Haré una reflexión confirmatoria de lo que dije antes: que el establecimiento de las pruebas negativas llevaba consigo la jurisprudencia del combate. El abuso de que los nobles se quejaban, era que un hombre a quien se le decía que sus títulos eran falsos hubiera de defenderse por una prueba negativa, declarando sobre los Evangelios que no eran falsos. ¿Qué hacer para enmendar el abuso de una ley que había sido truncada? Se restableció el uso del duelo.
He hablado de la constitución de Oton II, para dar una idea de las disputas que surgían entonces entre clérigos y laicos. Antes había habido una constitución de Lotario I
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, dada precisamente por iguales quejas y disputas, la cual ordenaba que el notario jurase la autenticidad del título, y muerto el notario, jurasen los testigos que lo hubieran firmado; sin embargo, el mal no se remedió: fue preciso recurrir al duelo.
Encuentro que antes de esa época, en las asambleas generales de Carlomagno, la nación representó al emperador que era difícil con tales procedimientos que no incurrieran en perjurio el acusador o el acusado, por lo cual era mejor restablecer el combate judicial
[96]
; Y así se hizo.
Entre los Borgoñones se extendió el uso del duelo judicial y se limitó el del juramento. Siendo Teodorico rey de Italia, abolió el combate singular entre los Ostrogodos
[97]
; las leyes de Chindasvinto y Recesvinto parece que pretendían no dejar de él ni memoria. Pero estas leyes tuvieron tan poca aceptación en la Galia Narbonense, que allí se consideró el combate singular como una prerrogativa de los Godos
[98]
.
Los Lombardos, conquistadores de Italia después de vencidos los Ostrogodos por los Griegos, introdujeron allí el uso del combate, pero las primeras leyes que dictaron ya lo restringían
[99]
. Carlomagno
[100]
, Ludovico Pío y los Otones, dieron diversas constituciones generales que aparecen insertas en las leyes de los Lombardos y se adicionan a
las leyes Sálicas
, las cuales aplicaron el duelo primeramente a los asuntos criminales y después lo extendieron a los negocios civiles. No se sabía qué hacer. La prueba negativa de jurar ofrecía inconvenientes; la del duelo también los tenía; y por eso todo era mudanzas.
Por un lado, se complacían los clérigos en que para todos los negocios seculares se recurriera a ellos
[101]
; y por otro lado, la orgullosa nobleza quería sostener su preeminencia con la espada.
No digo que el clero hubiese introducido el uso de que se quejaba la nobleza, pues en realidad tenía su origen en el espíritu de las leyes de los bárbaros y en la adopción de las pruebas negativas. Pero tratándose de un procedimiento que podía traer la impunidad de tantos criminales, se pensó que convendría servirse de la santidad del templo que asustaría a los culpables y a los perjuros, de donde provino que los eclesiásticos defendieran este uso, aunque ellos eran opuestos a las pruebas negativas. Dice Beaumanoir
[102]
que estas pruebas no se admitieron nunca en los tribunales eclesiásticos, lo que sin duda contribuyó a su descrédito y a debilitar las disposiciones legales de los bárbaros acerca de este punto.
Así se comprende bien la relación que existía entre el uso de las pruebas negativas y la práctica del duelo. Uno y otro fueron admitidos por los tribunales laicos y rechazados por los tribunales eclesiásticos.
En la elección de la prueba del combate se amoldaba la nación a su genio guerrero; porque al mismo tiempo que se establecía el duelo como un juicio de Dios, se abolían otras pruebas que como juicios de Dios se habían mirado también, tales como la prueba de la cruz; la del agua fría y la del agua hirviendo.
Carlomagno ordenó que si entre sus hijos se suscitaba alguna diferencia, se acudiera para solventarla al juicio de la cruz. Ludovico Pío limitó este juicio a los negocios eclesiásticos, y su hijo Lotario lo abolió en absoluto, como suprimió también la prueba del agua fría
[103]
.
No es de creer que en aquel tiempo, cuando eran tan pocos los usos aceptados universalmente, fuera efectiva desde luego aquella abolición; probablemente continuarían en algunas iglesias las pruebas abolidas, pues las menciona un privilegio de Felipe Augusto
[104]
; pero sería, de todas suertes, un hecho excepcional. Beaumanoir, que alcanzó los tiempos de San Luis y posteriores, hablando de los distintos géneros de pruebas, cita la del duelo judicial y no menciona siquiera ninguna de las otras
[105]
.
