El Consuelo (32 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

BOOK: El Consuelo
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—No, que el pajarito todavía está un poco impresionado... Tenemos que dejarlo tranquilo un ratito...
—¿Está muerto?
—¡No, hombre! ¡Claro que no! Te digo que está un poco impresionado. Luego lo soltamos...

 

Lucas asintió con la cabeza con un gesto grave, levantó la mirada (se hizo la Luz) y preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Charles —le contestó éste con una sonrisa.
—¿Y por qué tienes todas esas vendas en la cabeza?
—Adivina...
—¿Porque no eres tan fuerte como Spiderman?
—Pues sí... A veces fallo...
—¿Quieres que te enseñe mi cuarto?
Corinne estropeó su complicidad arácnida. Primero había que pasar por el garaje para quitarse los zapatos. (Charles puso mala cara, hasta entonces nunca se había descalzado en una casa.) (Salvo en Japón, claro...) (Oh, sí, qué esnob era...) Luego la madre blandió el dedo índice, y nada de armar jaleo, ¿eh? Y por fin se volvió hacia aquel que estaba visto que les iba a imponer su presencia.
—¿Se... se queda a cenar?
Alexis acababa de aparecer oculto tras sus bolsas del Champion. (Qué contento estaría su cuñado, pensó Charles... Y qué escena más sabrosa... Si se atrevía, si tenía cobertura, qué bonito MMS podría mandarle a Claire...)
—¡Pues claro que se queda! ¿Qué...? ¿Qué pasa?
—Pues nada, no pasa nada —replicó Corinne, con un tono que afirmaba lo contrario—, sólo que la cena no está lista. Y te recuerdo que mañana es la fiesta del colegio y todavía no he terminado el disfraz de Marión. ¡Y es que no soy costurera, mira tú por dónde!
Alexis, enardecido, ingenuo, concentrado en su bonita reconciliación, dejó en el suelo toda la impedimenta y echó por tierra todos sus argumentos.
—No hay problema. No te preocupes. Cocino yo...
Y, dándose la vuelta, añadió:
—Por cierto, ¿y Marión? ¿No está en casa? ¿Dónde está?
Otro suspiro más de quien yo me sé.
—Dónde está, dónde está... Como si no lo supieras...
—¿Está en casa de Alice?
Ah, no, perdón, todavía no se habían acabado los suspiros.
—Pues claro...
—Voy a llamarles por teléfono.
Era el antepenúltimo suspiro.
—Pues buena suerte. En esa casa nadie responde nunca al teléfono... Ni siquiera sé para qué lo tienen...
Alexis cerró los ojos, se acordó entonces de que estaba contento y se dirigió a la cocina.
Charles y Lucas no se atrevían a moverse.
—¡Pregunta que si puede quedarse a dormir! —gritó Alexis.
—No. Tenemos un invitado.
Charles indicó con un gesto que no, no, ni hablar, se negaba a ser esa excusa tan mala.
—Dice que están ensayando su coreografía para mañana...
—No. ¡Dile que vuelva!
—Te lo suplica —insistió Alexis—, ¡añade incluso que «de rodillas»!
Y como ya no le quedaban argumentos, Corinne, la alegría de la huerta, recurrió al más ruin.
—Ni hablar. No se ha llevado su aparato dental.
—Bueno, pero si es sólo por eso, se lo puedo llevar yo...
—¿Ah, sí? ¡Pensaba que tú te ocupabas de hacer la cena!
Vaya ambientazo... Charles, que de pronto necesitaba un poco de aire, se metió en lo que no le importaba.
—Puedo llevárselo yo, si preferís... La mirada que le lanzó Corinne lo convenció: todo eso no era en ab-so-lu-to asunto suyo.
—Si ni siquiera sabe dónde es...
—¡Pero yo sí lo sé! —exclamó Lucas—. ¡Yo le explico cómo llegar!

 

El cabeza de familia pensó que ya era hora de enseñarle a su colega, a su compañero de juegos, a su antiguo amigo de la mili, quién mandaba ahí. Faltaría más.
—Bueno, está bien, pero vuelves a casa nada más desayunar, ¿eh?

 

Charles acomodó al niño en el asiento de atrás, dio la vuelta y se alejó a toda pastilla de la casita de Mickey Mouse.
Preguntó por el retrovisor:
—¿Y bien? ¿Dónde vamos?
Una sonrisa enoooooorme le informó de que el Ratoncito Pérez había pasado ya dos veces.
—¡Vamos a la casa más chula del mundo!
—¿Ah, sí? ¿Y dónde está esa casa?
—Pues...
Lucas se desabrochó el cinturón, se inclinó hacia delante, miró la carretera, se lo pensó dos segundos y exclamó:
—¡Todo recto!
Su chófer levantó la mirada al cielo. Todo recto. Pues claro... Mira que era tonto...

