El descubrimiento de las brujas (54 page)

Read El descubrimiento de las brujas Online

Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

BOOK: El descubrimiento de las brujas
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Matthew se resistió? —quise saber, sin poder contenerme.

—No —me respondió—. Estaba fuera de sí por el dolor. Les dijimos a todos que se fueran y les aseguramos que iríamos a buscar un sacerdote. No lo hicimos, por supuesto. Philippe y yo nos presentamos ante Matthew y le explicamos que podíamos hacerle vivir para siempre, sin dolor, sin sufrimiento. Mucho después Matthew nos dijo que pensó que éramos Juan el Bautista y la Santa Madre que veníamos a llevarlo al cielo para estar con su esposa y su hijo. Cuando le ofrecí mi sangre, creyó que era el sacerdote que le ofrecía la extremaunción.

Los únicos ruidos en la habitación eran mi respiración tranquila y el crujido de los troncos en la chimenea. Quería que Ysabeau me contara los detalles de cómo había hecho renacer a Matthew, pero tenía miedo de preguntar por si había alguna cuestión de la que a los vampiros no les gustara hablar. Era quizás demasiado privado, o demasiado doloroso. Pero Ysabeau me lo dijo sin que yo lo preguntara.

—Bebió mi sangre muy fácilmente, como si hubiera nacido para ella —dijo con un áspero suspiro—. Matthew no era uno de esos humanos que aparta la cara ante el olor o la vista de la sangre. Me abrí la muñeca con mis propios dientes y le dije que mi sangre lo curaría. Bebió su salvación sin miedo.

—¿Y después? —susurré.

—Después fue… difícil —admitió Ysabeau con cautela—. Todos los vampiros nuevos son fuertes y tienen mucha hambre, pero Matthew era casi imposible de controlar. Estaba en un estado de locura por ser un vampiro y su necesidad de comer era inagotable. Philippe y yo tuvimos que cazar durante semanas para satisfacerlo. Y su cuerpo cambió más de lo que esperábamos. Todos nos hacemos más altos, más sólidos, más fuertes. Yo era mucho más pequeña antes de convertirme en vampiro. Pero Matthew pasó de ser un humano flaco como un caramillo a ser una criatura formidable. Mi marido era más grande que mi nuevo hijo, pero en el primer acceso a mi sangre Matthew se volvió más grande incluso que Philippe.

Me esforcé por no estremecerme ante el hambre y la locura de Matthew. En cambio, mi mirada permaneció fija en su madre, sin cerrar los ojos ni por un instante ante el conocimiento que me ofrecía de él. Esto era lo que Matthew temía, que yo llegara a comprender quién había sido él, quién era todavía, y sintiera repugnancia.

—¿Qué lo calmó? —pregunté.

—Philippe lo llevó a cazar —explicó Ysabeau— cuando creyó que Matthew ya no mataría todo lo que hallara a su paso. La búsqueda de la presa atrapó su mente, y la persecución comprometió su cuerpo. Pronto anhelaba más la búsqueda de la presa que la sangre, lo cual es una buena señal en los vampiros jóvenes. Eso significaba que ya no era una criatura de puro apetito, sino que se había convertido de nuevo en racional. Después de eso, fue sólo cuestión de tiempo que recuperara la conciencia y empezara a pensar antes de matar. Luego, lo único que teníamos que temer eran sus periodos negros, cuando sentía la pérdida de Blanca y Lucas otra vez y se volvía hacia los humanos para aliviar su hambre.

—¿Había algo que le ayudara en esos momentos?

—A menudo yo le cantaba… la misma canción que te canté anoche, y otras también. Eso a veces rompía aquella oleada de pesar. En otras ocasiones, Matthew se iba. Philippe me prohibió seguirlo y hacerle preguntas cuando regresaba. —Los ojos de Ysabeau se ennegrecieron al mirarme. Nuestras miradas confirmaron lo que ambas sospechábamos: que Matthew se perdía en otras mujeres, buscando consuelo en su sangre y el contacto con manos que no fueran las de su madre ni las de su esposa.

