El Héroe de las Eras (6 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El Héroe de las Eras
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No sucedió nada. Las criaturas eran resistentes a la alomancia emocional, sobre todo cuando ya estaban siendo manipuladas por alguien más. Sin embargo, en cuanto Elend se abriera paso, podría hacerse con el control absoluto. Eso requería tiempo, suerte y la determinación de luchar sin tregua.

Y eso hizo. Luchó junto a sus hombres y los vio morir, mató a koloss mientras su línea se reducía, formó un semicírculo para impedir que fueran rodeados. Aun así, la batalla fue tenaz. A medida que más y más koloss se ponían frenéticos y atacaban, las probabilidades se fueron volviendo rápidamente en contra del grupo de Elend. Los koloss se resistían a su manipulación emocional. Pero ellos se acercaban…

—¡Estamos perdidos! —gritó Fatren.

Elend se volvió, algo sorprendido al ver al fornido lord junto a él, todavía vivo. Los hombres continuaban luchando. Sólo habían pasado quince minutos desde el inicio del frenesí, pero la línea ya empezaba a ceder.

Una mota apareció en el cielo.

—¡Nos has conducido a la muerte! —chilló Fatren. Estaba cubierto de sangre de koloss, aunque una mancha que llevaba en el hombro parecía propia—. ¿Por qué?

Elend simplemente señaló la mota, que se hacía cada vez más grande.

—¿Qué es eso? —preguntó Fatren por encima del caos de la batalla.

Elend sonrió:

—El primero de los ejércitos que os prometí.

Vin cayó del cielo en medio de una tempestad de herraduras, para aterrizar directamente en el centro del ejército koloss.

Sin vacilar, usó la alomancia para empujar un par de herraduras hacia un koloss que se daba la vuelta. Una alcanzó en la frente a la criatura, que salió despedida hacia atrás, y la otra pasó por encima de su cabeza, hasta alcanzar a otro koloss. Vin se volvió, lanzó otra herradura, y la hizo pasar más allá de una bestia particularmente grande para abatir a un koloss más pequeño que tenía detrás.

Avivó hierro, tirando de esa herradura para hacerla volver y golpear la muñeca del koloss más grande. El tiro la lanzó de inmediato hacia la bestia… pero también desequilibró a la criatura. Su enorme espada de hierro cayó al suelo cuando Vin golpeó a la criatura en el pecho. Entonces, ella empujó la espada caída, elevándose con una voltereta hacia atrás mientras otro koloss la atacaba.

Se alzó unos nueve metros en el aire. La espada falló y cortó la cabeza del koloss que tenía detrás. Al koloss que descargó el golpe no pareció importarle haber matado a un camarada: tan sólo la miró, los ojos rojos de odio.

Vin tiró de la espada caída, que saltó hacia ella, pero a la vez la arrastró con su peso. La cogió mientras caía (la espada era casi tan alta como ella, pero avivar peltre le permitió manejarla con facilidad), y se libró del brazo del koloss que la atacaba mientras se posaba en tierra.

Le cortó las piernas por las rodillas, y dejó que muriera mientras saltaba hacia otros oponentes. Como siempre, los koloss parecían fascinados con Vin de manera entre enfurecida y desconcertada. Asociaban el tamaño grande con el peligro y les costaba comprender que una mujer pequeña como Vin (veinte años de edad, poco más de metro y medio de altura y delgada como un junco) pudiera suponer una amenaza. Sin embargo, la veían matar, y esto los atraía hacia ella.

A Vin no le importaba.

Gritó al atacar, aunque sólo fuera para añadir algún sonido al campo de batalla, demasiado silencioso. Los koloss tendían a dejar de aullar cuando se ponían frenéticos, porque entonces sólo se concentraban en matar. Arrojó un puñado de monedas, empujándolas hacia el grupo que tenía detrás, y luego saltó hacia delante impulsándose con una espada.

