El Desfiladero de la Absolucion (8 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
9.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

Finalmente tenía el traje puesto y listo, con los lectores de su puño en verde. El tanque no estaba completamente lleno de aire (habría alguna pequeña fuga en el traje, ya que los tanques se guardaban normalmente llenos hasta arriba), pero había más que suficiente para sus necesidades.

Cuando cerró la visera del casco, lo único que podía oír era su propia respiración. No tenía ni idea del ruido que podía estar haciendo, o de si alguien más se movía en la casa. Y la parte más ruidosa de su escapada estaba por llegar. Tendría que ir con mucho cuidado y lo más rápido posible para que, incluso si sus padres se despertaban, tuviera tiempo de llegar a su cita antes de que la alcanzaran.

El traje duplicaba su peso, pero incluso así no le costó auparse hasta el oscuro espacio sobre la puerta del techo. Había llegado a la esclusa de aire de la superficie. Todas las casas tenían una, aunque diferentes en tamaño. La de Rashmika era lo suficientemente grande como para albergar a dos adultos a la vez. Incluso así, tuvo que sentarse en una postura encorvada mientras bajaba la puerta interna y giraba la rueda manual para cerrarla con fuerza.

En cierta forma, estaba segura por un momento. Una vez comenzara el ciclo de despresurización, no había forma de que sus padres entraran en la cámara. Tardaba dos minutos en acabar el ciclo. Para cuando la puerta interna pudiera abrirse de nuevo, ella estaría a medio camino por la aldea. Una vez pasara del punto de salida, sus huellas pronto se perderían entre la confusión de marcas dejadas por otros aldeanos en sus quehaceres.

Rashmika volvió a comprobar su traje, satisfecha al ver que los indicadores seguían estando en verde. Solo entonces comenzó la secuencia de despresurización. No oyó nada, pero conforme el aire era absorbido de la cámara, la tela del traje se hinchaba entre las articulaciones de acordeón y parecía que le costaba más moverse. Un indicador diferente situado en su visera indicaba que se había hecho el vacío.

Nadie había golpeado la puerta interna. Rashmika estaba un poco preocupada por si había hecho sonar las alarmas al usar la esclusa. No era consciente de que tuvieran algo así, pero quizás sus padres hubieran decidido no decírselo, por si acaso alguna vez intentaba escaparse. Sus miedos parecían infundados. No había ninguna alarma, ningún mecanismo de seguridad, ningún código secreto para que funcionase la puerta. Había hecho esto tantas veces en su imaginación, que era imposible no sentir un pequeño
déjà vu
.

Cuando la cámara estuvo completamente evacuada, accedió a un resorte que permitía que la puerta exterior se abriera. Rashmika empujó con fuerza, pero al principio no pasó nada. Después, la puerta cedió tan solo unos centímetros; lo suficiente para dejar pasar la cegadora luz del día, que golpeó su visera. Empujó más fuerte y la puerta se abrió más, basculando hacia arriba. Rashmika siguió empujando hasta que logró sentarse en la superficie. Ahora podía ver que la puerta estaba cubierta por un par de centímetros de escarcha. En Hela nevaba, especialmente cuando los geiseres Kelda o Ragnarok estaban activos.

Aunque el reloj de su casa indicaba que estaba amaneciendo, esto no tenía mucho significado en el exterior. Los aldeanos seguían viviendo conforme al reloj de veintiséis horas (muchos de ellos eran refugiados interestelares de Yellowstone), a pesar de que Hela fuera un mundo completamente diferente, con sus propios ciclos complejos. Un día de Hela duraba unas cuarenta horas, que era el tiempo que tardaba el planeta en completar una órbita alrededor de su mundo madre, el gigante gaseoso Haldora. Teniendo en cuenta que la inclinación del plano de órbita de la luna era esencialmente cero, todos los puntos de la superficie experimentaban unas veinte horas de oscuridad durante cada órbita. Las tierras baldías de Vigrid estaban iluminadas en este momento, y seguirían estándolo otras siete horas. Había otro tipo de noche en Hela, cuando una vez en su órbita alrededor de Haldora, la luna se escondía tras la sombra del gigante gaseoso. Pero esa corta noche duraba tan solo dos largas horas, lo suficientemente poco como para tener pocas consecuencias en los aldeanos. En un momento, era más probable que la luna estuviese fuera de la sombra de Haldora que dentro.

Tras unos segundos, la visera de Rashmika compensó la luminosidad y fue capaz de orientarse. Sacó las piernas del agujero, y con cuidado cerró la puerta de la superficie para que comenzara a presurizar la cámara inferior. Quizás sus padres estaban esperando abajo, pero aun si eso era cierto, no saldrían a la superficie hasta dentro de unos dos minutos, si ya tenían puestos los trajes. Les llevaría más tiempo navegar por los túneles comunitarios par alcanzar la salida a la superficie más cercana.

