El libro de los portales (25 page)

Read El libro de los portales Online

Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: El libro de los portales
7.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Anotación en la agenda de tercer curso de la estudiante Caliandra

Tabit llegó puntual a su cita con Caliandra. Habían quedado en encontrarse después de clase frente a la puerta del estudio de maese Belban, que seguía cerrada a cal y canto. El joven probó a llamar un par de veces, con suavidad, pero no obtuvo respuesta. Se encogió de hombros. De todas formas, no esperaba que el profesor se hallase en su estudio cuando parecía evidente que se había ausentado de la Academia de forma indefinida.

Oyó pasos ligeros en el corredor, y se incorporó, esperando ver aparecer a Caliandra. Sin embargo, se llevó una sorpresa al comprobar que la persona que doblaba la esquina no era otra que Tash.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, sin poder contenerse, cuando la chica se detuvo junto a él.

—¿Qué pasa? —replicó ella con desparpajo—. ¿Te molesto?

—No tienes permiso para rondar por esta zona, Tash. El reglamento dice…

—Pero Cali me ha dicho que viniera —cortó la chica con cierta fiereza—. Además, no pienso marcharme sin mis piedras.

Tabit sacudió la cabeza.

—Muy bien, como quieras —capituló—. Eres la invitada de Caliandra y estás bajo su responsabilidad. Ella sabrá lo que hace.

Cali no tardó en reunirse con ellos en el pasillo. Tabit le señaló a Tash con un gesto, como pidiendo una explicación. Pero ella se encogió de hombros y se limitó a volver la mirada hacia la puerta cerrada.

—No está, ¿verdad? —Tabit negó con la cabeza—. Entonces, ¿por qué nos has citado aquí?

—En realidad, te había citado a ti solamente —respondió el joven, visiblemente incómodo—. Tash, ¿te importaría vigilar que no venga nadie, por favor?

—No hace falta que inventes excusas para librarte de mí —protestó ella.

—Ve. Ahora —insistió Tabit en un tono que no admitía réplica, y la chica se fue a montar guardia al recodo del pasillo.

—No deberías ser tan duro con ella —lo reconvino Cali—. Después de todo, fuiste tú quien la trajo aquí.

—Porque no tenía ningún otro sitio a donde ir, y solo como medida temporal. Pero eso no significa que debamos compartir con ella información importante sobre la Academia.

Cali pasó por alto sus quejas y se fijó en que Tabit examinaba la puerta cerrada con aire experto.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó; sus ojos brillaban, divertidos—. ¿Algo que merecería una amonestación?

Tabit se mordió el labio inferior, preocupado. Echó un vistazo a Tash, y luego a Cali, mientras sus manos se movían con destreza sobre la cerradura. Después giró el picaporte suavemente… y este hizo «clic», y la puerta se abrió ante ellos.

Cali contuvo una exclamación de sorpresa mientras Tabit volvía a ocultar la ganzúa en la manga de su hábito.

—No sé qué me deja más perpleja —comentó—, si verte a ti forzando la cerradura del cuarto de un profesor o el hecho de que sepas cómo se hace.

—No tiene importancia —murmuró él, profundamente avergonzado—. Vamos, entremos antes de que venga alguien.

—No, en serio, ¿dónde has aprendido a hacer eso?

—Deja el tema, ¿quieres? No es algo de lo que me sienta orgulloso, ¿sabes?

Cali entró en el estudio tras él, con una sonrisa traviesa en los labios.

—Eres una caja de sorpresas, estudiante Tabit.

—En serio, Caliandra, déjalo ya.

Los dos se detuvieron en el centro de la estancia y miraron alrededor.

El estudio estaba tal y como el profesor lo había dejado, o, al menos, eso parecía. La cama estaba deshecha, y la mesa, abarrotada de papeles llenos de notas garabateadas a toda prisa. Cali rebuscó entre los documentos en busca de alguna pista; pero maese Belban, al parecer, se había llevado su diario de trabajo consigo. Tabit se detuvo frente a la pared en la que el profesor había pintado su portal azul, un enorme sol que parecía brillar con luz propia.