Ya he dicho las razones por las cuales perdieron su autoridad
las leyes sálicas
, las leyes romanas y las capitulares; añadiré que la causa principal de su descrédito fue la gran extensión de la prueba del combate.
Las leyes sálicas
, que no admitían este uso, llegaron a ser inútiles y dejaron de aplicarse; lo mismo sucedió con las leyes romanas, que estaban en igual caso. Ya no se pensó más que en formar la ley del duelo judicial y en crear una jurisprudencia. Las disposiciones de las capitulares también se hicieron inútiles. Así perdieron autoridad todas las leyes, sin que sea fácil precisar en qué momento; fueron relegándose al olvido antes de ser sustituídas por otras.
Semejante nación no necesitaba tener leyes escritas; y las que tenía eran olvidadas fácilmente.
A la menor discusión entre dos partes se decretaba el duelo. Para esto no era necesario saber mucho: todas las acciones civiles y criminales se reducían a hechos que eran, por decirlo así, el motivo del combate y no sólo se resolvía de esta manera el fondo de la cuestión, sino todos los incidentes e interlocutorios, como dice Beaumanoir
[106]
, quien cita ejemplos.
Paréceme que al comienzo de la tercera dinastía la jurisprudencia estaba reducida a procedimientos; el pundonor lo gobernaba todo. Si el Juez era desobedecido, lo tomaba a ofensa personal y desafiaba al ofensor. En Bourges le decía el preboste al que no acudía a su citación
[107]
:
Te he llamado y no has comparecido; me darás satisfacción del agravio
; y se batían. Luis
el Craso
reformó este uso
[108]
.
En Orleáns se recurría al combate judicial en todos los casos de reclamación de deudas
[109]
. Luis
el Mozo
declaró que esta costumbre no se aplicaría cuando la demanda no pasara de cinco sueldos. Esta ordenanza era una ley local, porque en tiempo de San Luis bastaba que la reclamación pasara de doce dineros
[110]
: Beaumanoir había oído decir a un señor de vasallos que, anteriormente, existió en Francia el abuso de poder alquilar un campeón para que se batiera por el interesado
[111]
. Por esto solo se comprende que el uso der combate judicial había alcanzado una extensión prodigiosa.
No faltan enigmas en los códigos de leyes de los bárbaros.
La ley de los Frisones
concede medio sueldo de composición al que ha sido apaleado
[112]
; por la herida más leve se pagaba más. Con arreglo a
la ley Sálica
, el ingenuo que pegaba a otro tres bastonazos había de pagar tres sueldos; si le hacía sangre, se le castigaba como si le hubiese herido con un arma y pagaba quince sueldos: la pena se proporcionaba al tamaño de la herida.
La ley de los Lombardos
establece una escala de composiciones según el número de golpes
[113]
. Hoy, un palo equivale a mil.
La constitución de Carlomagno, inclusa en
la ley de los Lombardos
, dice que los autorizados por la misma ley para batirse en duelo deben hacerlo con un palo
[114]
. Tal vez se dispuso esto por agradar al clero; quizá para que, ya que tanto se extendía el uso del combate, resultara lo menos cruento posible. En la capitular de Ludovico Pío
[115]
se reconoce el derecho de batirse con el palo o con las armas. Desde entonces no se batieron a palos más que los siervos
[116]
.
Veo ya nacer y formarse los artículos particulares de nuestro pundonor. Empezaba el acusador por declarar ante el juez que tal individuo había cometido tal acción; el individuo afirmaba que el acusador mentía
[117]
; el juez, en el acto, decretaba el duelo. Así quedó establecida la máxima de que, si se recibe un mentís, hay que batirse.
Cuando un hombre declaraba que combatiría, ya no podía retractarse; y en caso de hacerlo era condenado a cierta pena.
De aquí proviene la regla de que, si el hombre ha empeñado su palabra, el honor no le permite retirarla.
Se batían los caballeros a caballo y con armas; los villanos a pie y con palo. De esto resultó que el palo fuera tenido por instrumento afrentoso, pues el hombre a quien se apaleaba quedaba al nivel de los villanos por haber sido tratado como ellos.
Solamente los villanos se batían con la cara descubierta; por eso eran los únicos que podían recibir golpes en la cara. Un bofetón era una injuria que debía lavarse con sangre, pues se había tratado como a un villano al que lo recibía.
Los pueblos germanos no eran menos sensibles al pundonor; y acaso lo eran más. Tanto lo eran, que hasta los parientes más lejanos tomaban parte activa en las injurias, y esto fue el fundamento de sus códigos.