Un koloss se tambaleó ante ella. Vin aterrizó sobre su espalda, y atacó a una criatura que tenía al lado. Ésta cayó, y Vin clavó su espada en la espalda de la que tenía debajo. Se echó a un lado, impulsándose en la espada del koloss moribundo. Cogió el arma, abatió a una tercera bestia y luego arrojó la espada, empujándola como si fuera una flecha gigantesca contra el pecho de un cuarto monstruo. Ese mismo empujón hizo que saliera despedida hacia atrás, fuera del alcance de un nuevo ataque. Cogió la espada de la espalda del koloss que había abatido antes, liberándola mientras la criatura moría. Y, con un fluido golpe, la descargó contra la clavícula y el pecho de una quinta bestia.

Aterrizó. Los koloss caían muertos a su alrededor.

Vin no sentía ninguna furia. Ningún terror. Había superado esas cosas. Había visto morir a Elend (lo había sostenido en sus brazos mientras lo hacía) y supo que ella lo había permitido. De manera intencionada.

Sin embargo, él seguía vivo. Cada aliento era inesperado, quizás inmerecido. Antes, a ella le aterrorizaba fallarle. Pero, de algún modo, había encontrado la paz al comprender que no podía impedirle arriesgar su vida. Al comprender que no quería impedirle arriesgar su vida.

Por tanto, ya no combatía temiendo por el hombre al que amaba. Ahora luchaba con comprensión. Era un cuchillo: el cuchillo de Elend, el cuchillo del Imperio Final. No luchaba por proteger a un hombre, sino por proteger el modo de vida que él había creado y la gente a la que tanto se esforzaba por defender.

La paz le daba fuerzas.

Los koloss morían a su alrededor, y la sangre escarlata, demasiado brillante para ser humana, manchaba el aire. Había diez mil criaturas en este ejército: demasiadas para que ella pudiera matarlas. Sin embargo, no tenía que matar a todos los koloss del ejército.

Tan sólo tenía que atemorizarlos.

Porque, a pesar de lo que una vez había supuesto, los koloss podían sentir temor. Ella lo vio crecer en las criaturas que tenía a su alrededor, oculto bajo la furia y la frustración. Un koloss la atacó, y ella se hizo a un lado, moviéndose con velocidad amplificada por el peltre. Le clavó una espada en la espalda mientras se movía y giró, advirtiendo a una enorme criatura que se abría paso hacia ella a través del ejército.

Perfecto
, pensó. Era grande, quizá la más grande que había visto jamás. Debía de tener al menos cuatro metros de altura. Un paro cardíaco tendría que haberla matado hacía mucho tiempo, y su piel colgaba casi suelta, agitándose con amplios aleteos.

La criatura aulló, el sonido retumbó en el campo de batalla, extrañamente silencioso. Vin sonrió, y entonces quemó duralumín. El peltre que ya ardía en su interior explotó para darle un enorme e instantáneo estallido de fuerza. El duralumín, usado con otro metal, amplificaba ese segundo metal y lo hacía arder en una sola llamarada, agotando todo su poder de una sola vez.

Vin quemó acero, y luego empujó en todas direcciones. Su empujón amplificado por el duralumín chocó como una ola contra las espadas de las criaturas que corrían hacia ella. Las armas fueron arrancadas, los koloss cayeron de espaldas, y los enormes cuerpos se dispersaron como meros copos de ceniza bajo el sol rojo sangre. El peltre aumentado por el duralumín impidió que fuera aplastada al hacer esto.

El peltre y el acero desaparecieron, consumidos en un único destello de energía. Vin sacó un frasquito de líquido (una solución de alcohol con copos de metal) y lo apuró de un solo trago para restaurar sus metales. Luego quemó peltre y saltó sobre los caídos y desorientados koloss hacia la enorme criatura que había visto antes. Un koloss más pequeño trató de detenerla, pero ella lo cogió por la muñeca, se la retorció y le rompió la articulación. Cogió la espada de la criatura, agachándose ante el ataque de otro koloss, y giró, para derribar a tres koloss distintos de un solo golpe cortándoles las rodillas.

