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Authors: László Passuth

Tags: #Histórico

El dios de la lluvia llora sobre Méjico (19 page)

BOOK: El dios de la lluvia llora sobre Méjico
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—Tu padre, ¿era un esclavo?

—Mi padre se llamaba "Puerta Florida" y era un gran jefe de Painala; más grande todavía que aquel que tú abrazaste en Tabasco. Mi padre tiene criados y sus criados también criados. Cortés miró a Aguilar.

—¿Miente la muchacha?

—Señor, no miente. Yo sé hacer de intérprete y miro sus ojos. Los caminos del Señor son inescrutables.

Levantóse Marina e hizo una seña a Aguilar de que quería hablar.

—Di al gran jefe que ha terminado mi silencio. Malinalli, a quien habéis puesto el nombre de Marina al bautizarla, ya no callará por más tiempo. Dile que mi padre me ha vendido a la esclavitud para salvarme.

—¿Cómo puede ser que un jefe venda a su hija para salvarla?

—Vinieron… cuando celebraba ya mi primera fiesta y me llevaban ya entre las muchachas crecidas a las ceremonias de nuestra diosa, de la que yo no logro acordarme. Fue entonces, como empecé diciendo, cuando llegaron los recaudadores de contribuciones. Pidieron además muchachas que no hubieran pertenecido a ningún hombre todavía y muchachos que no hubieran tomado parte en ninguna batalla. Allí éramos muy pocos jóvenes y yo debía ser entregada para el sacrificio. ¿Sabéis vosotros lo que ha de experimentar un padre cuando ve que arrastran a su hijo a la piedra roja de los sacrificios para unirse a una divinidad extranjera? Hubiese tenido que partir… muy lejos… hacia Méjico.

—¿Méjico?

—Sí; allí está el centro del mundo creado. Allí es donde el terrible soberano hace sus sacrificios a los dioses.

—¿Se trata de un país o de una ciudad?

—Se trata del centro del mundo; no sé decir más. Esto es lo que me dijo mi padre y es todo lo que yo sé. Todos los países y todas las ciudades pertenecen a aquel gran monarca que aplaca la ira de sus dioses con sacrificios.

—Así no llegamos a entendernos, Aguilar. Que nos cuente su historia.

—Mi padre trajo la hija muerta de nuestro criado a mi habitación y la cubrió de flores blancas. La muerta tenía que pasar por mí; tenía que ser Malinalli. El criado hizo un fardo con mis vestidos. Mi padre entonces volvió rápidamente al Consejo. Los extranjeros le pidieron que entregara su víctima. El dijo que sí, que siempre habían seguido todas las órdenes, y condujo a aquellos hombres a su casa ante la muerta. A mí, entretanto, el criado me condujo hasta donde estaban los mercaderes. Me vendió allí y dijo que en el término de un año, antes de que volvieran todos los dioses en los grandes libros, retornaría él para rescatarme.

—¿Te quería rescatar tu padre?

—Mi padre sabía lo que hacía, pues era sabio. Y así el criado me aconsejó estar contenta, pues mi padre me había salvado la vida. Cuando el peligro haya pasado, me decía, y yo sea rescatada, habré crecido ya y volveré allí como una pariente huérfana que llega de lejos y volveré a vivir en la casa de mi padre, en Painala. Y nunca sabrá nadie que yo era Malinalli, que se tenía por muerta y enterrada.

—¿Por qué no te rescató tu padre?

—El mercader no me vendió hasta que el Sol hubo pasado por su camino y hubieron transcurrido dos fiestas de la Luna Esperaba. Entonces otro mercader le trajo la noticia de que "Puerta Florida" había marchado a la morada de sus antepasados. ¿En qué mundo vive ahora, entre los guerreros muertos en batalla o entre los que fueron traidoramente asesinados, o en el mundo negro y solitario, en el tercero, entre los que están dormidos sobre crujiente paja? Eso no lo sé yo ahora. Sólo sé que "Puerta Florida" no vive ya en nuestro mundo y por eso no fui rescatada.