 

Al cielo...
Que estaba ahora de color rosa.
Que se había puesto guapo, se había empolvado la nariz para acompañarlos...

 

—Parece que estás llorando —se preocupó Lucas.
—No, no, es sólo que estoy muy cansado...
—¿Por qué estás cansado?
—Porque no he dormido mucho.
—¿Has hecho un viaje muy largo para venir a verme?
—¡Huy! Si tú supieras...
—¿Y has luchado con monstruos?
—Hombre —contestó Charles en tono burlón, señalándose con el pulgar la cara de pendenciero—, ¿no pensarás que esto me lo he hecho yo solo, no?
Silencio respetuoso.
—¿Y eso de ahí es sangre?
—¿Tú qué crees...?
—¿Por qué unas manchas son marrón oscuro y otras son marrón clarito?
La edad del por qué de los porqués. Se le había olvidado...
—Pues... es que eso depende de los monstruos...
—¿Y los más malos cuáles eran?
Parloteaban en mitad del campurrio...
—Oye, ¿falta mucho para llegar a esa casa tan chula?
Lucas miró con atención por el parabrisas, hizo una mueca y se dio la vuelta.
—Anda... pero si la acabamos de pasar...
—¡Bravo! —exclamó Charles, fingiendo estar enfadado—. ¡Bravo, copiloto! ¡No sé si llevarte en mis próximas expediciones!
Silencio contrito.
—Que sí, hombre... Claro que te llevaré... Anda, ven a sentarte en mis rodillas... Así podrás indicarme mejor el camino...
Esta vez estaba claro y ya no había marcha atrás, acababa de hacerse un amigo Le Men para toda la vida.
Pero, por Dios, qué daño...

 

Hicieron una bonita maniobra invadiendo el espacio de las vacas, dieron la vuelta sobre el asfalto tibio, rodearon un cartel que anunciaba
Les Vesperies
, giraron el volante a cuatro manos para seguir las rodadas de la pista de tierra y tomaron por un espléndido camino bordeado de robles.
A Charles, que no había olvidado ni su olor ni su aspecto, empezó a entrarle miedo.
—Oye, y ¿Alice vive en un castillo?

Pos
claro...
—Pero... ¿los conoces bien?

Pos...
conozco sobre todo a la baronesa y a Victoria... Ya verás, Victoria es la más vieja y la más gorda...
Joder, no... El pordiosero y el chavalín visitan a los aristócratas del lugar... Lo que le faltaba...
Vaya día, no, de verdad, vaya día...
—Oye, y... ¿son simpáticas?
—No. La baronesa, no. Es tonta del bote.
Pues sí que... Después de las fachadas toscas de granito, los matacanes...
Francia, tierra de contrastes...
Porque le hacía cosquillas y era delicioso, el pelo alborotado de su conductor le dio ánimos: ¡Adelante, mis valientes! ¡Al ataque! ¡A por el castillo!
Sí, pero el problema es que no había castillo... El camino de robles centenarios desembocaba en una enorme pradera segada a medias.

 

—Tienes que torcer por ahí...
Siguieron el curso de un riachuelo (¿el antiguo foso del castillo?) unos cien metros, y un conjunto de techos más o menos bajos (más bien más que menos) surgió en medio de los árboles. ¿Serían olmos, tal vez?, se rió para sus adentros el parisino ignorante que apenas sabía distinguir unos de otros los árboles de su querida ciudad, que servían de urinario para perros.
Rumbo, pues, a las dependencias del castillo-Charles se sintió mejor.
—Y ahora te paras, porque ese puente se puede derrumbar...
—¿En serio?
—Sí, y es súper peligroso —añadió Lucas, muy contento y nervioso.
—Entiendo...

 

Aparcó al lado de un Volvo viejísimo y lleno de barro. La puerta trasera de la ranchera estaba abierta, y dos chuchos dormitaban en el maletero.
—Ése es
Ogli
y ése,
Jidous...
Se agitaron dos rabos que levantaron polvillo de paja.
—Son muy feos, ¿no?
—Sí, pero es aposta —le aseguró su mini guía—, todos los años van a la perrera y le piden al señor que les dé el perro más feo de todos...
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?

Pos...
¡para que salga! ¿Para qué va a ser?
—Pero... ¿y cuántos tienen en total?
—No sé...
Ya veo, se burló Charles, o sea que no estaban en las dependencias de los señores marqueses de Puturrú de Foie, sino en un refugio de neohippys en plan «unión mística con la Madre Naturaleza».
Misericordia, Señor, misericordia.
—¡Y apuesto a que también tienen cabras!
—Sí.
—¡Lo sabía! ¿Y la baronesa? ¿Fuma hierba?
—Pfff... mira que eres tonto. Querrás decir que si come hierba...
—¿Es una vaca?
—Un poni.
—¿Y Victoria la gorda también es un poni?
—No. Ella era una reina, creo...
Help
.