Cuando completaba el giro, hundió la espada en la tierra. Como esperaba, la enorme bestia de cuatro metros atacó un segundo más tarde, blandiendo una espada tan grande que casi hacía rugir el aire. Vin plantó la espada justo a tiempo, porque ni aun con peltre habría podido detener jamás el arma de aquella enorme criatura. Sin embargo, el arma chocó con la hoja de su espada, estabilizada por la tierra. El metal tembló bajo sus manos, pero resistió el golpe.

Con los dedos aún doloridos por el impacto de un golpe tan potente, Vin soltó la espada y saltó. No empujó (no fue preciso hacerlo), sino que aterrizó en la cruz de su espada y se impulsó con ella. El koloss mostró la ya característica sorpresa al verla saltar cinco metros en el aire, las piernas recogidas y los borlones de la capa de bruma ondeando.

Descargó una patada directamente en la cabeza del koloss. El cráneo crujió. Los koloss eran inhumanamente fuertes, pero bastó con avivar peltre. A la criatura se le hundieron los ojillos en la cabeza, y luego se desplomó. Vin empujó suavemente la espada, manteniéndose en el aire lo suficiente para, al caer, aterrizar directamente sobre el pecho del koloss abatido.

Los koloss de alrededor se detuvieron. Incluso en medio de la furia de sangre, les sorprendió verla derribar a una bestia tan enorme con sólo una patada. Quizá sus mentes fueran demasiado lentas para procesar lo que acababan de ver. O quizá sintieron cierta dosis de cautela, además del miedo. Vin no sabía lo bastante sobre ellos para determinarlo. Sí comprendía que, en un ejército koloss normal, lo que acababa de hacer le habría ganado la obediencia de todas las criaturas que la habían visto.

Por desgracia, este ejército era controlado por una fuerza externa. Vin se puso derecha y divisó en la distancia el pequeño y desesperado ejército de Elend. Resistían bajo la guía de Elend. Los humanos que combatían tenían en los koloss un efecto similar a la misteriosa fuerza de Vin: las criaturas no alcanzaban a comprender cómo una fuerza tan pequeña podía hacerles frente. No veían el agotamiento, ni la apurada situación del grupo de Elend; simplemente veían un ejército más pequeño e inferior que resistía y luchaba.

Vin se volvió para reanudar el combate. Los koloss se acercaban a ella con más vacilación, pero seguían viniendo. Eso era lo raro de los koloss: nunca se batían en retirada. Sentían temor, pero no actuaban movidos por él. Sin embargo, ese temor los debilitaba. Vin lo supo por el modo en que se aproximaban, la forma en que la miraban. Estaban a punto de venirse abajo.

Y por eso quemó latón y empujó las emociones de una de las criaturas más pequeñas. Al principio, se le resistió. Luego empujó con más fuerza. Y, finalmente, algo se quebró dentro de la criatura que la hizo suya. El que la hubiera estado controlando se hallaba demasiado lejos, y estaba ahora concentrado en demasiados koloss a la vez. Esta criatura, con la mente confundida por el frenesí, las emociones atropelladas a causa de la sorpresa, el miedo y la frustración, quedó completamente bajo el control mental de Vin.

Enseguida ordenó a la criatura que atacara a sus compañeros. Fue abatida un momento más tarde, pero no sin antes matar a otros dos koloss. Mientras luchaba, Vin se apoderó de otro koloss, y luego de otro. Golpeaba al azar, luchando con su espada para mantener a los koloss distraídos mientras escogía miembros de su grupo y los volvía en su favor. Pronto reinó el caos a su alrededor, y tuvo una pequeña línea de koloss luchando por ella. Cada vez que uno caía, lo sustituía por dos más.

