El Día Del Juicio Mortal (12 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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—En absoluto —replicó Eric. En realidad, no creo que aquello tuviese ningún significado — . Todos formamos parte de tu dominio, mi señor. —Si su voz hubiese sido la colada, habría dado latigazos al aire de lo seca que era.

Nos levantamos, más o menos a la vez, e inclinamos la cabeza hacia Victor. Este agitó una mano desdeñosa y se estiró para besar a Mindy Simpson. Mark se arrimó más al otro lado del vampiro para acariciarle el hombro con la nariz. Pam se dirigió hacia Miriam Earnest y la rodeó con un brazo para ayudarla a levantarse. Una vez de pie y apoyándose en Pam, Miriam se concentró para conseguir llegar hasta la puerta. Puede que su mente estuviese empañada, pero sus ojos eran como gritos.

Abandonamos el local envueltos en un torvo silencio (al menos en cuanto a nuestra conversación; por los altavoces sonaba
Never let up
), escoltados por Luis y Antonio. Los hermanos pasaron junto a la robusta Ana Lyudmila para seguirnos hasta el aparcamiento, cosa que me sorprendió.

Tras rebasar la primera fila de coches, Eric se giró para encararlos. No era casualidad que un Escalade bloquease la vista entre Ana Lyudmila y nuestro pequeño grupo.

—¿Tenéis alguna cosa que decirme, vosotros dos? —preguntó con mucha suavidad. Como si de repente comprendiese que estaba fuera del Beso del Vampiro, Miriam boqueó y se echó a llorar. Pam la cogió en brazos.

—No fue idea nuestra, sheriff —dijo Antonio, el más bajo de los dos. Sus abdominales embadurnados en aceite destellaron bajo las luces del aparcamiento.

—Somos leales a Felipe, nuestro verdadero rey —continuó Luis —, pero Victor no es una persona fácil de satisfacer. Fue un castigo para nosotros la noche que nos asignaron venir a Luisiana para servirle. Ahora que Bruno y Corinna han desaparecido, todavía no ha encontrado a nadie que los sustituya. No hay ningún lugarteniente con fuerza. No para de viajar, intentando mantener bajo vigilancia cada rincón de Luisiana —prosiguió Luis, sacudiendo la cabeza—. Abarcamos más terreno del que podemos controlar. Tiene que asentarse en Nueva Orleans, reconstruir la estructura vampírica local. No tenemos por qué ir por ahí con unos trapos de cuero que apenas nos tapan el trasero, drenando los ingresos de tu club. Reducir a la mitad los ingresos no es una política económica saludable, y los costes de inversión fueron muy altos.

—Si lo que queréis es que declare una traición abierta a mi nuevo señor, os habéis equivocado de vampiro —señaló Eric, y yo intenté impedir abrir la boca como una tonta. Pensé que había vuelto la Navidad en pleno junio cuando Luis y Antonio revelaron su descontento, pero estaba claro que no había sido lo suficientemente malpensada una vez más.

—Los shorts de cuero son atractivos comparados con la mierda sintética que yo tengo que ponerme —dijo Pam. Sostenía a Miriam, pero no la miró para referirse a ella, como si deseara que todos nos olvidásemos de que la chica estaba allí. La queja sobre su indumentaria no era injustificada, pero sí irrelevante. Pam se sentía inútil si no estaba trabajando. Antonio le lanzó una mirada de asqueada desilusión.

—Esperábamos que fueses mucho más fiera —murmuró. Miró a Eric—. Y de ti que fueses más audaz. —Él y Luis se volvieron y regresaron al club.

Después de aquello, Pam y Eric empezaron a moverse con rapidez, como si tuviésemos un plazo para abandonar la propiedad.

Pam cogió en volandas a Miriam y la llevó al coche de Eric. Éste abrió la puerta de atrás para que deslizara a su novia en el asiento y luego ocupara la plaza de al lado. Al parecer, las prisas eran la tónica de la noche, así que me subí al asiento del copiloto y me abroché el cinturón en silencio. Miré hacia atrás y vi que Miriam se había desmayado en cuanto se sintió a salvo.

Cuando abandonamos el aparcamiento, Pam empezó a reír disimuladamente mientras Eric esbozaba una amplia sonrisa. Estaba demasiado desconcertada para preguntarles qué era tan divertido.

—Es que Victor no se puede contener —dijo Pam—. Mira que montar un numerito con mi pobre Miriam.

—¡Y luego la inestimable oferta de los gemelos de los shorts de cuero!

—¿Viste la cara de Antonio? —preguntó Pam—. ¡En serio, no recuerdo habérmelo pasado tan bien desde esa vez que le enseñé los colmillos a esa vieja que se quejaba del color con el que había pintado mi casa!

—Eso les dará algo en lo que pensar. —Rió Eric. Me miró con los colmillos extendidos — . Ha sido un gran momento. No puedo creer que pensara que picaríamos con eso.

—¿Y si Antonio y Luis eran sinceros? —pregunté—. ¿Y si Victor ha tomado la sangre de Miriam o la ha convertido él mismo? —Me revolví en el asiento para mirar a Pam.