—Y tu madre, tus hermanos… ¿no te han ayudado?

—Mi madre se separó de mí al venir yo a este mundo; está arriba rodeada de resplandor, envuelta en un manto de plumas de quetzal. Habita entre guerreros y héroes, pues ella también libró la batalla de las mujeres. La esposa de mi padre no era mi madre. Murió "Puerta Florida" y entonces se cerraron sus oídos y se apagó su corazón. Malinalli no existe ya; el rescate se perdió para siempre.

—¿Cómo llegaste a Tabasco?

—El mercader dijo que no podía esperar ya más tiempo. Lloró por mí; me llevó consigo en su viaje y me ofreció a los caciques, que no me quisieron admitir como criada ni como víctima de baja condición. Y así llegué a Tabasco.

—Todas las criadas ¿son sacrificadas?

—A todas nos alcanza tal suerte. Lo sabemos, y por eso mojamos de lágrimas nuestros vestidos. Ninguna de nosotras sabe cuándo eso se realizará. Por tal motivo se nos trata benévolamente y se nos perdonan nuestras faltas, pues todas hemos de subir un día la escalinata del altar, rodeadas de muchachas que bailan con guirnaldas de flores. Cuando estamos al pie del altar, el amo nos besa y nos declara libres; somos libres sólo unos pocos minutos…

—¿Por qué no fuiste tú sacrificada… a pesar de haber vivido cuatro años entre los caciques?

—Vivía allí una muchachita que me amaba y que nunca me soltaba de la mano. Esa pequeña me llevó a la casa de su abuela, que vivía en un país distante. Me abrazó, me hizo regalos y entonces pude saber yo que no la volvería a ver. Cuando llegase la fiesta de la diosa nos tocaba la vez a nosotras.

—¿Cuándo había de ser la fiesta?

—Quince días después del día en que vosotros llegasteis. En aquel tiempo nos dieron miel y comidas escogidas, se nos pusieron bálsamos olorosos en el cuerpo y en las mejillas; todos estaban amables, no se nos regañaba nunca y accedían a nuestros deseos, pues, ante la proximidad del sacrificio, tenemos ya las muchachas en nosotras mismas algo de la diosa con la que hemos de unirnos al cabo de algunas noches. Sucedió entonces que oímos cosas extrañas. Unos espíritus blancos con barbas llegaban en embarcaciones. Oímos por primera vez el trueno que salía de sus manos y el fuego que brotaba. Estaban coléricos porque la gente de Tabasco les había hecho daño.

—¿Dónde estabas tú entonces?

—Nos llevaron a unas grutas; éramos mujeres y niños. Nosotras cuidábamos de los pequeños. Las destinadas a la muerte debíamos cocer el pan, llevar el agua. Por la noche vimos grandes llamaradas y entonces las mujeres comenzaron a dar lamentos y se tiraban de los cabellos, lloraban por sus hombres e injuriaban a los sacerdotes, que, sin duda, no habían rezado bien y no habían logrado interpretar bien los mandatos de los dioses.

—Después de la batalla, ¿ofrecieron sacrificios según su horrible rito?

—Sólo uno: ofrecieron en sacrificio al criado que se había pasado a los tabascanos y que conocía vuestra lengua y vuestras costumbres. Ese era quien había lanzado a los indios contra vosotros; y como no había dicho la verdad, fue juzgado y… subió la escalera del altar para aplacar el enojo de los dioses.

—Y ¿qué sucedió con vosotras?

—El cacique ordenó que todas las muchachas que se habían preparado para el sacrificio, fueran llevadas al jefe de las caras pálidas para que éste hiciera con ellas lo que su poderoso dios le indicara.

—¿Estabais temerosas?