—Es tan controlado —reflexioné en voz alta— que es difícil imaginarlo de ese modo.

—Matthew siente en profundidad. Es una bendición y también una carga amar tanto, porque el dolor se hace enorme cuando el amor desaparece.

Había una amenaza en la voz de Ysabeau. Elevé la barbilla en actitud desafiante y mis dedos hormiguearon.

—Entonces me aseguraré de que mi amor nunca lo abandone —afirmé en tono tenso.

—¿Y cómo lo harás? —se burló Ysabeau—. ¿Te convertirás en vampiro, entonces, y te unirás a nuestra cacería? —Se rió, pero no había alegría ni regocijo en ese sonido—. Sin duda eso es lo que Domenico sugirió. Un simple mordisco, el vaciado de tus venas, el intercambio de nuestra sangre por la tuya. La Congregación no tendría ninguna razón para entrometerse en tus asuntos.

—¿Qué quieres decir? —pregunté anonadada.

—¿No te das cuenta? —gruñó Ysabeau—. Si quieres estar con Matthew, conviértete en uno de nosotros para ponerlo a él, y a ti también, fuera de peligro. Las brujas pueden querer mantenerte entre ellas, pero no pueden oponerse a tu relación si tú también eres vampiro.

Un ruido sordo comenzó a hacerse oír desde la garganta de Marthe.

—¿Ésa es la razón por la que Matthew se ha ido? ¿La Congregación le ha ordenado que me convirtiera en vampiro?

—Matthew nunca te convertiría en un
manjasang
—sentenció Marthe con desdén, moviendo los ojos con furia.

—No. —La voz de Ysabeau sonaba suavemente maliciosa—. Siempre le han gustado las cosas frágiles, como ya te he dicho.

Éste era uno de los secretos que Matthew mantenía. Si yo fuera un vampiro, no pesaría ninguna prohibición sobre nosotros y, por lo tanto, ninguna razón para temer a la Congregación. Lo único que yo tenía que hacer era convertirme en otra cosa.

Consideré la posibilidad con una sorprendente ausencia de pánico o miedo. Podría quedarme con Matthew, e incluso sería más alta. Ysabeau lo haría. Sus ojos brillaron al observar la manera en que moví la mano hacia mi cuello.

Pero había que tener en cuenta mis visiones, además del poder sobre el viento y el agua. Yo todavía no comprendía el potencial mágico que había en mi sangre. Y como vampiro, yo nunca podría solucionar el misterio del Ashmole 782.

—Se lo prometí —anunció Marthe con voz áspera—. Diana debe seguir siendo lo que es…, una bruja.

Ysabeau enseñó ligeramente los dientes de manera desagradable, y asintió con la cabeza.

—¿También le prometiste no contarme qué ha ocurrido realmente en Oxford?

La madre de Matthew me observó con detención.

—Debes preguntárselo a Matthew cuando regrese. No soy yo quien debe contártelo.

Yo tenía más preguntas, preguntas que Matthew no había indicado que estaban prohibidas; tal vez estaba demasiado distraído para ello.

—¿Puedes decirme por qué es importante que haya sido una criatura la que trató de entrar por la fuerza al laboratorio, en vez de un humano?

Hubo un silencio. Ysabeau me escudriñó con interés.

—Eres astuta —respondió finalmente—. No le prometí a Matthew guardar silencio acerca de las reglas apropiadas de conducta, después de todo. —Me miró con un toque de aprobación—. Ese comportamiento no es aceptable entre las criaturas. Ojalá haya sido un daimón travieso que no se da cuenta de la gravedad de lo que ha hecho. Matthew podría perdonar algo así.

—Siempre ha perdonado a los daimones —farfulló Marthe en tono misterioso.

—¿Y si no fue un daimón?

—Si fuera un vampiro, representa un insulto terrible. Somos criaturas territoriales. Un vampiro no se mete en la casa o territorio de otro vampiro sin permiso.

