El gran espectáculo secreto (64 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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—Tengo el Arte —replicó el Jaff—. Tengo el Arte. De modo que no me queda más remedio que usarlo. Si no, supondría un desperdicio, después de toda esta
espera,
después de todo este
cambio.

«Se está cagando de miedo —pensó Grillo—. Se encuentra al borde del abismo, y siente terror de precipitarse en él.» ¿Dónde? Grillo lo ignoraba. «Aunque —se dijo— es indudable que la situación en que el Jaff se encuentra es explotable.» Decidió seguir de rodillas, porque así no suponía una amenaza física para nadie.

—¿Qué es eso del Arte? —preguntó en voz baja.

Si la respuesta del Jaff tenía por objeto aclarar esa duda, sus palabras no lo hicieron:

—Todos están perdidos. Y yo hago uso de ello. Aprovecho el miedo que late en su interior.

—¿Y tú no? —preguntó Grillo.

—¿No, qué?

—Perdido.

—Yo solía pensar que había encontrado el Arte…, pero quizás el Arte me encontrara a mí

—Eso está bien.

—¿Sí? —dijo el Jaff—,
no
sé qué tiene previsto hacer…

«Así que se trata de
eso»
, pensó Grillo: tiene su premio, y ahora le da miedo desempaquetarlo.

—Podría destruirnos a todos nosotros.

—No es eso lo que nos dijiste —murmuró Lamar—. Aquello de que tendríamos sueños. Todos los sueños que Estados Unidos jamás soñó; todos los sueños que el
Mundo
jamás soñó.

—Es posible —dijo el Jaff.

Lamar soltó a Eve y dio un paso hacia su amo.

—Pero lo que nos dices ahora es que todos podríamos
morir.
No quiero morir. Quiero a Rochelle. Quiero esta casa. Tengo un futuro. Y no pienso renunciar a él.

—No trates de soltarte —dijo el Jaff.

Por primera vez desde que habían empezado a hablar de esta forma, Grillo oía un
eco
del hombre al que había visto en la Alameda. La resistencia de Lamar comenzaba a devolverle sus viejos arrestos. Grillo maldijo a Lamar por rebelarse de aquella forma, aunque, por lo menos, tenía la ventaja de que permitía a Eve ir de espaldas hacia la puerta. Grillo continuó sin moverse. Cualquier intento por su parte de unirse a ella serviría sólo para llamar la atención de Lamar y del Jaff y frustrar la fuga de los dos. Si Eve conseguía escapar, podría dar la voz de alarma.

Las quejas de Lamar, entretanto, se multiplicaban.

—¿Por qué me mentiste? —decía—. Debí de haberme dado cuenta desde el principio de que no me ibas a servir de nada. Bueno, ¿sabes lo que te digo?, pues que te vayas a tomar por el culo…

En silencio, Grillo lo incitaba. La oscuridad, cada vez más densa, seguía oponiéndose a que sus ojos la penetraran, de modo que sólo veía de su captor lo mismo que cuando había penetrado en aquella habitación, pero distinguió el movimiento que hizo al levantarse. Esa acción causó consternación entre las sombras, pues las bestias que se escondían en ellas reaccionaron a la confusión de su creador.


¿Cómo te
atreves? —dijo el Jaff.

—Me aseguraste que no corríamos peligro —replicó Lamar.

Grillo oyó el ruido de la puerta al cerrarse a su espalda. Resistió la inmensa tentación que sintió de volverse.

—¡A salvo, eso fue lo que me dijiste!

—¡No es tan sencillo! —contestó el Jaff.

—¡Yo me largo de aquí! —gritó Lamar, mientras se volvía hacia la puerta.

