El Desfiladero de la Absolucion (18 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
4.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sí, sabían lo que estaba haciendo y sabían que era todo por su hermano. Sabían que estaba en una misión por amor, y si no era amor, era por rabia. Y la razón por la que no habían dicho nada era porque, secretamente, a pesar de todo lo que le habían contado a lo largo de estos años, a pesar de todas las advertencias que le habían dado acerca de los riesgos de acercarse demasiado a las iglesias, querían que tuviera éxito. A su callada manera, estaban orgullosos de lo que había decidido hacer. Cuando entendió esto, lo tomó por verdadero.

—No pasa nada —le dijo a Crozet—. No habrá ninguna mención sobre mí en las noticias.

El se encogió de hombros.

—¿Por qué estas tan segura ahora?

—Es que me acabo de dar cuenta de algo.

—Tienes pinta de necesitar una buena noche de sueño —dijo Linxe. Había hecho chocolate caliente. Rashmika lo tomó a sorbitos. No era precisamente el mejor chocolate que le habían preparado, pero en ese momento no pudo pensar en una bebida que le supiera mejor.

—No dormí mucho anoche —admitió Rashmika—. Estaba demasiado preocupada por hacerlo bien esta mañana.

—Lo has hecho fenomenal —dijo Linxe—. Cuando vuelvas, todos estarán muy orgullosos de ti.

—Eso espero —dijo Rashmika.

—Pero tengo que preguntarte algo —dijo Linxe—. No tienes que contestar si no quieres. ¿Todo esto es solo por tu hermano, o hay otra razón, Rashmika?

La pregunta la sorprendió.

—Claro que es solo por mi hermano.

—Es que ya te has labrado cierta fama —dijo Linxe—. Todos saben la gran cantidad de tiempo que pasas en las excavaciones, y el libro que estás haciendo. Dicen que no hay nadie en la aldea tan interesado en los scuttlers como Rashmika Els. Dicen que escribes cartas a los arqueólogos patrocinados por las iglesias discutiendo con ellos.

—No puedo evitar interesarme por los scuttlers —dijo Rashmika.

—Sí, pero ¿por qué tanto emperramiento?

La pregunta estaba hecha con amabilidad, pero Rashmika no pudo evitar sonar irritada al contestar.

—¿Cómo dices?

—Quiero decir que por qué piensas que los demás se equivocan tanto.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Estoy tan interesada como cualquiera por escuchar tu versión.

—Salvo que en el fondo te da igual quién tenga razón, ¿verdad? Mientras sigan saliendo cosas de la tierra, ¿a quién le importa lo que les pasara realmente a los scuttlers? Lo único que os importa es conseguir piezas de repuesto para vuestro icejammer.

—Esos modales, jovencita —la reprendió Linxe.

—Lo siento —dijo Rashmika, sonrojándose. Dio un sorbo al chocolate—. No pretendía decirlo así. Pero es que a mí me importan los scuttlers y creo que nadie está interesado en saber la verdad de lo que les pasara. De hecho, me recuerdan mucho a los amarantinos.

Linxe la miró.

—¿Los qué?

—Los amarantinos eran los alienígenas que evolucionaron en Resurgam. Eran pájaros evolucionados. —Recordó haber dibujado uno en su libro, no como un esqueleto, sino como habrían sido cuando estaban vivos. Los había imaginado en su cabeza: el destello de los ojos de ave, la inquisitiva sonrisa de su pico en una lustrosa cabeza alienígena. Su dibujo no se parecía nada a las demás reconstrucciones oficiales de los otros textos arqueológicos, pero siempre le había parecido más auténtica que esas otras representaciones muertas. Era como si hubiera visto a un amarantino vivo y ellos solo sus huesos. Esto le hacía preguntarse si sus dibujos de scuttlers tendrían la misma vitalidad. Rashmika continuó—: Algo los hizo desaparecer hace un millón de años. Cuando los humanos colonizaron Resurgam, nadie quería reconocer que lo que había aniquilado a los amarantinos podría volver a suceder a los humanos. Excepto Dan Sylveste, claro.

