El evangelio según Jesucristo (47 page)

BOOK: El evangelio según Jesucristo
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Regresaban a Jerusalén irritados y perplejos porque Jesús nunca respondía afirmativamente cuando le preguntaban, y todo su hablar, por lo que toca a filiaciones, era denominarse a sí mismo Hijo del Hombre, y si, hablando de Dios, le acontecía decir Padre, se entendía que lo era de todos y no sólo suyo. Quedaba entonces, como cuestión difícilmente polémica, el poder curativo de que daba sucesivas pruebas, ejercido sin artificiosos pases de magia, del modo más simple, con una o dos palabras, Camina, Levántate, Habla, Ve, Sé limpio, un sutil toque con la mano, nada más que el roce suave de la punta de los dedos, y de inmediato la piel de los leprosos brillaba como el rocío al darle la primera luz del sol, los mudos y los tartamudos se embriagaban en el flujo torrencial de la palabra liberada, los paralíticos saltaban de las angarillas y danzaban hasta que se quedaban sin fuerzas, los ciegos no creían lo que sus ojos podían ver, los cojos corrían y corrían y después, de pura alegría, se fingían cojos para poder correr otra vez, Arrepentíos, les decía Jesús, arrepentíos, y no les pedía otra cosa. Pero los sacerdotes superiores del Templo, sabedores más que nadie de las confusiones y otras perturbaciones históricas a que habían dado impulso, en su tiempo, profetas y anunciadores de varia índole, decidieron, tras pesar y medir todas las palabras oídas a Jesús, que en este tiempo no se verían convulsiones religiosas, sociales y políticas como las del pasado, y que de hoy en adelante prestarían atención a todo lo que el galileo fuese diciendo o haciendo, para que, en caso de necesidad, y todo indica que hasta este punto llegaremos, sea cortado y arrancado de raíz el mal que se anuncia, porque, decía el sumo sacerdote, A mí no me engaña ese, el hijo del Hombre es el Hijo de Dios. Jesús no fue a sembrar grano en Jerusalén, pero en Betania forjaba y daba filo a la hoz con la que lo habrán de segar.

En esta fiesta estábamos cuando, dos ahora, dos mañana, a pares cada vez, o cuatro que se habían encontrado en el camino, empezaron a llegar a Betania los discípulos.

Difiriendo apenas, unos y otros, en pormenores y circunstancias menores, traían todos la misma noticia, y era que del desierto había salido un hombre que profetizaba al modo antiguo, como si rodase canchales con la voz y moviese montaña con los brazos, anunciando castigos para el pueblo y la venida inmediata del Mesías. No lo habían llegado a ver porque él iba constantemente de un lado a otro, y en cuanto a las informaciones que traían, aunque coincidentes en general, eran todas de segunda mano, y decían que si no lo buscaron era porque estaba a punto de cumplirse el plazo acordado de tres meses y no querían faltar a la cita, Preguntó entonces Jesús si sabían cómo se llamaba el profeta y ellos respondieron que Juan, luego ese era el hombre que debía venir a ayudarle, conforme a lo que Dios le había anunciado en su despedida. Ya llegó, dijo Jesús, y los amigos no comprendieron lo que quería decir con estas palabras, sólo María de Magdala, pero esa lo sabía todo. Jesús quería ir ya al encuentro de Juan, que sin duda lo estaría buscando a él, pero de los doce faltaban aún Tomás y Judas de Iscariote, y como podía ocurrir que ellos trajeran noticias más directas y completas, le molestaba la tardanza. Valió la pena aquella espera, los retardatarios habían visto a Juan y hablado con él.

