El hombre que se esfumó (17 page)

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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

BOOK: El hombre que se esfumó
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—¿Y Radeberger?

—Se pondrá bien. Ha preguntado si hay gimnasio en la prisión. Lo hay.

—¿Puedo pedirle algo?

—Adelante.

—Sabemos que Matsson se puso en contacto con cinco personas aquí en Budapest desde la noche del viernes a la mañana del sábado.

—Dos recepcionistas de hotel y dos taxistas. ¿De dónde has sacado el quinto?

—De la policía de pasaportes.

—Mi única excusa es que llevo 36 horas fuera de casa. O sea, ¿quiere que les interroguemos?

—Sí. Todo lo que puedan recordar: qué dijo, cómo se comportó, qué llevaba puesto.

—De acuerdo.

—¿Puede hacer que traduzcan el informe al alemán o al inglés y que me lo envíen por correo aéreo a Estocolmo?

—Mejor por télex. A lo mejor nos da tiempo a entregárselo a usted antes de que se marche.

—Lo dudo, probablemente me iré sobre las once.

—Somos famosos por nuestra velocidad. A la esposa del ministro de Comercio le robaron el bolso en el estadio Nap, el otoño pasado. Cogió un taxi para venir a hacer la denuncia. Cuando llegó le entregamos su bolso en el mostrador de abajo. Hemos estado viviendo de esto durante un buen tiempo.

En fin, ya veremos.

—Bueno, gracias y adiós.

—Adiós. Lástima que no tengamos tiempo de conocernos mejor.

Martin Beck hizo una pausa para reflexionar. Luego pidió una conferencia con Estocolmo. La llamada le llegó pasados diez minutos.

—Lennart está fuera —comentó la esposa de Kollberg—. Como siempre, no me ha dicho adónde iba. «Trabajo. Vuelvo el domingo. Cuídate.» Se llevó el coche. ¡Estoy hasta el moño de policías!

El siguiente fue Melander. Esta vez tardaron sólo cinco minutos.

—¡Hola! ¿Llamo en mal momento?

—Acababa de acostarme.

Melander era famoso por su memoria, sus diez horas de sueño nocturno y por una singular capacidad para estar siempre en el baño.

—¿Estás enterado del caso Matsson?

—Sí.

—Averigua qué hizo la noche antes de marcharse. En detalle. Cómo se comportó, qué dijo, qué llevaba puesto.

—¿Para esta noche?

—Mañana valdrá.

—¡Vale!

—Adiós.

Martin Beck había terminado con sus llamadas. Cogió un bolígrafo y papel, y bajó la escalera.

El equipaje de Alf Matsson seguía aún en la habitación, tras el mostrador de recepción.

Quitó la tapa de la máquina de escribir, la colocó sobre la mesa, metió una hoja de papel en la máquina y mecanografió:

Máquina de escribir portátil Erika, con estuche.

Maleta de piel de cerdo, color marrón amarillento con correa, bastante nueva.

Abrió la maleta y puso su contenido sobre la mesa. Siguió mecanografiando:

Camisa a cuadros gris y negra.

Camisa de sport marrón.

Camisa blanca de popelín, recién lavada en la lavandería Metro, Hagagatan.

Pantalones de gabardina gris claro, bien planchados.

Tres pañuelos blancos.

Cuatro pares de calcetines, marrón, azul oscuro, gris claro y rojo burdeos.

Dos pares de calzoncillos de color, a cuadros verdiblancos.

Una camiseta de malla.

Un par de zapatos de ante marrón claro.

Miró con gesto sombrío una cosa parecida a una chaqueta de punto, la cogió y salió en busca de la chica que estaba en el mostrador de recepción. Era muy bonita, de un modo dulce y familiar. Más bien bajita, bien formada, dedos largos, bonitas pantorrillas, finos tobillos, unos pelillos negros en las pantorrillas, largos muslos bajo la falda. Nada de anillos. Se la quedó mirando fijamente, con sus pensamientos muy lejos de allí.

—¿Cómo se llama esto?

—Un blazer —dijo.

Él no se movió; estaba pensando en algo. La chica se sonrojó y se fue al otro extremo del mostrador de recepción, ajustándose la falda y tirando de su sostén y faja. Él no comprendía porqué. Regresó, se sentó a la mesa y escribió:

Blazer azul oscuro.

50 hojas de papel de escribir, tamaño A4. Un borrador para máquina de escribir.

Afeitadora eléctrica Remington.

"El merodeador nocturno", de Kurt Salomonson.

Un neceser.

En el neceser:

Loción de afeitado Tabac.

Jabón, sin abrir.

Tubo de pasta dentífrica Squibb, abierto.

Cepillo de dientes.

Elixir bucal Vademecum.

Aspirina con codeína, envase sin abrir.

Un paquete de preservativos Venus, sin abrir.

Carpeta de plástico azul oscuro.

500 dólares en billetes de a 20 dólares.

600 coronas suecas en billetes de 100, tipo nuevo.

Mecanografiado en la máquina de escribir de Alf Matsson.