—¿Dan Sylveste? —preguntó Linxe—. Lo siento, tampoco me suena. Rashmika se enfureció. ¿Cómo podía ignorar estas cosas? Pero intentó disimular.

—Sylveste era el arqueólogo al mando de la expedición. Cuando descubrió la verdad, los otros colonos lo silenciaron. No querían saber el peligro que se les avecinaba. Pero como sabemos, al final tenía razón.

—Apuesto a que sientes cierta afinidad con él, en ese aspecto.

—Más de la que te imaginas —replicó Rashmika.

Aún recordaba la primera vez que se había tropezado con aquel nombre en una referencia de uno de los textos arqueológicos que se había descargado en su compad, enterrada en un aburrido tratado sobre los malabaristas de formas. Fue como si un rayo le atravesase la cabeza. Rashmika había sentido una conexión eléctrica, como si toda su vida hubiera sido un preludio para ese momento. Ahora sabía que aquel había sido el momento en el que su interés por los scuttlers había pasado de ser una diversión infantil a algo parecido a una obsesión.

No podía explicarlo, pero tampoco podía negar que había sucedido así. Desde entonces, paralelamente a sus estudios de los scuttlers, había aprendido mucho de la vida y época de Dan Sylveste. Era bastante lógico: no tenía sentido estudiar a los scuttlers aisladamente, ya que eran simplemente los últimos en ser descubiertos por los humanos de una línea de culturas galácticas extintas. El nombre de Sylveste aparecía mucho en el estudio de inteligencias alienígenas en su conjunto, así que conocer por encima sus hazañas era imprescindible.

El trabajo de Sylveste sobre los amarantinos abarcaba muchos de los años entre 2500 y 2570. Durante la mayoría de ese tiempo había sido un investigador paciente o había estado recluido de alguna forma, pero incluso bajo arresto domiciliario, su interés por los amarantinos había permanecido constante. Pero sin acceso a las fuentes más allá de las que la colonia podía ofrecerle, sus ideas estaban condenadas a seguir siendo meras especulaciones. Entonces los ultras llegaron al sistema Resurgam. Con la ayuda de su nave, Sylveste pudo desentrañar la última pieza del misterioso puzle amarantino. Sus sospechas resultaron ser acertadas: los amarantinos no habían sido aniquilados por un accidente cósmico aislado, sino por una respuesta de un mecanismo diseñado para suprimir la aparición de vida inteligente.

Pasaron muchos años hasta que la noticia llegó a otros sistemas. Para entonces, era información de segunda o tercera mano, contaminada por la propaganda y casi perdida en la confusión de la guerra entre facciones humanas. Independientemente, parecía que los combinados habían llegado a la misma conclusión que Sylveste. Y otros grupos arqueológicos que estudiaban los restos de otras culturas desaparecidas estaban llegando a la misma inquietante idea.

Las máquinas que habían asesinado a los amarantinos seguían ahí fuera, esperando y vigilando. Tenían muchos nombres. Los combinados las llamaron lobos. Otras culturas no extintas las habían llamado inhibidores. En el último siglo, la existencia de los inhibidores llegó a ser aceptada. Pero durante gran parte de ese tiempo, la amenaza había permanecido a una distancia conveniente, era un problema del que se tendrían que preocupar las generaciones futuras.

Sin embargo, recientemente las cosas habían cambiado. Había informes sin confirmar de una extraña actividad en el sistema Resurgam: rumores de mundos destrozados y reconvertidos en desconcertantes motores de diseño alienígena. Había historias sobre que el todo el sistema había sido evacuado; que Resurgam era un rescoldo inhabitable, que le habían hecho algo atroz al sol del sistema.