Rashmika se levantó y empezó a caminar enérgicamente, pero intentando no aparentar precipitación o pánico. Había tenido suerte. Creía que tendría que atravesar varios metros de hielo virgen, por lo que sus huellas serían fáciles de seguir. Pero alguien más había pasado por allí recientemente, y sus huellas atravesaban en una dirección diferente a la que ella pensaba tomar. Cualquiera que la siguiera no tendría ni idea de qué huellas seguir. Parecían las de su madre, pues las huellas de los zapatos eran muy pequeñas para ser de su padre. ¿En qué asuntos andaba su madre? Rashmika se molestó durante un momento, pues no recordaba que nadie le hubiera mencionado una salida reciente a la superficie.

No importaba. Seguro que había una buena explicación. Ya tenía bastante en lo que pensar sin añadir más preocupaciones.

Rashmika siguió la ruta más larga entre los negros paneles radiadores horizontales, los achaparrados montículos naranja de generadores o transpondedores de navegación, y las hileras de icejammers aparcados cubiertos por la nieve. Tenía razón en cuanto a las huellas, pues cuando miró hacia atrás era imposible separar las suyas de las que había antes.

Rodeó un grupo de aletas de radiador y allí estaba, muy parecido al resto de icejammers, excepto que la nieve se había derretido de los radiadores de la cubierta del motor. Había demasiada claridad para saber si había luz dentro de la máquina. Había espacios transparentes con forma de abanico dejados por los limpiaparabrisas en la nieve. Rashmika creyó ver figuras moviéndose tras el cristal.

Rashmika se acercó a la nave alrededor de sus separadas patas. El negro de su casco con forma de barco solo estaba roto por el dibujo de una serpiente resplandeciente enroscada en un costado. La pata delantera acababa en un ancho esquí recto y las traseras tenían otros dos más pequeños. Rashmika se preguntó si esta era la máquina correcta. Parecería tonta si cometiera un error ahora. Estaba segura de que todos en la aldea la reconocerían, incluso con el traje puesto.

Pero Crozet había sido muy específico con sus instrucciones. Con cierto alivio, vio que la rampa de embarque estaba esperándola, apoyada en la nieve. Subió por la cuesta de metal y golpeó con los nudillos educadamente en la puerta exterior del jammer. Transcurrió un instante agónico y luego la puerta se deslizó a un lado, dejando ver otra esclusa de aire. Se apretujó dentro (solo había sitio para una persona).

La voz de un hombre, que reconoció inmediatamente como la de Crozet, resonó en el canal de su casco.

—¿Sí?

—Soy yo.

—¿Quién es «yo»?

—Rashmika —dijo—. Rashmika Els. Creo que teníamos un acuerdo. Hubo una pausa agonizante, durante la cual empezó a pensar que, efectivamente, se había equivocado.

Entonces el hombre dijo: —Aún no es demasiado tarde para cambiar de idea.

—Creo que sí.

—Aún puedes volver a casa.

—A mis padres no les hará gracia que haya llegado tan lejos.

—No —dijo el hombre—. Dudo que estén muy emocionados. Pero conozco a los de tu clase. Dudo que te castiguen demasiado severamente.

Tenía razón, pero no quería que le recordasen eso ahora. Había pasado semanas preparándose para esto y lo último que necesitaba era un argumento racional para echarse atrás en el último minuto. Rashmika volvió a golpear la puerta, pegando fuerte con su guantelete.

—¿Me vas a dejar pasar o no?

—Solo quería asegurarme de que ibas en serio. Una vez salgamos de la aldea, no regresaremos hasta encontrarnos con la caravana. No es negociable. Entra, te acabas de comprometer a un viaje de tres días, seis, si decides volver con nosotros. Por mucho que fastidies o llores, no daremos la vuelta.

—He esperado ocho años —dijo—. No me voy a morir por tres días más.

Crozet se rió o soltó una risilla, no estaba segura.

—¿Sabes? Casi me lo creo.

—Deberías —replicó Rashmika—. Yo soy la chica que nunca miente, ¿o no te acuerdas?

La puerta exterior se cerró, aplastándola aún más en la estrecha esclusa. El aire comenzó a soplar por unas rejillas y al mismo tiempo notó que se movían. Era suave y rítmico, como en una cuna. El jammer había emprendido la marcha, propulsándose con movimientos alternos de sus esquís traseros.

Supuso que su fuga había empezado en el momento en el que salió de la cama, pero hasta ahora no había sentido que de verdad estaba en camino.

Cuando la puerta interna dejó a Rashmika pasar al cuerpo del jammer, se quitó el casco y lo colgó obedientemente junto los otros tres que ya estaban allí. El jammer le había parecido razonablemente grande desde fuera, pero había olvidado la gran cantidad de espacio que ocupaban los motores, generadores, tanques de combustible, equipos de soporte vital y de carga. Dentro era estrecho y ruidoso, y el aire le hizo desear ponerse de nuevo el casco. Se imaginó que se acostumbraría, pero se preguntaba si tres días serían tiempo suficiente para ello.

El jammer se sacudía y viraba. A través de una de las ventanas, vio el resplandeciente paisaje blanco inclinarse e inclinarse de nuevo. Rashmika se agarró a algo y comenzaba a acercarse al frente de la nave cuando apareció una figura.