La oscuridad era demasiado densa para que Grillo pudiese ver la expresión de su rostro, pero un resto de luz tras él, y el ruido de los pasos de Eve al escapar de la habitación, le bastaron a Grillo para levantarse, maldiciendo, en el momento en que Lamar cruzaba la habitación. Aún se sentía confuso por el golpe, y vacilaba al andar; pero, aun así, consiguió llegar a la puerta antes que Lamar. Chocaron allí; el peso de ambos cayó al mismo tiempo contra la puerta y volviéndola a cerrar de golpe. Hubo un momento de confusión, que casi fue cómico, cuando ambos forcejearon por asir el picaporte. Entonces, algo que se cernió amenazador sobre el comediante intervino en la pelea. En la oscuridad, aquella forma parecía pálida: como gris sobre negro. Cogió a Lamar por detrás, que hizo un leve ruido gutural y alargó las manos buscando asidero en Grillo, el cual se escabulló de entre sus dedos, para volver al centro de la estancia. Grillo era incapaz de imaginar cómo estaría atacando el
terata
a Lamar, y se alegró de ello. Los miembros de Lamar, que se agitaban en vano, y sus sonidos guturales bastaron para indicar a Grillo lo que estaba ocurriendo. Vio el cuerpo del comediante caído contra la puerta; luego vio cómo se deslizaba hasta el suelo, cubierto completamente por el
terata.
Hasta que ambos quedaron inmóviles.

—¿Muerto? —jadeó Grillo.

—Sí —dijo el Jaff—. Me había llamado embustero.

—Me acordaré de esto.

—Una buena idea.

El Jaff hizo un movimiento en la oscuridad que Grillo no tuvo tiempo de captar. Pero ese movimiento tuvo consecuencias que explicaron muchas cosas. De los dedos del Jaff salieron cuentas de luz que iluminaron su rostro, ahora consumido; su cuerpo, vestido como en la Alameda, pero que parecía derramar oscuridad; y la habitación misma, llena de
terata,
que no eran ya las complejas bestias de antes, sino sombras hirsutas alineadas a lo largo de las cuatro paredes.

—Bien, Grillo… —dijo el Jaff—, parece que tengo que hacerlo.

IX

Después del amor, el sueño. Ellos no lo habían planeado así, pero ni Jo-Beth ni Howie habían dormido más que unas pocas horas sin interrupción desde que se conocieron, y el suelo sobre el que hicieron el amor era lo bastante suave para tentarles. Incluso cuando el sol comenzó a esconderse detrás de los árboles, ellos seguían dormidos, y lo que finalmente despertó a Jo-Beth no fue el frío, porque la noche era tibia. Las cigarras tocaban música entre la hierba en torno a ellos. Las hojas se agitaban con un suave murmullo. Pero bajo esos signos y esos ruidos tranquilizadores había un relucir extraño, ilocalizable, entre los árboles.

Jo-Beth despertó a Howie con la mayor delicadeza posible. Howie abrió los ojos muy a desgana, hasta que su mirada se posó en el rostro de quien le había despertado.

—Hola —saludó, y luego añadió—: hemos
dormido más
de la cuenta, ¿verdad? ¿Qué hora…?

—Mira, Howie —susurró Jo-Beth—, hay alguien allí.

—¿Dónde?

—Sólo veo luces. Nos rodean. ¡Mira!

—Mis gafas —susurró él—, las tengo en la camisa.

—Voy por ellas.

Jo-Beth se apartó y se puso a buscar la ropa de Howie. Éste, entretanto, intentaba enfocar la escena con sus ojos miopes. Las barricadas puestas por la Policía, y la cueva, algo más allá: el abismo donde Buddy Vance seguía yaciendo. Le había parecido de lo más natural hacer el amor allí, a plena luz del día, pero ahora lo veía como algo perverso. Había un hombre muerto en algún sitio del interior de la cueva, en la misma oscuridad donde el padre de cada uno de ellos había esperado durante todos aquellos años.

—Toma —dijo Jo-Beth.

Su voz lo sobresaltó.

—Todo está bien —murmuró ella al oído de Howie.

Él sacó las gafas del bolsillo de la camisa y se las puso, pero le fue imposible localizar su origen.