—¿Perdonaría Matthew semejante insulto? —Teniendo en cuenta la expresión del rostro de Matthew al lanzar el puñetazo sobre el coche, sospeché que la respuesta sería negativa.

—Quizás —dijo Ysabeau con expresión de duda—. No robaron nada, no ha habido daños. Pero lo más probable es que Matthew exija alguna compensación.

Otra vez me sentí arrojada a la Edad Media, con los problemas del honor y la reputación como preocupación principal.

—¿Y si fue una bruja? —pregunté en voz baja.

La madre de Matthew giró la cara.

—Que una bruja hiciera semejante cosa sería un acto de agresión. Ninguna disculpa sería suficiente.

Sonaron campanas de alarma.

Aparté las mantas y saqué las piernas de la cama.

—La intención del robo fue provocar a Matthew. Él fue a Oxford pensando que podía hacer un trato de buena fe con Knox. Tenemos que advertírselo.

Ysabeau apoyó con firmeza las manos sobre mis rodillas y mi hombro, deteniendo mi movimiento.

—Él ya lo sabe, Diana.

Esa información se instaló en mi mente.

—¿Ésa es la razón por la que no quiso llevarme a Oxford con él? ¿Está en peligro?

—Por supuesto que está en peligro —confirmó Ysabeau con brusquedad—. Pero hará lo que pueda para poner fin a esto. —Levantó mis piernas para devolverlas a la cama y ajustó las mantas con fuerza sobre mi cuerpo.

—Yo debería estar allí —protesté.

—Sólo serías una distracción para él. Te quedarás aquí, como te ordenó.

—¿No tengo voz en este asunto? —pregunté por enésima vez desde que había llegado a Sept-Tours.

—No —dijeron ambas mujeres a la vez.

—Todavía tienes mucho que aprender sobre vampiros —volvió a decir Ysabeau, pero esta vez su voz parecía lamentarlo un poco.

Yo tenía mucho que aprender sobre vampiros. Eso ya lo sabía.

Pero ¿quién iba a enseñarme? ¿Y cuándo?

Capítulo
24

D
esde lejos contemplé una nube negra que cubría la tierra. Absorbió la tierra y cubrió mi alma mientras los mares entraban en ella, pudriéndose y corrompiéndose ante la perspectiva del infierno y de la sombra de la muerte. Una tempestad me había sobrecogido» —leí en voz alta en el ejemplar del
Aurora Consurgens
de Matthew.

Me giré hacia mi portátil y escribí algunas notas acerca de la imaginería que mi autor anónimo había usado para describir el
nigredo,
uno de los peligrosos pasos en la transformación alquímica. Durante esta parte del proceso, la combinación de sustancias como el mercurio y el plomo producía emanaciones que ponían en peligro la salud del alquimista. Apropiadamente, una de las caras como de gárgolas de Bourgot Le Noir se apretaba la nariz para cerrarla, evitando así la nube mencionada en el texto.

—Ponte la ropa de montar.

Levanté la cabeza de las páginas del manuscrito.

—Matthew me hizo prometer que te sacaría al aire libre. Dijo que eso impediría que cayeras enferma —explicó Ysabeau.

—No tienes por qué hacerlo, Ysabeau. Domenico y el manantial de brujos han agotado mi reserva de adrenalina, si ésa es tu preocupación.

—Matthew debe de haberte dicho lo seductor que es el olor del pánico para un vampiro.

—Me lo dijo Marcus —la corregí—. En realidad, me dijo qué sabor tenía. ¿Cómo es su olor?

Ysabeau se encogió de hombros.

—Como su sabor. Tal vez un poco más exótico…, con un toque de almizcle, quizás. Nunca me atrajo demasiado. Prefiero la presa a la búsqueda. Pero cada uno tiene sus gustos.

—Estos días no estoy padeciendo tantos ataques de pánico. No hay necesidad de que me lleves a cabalgar. —Volví a mi trabajo.

—¿Por qué crees que han desaparecido? —preguntó Ysabeau.

