Authors: Jude Watson
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años. De esa forma se pretendía fomentar la paz y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra. Leed, el heredero del trono de Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver. Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario. Es el desafío más importante al que se han enfrentado.
Jude Watson
El fin de la paz
Aprendiz de Jedi 10
ePUB v1.0
LittleAngel01.11.11
Título Original:
Jedi Apprentice: The Shattered Peace
Año de publicación: 2003
Editorial: Alberto Santos Editor
Traducción: Virginia de la Cruz Nevado
ISBN: 84-95070-10-3
Obi-Wan Kenobi escudriñó la densa cubierta de nubes intentando avistar la superficie del planeta Rutan, pero sólo alcanzó a ver una espesa niebla gris que se movía alrededor de la nave y formaba pequeñas gotitas que resbalaban por el cristal de la cabina.
Estiró las piernas con impaciencia. Estaba ansioso por llegar al planeta y comenzar la misión. El viaje desde Coruscant había sido largo, tenía los músculos agarrotados y necesitaba aire fresco. Habían tenido que reparar la pequeña nave que les había prestado el Senado, y eso había añadido un día más a su viaje.
Su Maestro, Qui-Gon Jinn, percibió sus movimientos inquietos y le miró.
—Controla tu impaciencia, Obi-Wan —le dijo—. La misión comienza antes de empezar, mientras nos preparamos para lo que se avecina.
Obi-Wan se tragó un suspiro. Qui-Gon era un Maestro Jedi y su sabiduría era legendaria. Sus consejos solían tener sentido cuando Obi-Wan se paraba un momento a pensarlos, pero algunas veces era algo difícil de seguir. Sobre todo si llevaba tres días sentado en una nave, esperando llegar a alguna parte.
Qui-Gon le dedicó una breve sonrisa. Lo bueno del Maestro de Obi-Wan era que, incluso cuando le regañaba por su impaciencia, también se mostraba comprensivo.
—Repasemos lo que sabemos sobre esta misión —sugirió Qui-Gon—. La información significa preparación. ¿Qué sabemos de la historia de Rutan y Senali?
—Senali es un satélite en órbita de Rutan —recitó Obi-Wan, recordando la información que el Maestro Jedi Yoda le había proporcionado en Coruscant—. Ahora es un planeta autónomo con su propio Gobierno, pero fue colonia de Rutan durante muchos años. Ambos planetas se enfrentaron en una larga y complicada guerra que se cobró víctimas en ambas partes. El satélite Senali ganó la contienda con un inesperado giro del conflicto.
La atención de Obi-Wan se desvió cuando le vino algo a la memoria. Meses atrás, él estuvo involucrado en la guerra civil del planeta Melida/Daan. En aquel conflicto, la facción menos provista de armamento y más carente de poder ganó y sorprendió no sólo a sus enemigos, sino a toda la galaxia. Él sabía de primera mano que la resolución y la astucia podían derrotar a fuerzas superiores.
—¿Y qué pasó después? —exclamó Qui-Gon, irrumpiendo en sus pensamientos.
—Dado que el enfrentamiento fue devastador para ambos planetas, se firmó un acuerdo de paz insólito. Los primogénitos de las familias gobernantes de Rutan y Senali son intercambiados cuando alcanzan la edad de siete años. El niño crece en el planeta vecino, pero se le permite recibir visitas y viajar durante breves períodos a su planeta natal, así como estar en contacto con la Familia Real. Esto se hace para que el niño no olvide sus deberes ni a su familia de nacimiento.
—¿Y qué ocurre cuando el niño cumple dieciséis años? —preguntó Qui-Gon.
—Se le permite volver a su planeta de origen para prepararle para su cargo —respondió el padawan, que tenía trece años—. Otro miembro de la familia gobernante ocupa su lugar hasta que nazca la siguiente generación.
—Es una solución interesante al problema de mantener la paz entre dos antiguos enemigos —musitó Qui-Gon—. La idea es que el líder del otro planeta no atacará el lugar en el que reside su hijo. Pero el plan tiene un fallo que ninguno de los gobernantes tuvieron en cuenta.