Jo-Beth no sólo había tenido la suerte de encontrar la camisa de Howie, sino también el resto de la ropa de ambos. Ya estaba poniéndose la suya interior. Incluso en ese momento, con el corazón latiéndole fuerte por otra razón muy distinta, el espectáculo de Jo-Beth vistiéndose volvió a excitar a Howie. Ella comprendió su mirada y le besó en los labios.

—No veo a nadie —dijo Howie, todavía en voz baja.

—Quizá me he equivocado, pero es que me ha parecido oír a alguien.

—Fantasmas —murmuró él. Se arrepintió de haberse permitido siquiera tal idea y comenzó a ponerse los calzoncillos. Mientras lo hacía, captó un movimiento entre los árboles—. ¡Mierda! —exclamó.

—Sí.

Howie se volvió hacia ella. Jo-Beth estaba mirando ahora en dirección opuesta; él siguió la dirección de su mirada y vio que también allí había movimiento. Y otro movimiento. Y otro.

—Nos rodean por todas partes —dijo Howie, al tiempo que se ponía la camisa y cogía los pantalones tejanos—. No sé quiénes serán, pero nos tienen rodeados.

Se levantó, tenía hormigueo en las piernas y la mente puesta en un solo y desesperado pensamiento: cómo conseguir algún arma. ¿Quizás echar abajo una de las barricadas, y encontrar un arma entre los escombros? Miró a Jo-Beth, la cual casi había terminado de vestirse, luego de nuevo a los árboles.

De debajo del dosel salió una figura diminuta, con una estela de luz fantasmal. De pronto, todo se aclaró. La figura era la de Benny Patterson, al que Howie había visto en la calle por última vez, delante de la casa de Lois Knapp, llamándole para que volviera. Pero ya no había sonrisa acogedora en su rostro. Más bien tenía una expresión como desdibujada, sus facciones parecían la instantánea obtenida por un fotógrafo paralítico. Llevaba consigo la luz de sus actuaciones televisivas, y éste era el resplandor que iluminaba los árboles.

—Howie —llamó. Su voz, al igual que su rostro, había perdido toda individualidad. Seguía siendo Benny, pero sólo lo imprescindible.

—¿Que quieres? —preguntó Howie.

—Te hemos estado buscando.

—No te acerques a él —advirtió Jo-Beth—. Es uno de los sueños.

—Lo sé —dijo Howie—, aunque no tienen malas intenciones, ¿no es verdad, Benny?

—Por supuesto que no.

—Entonces, salid —ordenó Howie, dirigiéndose a todo el círculo de árboles—. Quiero veros.

Obedecieron, saliendo por todas partes de detrás de los árboles. Todos ellos, como Benny, habían cambiado algo desde la última vez, en casa de los Knapp. Sus personalidades de entonces, suaves y pulidas, aparecían como borrosas, y sus deslumbrantes sonrisas, mermadas. Se parecían más unos a otros, como formas de luz manchada que se asían muy tenuemente a los restos de sus personalidades. Habían sido concebidos por la imaginación de los habitantes del Grove los que les habían dado forma; pero, en cuanto se apartaron de la compañía de sus creadores, se vieron reducidos al estado más simple: mera luz emanada del cuerpo de Fletcher al morir en la Alameda. Ése era el ejército de Fletcher, su alucigenia. Howie no necesitó preguntarles qué hacían allí; estaba claro que iban a buscarle. Él era el conejo salido de la chistera de Fletcher; la creación más pura del prestidigitador. Había escapado a sus peticiones la noche anterior; pero, a pesar de eso siguieron buscándole, decididos a tenerle por jefe.

—Ya sé lo que queréis de mí —dijo—; sin embargo no puedo dároslo. Ésta no es mi guerra.