Vinieron los otros de las tiendas donde paraban, fuera de Betania, para oír el relato de Tomás y de Judas de Iscariote, sentados todos en círculo en el patio de la casa de Lázaro, y Marta y María y las otras mujeres, por allí, sirviéndolos. Entonces hablaron alternativamente Judas de Iscariote y Tomás, y dijeron esto, que Juan estaba en el desierto cuando la palabra de Dios le fue dirigida, entonces se fue de allí a las márgenes del Jordán a predicar un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, pero yendo las multitudes a él para hacerse bautizar, las recibió con estos gritos que los oímos nosotros y de ellos quedamos asombrados, Raza de víboras, quién os ha enseñado a huir de la cólera que está a punto de llegar, lo que tenéis que hacer es dar frutos de arrepentimiento sincero, y no os engañéis a vosotros mismos diciendo que tenéis por padre a Abraham, pues yo os digo que Dios puede, de estos rudos pedregales, originar nuevos retoños a Abraham, dejándoos a vosotros despreciados, ved que ya el hacha se acerca a la raíz de los árboles, y por eso todo aquel que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego, y las multitudes, llenas de temor, le preguntaron, Qué debemos hacer, y Juan les respondió, Quien tenga dos túnicas reparta con quien no tiene ninguna, y quien tenga mantenencias, haga lo mismo, y a los publicanos que cobran los impuestos les dijo, No exijáis nada que no esté establecido en la ley, pero no penséis que la ley es justa sólo porque la llamáis ley, y a los soldados que le preguntaron, Y nosotros, qué debemos hacer, les respondió, No ejerzáis violencia sobre nadie, no denunciéis injustamente y contentaos con vuestra soldada. Se calló en este punto Tomás, que era el que había empezado, y Judas de Iscariote, tomando la palabra, prosiguió, Le preguntaron entones si él era el Mesías, y respondió, Yo os bautizo en agua para moveros al arrepentimiento, pero va a llegar quien es más poderoso que yo, alguien cuyas sandalias no soy digno de desatar, que os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, y que tiene en su mano la pala de cribar para limpiar su era y recoger el trigo en su granero, pero la paja la quemará en un fuego inextinguible. No dijo más Judas de Iscariote, y todos esperaron a que Jesús hablase, pero Jesús, con un dedo, hacía trazos enigmáticos en el suelo y parecía esperar a que alguno de los otros hablase. Entonces dijo Pedro, Eres tú el Mesías que Juan anuncia, y Jesús, sin dejar de hacer rayas en el polvo, Tú eres quien lo dice, no yo, que a mí Dios sólo me dijo que soy su hijo, hizo una pausa, y concluyó, Voy en busca de Juan, Vamos contigo, dijo el que también se llamaba Juan, hijo de Zebedeo, pero Jesús movió lentamente la cabeza, No, sólo vendrán Tomás y Judas de Iscariote, porque lo conocen, y volviéndose a Judas, Cómo es él, Más alto que tú y mucho más fuerte, lleva una gran barba que parece hecha de espinos, viste toscas pieles de camello sujetas con una tira de cuero alrededor de la cintura, y dicen que en el desierto se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre, Más parece el Mesías él que yo, dijo Jesús, y se levantó del corro.

Partieron los tres a la mañana siguiente, y, sabiendo que Juan nunca paraba muchos días en el mismo lugar, pero que lo más probable, en todo caso, sería encontrarlo bautizando a orillas del Jordán, bajaron de los altos de Betania hacia el lugar de Betabara, que está a orillas del mar Muerto, con idea de ir después, río arriba, hasta el mar de Galilea, y todavía más al septentrión, hasta las fuentes del río, si preciso fuera. Pero al salir de Betania no podían imaginar que la jornada iba a ser tan breve, pues fue allí mismo en Betabara donde, solo, como si estuviera esperando, encontraron a Juan. Lo vieron de lejos, minúscula figura de hombre sentado a la orilla del río, cercado por montes lívidos que eran como calaveras y valles que parecían cicatrices aún doloridas y, extendiéndose hacia la derecha, brillando siniestra bajo el sol y el cielo blanco, la superficie terrible del mar Muerto, como de estaño fundido. Cuando se aproximaron a la distancia de un tiro de honda, Jesús les preguntó a sus compañeros, Es él, los dos miraron con atención, protegiendo la vista con la mano sobre las cejas, y respondieron, Sería su gemelo si no lo fuese, Esperad aquí hasta que yo vuelva, dijo Jesús, no os acerquéis pase lo que pase, y, sin más palabras, empezó a bajar hacia el río.