—¿Cuál? —preguntó Obi-Wan.
—Los sentimientos —respondió Qui-Gon—. La lealtad se forma en el corazón, no nace con uno. Las emociones no pueden controlarse. Ambos líderes pensaron que si sus hijos estaban con ellos durante los primeros siete años, eso garantizaría su lealtad; pero uno puede ser fiel a su lugar de origen y desear una vida distinta.
—Como el príncipe Leed —dijo Obi-Wan—. Ha vivido en Senali durante casi diez años y no quiere regresar a Rutan.
Obi-Wan volvió a recordar su experiencia en Melida/Daan. El quiso formar parte de esa sociedad y vivir allí. Pero, aunque decidió hacerlo, no renunció a su lealtad al Templo. Aun así, hubo quien no lo vio de esa forma. Intuyó que podía entender los sentimientos del príncipe Leed.
—Leed dice que quiere quedarse en Senali —señaló Qui-Gon—. Eso es lo que tenemos que averiguar. Su padre cree que en Senali le están obligando a quedarse. Por eso el Senado teme que ambos planetas entren en guerra de nuevo.
La niebla comenzó a disiparse formando jirones de nubes, y una gran ciudad apareció a sus pies.
—Ésa debe de ser Testa, la capital —dijo Qui-Gon—. La residencia del Rey se encuentra en las afueras.
Súbitamente, una luz de alarma apareció en el panel de control.
—Me lo temía —murmuró Qui-Gon—. Debido a nuestro rodeo, apenas tenemos combustible.
El Maestro Jedi acercó la nave a la superficie del planeta. Dejaron atrás la ciudad y planearon sobre un campo de hierba gruesa de color pajizo. Sonó un pitido de alarma.
—Perdemos combustible rápidamente. No llegaré a la plataforma real de despegue —dijo Qui-Gon. Luego comprobó las coordenadas—. Si aterrizamos en esta zona, no estaremos lejos del palacio. Podemos ir a pie.
Obi-Wan accionó los mandos de aterrizaje. Qui-Gon descendió hasta el nivel del suelo y detuvo la nave suavemente.
—Nos llevaremos únicamente los equipos de supervivencia—sugirió Qui-Gon—. Sin duda, el rey Frane nos suministrará combustible y más adelante podremos llevar la nave a la plataforma de aterrizaje.
Obi-Wan siguió a Qui-Gon por la rampa. Juntos, se pusieron en camino campo a través. Obi-Wan disfrutaba de volver a estar al aire libre. Aspiró el fresco aroma de la hierba y echó la cabeza hacia atrás para sentir los débiles rayos de sol que se filtraban entre las nubes y la niebla.
De repente, Qui-Gon se detuvo.
—¿Lo percibes? —preguntó.
Obi-Wan no percibía nada, pero esperó antes de contestar. La percepción de Qui-Gon solía ser más aguda que la suya. Su Maestro tenía una profunda unión con la Fuerza, que lo conectaba todo.
Y entonces también lo sintió. Era una vibración en el barro bajo sus pies.
—¿Qué es eso?
—No estoy seguro —dijo Qui-Gon. Se agachó y puso una mano en el suelo—. No es un vehículo. Son animales.
Obi-Wan escudriñó la niebla. A lo lejos vio una nube de polvo que se alzaba desde el suelo. La hierba seca se doblaba, pero no había brisa. Entonces distinguió unas siluetas entre la bruma. Eran animales que corrían al galope hacia ellos.
—Corren asustados. Es una estampida —dijo Qui-Gon, y giró bruscamente la cabeza—. No hay tiempo para encontrar un refugio; estamos demasiado lejos de los árboles. Corre con ellos, padawan. No se te ocurra caer o te aplastarán.
—¿Que corra con qué? —ahora Obi-Wan podía escuchar el sonido palpitante—. ¿Qué son?