—Nuestros amos nos infundieron ánimos. Moriríamos, en todo caso, por nuestro pueblo y alcanzaríamos las regiones de la bienaventuranza. Querían que marchásemos hacia vosotros cantando y riendo y no con quejas y llantos.

—¿No estás contenta de haber conocido al verdadero Dios y no haber seguido permaneciendo en el error?

—Vosotros sois hombres igual que los nuestros; pero más fuertes y más poderosos. Y me protegéis.

—¿Quién quería hacerte daño?

—El dios extranjero, del que mi padre me libró. Yo me acojo a vuestra protección y a la de la Mujer Blanca para que no permita que los dioses me arranquen de vosotros, porque Ella tiene aversión a la sangre y el Niño que descansa en su regazo tiene también repugnancia a que se derrame sangre.

—Hablas bien, muchacha. Ten confianza en nosotros. Te protegeremos contra todos si nos eres fiel y nos sirves. Callaron los tres. Marina alzó la cabeza.

—Señor, ¿no puedo yo aprender vuestro lenguaje para poder entender vuestros pensamientos? ¿Es acaso un idioma el vuestro sólo para ser entendido por los dioses?

—No somos dioses, Marina. Aprende el español. Te lo agradeceremos.

..Para mí será una felicidad, señor, poderte dar las gracias en vuestra propia lengua.

Se levantaron. Cortés siguió a la muchacha con la mirada:

—Espera un momento…

Fue al arca y la abrió. En una pequeña cajita guardaba algunos peines con incrustaciones de perlas. En Sevilla los habían hecho para princesas exóticas. Se aproximó a Marina y metió uno de aquellos peines en sus cabellos negros y tupidos; con su mano los rozó suavemente. Marina inclinóse y, como había visto hacían los pajes, besó la mano de Cortés que asomaba entre finísimos encajes.

7

El aire iba cargado de arena; miríadas de mosquitos formaban nubes en las charcas bajas que en la costa dejaba el mar en el reflujo. Aquí se levantó el campamento. Y al siguiente día reinaba en él febril agitación. Los indígenas regateaban riendo, sacudían los cascabeles para hacerlos sonar, miraban a través de pedazos de cristal; desataban sus pañuelos y de éstos sacaban pepitas de oro, piedras verdes o rojas, y cuando el soldado las cogía, señalaban su casco o su espada.

Así continuaron las transacciones hasta el mediodía. Más tarde vinieron enviados y anunciaron que el gran jefe Teuhtitle quería cuidar de sus amigos de mejillas pálidas y que al siguiente día, después de la salida del sol, vendría en persona para vigilar que nada les faltase.

Era la víspera de la Pascua de Resurrección; guardaban todos el ayuno comiendo sólo pan de maíz. Cuando terminaron de fortificar su campamento, Cristo había ya resucitado. Trajeron antorchas de pez, se descubrieron todos y organizaron la procesión de Pascua. Sobre las dunas, Cortés fijó el gran cirio pascual, tomó él mismo la marmita y sirvió la comida a sus soldados, como era costumbre piadosa.

Después todos callaron y los capitanes invitaron a los empleados de la Corona a que procedieran a la repartición.

—De Tabasco se nos enviaron veinte muchachas. Un quinto de su número pertenece al capitán general; eso hace cuatro muchachas; otras cuatro quedan para la Corona y el resto debe ser repartido entre los capitanes y el ejército.

—¿Quién fijará el precio de una muchacha para que sea repartida?

—Se las debería subastar…

—Ofrezco veinte ducados por cada…

—Señores; como jefe, reclamo solamente una; aquella a quien el Espíritu Santo soltó la lengua; la que tiene el nombre de Marina. ¿Hay alguno que tenga algo que objetar? Alvarado sonrió:

—Vuestra merced no elige ciertamente con los ojos cerrados…

Los capitanes rieron también y con ello cedió la tensión del regateo. El notario trasladó al papel la decisión del Consejo de Guerra. Los coroneles podían hacer su elección entre las muchachas y los que no quisieran ninguna recibirían su importe en dinero. Ordaz y Olid renunciaron; no deseaban tener botín de mujeres.