Volvió a dejar en su sitio todas las cosas, dobló la lista y se marchó. La chica del mostrador de recepción se lo quedó mirando, confundida. Le pareció más guapa que nunca.

Martin Beck entró en el comedor y tomó una cena tardía con el mismo gesto ausente.

El camarero puso una bandera sueca ante él. El violinista se acercó a su mesa e interpretó
Ack Värmeland du sköna
en su oído izquierdo. Él no parecía advertirlo.

Se tomó el café de un solo trago, dejó un billete rojo de cien florines sobre la mesa sin esperar siquiera la cuenta y subió escaleras arriba para acostarse.

19

Pocos minutos después de las nueve llamó el joven de la embajada.

—Tiene suerte —le dijo—. He logrado reservarle una plaza en el avión que sale de Budapest a las doce. Llega a Praga a las dos menos diez. Una vez allí, tiene cinco minutos para tomar el avión de la SAS para Copenhague.

—Gracias —dijo Martin Beck.

—No ha sido fácil conseguirlo con tan poco tiempo. ¿Querrá hacer el favor de recoger usted mismo los billetes en la oficina de Malev? Ya me he ocupado del pago, sólo tiene que pasar a buscarlos.

—Por supuesto —contestó Martin Beck—. Muchas gracias.

—Que tenga un buen vuelo, señor Beck. Ha sido muy agradable tenerle aquí.

—Gracias —repitió Martin Beck—. Adiós.

Efectivamente, los billetes ya estaban reservados. Los tenía la beldad de pelo moreno, rizado, con la que había hablado tres días antes.

Volvió a su habitación, hizo la maleta y se sentó un momento en la ventana, fumando y mirando el río. Luego dejó la habitación —en la que había permanecido cinco días y Alf Matsson, media hora— bajó a recepción y pidió un taxi. Al descender la escalera, vio un coche blanquiazul de la policía que se acercaba a gran velocidad. Frenó ante el hotel y un policía uniformado, al que no conocía de antes, se apeó de un salto y cruzó precipitadamente la puerta giratoria. Martin Beck vio que llevaba un sobre en la mano.

Su taxi dio media vuelta y paró detrás del coche de la policía. El portero del bigote gris abrió la puerta trasera. Martin Beck rogó al taxista que esperase y regresó a la puerta giratoria. En ese mismo momento, el policía entraba en ella por el otro lado, seguido de cerca por el recepcionista. Cuando éste vio a Martin Beck, hizo un ademán con la mano y señaló con el dedo al policía. Tras un par de giros en la puerta, los tres se juntaron finalmente en la escalera del hotel, y Martin Beck recibió el sobre. Volvió al taxi, tras repartir sus últimas monedas de aluminio entre el recepcionista y el portero.

En el avión, lo sentaron al lado de un inglés jactancioso y vociferante que se le echaba encima bañando su cara de saliva mientras contaba historias, totalmente desprovistas de interés, sobre sus actividades como viajante de comercio.

En Praga, Martin Beck tuvo el tiempo justo para cruzar a escape el vestíbulo de tránsito y subir al siguiente avión, a punto de despegar. Para alivio suyo, no vio por ninguna parte al inglés que arrojaba saliva. Una vez en el aire, abrió el sobre.

Szluka y sus hombres habían hecho todo lo posible por conservar su reputación de celeridad. Habían interrogado a seis testigos y redactado un informe en inglés. Martin Beck leyó:

«Resumen del interrogatorio realizado a aquellas personas de quienes la policía tiene constancia que mantuvieron contacto con el ciudadano sueco Alf Sixten Matsson, desde el momento de su llegada al aeropuerto de Ferihegyi, Budapest, a las 22:15 de la noche del 22 de julio de 1966, hasta su desaparición del hotel Duna, de Budapest, en hora desconocida entre las 10:00 y las 11:00 de la mañana del 23 de julio del mismo año.

F
ERENC
H
AYAS
, funcionario del control de pasaportes, que estaba de servicio, solo, en el puesto de control de pasaportes de Ferihegyi en la noche entre el 22 y el 23 de julio de 1966, afirma que no recuerda haber visto a Alf Matsson.

J
ÁNOS
L
UCACS
, taxista, dice recordar que en la noche del 22 al 23 de julio condujo a un pasajero desde Ferihegyi al hotel Ifjuság. Según Lucacs, el pasajero era un hombre de 25 a 30 años de edad, llevaba barba y hablaba alemán. Lucacs, que no habla alemán, entendió sólo que aquel hombre quería que lo llevaran al Ifjuság. A Lucacs le parece recordar que el hombre llevaba una maleta, que dejó a su lado en el asiento trasero.

L
ÉO
S
ZABO
, estudiante de medicina, portero de noche en el hotel Ifjuság, el 22-23 de julio, recuerda a un hombre que llegó tarde al hotel una noche entre el 17 y el 24 de julio. Todo indica que este hombre era Alf Matsson, aunque Szabo no recuerda la hora exacta de la llegada de ese hombre, ni el nombre ni la nacionalidad. Según Szabo, tendría de 30 a 35 años de edad, hablaba un buen inglés y llevaba barba. Vestía pantalones de color claro, chaqueta azul, probablemente una camisa blanca con corbata y llevaba un equipaje ligero, una o dos maletas. Szabo no recuerda haber visto a este hombre en ninguna otra ocasión.