Pero incluso Resurgam podía ser ignorado durante un tiempo. El sistema era una colonia arqueológica, aislada de la ruta principal de comercio interestelar. Su gobierno era un régimen totalitario con un marcado gusto por la desinformación. Los informes de lo que había sucedido no pudieron ser verificados. Y así, durante varias décadas, la vida en los demás sistemas con asentamientos humanos continuó más o menos inalterable.

Pero ahora los inhibidores habían llegado a otras estrellas. Los ultras fueron los primeros en promulgar la mala noticia. Las comunicaciones entre sus naves les advertían que se alejasen de ciertos sistemas. Algo estaba pasando, algo que transgredía las escalas humanas para calificar las catástrofes. No era una guerra ni una plaga, sino algo infinitamente peor. Ya les había pasado a los amarantinos y presumiblemente también a los scuttlers.

El número de colonias humanas que habían sido testigos de una intervención directa de las máquinas inhibidoras no llegaba a la docena, pero las oleadas de pánico que se extendieron a la velocidad de las comunicaciones por radio fueron casi tan efectivas hundiendo civilizaciones. Comunidades en superficie fueron evacuadas o abandonadas por completo al intentar sus ciudadanos alcanzar el espacio o el aparentemente más seguro refugio de las cavernas bajo tierra. Criptas y búnkeres en desuso desde la oscura época de la Plaga de Fusión se volvieron a abrir rápidamente. Invariablemente había demasiada gente, tanto para las naves de evacuación como para los búnkeres. Hubo disturbios y pequeñas guerras. Incluso mientras las civilizaciones se desmoronaban, los que tenían ojo para las oportunidades acumularon pequeñas e inútiles fortunas. Florecieron cultos del día del Juicio Final entre el húmedo fango del miedo, como muchas orquídeas negras. La gente hablaba del Final de los Tiempos, convencidos de que vivían sus últimos días.

En este escenario, no sorprende que tanta gente acabara en Hela. En tiempos mejores, el milagro de Quaiche había atraído poca atención, pero ahora un milagro era precisamente lo que la gente buscaba. Cada nueva nave ultra que llegaba al sistema traía decenas de miles de peregrinos congelados. No todos ellos buscaban una respuesta religiosa, pero al cabo de poco tiempo, si querían quedarse en Hela, la Oficina de Transfusiones los convencía de todas formas. Después veían la vida de forma diferente.

Rashmika no podía culparles por venir a Hela. A veces ella pensaba que si no hubiera nacido allí, también habría hecho el mismo peregrinaje. Pero sus motivos hubieran sido diferentes. Ella buscaba la verdad: la misma motivación que había llevado a Dan Sylveste hasta Resurgam, la misma motivación que lo llevó al conflicto con su colonia y que finalmente lo condujo a su muerte.

Volvió a pensar en la pregunta de Linxe. ¿Era Harbin lo que la empujaba hacia el Camino Permanente, o era una excusa que había inventado para ocultar (a ella misma y a los demás) la verdadera razón de su viaje? Al responder que era por Harbin lo había hecho de forma tan automática y frívola que casi se lo había creído. Pero ahora se preguntaba si era verdad. Rashmika podía decir si alguien mentía, pero descubrir sus propios engaños era otro asunto muy diferente.

—Es por Harbin —susurró para sí—. Lo único que me importa es encontrar a mi hermano.

Pero no podía dejar de pensar en los scuttlers, y cuando se quedó dormida con la taza de chocolate entre las manos, soñó con los scuttlers y con absurdas permutaciones de su anatomía de insecto recomponiéndose una y otra vez como piezas rotas de un rompecabezas.

Rashmika se despertó de un salto al oír un estruendo mientras el icejammer aminoraba la marcha por unas ondulaciones del camino de hielo.