Howie observó la asamblea mientras les hablaba, y distinguió en ella rostros vistos en casa de los Knapp, a pesar de lo que habían decaído, convirtiéndose en apenas algo más que pura luz. Cowboys, cirujanos, estrellas de telenovelas y presentadores de televisión. Y había muchos otros que no había visto en la fiesta de Lois. Una forma de luz había sido licántropo; otros muchos, héroes de cómics; algunos, cuatro, de hecho, encarnaciones de Jesucristo, dos de ellos sangrando aun por la frente, el costado, las manos y los pies; doce más parecían recién salidos de una película pornográfica, tan cubiertos estaban sus cuerpos de sudor y semen. También había un hombre globo de color escarlata; un Tarzán de los Monos; un Gato con Botas… Mezclados con estas deidades identificables, había otros, fantasías particulares, evocados por aquellos a los que la luz de Fletcher había tocado. Cónyuges perdidos, cuya muerte ningún amante podría compensar; un rostro entrevisto en la calle al que aquellos que soñaban con él no habían tenido el valor de acercarse. Todos ellos, reales o irreales, desvaídos o en tecnicolor, eran
piedras de toque.
La auténtica materia de la veneración. Había algo innegablemente conmovedor en su existencia misma. Pero tanto Howie como Jo-Beth eran contrarios a participar en esa guerra, deseosos de preservar de toda mácula o daño lo que había entre ellos, y su ambición seguía inalterable.

Antes de que Howie pudiera repetir sus palabras, el número uno de aquellas formas de luz anónimas, una mujer de mediana edad, salió de las lilas y comenzó a hablar:

—El espíritu de tu padre está en todos nosotros —dijo—. Si nos vuelves la espalda, estás volviéndole la espalda a él.

—No es tan sencillo —respondió Howie—. Tengo otras personas de las que cuidar. —Alargó la mano a Jo-Beth, que se levantó y se situó junto a él—. Ya sabéis quién es esta joven. Se trata de Jo-Beth McGuire, la hija del Jaff, el enemigo de Fletcher, y, por lo tanto, si os he entendido bien,
vuestro
enemigo. Pero dejadme que os diga…, es la primera persona que he conocido en mi vida… de la que puedo decir, con toda sinceridad, que amo. Para mí, Jo-Beth está por encima de todo, por encima de vosotros, de Fletcher, y de esta dichosa
guerra.

Una tercera voz salió de entre las filas:

—Fue error mío…

Howie buscó con la mirada y localizó al cowboy de ojos azules, la creación de Mel Knapp, que se le acercaba.

—Error mío pensar que querías matarla. Lo siento. Si no quieres que sufra ningún daño…


¿Que si no quiero que sufra ningún daño?
¡Dios mío, ella vale más que diez Fletcher para mí! Valoradla como yo la valoro o iros todos al infierno.

Se produjo un resonante silencio.

—Nadie te lo discute —dijo Benny.

—Ya me doy cuenta.

—¿De modo que nos guías?

—¡Santo cielo!

—El Jaff se encuentra en la colina —dijo la mujer—. Está a punto de usar el Arte.

—¿Cómo lo sabéis?

—Somos el espíritu de Fletcher —dijo el cowboy—. Conocemos los planes del Jaff.

—¿Y sabéis lo que hay que hacer para detenerle?

—No —replicó la mujer—. Pero debemos intentarlo. Hay que preservar la Esencia.

—¿Y pensáis que yo puedo ayudaros? Yo no soy táctico.

—Estamos disolviéndonos —dijo Benny. Incluso en el breve tiempo pasado desde su reaparición, sus facciones se habían hecho más borrosas—. Estamos volviéndonos como… sueños. Necesitamos a alguien que nos imponga nuestro propio objetivo.

—Tiene razón —dijo la mujer—. No seguiremos aquí mucho tiempo. Bastantes de nosotros no llegaremos a mañana por la mañana. Tenemos que hacer lo que nos sea posible. Rápido.

Howie suspiró. Había soltado la mano de Jo-Beth al levantarse. Volvió a cogérsela.

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