—Sinceramente, no lo sé —respondí con un suspiro, levantando la mirada hacia la madre de Matthew.

—¿Te pasa desde hace mucho tiempo?

—Desde que tenía siete años.

—¿Qué ocurrió entonces?

—Mis padres fueron asesinados en Nigeria —respondí brevemente.

—Ésa fue la fotografía que recibiste, la que hizo que Matthew te trajera a Sept-Tours.

Cuando asentí con la cabeza como respuesta, Ysabeau tensó los labios hasta convertirlos en una apretada línea.

—Cerdos.

Se les podría llamar de peores formas, pero «cerdos» era bastante adecuado. Y si englobaba al que me había enviado la fotografía y a Domenico Michele, entonces la denominación era correcta.

—Con pánico o no —continuó Ysabeau enérgicamente—, vamos a hacer un poco de ejercicio como me pidió Matthew.

Apagué el ordenador y fui arriba a cambiarme. Mi ropa de equitación estaba cuidadosamente doblada en el baño, por gentileza de Marthe, aunque mis botas estaban en los establos, junto con mi casco y mi chaleco. Me puse los pantalones de montar, añadí un jersey de cuello alto y me puse los mocasines sobre un par de cálidos calcetines; luego bajé a buscar a la madre de Matthew.

—¡Estoy aquí! —gritó. Seguí aquel sonido hasta una habitación pequeña pintada de cálido color terracota. Estaba decorada con antiguos grabados, cuernos de animales y un aparador de tamaño suficiente como para guardar todos los platos, vasos, tazas y cubiertos de una posada entera. Ysabeau me miró por encima de las páginas de
Le Monde,
recorriéndome con su mirada centímetro a centímetro—. Marthe me ha contado que pudiste dormir.

—Sí, gracias. —Descargué mi peso de una pierna a otra, como si estuviera esperando ver a la directora de la escuela para explicar mi mal comportamiento.

Marthe me evitó aquella molesta situación al llegar con una tetera llena. Ella también me observó de pies a cabeza.

—Tienes mejor aspecto hoy —anunció finalmente, alcanzándome una taza. Permaneció allí con el ceño fruncido hasta que la madre de Matthew dejó el periódico, y entonces se retiró.

Cuando terminé con mi té, fuimos a las cuadras. Ysabeau tuvo que ayudarme con las botas, ya que todavía eran demasiado rígidas para ponérmelas y sacármelas con facilidad, y me observó con atención mientras me colocaba aquel chaleco que parecía un caparazón y el casco. Era evidente que el equipo de seguridad formaba parte de las instrucciones de Matthew. Ysabeau, por supuesto, no llevaba más protección que una chaqueta acolchada marrón. La relativa indestructibilidad de la carne del vampiro era una ventaja cuando se cabalgaba.

En el picadero,
Fiddat
y
Rakasa
permanecían juntos, como si uno fuera el reflejo del otro en un espejo, incluidas las monturas como sillones que llevaban en el lomo.

—Ysabeau —protesté—, Georges ha puesto la montura equivocada sobre
Rakasa.
Yo no monto a mujeriegas.

—¿Tienes miedo de intentarlo? —La madre de Matthew me miró evaluándome.

—¡No! —repliqué, conteniendo mi mal humor—. Simplemente prefiero montar a horcajadas.

—¿Cómo lo sabes? —Sus ojos de esmeralda parpadearon con un toque de malicia.

Permanecimos inmóviles durante algunos momentos, observándonos la una a la otra.
Rakasa
dio un golpe con una pezuña y miró por encima del hombro.

«¿Vas a montar o a hablar?», parecía estar preguntando el animal.

Other books

Village Secrets by Shaw, Rebecca
The Actor and the Earl by Rebecca Cohen
Let Them Have Cake by Pratt, Kathy
Greyhound for Breakfast by Kelman, James
Dead Endz by Kristen Middleton
Prima Donna by Keisha Ervin
The Departed by Templeton, J. A.
Elegy for a Lost Star by Elizabeth Haydon