 

Después Charles se calló la boquita. Se guardó la desconfianza en el bolsillo y la tapó con su pañuelo sucio.
Era un lugar tan bonito...
Sabía muy bien que los castillos son siempre más conmovedores que sus dueños... Tenía un montón de ejemplos en la cabeza... Pero ya no trataba de acordarse, ya no pensaba, se limitaba a admirar.
El puente tendría que haberle dado alguna pista. La disposición de las piedras, la elegancia del piso, los cantos rodados, los pretiles, los pilares...
Y ese patio, de los llamados «cerrados» pero tan bonito... Esos edificios... Sus proporciones... Esa impresión de seguridad, de invulnerabilidad, mientras todo lo demás se venía abajo...

 

Había una docena de bicicletas abandonadas en el camino, y las gallinas picoteaban entre las marchas. Había hasta ocas y sobre todo un pato rarísimo. ¿Cómo describirlo...? Era casi vertical... Como si estuviera de punti... o sea, como si se apoyara en las puntas de las patas...
—¿Vienes? —se impacientó Lucas.
—Ese pato es un poco raro, ¿no?
—¿Cuál? ¿Ése? Pues corre rapidísimo, tendrías que verlo...
—Pero ¿qué es? ¿Un cruce con un pingüino?
—No sé... Se llama el
Indio...
Y cuando está con su familia andan todos uno detrás de otro, es tronchante...
—¿En fila india, entonces?
—¿Vienes?
Charles volvió a sobresaltarse.
—Y ¿ése de ahí quién es?
—La segadora.
—Pero es... ¡una llama, ¿no?!
—No te pongas a acariciarla porque entonces te seguirá a todas partes y ya no podrás quitártela de encima...
—¿Escupe?
—A veces... Y los escupitajos no le salen de la boca sino de la tripa, y huelen fataaaaaal...
—Pero dime una cosa, Lucas... ¿Qué es este sitio? ¿Un circo o algo así?
—¡Jo, y tanto! —se rió el niño—. Por eso a mamá... esto...
—No le gusta mucho que vengáis...
—Bueno... todos los días, no... ¿Vienes?
La puerta amenazaba con derrumbarse bajo un montón de... vegetación (Charles tampoco sabía nada de botánica). Parras y rosales, sí, vale, eso sí lo sabía distinguir, pero también había unas extrañas plantas trepadoras naranja fosforito en forma de trompetitas, y otras, alucinantes, de color malva, con un corazón muy alambicado y unos... estambres (¿se llamaban así?) que Charles no había visto en su vida, en tres dimensiones, imposibles de dibujar, y también, jardineras con flores... por todas partes: en los alféizares de las ventanas, a lo largo de los zócalos, cubriendo casi por completo una vieja bomba o sobre mesas y veladores de hierro...
Jardineras apretadas unas contra otras, apiladas, algunas incluso etiquetadas; de todos los tamaños y de todas las épocas, desde algunas de hierro forjado estilo Medici hasta viejas latas de conserva, pasando por contenedores decapitados, cubos de comida para perros
Altamente digestible
y grandes frascos de cristal que dejaban ver raíces pálidas bajo una etiqueta que lucía la marca
Le Parfait
.
Y también había objetos de barro... Probablemente fabricados por niños: unos eran toscos, feos, graciosos; y otros, en cambio, más antiguos, extraños, como por ejemplo un cesto del siglo XVIII lleno de líquenes o la estatua de un fauno al que le faltaba una mano (¿la de la flauta?) pero que todavía tenía el brazo lo bastante largo para sujetar cuerdas de saltar...
Había tachuelas, escudillas, una olla a presión sin asas, una veleta rota, un barómetro de plástico que clamaba la eficacia de los cebos
Fantastic
, una muñeca Barbie sin pelo, bolos de madera, regaderas de otra época, una cartera llena de polvo, un hueso medio roído, un viejo zurriago colgado de un clavo oxidado, una cuerda con una campana en un extremo, nidos de pájaros, una jaula vacía, una pala, escobas medio calvas, un camión de bomberos, una... Y, en medio de todos aquellos trastos, dos gatos.
Imperturbables.
Aquello parecía la trastienda del Palacio Ideal de Ferdinand Cheval, el cartero excéntrico que coleccionaba cachivaches...

 

—¿Qué estás mirando? ¿Vienes?
—¿Son chamarileros los padres de Alice?
—No creo que sean nada, están muertos.
—...
—¿Vienes?

 

La puerta de entrada estaba entreabierta. Charles llamó y luego apoyó la mano bien estirada sobre la madera tibia.
No hubo respuesta.
Lucas se deslizó en el interior de la casa. El picaporte de la puerta estaba más caliente todavía. Charles dejó la mano apoyada un momento antes de atreverse a seguir al niño.

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