B
ÉLA
P
ÉTER
, taxista, llevó a Alf Matsson del hotel Ifjuság al hotel Duna en la mañana del 23 de julio. Recuerda a un hombre joven con barba de color castaño y gafas, cuyo equipaje consistía en una maleta grande y otra pequeña, esta última seguramente conteniendo una máquina de escribir.

B
ÉLA
K
OVACS
, recepcionista del hotel Duna, recibió el pasaporte de Matsson y le entregó la llave de la habitación 105 en la mañana del 23 de julio. Según Kovacs, Matsson vestía entonces unos pantalones claros, probablemente grises, camisa blanca, chaqueta azul y una corbata lisa. Llevaba al brazo un abrigo ligero de color claro.

E
VA
P
ETROVICH
, conserje del mismo hotel, vio a Matsson cuando llegó al hotel poco antes de las 10 de la mañana del 23 de julio, y cuando se marchó media hora más tarde. Ha dado la descripción más extensa de Matsson y afirma que está segura de todos los detalles, excepto el color de su corbata. Según la señorita Petrovich, el atuendo de Matsson era el mismo en ambas ocasiones. Matsson era de estatura mediana, tenía ojos azules, pelo castaño oscuro, barba y bigote, y gafas con montura metálica. Llevaba pantalones gris claro, blazer veraniego de color azul oscuro, camisa blanca, corbata azul o roja, y zapatos beige. Al brazo llevaba un abrigo de popelín, color beige claro.»

Szluka había añadido algo:

«Como usted puede ver, no hemos descubierto mucho más de lo que ya sabíamos. Ninguno de los testigos puede recordar nada especial de lo que Matsson hizo o dijo. La descripción de las ropas que llevaba en el momento de su desaparición la he añadido a las señas de identidad que hemos enviado por todo el país. De salir a la luz otros detalles, se los haría saber inmediatamente. ¡Que tenga un buen viaje!

VILMOS SZLUKA»

Martin Beck volvió a leer el resumen de Szluka. Se preguntó si Eva Petrovich era la misma chica que le había ayudado a identificar el objeto parecido a una chaqueta de punto de la maleta de Alf Matsson. En el dorso de la carta de Szluka escribió:

Pantalones gris claro.

Camisa blanca.

Blazer azul oscuro.

Corbata azul o roja.

Zapatos beige.

Abrigo de popelín, color beige claro.

Luego sacó la lista que él había hecho sobre el contenido de la maleta de Matsson y la leyó antes de volver a meterlo todo en la cartera y cerrarla.

Se acomodó en el asiento y cerró los ojos. Sin dormir, permaneció recostado hasta que el avión empezó a descender sobre Copenhague, atravesando una fina capa de nubes.

El aeropuerto de Kastrup estaba como siempre. Tuvo que hacer una larga cola antes de poder acceder al vestíbulo de tránsito, donde gente de todas las nacionalidades se apretujaba ante los mostradores. Se tomó una Tuborg en el bar, para reunir fuerzas antes de emprender la ardua tarea de recoger su equipaje. Eran más de las tres cuando finalmente salió con su maleta del aeropuerto.

Una fila de taxis aguardaba en la parada, y él metió su maleta en el primero, se sentó en el asiento delantero y dio al conductor la dirección del puerto en Dragør.

El trasbordador, que estaba ya en posición y daba la impresión de encontrarse a punto de zarpar, se llamaba
Drogden y
era una criatura inusitadamente fea. Martin Beck dejó la maleta y la cartera en la cafetería y subió a cubierta, mientras el trasbordador salía del puerto y ponía rumbo a Suecia.

Tras el calor de los últimos días en Budapest, la brisa del Sund le resultaba fría y al cabo de un rato Martin Beck entró y se sentó en la cafetería. Había mucha gente a bordo, en su mayor parte amas de casa que habían ido a Dragør a comprar la comida del fin de semana.

El viaje duró apenas una hora. En Limhamn consiguió rápidamente un taxi, que le llevó hasta Malmö. El taxista era muy parlanchín y hablaba el dialecto de Escania con un deje que para Martin Beck resultaba casi tan incomprensible como el húngaro.

20

El taxi se detuvo ante la comisaría de policía de la plaza de Davidhall. Martin Beck bajó, subió los amplios escalones y dejó su maleta en la acristalada cabina del agente de guardia. Llevaba un par de años sin pasar por allí pero quedó impresionado, como siempre, por la mole y la majestuosa solemnidad del edificio, de pomposos vestíbulos y amplios corredores. Dos pisos más arriba se detuvo ante una puerta en la que se leía: «Comisario». Llamó y entró. Alguien había dicho una vez que Martin Beck dominaba el arte de estar dentro de una habitación, con la puerta ya cerrada a sus espaldas, al mismo tiempo que llamaba desde fuera. Había algo de verdad en esto.

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