—Me temo que hasta aquí hemos llegado por esta noche —dijo Crozet—. Buscaré un lugar discreto para escondernos, pero estoy hecho polvo. —Rashmika lo vio ojeroso y exhausto, aunque Crozet siempre tenía ese aspecto.

—Apártate, cariño —dijo Linxe—, yo continuaré un par de horas más, hasta que estemos sanos y salvos. Vosotros dos podéis ir atrás y dormir un poco.

—Estoy segura de que ya estamos sanos y salvos —dijo Rashmika.

—No te preocupes por eso. Unos kilómetros más no nos vendrán mal. Ahora vete atrás y procura dormirte, jovencita. Mañana nos espera otro día largo y no puedo aseguraros que para entonces estemos fuera de peligro.

Linxe ya estaba colocándose en la posición del piloto, recorriendo con sus dedos de bebé los gastados mandos del icejammer. Hasta que Crozet no había mencionado lo de parar para pasar la noche, Rashmika había asumido que la máquina seguiría avanzando usando algún tipo de piloto automático, aunque tuviera que disminuir la velocidad al conducirse sola. Fue una verdadera sorpresa saber que no avanzarían a menos que alguien manejara manualmente el icejammer.

—Yo también puedo hacer algo —se ofreció—. Nunca he conducido uno de estos, pero si alguien quiere enseñarme…

—Tranquila, cariño —dijo Linxe—. No somos solo Crozet y yo. Culver también puede hacer su turno por la mañana.

—No quisiera…

—Vamos, no te preocupes por Culver —dijo Crozet—. Necesita algo más con lo que tener las manos ocupadas.

Linxe le dio un manotazo a su marido, sonriendo al mismo tiempo. Rashmika se terminó el chocolate frío, agotada pero contenta de haber sobrevivido al menos a su primer día. No se hacía ilusiones de haber completado la peor parte del viaje, pero suponía que cada etapa terminada con éxito era una pequeña victoria en sí misma. Deseaba poder decirles a sus padres que no se preocupasen por ella, que había avanzado bastante hasta el momento y que pensaba en ellos todo el tiempo. Pero se había jurado que no enviaría ningún mensaje a casa hasta que se hubiera unido a la caravana.

Crozet la acompañó por las rugientes entrañas del icejammer. Se movía de forma diferente con Linxe al mando. No es que fuera mejor ni peor que Crozet, pero claramente demostraba un estilo diferente. El icejammer subía y bajaba, arrojándose a través del aire en largos y ligeros arcos parabólicos. Era muy propicio para dormirse, pero fue un sueño plagado de pesadillas en las que Rashmika caía constantemente.

Se despertó a la mañana siguiente con una noticia preocupante y extrañamente bienvenida.

—Han dado una alerta en las noticias —dijo Crozet—. Se ha corrido la voz, Rashmika. Ahora eres oficialmente una persona desaparecida y hay una operación de búsqueda en marcha. ¿Te sientes más orgullosa así?

—Oh —dijo, preguntándose qué habría cambiado desde la noche anterior.

—Es la policía —dijo Linxe, refiriéndose a la organización del orden público con jurisdicción en la región de Vigrid—. Parece ser que han mandado grupos de búsqueda, pero hay muchas probabilidades de que lleguemos a la caravana antes de que nos encuentren. Una vez te dejemos en la caravana, no podrán tocarte.

—Me sorprende que hayan enviado grupos de búsqueda —dijo Rashmika—. No es que esté en peligro, ¿no?

—En realidad han dicho más cosas —dijo Crozet.

Linxe miró a su marido. ¿Qué sabían ambos que Rashmika ignoraba? De pronto notó una presión en el estómago y un escalofrío por su espalda.

Other books

Dahmer Flu by Cox, Christopher
Gambling Man by Clifton Adams
How To Host a Seduction by Jeanie London
Breakaway by Maureen Ulrich
City of Dreams by Martin, William
The Heartbroker by Kate O'Keeffe
The Twisted Way by Jean Hill