Era el hijo de Crozet, Culver. Llevaba un sucio mono ocre con los bolsillos llenos de herramientas. Era un año o dos más pequeño que Rashmika, con el pelo rubio y un aspecto de malnutrición permanente. Miró a Rashmika con intenciones lujuriosas.

—Has decidido finalmente subir a bordo, ¿no? Me alegro. Así nos conoceremos un poco mejor, ¿no crees?

—Serán solo tres días, Culver. No te hagas ilusiones.

—Te ayudo a quitarte el traje, luego podemos ir delante. Mi padre está ocupado conduciéndonos fuera de la aldea. Tenemos que tomar un desvío por culpa del cráter. Por eso hay tantos baches.

—Me las arreglo yo sola con el traje, gracias —contestó Rashmika, asintiendo esperanzada hacia el camarote del jammer—. ¿Por qué no vas a ver si tu padre necesita ayuda?

—No necesita que le ayuden. Mi madre está con él. Rashmika sonrió con aprobación.

—Bueno, espero que te alegres de que tu madre esté aquí para cuidar de que sus dos hombres no se metan en líos. ¿No, Culver?

—No le importa lo que hagamos, mientras sea a escondidas. —La máquina volvió a sacudirse, lanzando a Rashmika contra la pared de metal—. De hecho, suele hacer la vista gorda.

—Eso había oído. Bueno, necesito quitarme este traje… ¿te importaría decirme dónde voy a dormir?

Culver le señaló un diminuto compartimento encajonado entre dos ronroneantes generadores. Tenía un colchón sucio, una almohada y una resbaladiza manta hecha de un material plateado acolchado. Una cortina proporcionaba un poco de privacidad.

—Espero que no hubieses imaginado grandes lujos —dijo Culver.

—Me esperaba lo peor. Culver insistió.

—¿Seguro que no necesitas ayuda con el traje?

—Me las arreglaré, gracias.

—Tendrás algo que ponerte luego, ¿no?

—Lo que llevo debajo del traje y lo que he traído. —Rashmika le dio una palmadita a la bolsa que estaba apretujada bajo su mochila de soporte vital. A través de la tela podía notar el borde duro de su compad—. No te pensarías que me iba a olvidar de traer ropa, ¿no?

—No —dijo Culver bruscamente.

—Bueno, y ahora, ¿por qué no vas y les dices a tus padres que he llegado bien? Y por favor, diles que mientras antes salgamos de la aldea, más feliz estaré.

—Nos movemos lo más rápido que podemos —dijo Culver.

—De hecho —dijo Rashmika—, eso me preocupa.

—¿Tienes prisa?

—Sí, quiero llegar a las catedrales lo antes posible. Culver la miró fijamente.

—¿Eres religiosa?

—No exactamente —contestó Rashmika—. Es que me tengo que encargar de unos asuntos familiares.

107 Piscium, 2615

Quaiche se despertó. Su cuerpo se insinuaba en una cavidad oscura en la que estaba encajado. Tuvo un momento de bendita desconexión mientras esperaba que sus recuerdos volvieran; un momento en el que no tuvo preocupaciones ni ansiedades. Entonces, todos sus recuerdos irrumpieron en su cabeza a la vez, como polizones pendencieros antes de colocarse en algo parecido al orden cronológico.

Recordó que lo habían despertado y anunciado la desagradable noticia de que tenía una audiencia con la reina. Recordó su cámara dodecaédrica, amueblada con instrumentos de tortura y con su mórbida oscuridad realzada por los destellos de las alimañas electrocutadas. Recordó la calavera con las televisiones en las cuencas de los ojos. Recordó a la reina jugueteando con él igual que los gatos con los gorriones. De todos sus errores, imaginar que la reina era capaz de perdonarlo había sido el más grave, el más imperdonable.

Quaiche gritó al comprender ahora lo que le había pasado y dónde estaba. Sus gritos eran apagados y débiles, lastimosamente infantiles. Estaba avergonzado de oír esos sonidos provenientes de su boca. No podía mover ninguna parte de su cuerpo, pero no estaba exactamente paralizado, sino que más bien no había espacio para moverse más de una fracción de centímetro. La prisión le resultaba extrañamente familiar.

Gradualmente, los gritos de Quaiche se convirtieron en resuellos, y luego en una mera respiración fuerte y áspera. Continuó así durante unos minutos, y entonces comenzó a tararear, reiterando seis o siete notas con el aire concentrado de un loco o un monje. Probablemente ya estaría cubierto de hielo, pensó. No había habido ninguna ceremonia de enterramiento, ningún encuentro final para recibir el castigo de Jasmina. Simplemente lo habían metido en el sarcófago y soldado la apertura para luego enterrarlo en el escudo de hielo que sobresalía de la
Ascensión Gnóstica
. No podía adivinar cuánto tiempo había pasado, si eran horas o fracciones más largas del día. No se atrevía a pensar que pudiera haber pasado más tiempo.

Other books

Murder at the Mansion by Janet Finsilver
Freefalling by Zara Stoneley
Coming Back To You by Lynne, Donya
Baby It's Cold Outside by Susan May Warren
The Doctor's Blessing by Patricia Davids
The Polyglots by William Gerhardie