Tomás y Judas de Iscariote se sentaron en el suelo requemado, vieron a Jesús apartarse, apareciendo y desapareciendo según los accidentes del terreno y luego, ya en la orilla, caminando hacia donde estaba Juan, que en todo este tiempo no se había movido. Ojalá no nos hayamos equivocado, dijo Tomás, Tendríamos que habernos acercado más, dijo Judas de Iscariote, pero Jesús nada más verlo tuvo la certeza de que era él, preguntó por preguntar. Allá abajo, Juan se había levantado y miraba a Jesús, que se acercaba, qué se dirán el uno al otro, preguntó Judas de Iscariote, Tal vez Jesús nos lo diga, tal vez calle, dijo Tomás. Ahora los dos hombres, a lo lejos, estaban frente a frente y hablaban animadamente, se podía ver por los gestos, por los movimientos que hacían con los cayados, pasado un tiempo bajaron hasta el agua, desde aquí no es posible verlos, porque el relieve de las márgenes los oculta, pero Judas y Tomás sabían qué estaba ocurriendo, porque también ellos se hicieron bautizar por Juan, entrando los dos en la corriente hasta medio cuerpo, y Juan tomando agua con las dos manos en concha, alzándola luego al cielo y dejándola caer sobre la cabeza de Jesús mientras decía, Bautizado estás con agua, que ella alimente tu fuego. Ya lo ha hecho, ya lo ha dicho, ya suben del río Juan y Jesús, recogieron del suelo los cayados, sin duda están diciéndose el uno al otro palabras de despedida, las dijeron, se abrazaron, luego Juan empezó a andar a lo largo de la orilla, hacia el norte, Jesús viene hacia nosotros. Tomás y Judas de Iscariote lo esperan de pie, él se acerca y, otra vez sin decirles nada, pasa y sigue adelante, camino de Betania.

Van tras él, no con pequeño disgusto, los discípulos, roídos por la curiosidad insatisfecha, y, en un momento dado, Tomás no puede contenerse más y, desatendiendo el gesto que hizo Judas para retenerlo, preguntó, No quieres hablarnos de lo que te dijo Juan, No es aún la hora, respondió Jesús, Te dijo al menos que eres el Mesías, No es aún la hora, repitió Jesús, y los discípulos se quedaron sin saber si sólo repetía lo que antes había dicho o si les estaba informando de que la hora de la venida del Mesías todavía no había llegado.

Hacia esta hipótesis se inclinó Judas de Iscariote cuando, desanimados, se fueron quedando atrás, mientras Tomás, escéptico por decidida y renitente inclinación de espíritu, opinaba que se trataba de una simple repetición y, para colmo, impaciente, añadió.

De lo ocurrido sólo María de Magdala tuvo conocimiento aquella noche, nadie más, No se habló mucho, dijo Jesús, apenas habíamos acabado de saludarnos, él quiso saber si yo era aquel que ha de venir, o si debíamos esperar a otro, Y tú, qué le respondiste, Le dije que los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y la buena nueva es anunciada a los pobres, Y él, No es necesario que el Mesías haga tanto, si hace lo que debe, Fue eso lo que él dijo, Sí, esas fueron sus palabras exactas, Y qué debe hacer el Mesías, eso fue lo que le pregunté, Y él, Me respondió que tendría que descubrirlo por mí mismo, Y luego, Nada más, me llevó al río, me bautizó y se fue, Qué palabras dijo para bautizarte, Bautizado estás con agua, que ella alimente tu fuego.

Después de esta conversación con María de Magdala, Jesús no habló más durante una semana.