La ley de los Lombardos
quiere que cuando alguno, acompañado por sus servidores, asesta un golpe a otro que está descuidado, sin más objeto que ponerlo en ridículo, pague la mitad de la composición que pagaría si le hubiera dado muerte; y que si lo ata, le entregue las tres cuartas partes de la misma composición.
Digamos, pues, que nuestros padres sentían vivamente los insultos; pero no distinguían los de una especie particular, como recibir los golpes con determinado instrumento, en cierta parte del cuerpo y dados de cierto modo. Todos los casos particulares se hallaban incluídos en la afrenta de ser apaleado, midiéndose la magnitud del ultraje por la del atropello.
Entre los Germanos
, dice Tácito
[118]
,
se tenía por gran infamia el haber perdido el escudo en el combate; y muchos, después de esta desgracia, tanta vergüenza sentían que se daban la muerte
. Así, la antigua
ley Sálica
otorgaba quince sueldos de composición al hombre a quien, para ofenderle, se le acusaba de haber abandonado el escudo
[119]
.
Carlomagno, al reformar
la ley Sálica
, redujo la composición en este caso a tres sueldos. Como no puede creerse que quisiera aflojar la disciplina militar, el cambio que introdujo debemos pensar que obedeció al cambio que se operó en las armas. Las mudanzas de armamento crearon nuevos usos.
Nuestras relaciones con las mujeres están fundadas en la sensualidad, en el gusto de amarlas y ser amados y en el deseo de agradarles, porque ellas son los mejores jueces en algunas de las cosas que constituyen el mérito personal. Este deseo general de agradar produce la galantería, que no es el amor, sino la delicada, la ligera, la perpetua ilusión del amor.
Según las diferentes circunstancias de cada nación y de cada siglo, el amor propende más a una de las cosas indicadas que a las otras dos. Pues bien, en la época de los duelos, digo que predominaba la galantería.
Encuentro en
la ley de los Lombardos
, que si uno de los campeones llevaba consigo hierbas propias para los hechizos, el juez disponía que las tirase y le obligaba a jurar que no guardaba otras. Esta ley no podía fundarse más que en la opinión común; el miedo, que ha inventado tantas cosas, fue causa de que se imaginaran estas especies de prodigios. Como los hombres iban al combate con recias armaduras y las armas de cierto temple daban gran ventaja al que las esgrimía, se creyó que estaban encantadas las armas de algunos campeones, lo que hizo delirar a mucha gente.
De aquí nació el sistema maravilloso de la caballería. Todos los espíritus se imbuyeron en estas ideas. En los romances figuraban paladines, hadas, nigromantes, caballos alados e inteligentes, hombres invulnerables o invisibles, mágicos que presidían el nacimiento y la educación de personajes ilustres, palacios encantados y desencantados: un mundo nuevo dentro de nuestro mundo, quedando el curso normal de la naturaleza y de la vida para los hombres vulgares.
Paladines siempre armados recorrían un mundo lleno de castillos, de palacios y de bandoleros, cifrando su honor y su ventura en amparar al débil y castigar la injusticia. De esto vino el que en nuestros romances y novelas descuelle tanto la idea del galanteo, fundada en la del amor y unida al sentimiento de la fuerza protectora de la debilidad.
De esta manera nació la galantería, cuando la imaginación forjó los hombres extraordinarios que arrostraban peligros y consagraban toda su existencia a defender la hermosura, la inocencia y la virtud perseguida.
Nuestros libros de caballería fomentaron este afán de gloria y comunicaron a una parte de Europa ese espíritu caballeresco de que los antiguos, así puede afirmarse, apenas tenían idea.
El pasmoso lujo de la gran ciudad de Roma excitó el deseo de los placeres sensuales; el apacible sosiego de los campos de Grecia incitó a describir los sentimientos del amor
[120]
; la idea de los paladines que protegían la belleza, la virtud y la debilidad de las mujeres, llevó naturalmente a la galantería.
Este espíritu se perpetuó con los torneos, que uniendo los derechos del valor y del amor enaltecieron la galantería y acrecentaron su importancia.
Tal vez se tenga la curiosidad de ver reducida a principios la monstruosa práctica del duelo judicial y de conocer el conjunto de tan singular jurisprudencia. Los hombres, con razón después de todo, reducen a reglas hasta sus preocupaciones. Difícilmente habrá nada más contrario al buen sentido que la prueba del duelo; pero, concedido esto, es indudable que se estableció con cierta prudencia.