Durante el combate, echó de nuevo una mirada hacia el grupo de Elend, y se sintió aliviada al ver que un gran segmento de koloss luchaban junto al grupo de humanos. El propio Elend se movía entre ellos, sin combatir ahora, concentrado en apoderarse de koloss tras koloss para su bando. Había sido decisión de Elend venir a esta ciudad solo, una apuesta que ella no estaba segura de aprobar. Por el momento, se alegraba de haber conseguido alcanzarlo a tiempo.

Siguiendo el ejemplo de Elend, dejó de luchar y se concentró en dirigir a su grupito de koloss, apoderándose de los nuevos miembros uno a uno. Pronto tuvo casi un centenar luchando a su favor.

Ya no tardará mucho
, pensó. Y, en efecto, poco después vio una mota en el aire, lanzada hacia ella a través de la ceniza que caía. La mota se convirtió en una figura de túnica oscura que saltó por encima del ejército empujándose contra las espadas de los koloss. La alta figura era calva y llevaba un rostro tatuado. A la luz cenicienta del mediodía, Vin distinguió los dos gruesos clavos que le habían clavado de punta en los ojos. Un Inquisidor del Acero, al que no reconoció.

El inquisidor golpeó con fuerza, abatiendo a uno de los koloss de Vin con un par de hachas de obsidiana. Enfocó su mirada ciega sobre Vin, y muy a su pesar ella sintió un retortijón de pánico. Una sucesión de claros recuerdos destelló en su mente. Una noche oscura, lluviosa y ensombrecida. Torres y agujas. Un dolor en el costado. Una larga noche cautiva en el palacio del Lord Legislador.

Kelsier, el Superviviente de Hathsin, agonizando en las calles de Luthadel.

Vin quemó electrum. Esto creó una nube de imágenes a su alrededor, sombras de posibles cosas que podía hacer en el futuro. Electrum, el complemento alomántico del oro. Elend había empezado a llamarlo «el atium de los pobres». No afectaría mucho a la batalla, aparte de hacerla inmune al atium, si es que el inquisidor tenía algo de eso.

Vin apretó los dientes y se abalanzó hacia delante mientras el ejército de koloss eliminaba a sus restantes criaturas robadas. Saltó, empujándose levemente contra una espada caída y dejando que su impulso la llevara hacia el inquisidor. El espectro alzó sus hachas, blandiéndolas, pero en el último momento Vin se impulsó hacia el otro lado. Su tirón arrancó una espada de las manos de un sorprendido koloss, ella la capturó mientras giraba en el aire y luego la empujó contra el inquisidor.

Éste apartó la enorme masa de la espada sin apenas mirarla. Kelsier había conseguido derrotar a un inquisidor, pero sólo después de grandes esfuerzos. Él mismo había muerto poco después, abatido por el Lord Legislador.

¡No más recuerdos!
, se dijo Vin, decidida.
Concéntrate en el momento.

La ceniza revoloteó a su alrededor mientras giraba en el aire, todavía volando por su impulso contra la espada. Aterrizó, resbaló en la sangre de koloss y se arrojó contra el inquisidor. Lo había atraído deliberadamente al matar y controlar a sus koloss, obligándolo así a revelarse. Ahora tenía que tratar con él.

Desenvainó una daga de cristal (el inquisidor podría repeler una espada koloss) y avivó su peltre. Velocidad, fuerza y decisión inundaron su cuerpo. Por desgracia, el inquisidor también tenía peltre, lo que los convertía en iguales.

Salvo por una cosa. El inquisidor tenía una debilidad. Vin esquivó el hacha y tiró de una espada koloss para concederse la velocidad necesaria para apartarse. Entonces empujó contra la misma arma, lanzándose hacia delante mientras se dirigía al cuello del inquisidor. Él la esquivó, bloqueando su daga con un manotazo. Pero Vin se agarró a su túnica con la otra mano.

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