Me observaba casi con lástima, como si yo fuese una romántica desesperada.

—Eso es imposible —dijo—. Estaba en un lugar público, ella tiene muchos familiares humanos y sabe que lo mataría si lo hiciese.

—No si murieses tú antes —afirmé. Eric y Pam no parecían compartir mi respeto por las tácticas letales de Victor. Casi parecían locamente arrogantes—. ¿Y cómo estáis tan seguros de que Luis y Antonio os estaban tendiendo una trampa sólo para ver cómo reaccionabais?

—Si iban en serio con lo que decían, volveremos a saber de ellos —zanjó Eric—. Si lo han intentado con Felipe y éste los ha rechazado, no les quedará otro recurso.

Y sospecho que eso es lo que ha pasado. Dime, amor mío, ¿qué pasaba con las bebidas?

—Lo que pasaba es que había rebañado el interior de los vasos con sangre de hada —expliqué — . El camarero humano, el tipo de los ojos grises, me dio la pista.

De repente, sus sonrisas desaparecieron como si alguien hubiese pulsado un interruptor. Tuve un instante de desagradable satisfacción.

La sangre pura de hada es tóxica para los vampiros. No había forma de saber qué habrían hecho Pam y Eric si hubiesen bebido de esos vasos. Y lo hubiesen hecho de un trago, ya que el olor es tan arrebatador como la propia sustancia.

En cuanto a intentos de envenenamiento, ése era de los sutiles.

—No creo que esa cantidad hubiese provocado que actuásemos de modo incontrolado —dijo Pam, pero no parecía muy confiada.

Eric arqueó sus cejas rubias.

—Fue un experimento cauteloso —comentó, pensativo—. Podríamos haber atacado a cualquiera en el club, o podríamos haberla emprendido con Sookie por su interesante aroma feérico. Podríamos haber cometido una estupidez en público, en todo caso. Nos podrían haber arrestado. Detenernos fue una jugada excelente, Sookie.

—Sirvo para algunas cosas —respondí, borrando el acceso de miedo que me provocaba la idea de que Eric y Pam se lanzasen sobre mí presas de un frenesí feérico.

—Y tú eres la mujer de Eric —observó Pam en voz baja.

Eric la atravesó con la mirada desde el espejo retrovisor.

El manto de silencio que nos envolvió en ese momento era tan denso que podría haberse cortado con un cuchillo. Esa pelea secreta entre Pam y Eric empezaba a ser molesta y frustrante, y eso por decir algo.

—¿Hay algo que deba saber? —pregunté, temiendo la respuesta. Pero cualquier cosa era mejor que la ignorancia.

—Eric ha recibido una carta… —empezó a contar Pam antes de que pudiera asimilar que Eric se había movido para darse la vuelta como un rayo, extender el brazo y agarrarla del cuello. Dado que aún estábamos en marcha y él conducía, mi horror fue mayúsculo.

—¡Mira al frente, Eric! No empecéis de nuevo con las peleas —dije—. ¡Tengo que saberlo!

Eric aún agarraba a Pam con la mano derecha; una presa que habría acabado con ella si aún fuese humana. Manejaba el volante con la izquierda y llevó el coche hasta la cuneta antes de detenerlo. No había tráfico de frente ni luz alguna a nuestras espaldas. No sabía si ese aislamiento me parecía algo bueno o malo. Eric volvió a mirar a su vampira convertida y sus ojos estaban tan encendidos que prácticamente lanzaban chispas.

—No hables, Pam. Es una orden. Sookie, déjalo estar.

Podría haber dicho muchas cosas. Como por ejemplo: «No soy tu vasalla y diré lo que me venga en gana», o «Que te jodan, quiero salir de aquí», y llamar a Jason para que me recogiese.

Pero me quedé callada.

Me avergüenza admitir que en ese momento sentí auténtico miedo de Eric, un vampiro tan desesperado como determinado a atacar a su mejor amiga porque no quería que yo supiese… algo. A través del vínculo que tenía con él recibí una amalgama de emociones negativas: miedo, ira, sombría determinación, frustración.

—Llévame a casa —dije.

En un escalofriante susurro, Miriam susurró:

—Llevadme a casa…

Tras un largo instante, Eric soltó a Pam, que se colapso en el asiento trasero como un saco de patatas. Se fundió con Miriam en un abrazo protector. Envueltos en un gélido silencio, Eric me llevó de vuelta a casa. No hubo mayor mención del sexo que supuestamente teníamos programado después de la «diversión» de la noche. Dadas las circunstancias, habría preferido practicarlo con Luis y Antonio. O con Pam. Me despedí de ella y de Miriam, salí y me encaminé hacia mi casa sin mirar atrás.

Supongo que Eric, Pam y Miriam volvieron a casa juntos, y que en algún momento Eric permitió que Pam volviese a hablar, pero es algo que no sé.

No pude dormir después de lavarme la cara y colgar el precioso vestido. Albergué la esperanza de poder volver a ponérmelo para una ocasión futura más alegre. Estaba demasiado guapa para sentirme tan desdichada. Me preguntaba si Eric habría actuado esa noche con tanta sangre fría si hubiese sido yo a quien Victor hubiera atrapado, drogado y colocado en esa bancada para exhibirme al mundo entero.