—¿No es ese tu diseño? —preguntó. No le había costado trabajo reconocerlo; tuvo que admitir, aunque no lo dijo en voz alta, que había quedado espectacular.

Caliandra asintió.

—Maese Belban dijo que lo había elegido porque era diferente a todos los demás —explicó—. Para asegurarse de que no interfería con ningún otro portal.

—En teoría, no tiene por qué —dijo Tabit—, si las coordenadas están bien calculadas. —Deslizó la yema de los dedos por los símbolos trazados alrededor del portal—. Su gemelo es ese de ahí, ¿no? —añadió, señalando otro sol azul dibujado en la pared contigua.

—Sí; es básico —dijo ella—. Si se produce el enlace, entras por el portal de esta pared y sales por ese otro, apenas unos pasos más allá. No es que te lleve muy lejos, pero solo se trataba de comprobar si un portal realizado con pintura de bodarita azul funciona igual que los demás.

Tabit seguía examinando el portal. Tenía todas las coordenadas en su sitio y no estaba protegido por ninguna contraseña; sin embargo, los trazos azules permanecían apagados.

—En principio, parece que todo está correcto —comentó—. Podríamos volver a hacer la medición, pero estoy seguro de que maese Belban no cometería errores en algo tan sencillo. Así que solo podemos pensar que el mineral azul no funciona. Es tan simple como eso.

Caliandra sacudió la cabeza.

—¿Tú crees? —preguntó, dudosa—. Le han encargado una investigación sobre el tema a maese Belban, que se ha tomado la molestia de solicitar un ayudante… después de todos estos años. ¿Te parece que la Academia invertiría tiempo y recursos en algo que parece evidente que no funciona?

—¡Mis piedras! —exclamó entonces la voz de Tash.

La muchacha había entrado en el estudio, tras ellos, y se había abalanzado sobre su saquillo, que descansaba olvidado sobre un estante.

—Has tenido suerte —comentó Cali—. Parece que maese Belban no se las ha llevado, ni ha tenido tiempo de fabricar más pintura con ellas.

—¿Me dejas verlas? —le pidió Tabit.

Tash le lanzó una mirada desconfiada.

—Te las devolveré enseguida —le aseguró él—. Solo quiero echarles un vistazo.

—Eso mismo dijo el
granate
loco —refunfuñó Tash; pero le tendió el saquillo.

Tabit lo vació en la palma de su mano y examinó, a la luz que se filtraba por la ventana, los guijarros azules que contenía.

—Es asombroso —comentó—. Parece bodarita de verdad, solo que… de otro color. ¿Cómo es posible?


Es
bodarita de verdad —replicó Cali—. Maese Kalsen estuvo trabajando con ella y dijo que presentaba todas las características de la bodarita original… salvo el color, claro. Y maese Belban también realizó pruebas con las muestras de que disponía…

—Pero eso fue hace tiempo, ¿no? —dijo Tabit, devolviendo las piedras a la bolsa y tendiéndosela a Tash, que la aferró con ferocidad—. ¿De dónde ha sacado esas muestras la Academia?

—Hace varias semanas, no sabría decirte cuántas… llegaron algunos fragmentos de bodarita azul procedentes de las minas de Uskia. Parece que, tras un estudio preliminar, se llegó a la conclusión de que ese mineral podría servir para pintar portales, igual que la bodarita original. No sé mucho más; solo que se encargó la investigación a maese Belban. —Se encogió de hombros—. Y poco después llegó Tash con más piedras azules. Por lo que tengo entendido, de momento solo se han encontrado en Uskia. Pero podría haber más vetas en otras partes.

Tabit echó un vistazo crítico al portal azul.