Sandoval alzó los ojos al cielo:

—¿Qué dirá de esto el padre Olmedo?

—Mejor es que las muchachas pertenezcan a un hombre a dejarlas como caza libre, para todos, es decir, mujeres públicas.

Aguilar reunió a las indias y les comunicó la decisión a su manera.

—Seguid y obedeced al señor que os pondrá la mano sobre el hombro. Aunque os sea difícil hacerlo, debéis tener paciencia, y si no le podéis ya aguantar más, os ayudará el bondadoso padre… Cortés tomó la palabra.

—El Señor nos ha enseñado a los españoles nuestros derechos y los deberes correspondientes. No olvide ninguno que en el día del Juicio Final cada uno deberá responder del alma de esas muchachas. Vinieron a nosotros como regalo, no como esclavas. También fue voluntad de Dios eso de que vinieran a nosotros. Por eso declaro que todas quedan bajo mi protección y aquel que las arrastre a los vicios no sería digno de seguir teniéndola.

Inmediatamente dejóse oír la voz baja y triste de Olmedo:

—Nuestro Señor acaba de resucitar y vosotros os repartís ya a esas inocentes, como aquellos que se repartieron la túnica de Cristo, echando suertes. Soy demasiado débil para dominaros. Impugno esa afirmación de que sea un mal menor que una muchacha tenga un solo amo y no esté al alcance de la soldadesca. Eso es vuestra moral de soldados. Pero yo os digo con las Escrituras: "Nadie codicie a una mujer ajena." ¿Podéis creer tal vez que se puede pecar tranquilamente con una india y que la lujuria pesa menos en la balanza si se desahoga con una mujer de piel cobriza?

No desearía yo que se realizara mi predicción; pero os digo que esas muchachas traerán maldición y perdición contra vosotros y serán motivo de discordias.

El notario real pidió la palabra:

—El padre Olmedo dirige su punto de vista hacia algo que se ha de comprobar igualmente en su aspecto legal. Las esclavas, en el modo que lo acepta nuestra Santa Iglesia, son libres en su persona y pueden disponer libremente de su suerte. De todas formas, nuestro caso no está especialmente previsto en nuestras leyes… Aquí se trata de que un jefe de tribu india, pagano de religión, en uso de sus leyes propias, nos ha regalado algunas esclavas y tal regalo es legal desde el punto de vista de las leyes o usos de Tabasco… Pero para evitar posibles pleitos, suplicamos a fray Aguilar transmita a las muchachas nuestras palabras.

Lares, el contador, interrumpió:

—¿No está equivocado, por ventura, vuestra merced? Las esclavas son menores de edad y según las Instituciones no es posible que puedan disponer de su persona. Ahora bien; ¿quién dispone de menores de edad cuando sus padres no pueden hacerlo? Propiamente hablando sólo pueden hacerlo sus señores… Pero si éstos disponen de ellas, no se necesita aquí ninguna acta especial. Cortés escuchó algún tiempo tales sutilezas. Recordó solamente las acaloradas polémicas sobre puntos de derecho que había ya sostenido con don Gaspar.

—Los señores cortan un cabello en el aire…; pero Dios nos ha dado a los españoles la razón, la inteligencia, para que podamos combatir a un tiempo con la espada y con la cabeza. Dijo entonces el monje que la palabra era como un pájaro que una vez ha volado no puede ser recogido.

—Vuestros padres —dijo— han plasmado en imágenes el pensamiento que vuela. Los españoles fijan la voz por medio de signos; eso es la escritura. Cada hombre tiene su nombre y este nombre puede también ser escrito. Si así lo hace, todo lo que haya escrito por encima de tal nombre es conforme a su voluntad. Como vosotras no sabéis escribir, yo trazaré vuestros nombres sobre esta hoja. ¿Me entendéis?

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