió—, un poco salvaje, ¿verdad? Y tan reservado. No sé de dónde ha salido, pero espero que se marche a su casa pronto.
A Yunek le sorprendió aquel tono en boca de una mujer que siempre se había comportado con él como una perfecta anfitriona.
—No sé —respondió con cautela—. En realidad, apenas lo conozco. Solo sé que trabajaba en las minas.
La madre de Rodak movió la cabeza en señal de desaprobación.
—Un chico bruto y grosero, eso es lo que es. Y muy descarado. Nosotros somos gente humilde, pero al menos no se nos ha olvidado lo que es la buena educación.
Yunek no supo qué responder a eso. Le explicó, sin embargo, que se mudaba a Kasiba porque tenía un asunto pendiente allí. Le dio sinceramente las gracias por su hospitalidad y le prometió que volvería a visitarla si alguna vez pasaba de nuevo por Serena.
Ella se mostró sinceramente apenada y, según le pareció a Yunek, hasta un poco decepcionada.
—Ve a despedirte de Rodak —le pidió—. Te ha tomado mucho aprecio.
Yunek le prometió que lo haría. Después de todo, aún tenía tiempo de regresar a Kasiba antes de la puesta de sol.
Halló a Rodak sentado en el malecón. Tash se hallaba junto a él, esforzándose por mantener una expresión decidida, a pesar de que parecía claro que la aterrorizaban las olas que rompían con fuerza a sus pies. Rodak la sostenía con gesto risueño.
Yunek sonrió, a su pesar, al detectar la corriente de afinidad que parecía circular entre ambos. Casi lamentó tener que interrumpirlos.
Pero Rodak reaccionó con alegría al verlo.
—¡Yunek! —lo saludó—. Por fin has vuelto. Me tenías preocupado.
El joven avanzó con precaución por el malecón. Tampoco él se sentía muy seguro tan cerca de aquella inmensa extensión de agua.
—He tardado un poco más de la cuenta en… contactar, ya me entiendes.
—Puedes hablar delante de Tash. Dime, ¿encontraste al Invisible?
—Sí y no.
Yunek dudó un momento; pero después pensó que Rodak se merecía que compartiera con él la información que había obtenido. Al fin y al cabo, habían pasado muchas horas buscando juntos a los borradores de portales.
Los tres se alejaron de la rompiente, para alivio de Tash, y caminaron juntos por el muelle. Yunek les relató su encuentro con el portavoz del Invisible, aunque omitiendo el hecho de que estaba realmente en tratos con él.
—Os dije que los
granates
estaban metidos en esto hasta las cejas —les recordó Tash cuando Yunek mencionó el hecho de que llevaba un hábito de maese debajo de la capa—. Y vosotros no me creíais.
Rodak inclinó la cabeza, pensativo.
—Para ser parte de una organización tan poderosa, se mostró un poco descuidado, ¿no? —comentó.
—Probablemente no tenía práctica en eso —respondió Yunek—. He estado pensando que, si hay gente de la Academia borrando y pintando portales para el Invisible, seguro que él no los tiene de recaderos. Parece ser que era Brot el que negociaba los encargos, por lo menos en las ciudades de la costa. Por lo que pude entender, hizo un trato por su cuenta, al margen del Invisible, y eso no le sentó bien. Es como tener competencia dentro de tu propia organización.
Rodak asintió.
—Y además llamaron demasiado la atención borrando un portal tan transitado —apuntó.
—Cierto. Quizá el Invisible decidió que era una jugada muy arriesgada, y Brot optó por llevarla a cabo por su cuenta. Contactó con «los belesianos», quizá el Gremio de Pescadores de Belesia, y se puso de acuerdo con Ruris para repartirse los beneficios.
Rodak sacudió la cabeza con tristeza.
—Lo siento mucho —dijo Yunek, recordando que el muchacho había conocido al malogrado guardián—. De todas formas, aunque Ruris se hubiese dejado sobornar para dejar desprotegido el portal, no se merecía que lo mataran así.
—Si los belesianos contrataron al Invisible, o a Brot, o a quien fuera, para borrar nuestro portal… —dedujo Rodak—, quizá pueda denunciarlos a la Academia. Para que sean ellos quienes paguen la restauración.
—Para eso necesitarías pruebas —apuntó Yunek—; ir a Belesia tal vez, buscar allí a la gente que está detrás de todo. Porque de momento solo tienes mi palabra, y yo, la verdad, ahora mismo no tengo muchas ganas de contarle todo esto al alguacil. —Respiró hondo—. Me juego mucho, ¿sabes? Quizá hasta la vida.
Rodak asintió, agradecido.
—Y yo no te lo voy a pedir. Ya has hecho mucho por nosotros, Yunek, y no tenías por qué.
Yunek se removió, incómodo. Recordó el motivo por el cual había acudido a buscarlo al muelle y aprovechó para cambiar de tema.
—Yo me marcho, Rodak —anunció—. Primero a Kasiba, a resolver un asunto pendiente, y después, si todo va bien, a casa.
Rodak asintió.
—Te echaremos de menos, pero sé que no tiene sentido que pases tanto tiempo lejos de casa. Después de todo, Tabit dijo que la Academia podía tardar mucho en atender tu petición.
Yunek se sintió muy miserable cuando respondió, con fingida alegría:
—Varias semanas o varios meses, sí. Y entretanto hay tierras que arar y animales que alimentar. No espero que un chico de la costa como tú entienda de esto. Tampoco los de la Academia, por lo que veo. —Suspiró—. Solo deseo que algún día se decidan a pintar mi portal.