Salió de casa de Lázaro y se fue a vivir fuera de Betania, donde los discípulos estaban, pero se recogió en una tienda apartada de las otras, pasaba todo el día dentro, solo, pues ni siquiera María de Magdala podía entrar, y salía por la noche para ir a los montes desiertos. Lo siguieron algunas veces los discípulos, a escondidas, dándose a sí mismos la disculpa de protegerlo de un ataque de las bestias salvajes, de las que en verdad no había noticia, y lo que vieron fue que él buscaba un claro despejado y allí se sentaba, mirando, no al cielo, sino adelante, como si de la sombra inquietante de los valles, o asomando en la arista de una colina, esperase ver surgir a alguien. Era tiempo de luna, quien viniera podría ser visto de lejos, pero nunca apareció nadie.

Cuando la madrugada pisaba el primer umbral de la luz, Jesús se retiraba y volvía al campamento. Comía sólo una pequeña parte del alimento que Juan y Judas de Iscariote, ahora uno, ahora otro, le llevaban, pero no respondía a sus saludos, una vez incluso aconteció que despidió rudamente a Pedro, que quería saber cómo estaba y recibir órdenes. No había errado del todo Pedro en el paso que dio, pero lo dio demasiado pronto, fue lo que fue, porque al cabo de los ocho días salió Jesús de la tienda en pleno día, se unió a los discípulos, comió con ellos y, habiendo terminado, dijo, Mañana subiremos a Jerusalén, al Templo, allí haréis lo que yo haga, que es tiempo de que el Hijo de Dios sepa para qué sirve la casa del Padre y de que el Mesías empiece a hacer lo que debe. Le preguntaron los discípulos qué cosas eran esas de las que hablaba, pero Jesús sólo les dijo, No tendréis que vivir mucho para saberlo. Ahora bien, los discípulos no estaban habituados a que les hablara en este tono ni a verlo con aquella expresión de dureza en la cara, que ni parecía el mismo Jesús que conocían, dulce y sosegado, a quien Dios llevaba por donde quería y apenas sabía quejarse. No podía haber duda de que la mudanza tenía su origen en las razones, por ahora desconocidas, que lo llevaron a separarse de la comunidad de los amigos y andar, como si estuviese poseso de los demonios de la noche, por aquellos cabezos y barrancos en busca de una palabra, que siempre es lo que se busca.

Por eso consideró Pedro, como el de más edad de cuantos allí estaban, que no era justo que sin más explicaciones hubiera Jesús ordenado, Mañana subiremos a Jerusalén, al Templo, como si ellos fueran sólo unos mandados, buenos para llevar y traer de un lado a otro, pero no para conocer los motivos de ir y de volver.

Y entonces dijo, Siempre reconoceremos tu poder y tu autoridad y con ellos nos conformamos, tanto por lo que dices como por lo que has hecho, tanto porque eres hijo de Dios como por el hombre que también eres, pero no está bien que nos trates como si fuésemos chiquillos sin tino o viejos caducos, sin comunicarnos tu pensamiento, salvo que deberemos hacer lo que tú hagas, sin que el juicio que tenemos sea llamado a juzgar qué pretendes de nosotros, Perdonadme todos, dijo Jesús, pero ni yo mismo sé lo que me lleva a Jerusalén, sólo me ha sido dicho que debo ir, nada más, pero vosotros no estáis obligados a acompañarme, quién te dijo que tienes que ir a Jerusalén, Alguien que entró en mi cabeza para decidir lo que tendré que hacer y no hacer, Has cambiado mucho desde tu encuentro con Juan, He comprendido que no basta traer la paz, que es preciso traer también la espada, Si el reino de Dios está cerca, para qué la espada, preguntó Andrés, Dios no me dijo cuál será el camino por el que llegará a vosotros su reino, hemos probado la paz, probemos ahora la espada, Dios hará su elección, pero vuelvo a decirlo, no estáis obligados a acompañarme, Bien sabes que iremos contigo a dondequiera que tú vayas, dijo Juan, y Jesús respondió, No juréis, lo sabréis los que allí hayáis llegado.

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