—Bueno, es bastante vistoso, pero, si no funciona… no veo por qué la Academia debería seguir perdiendo el tiempo con esto.

—¿Me estáis diciendo que las piedras azules no valen nada? —intervino Tash, mirándolos con mala cara—. ¿Que la pintura que hacéis con ellas no sirve para hacer portales? No me lo creo.

Tabit se encogió de hombros.

—Es lo que parece, Tash. Lo siento.

—No me lo creo —repitió ella, en voz más alta—. Recuerdo a los dos
granates
que vinieron a la mina. Uno gordo, y el otro viejo y larguirucho. Querían ver la veta azul, hasta me pidieron que los llevase a los túneles. Pero no se atrevieron a entrar en la galería.
Granates
estúpidos —añadió, y escupió en el suelo para subrayar su disgusto, ante el horror de Tabit, que se apresuró a reñirla por ello.

—Maese Kalsen fue a la mina —murmuró Cali, que había reconocido al profesor de Mineralogía en la descripción de Tash—. ¿Quién sería el otro, el hombre grueso?

—No tiene nada de particular que maese Kalsen visite un yacimiento —razonó Tabit—. ¿Has leído el manual
Minas y Explotaciones de la Academia
que hay en la biblioteca? Lo escribió él.

—Claro que sí; de hecho, elegí su asignatura como optativa.

—Pues era la primera vez que lo veíamos en nuestra mina —resopló Tash—. El
granate
que suele venir a hacer la inspección nunca baja a los túneles, solo se reúne con el capataz, miran juntos los libros de cuentas y ya está. Pero, después de la visita de estos dos —añadió—, el capataz encargó a mi padre que formara una cuadrilla entera solo para rascar en el túnel del mineral azul. Así que no vais a engañarme: sé que a los
granates
os interesan estas piedras, y mucho.

—Bueno, pues serán otros maeses los interesados —dijo Tabit, que empezaba a sentirse molesto por el tono agresivo de Tash—, porque te aseguro que yo no tengo ni la menor idea de por qué puede ser importante un tipo de bodarita que no sirve para hacer pintura de portales. Por eso hemos venido aquí, para preguntarle a maese Belban; pero no está, y tampoco pudo marcharse a través de este portal azul, primero porque no funciona, y segundo porque, aun en el caso de que lo hiciera, es una especie de bucle, ambas entradas conducen a esta misma habitación. Así que me parece que no vamos a encontrar nada por aquí. Además, ya has recuperado tus piedras, así que sugiero que nos vayamos antes de que alguien nos encuentre.

Cali se resistía, sin embargo, a dejar la estancia.

—Quizá deberíamos estudiar el portal azul con más calma. Volver a hacer la medición y todo eso.

—¿Crees de verdad que maese Belban se equivocaría al calcular las coordenadas?

Cali se mordió el labio inferior.

—Ya no sé qué pensar.

—Podría haber utilizado cualquier salida del patio de portales —razonó Tabit—. Ahora mismo, podría estar en cualquier parte. No sé qué te llama tanto la atención de un portal que no funciona. Aparte de que es azul, claro.

—No lo sé. Llámalo corazonada, tal vez.

Los tres salieron de nuevo al pasillo. Tash apretaba contra su pecho el saquillo de bodarita azul. Cali se había llevado consigo algunas de las notas de maese Belban para examinarlas por su cuenta. Tabit cerró la puerta tras de sí, pero se aseguró de que podía abrirse de nuevo desde fuera sin mayor problema.

—Así que, al final… no sabemos lo que valen las piedras, ¿verdad? —preguntó Tash.

Tabit sacudió la cabeza.

—Mientras no estemos seguros de si sirven o no para hacer portales, me temo que no podemos saberlo. Tal vez maese Belban tuviera alguna idea al respecto, pero no tenemos modo de preguntárselo.

Tash suspiró.