Y había otra cosa que me quitaba el sueño. Esto es lo que le habría preguntado si a Eric no le hubiera dado por jugar a los dictadores: «¿De dónde ha sacado Víctor la sangre de hada?».

Eso es lo que le habría preguntado.

Capítulo
4

Al día siguiente me levanté bastante triste en general, pero me alegré al comprobar que Claude y Dermot habían vuelto a casa la noche anterior. Las pruebas eran evidentes. La camiseta de Claude estaba tirada sobre el respaldo de una de las sillas de la cocina y los zapatos de Dermot estaban a los pies de la escalera. Además, después de mi ducha y el primer café, saliendo de mi habitación con mis shorts y mi camiseta verde, ambos me estaban esperando en el salón.

—Buenos días, chicos —saludé. Incluso a mis propios oídos mis palabras no me parecieron excesivamente alegres—. ¿Os acordabais que hoy venían los de la tienda de antigüedades? Deberían estar aquí dentro de una o dos horas.

Me situé para mantener la charla que teníamos pendiente.

—Bien, entonces esta habitación dejará de parecer una tienda de desperdicios —dijo Claude con su habitual encanto.

Me limité a asentir. Por lo visto, hoy tocaba Claude el Detestable, en vez del menos habitual Claude el Tolerable.

—Te habíamos prometido una conversación —intervino Dermot.

—Y vais y no aparecéis en casa anoche. —Apoyé la espalda en la vieja mecedora rescatada del desván. No me sentía especialmente preparada para una conversación de esa índole, pero estaba ansiosa por obtener algunas respuestas.

—Han pasado algunas cosas en el club —se excusó Claude evasivamente.

—Oh, oh, deja que lo adivine. Ha desaparecido una de las hadas.

Eso les hizo envararse en el asiento.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —Dermot fue el primero en recuperar el habla.

—Lo tiene Víctor. O la tiene —añadí, y les relaté la historia de la noche anterior.

—No bastaba con tener que resolver los problemas de nuestra propia raza —se quejó Claude —, sino que ahora nos meten también en las jodidas luchas políticas de los vampiros.

—No —dije, sintiendo que la conversación se me hacía cada vez más cuesta arriba—. No os han arrastrado a esas luchas como grupo. Han raptado a uno de los vuestros para algo específico. Es un escenario completamente distinto. Dejad que os diga que el hada raptada fue sangrada, porque eso era lo que necesitaban los vampiros: su sangre. No digo que vuestro camarada desaparecido haya muerto, pero ya sabéis cómo pierden el control los vampiros cuando hay un hada cerca, y ya ni hablemos cuando sangra.

—Tiene razón —le dijo Dermot a Claude —. Cait debe de estar muerta. ¿Alguna de las hadas del club son familiares suyas? Tenemos que preguntarles si han tenido una visión de su muerte.

—Una hembra —indicó Claude. Su bello rostro parecía esculpido en piedra—. Una pérdida que no nos podemos permitir. Sí, tenemos que averiguarlo.

Durante un segundo me sentí confusa. Claude no pensaba demasiado en las mujeres en cuanto a su vida personal. Entonces recordé que el número de hadas hembra era cada vez más reducido. No sabía si era el caso del resto de seres feéricos, pero las hadas se estaban extinguiendo. No es que no me importara la desaparición de Cait (aunque pensaba que las probabilidades de que estuviese viva eran las mismas de que una bola de nieve no se derritiera en el infierno), pero tenía otras preguntas más egoístas que formular, y no pensaba dejar que me desviasen del tema. Tan pronto como Dermot llamó al Hooligans y habló con Bellenos para que reuniese a la gente y preguntase a la familia de Cait, volví a encarrilar la conversación.

—Mientras Bellenos está ocupado, tenéis algo de tiempo libre, y como los tasadores llegarán de un momento a otro, necesito que respondáis a mis preguntas rápidamente —expuse.

Dermot y Claude se miraron. Se ve que Dermot perdió la iniciativa de la conversación en el cara o cruz de la moneda, porque tomó aire y empezó.

—Ya sabes que «cuando uno de vuestros caucásicos se aparea con uno de vuestros negros, a veces los hijos que resultan acaban pareciéndose más a una raza que a otra, supuestamente por azar. Esa probabilidad puede variar incluso entre los demás hijos de la misma pareja.

—Sí —admití—. Eso he oído.

—Cuando Jason era un bebé, nuestro bisabuelo Niall lo comprobó.

Me quedé boquiabierta.

—Espera. —La palabra me salió como un croar ronco—. Niall me dijo que no podía visitarnos porque su hijo mestizo humano, Fintan, se lo impedía. Ese Fintan resultó ser nuestro abuelo.

—Por eso Fintan os mantenía apartados de los seres feéricos. No quería que su padre interfiriese en vuestra vida como lo había hecho en la suya. Pero Niall tiene sus recursos y, a pesar de todo, descubrió que la chispa esencial se había saltado a Jason. Digamos que dejó de interesarse… —dijo Claude.

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