—Kudanas —dijo Qui-Gon conciso. Después contempló el aire sobre sus cabezas. Aquellos puntitos que Obi-Wan había tomado por pájaros giraron de una forma muy extraña para ser aves. Uno de los puntos se dirigió hacia ellos. Era un androide rastreador. Obi-Wan vio una luz de alarma.
—Una cacería —corrigió Qui-Gon, desenfundando su sable láser y activándolo con un suave movimiento—. Y ahora nosotros somos la presa.
Los kudanas salieron de entre la niebla. El ruido de sus cascos era como un trueno. Eran unos animales muy bellos, y su piel, de color bronce metalizado, era muy valorada en toda la galaxia. Tenían los ojos desorbitados por el miedo y emitían agudos relinchos que se parecían mucho a un grito. Obi-Wan podía oler el pánico, pero estaba más preocupado por los cascos y las potentes patas.
El androide rastreador planeó en su dirección, disparando su láser hacia Qui-Gon. Sin duda, estaba transmitiendo la señal de su localización.
—¿Preparado, Obi-Wan? —gritó Qui-Gon por encima del estruendo—. Escoge a un kudana y corre a su lado. Usa la Fuerza para concentrarte y conectarte a él. Y, si puedes, cabálgalo.
Obi-Wan comenzó a correr. Qui-Gon iba delante de él, a la misma velocidad que los animales. Rozó el flanco del animal que tenía más cerca y corrió a su lado. Obi-Wan supo que su Maestro estaba utilizando la Fuerza.
Dando un gigantesco salto, Qui-Gon aterrizó en el lomo del animal, que se encabritó y giró, intentando derribarle. Mientras tanto, Qui-Gon asestó al androide rastreador con el sable láser. El metal siseó y el ser mecánico humeante fue a parar al suelo. Qui-Gon se agachó y se abrazó al cuello del animal, que se tranquilizó y permitió que le cabalgara.
Obi-Wan no vio nada de esto. Estaba ocupado intentando evitar los rápidos cascos de los kudanas que le rodeaban. Sus aterrorizados intentos de evitar las ráfagas de láser les hacían moverse de un lado a otro. Pronto se dio cuenta de que si no inutilizaba a los androides rastreadores moriría aplastado.
Él también rozó a uno de los animales que tenía más cerca, y notó cómo se le estiraban y se le contraían los músculos. Saltó cuanto pudo y aterrizó de pie sobre el lomo del kudana. Se sentó rápidamente y adoptó el ritmo de su montura para no caer. Se concentró y se conectó con la atemorizada mente del animal, intuyendo sus movimientos.
Manteniendo el equilibrio, Qui-Gon giró el sable láser por encima de la cabeza hacia el siguiente androide rastreador, y lo partió en dos.
Obi-Wan se agarró a las sedosas crines del kudana durante un momento para equilibrarse, y saltó por encima del animal para aterrizar sobre otro. Dando una estocada en el aire, cortó limpiamente por la mitad a otro androide rastreador.
El cuarto androide zumbó sobre él y se abalanzó para bloquear la posición de Obi-Wan. Qui-Gon cabalgaba un kudana junto a su padawan, manteniéndose en perfecto equilibrio y balanceándose con el impulso del movimiento.
—¡Yo me encargo de ése, padawan! —gritó. Alzó su arma y, con un golpe de izquierda a derecha, destrozó al androide rastreador. Luego bajó del kudana, sin dejar de correr junto a la manada. Le indicó a Obi-Wan que hiciera lo mismo.
Obi-Wan saltó y corrió junto al kudana. Ahora que ya no veían los láseres rojos, los animales comenzaron a calmarse. Corrían más tranquilos, sin el pánico que les había hecho encabritarse. Los kudanas avanzaron en manada, y Obi-Wan se encontró junto a Qui-Gon.
Qui-Gon redujo el paso y apagó su sable láser.
—Bien, padawan —dijo—. Creo que nuestra misión ha comenzado.
Obi-Wan intentó recuperar el aliento y sintió el suelo temblar bajo sus pies una vez más. Ambos se giraron al mismo tiempo. Nubes de polvo se elevaban en la distancia.