—Pues yo no puedo quedarme aquí más tiempo. Ya estoy cansada de este sitio. Así que me iré a buscar trabajo a alguna mina, que es lo que debería haber hecho desde el principio. Vosotros ya sabéis que tengo un poco de mineral azul —añadió—. Cuando queráis comprarlo, me buscáis en la mina y me lo decís.

Tabit se mordía la uña del dedo pulgar, pensativo.

—Oye, Tash, has dicho que en tu mina estaban extrayendo más bodarita azul por encargo de la Academia, ¿no?

—Sí, ¿y qué?

—A lo mejor los maeses que gestionan los envíos desde las minas están dispuestos a comprarte tus piedras, aunque sea solo como material experimental. Podríamos preguntarle a maese Kalsen, el profesor de Mineralogía, si es él quien se encarga de eso.

—Y, si no —intervino Cali—, seguro que habrá alguien en el almacén que nos pueda orientar al respecto.

—¿Te refieres al almacén de préstamo de material? ¿El que administra maesa Inantra?

—No, me refiero al almacén del sótano, donde se guarda la bodarita. ¿No has hecho prácticas de Elaboración de Pintura con maese Orkin?

—Claro, como todo el mundo.

—¿Y de dónde crees que vienen los sacos de bodarita que llegan al taller antes de cada clase?

—No lo había pensado.

Tash los miraba, aburrida.

—¿Y ahora, qué? —interrumpió—. ¿Vais a llevarme a ver a otro
granate
loco?

—Deja de llamarlos así, ¿quieres? —protestó Tabit, molesto; pero Cali sonrió.

—Ya está atardeciendo, Tash —hizo notar—. Quédate en la Academia al menos una noche más. Mañana iremos al almacén, a ver si puedes venderles la bodarita.

—Después, si quieres —añadió Tabit—, yo mismo te acompañaré a la Plaza de los Portales y te explicaré cuál debes cruzar para llegar a las minas más cercanas… si aún quieres ir, claro.

—¿Y por qué no iba a querer ir?

—Bueno… eres una chica y tienes que hacerte pasar por chico para poder trabajar en cualquier mina. Además, es un trabajo duro y muy sacrificado. ¿Nunca has pensado en buscar un futuro en otra parte?

—¿En qué otra parte? —replicó ella—. He estado picando en la mina desde que tengo memoria. Es lo único que sé hacer. Además —añadió—, si las cosas estaban mal en casa es porque la mina estaba ya casi agotada. Simplemente me fui antes de que la cerraran. Pero en el norte todo será diferente; allí los mineros no se tienen que dejar la piel para sacar el mineral.

—Si la bodarita azul realmente sirve para algo —dijo Cali—, entonces quizá la Academia no tenga que cerrar la mina, Tash. Tu gente no se quedará sin trabajo.

No siguieron hablando del tema, porque acababan de entrar en el comedor. Tabit localizó a sus amigos en una mesa cercana. Sonrió al comprobar que Relia ya había regresado de su viaje. Se sirvió en el mostrador un plato de guiso de pollo y se sentó junto a ellos, con un suspiro de alivio.

—¡Vaya, ya estás aquí! —saludó Unven con exagerada alegría—. ¿Dónde te has metido toda la tarde?

—He estado ocupado —respondió Tabit evasivamente; aún no había decidido si era buena idea contarles lo que había estado investigando—. ¿Cómo te ha ido en Esmira, Relia?

La muchacha iba a contestar, pero calló de repente y clavó su mirada en dos figuras que se dirigían hacia su mesa. Los tres amigos de Tabit contemplaron, estupefactos, cómo Tash y Caliandra se sentaban junto a ellos.

Other books

Eyes of Darkness by Dean Koontz
Circuit Breakers (Contract Negotiations) by Billingsly, Jordan, Carson, Brooke
A Gift to Remember by Melissa Hill
Skinny by Laura L. Smith
Goldengrove by Francine Prose