El consejo de hierro (19 page)

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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

BOOK: El consejo de hierro
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—Yo no traiciono a mi fe —dijo Qurabin—. Yo compro. Siempre que aprendo algo, algo pierdo. Y es doloroso. Vogu no da nada gratis. Cuando he desvelado lo de la puta y la hija de vuestro hombre me ha dolido, y he perdido algo. Perdido y oculto por el Momento. Estoy desnudo frente a vosotros. ¿Me pides que desvele eso? ¿El Consejo de Hierro? Me costará caro.

Hubo silencio, y de nuevo el goteo.

—La bestia —dijo Judah—. ¿Dónde está? —Un largo momento de quietud.

—Espera —dijo la voz, y de nuevo volvió a asomar alivio bajo su resentimiento.

Está cansado de ser un dios
, pensó Cutter. Miró a Judah, allí erguido, tembloroso y espléndido. Qurabin estaba perdido, comprendió Cutter. Quebrado. Ansioso por algo, abandonado y de nuevo ansioso, frente al recto Judah.

—Lo intentaré —dijo la voz, y sonó una arcada gutural.

Cuando Qurabin volvió a hablar, lo hizo con dolor, con la voz de alguien acostumbrado al dolor.

—Maldición. Maldición. Ya está. La bestia.

—¿Qué has perdido? —dijo Cutter.

—El nombre de alguien. —Alguien que importaba, comprendió Cutter.

13

Había amanecido cuando llegaron al malsano lugar. Lodo y caminos peligrosos, árboles blancos y denudados. La ciénaga sudaba. Las hojas de los árboles susurraban, pero quedamente.

Llegaron, los proscritos de Nueva Crobuzón, Susillil y Behellua, y un número minúsculo de valientes de Puebloculto. Qurabin iba con ellos, invisible.

Cutter anhelaba sonidos. Quería cantar o echarse a reír. La tierra lo ignoraba y se sentía ofendido. Trató de imaginar una presencia para siy solo pudo pensar en las cáscaras de Nueva Crobuzón que había dejado atrás. Confundía su lugar presente con lugares pasados.

Judah iba en cabeza. Un enorme gólem caminaba a su lado. Dos metros y medio de alto, construido con madera y todas las cuchillas de las que Puebloculto podía prescindir. Judah lo había construido a martillazos, con bisagras en las articulaciones y un tosco cuello giratorio. Podría haber hecho que se levantara de un montón de madera con un mero roce de las manos, pero sustentado solo por el poder de la taumaturgia, habría agotado sus fuerzas o se habría desmoronado más deprisa.

Judah había vuelto a poner el cilindro de cera. «No me siento como si apenas te conociera, pues dicen que eres de la familia», decía la voz. «Ha muerto, Uzman ha muerto». Cutter había sentido su tristeza al escuchar aquel viejo mensaje y se preguntaba qué habría sido Uzman para él.

—¿Sabes por qué me hice golemista, Cutter? Fue años antes de la Guerra de los Constructos. Como profesión, no tenía futuro por aquel entonces. Lo que me atrajo fue la cara arcana de la golemetría. No hablo de la materia. ¿Sabías que hay gólems de sonido? Es complicado, pero puede hacerse. Nunca has visto un gólem de sombra, ¿verdad? Los gólems de esta clase… —señaló el artefacto de madera—. En realidad, para mí es un subproducto. No lo hago por esto.

Es posible. Pero, con todo, la criatura que había creado seguía siendo poderosa y elegante. Tenía la cabeza inclinada y la débil luz del sol caía sobre las cuentas baratas que eran sus ojos. Unas cuchillas oxidadas formaban sus dedos.

—La bestia está cerca —dijo la voz de Qurabin. Había dolor en ella: había trocado el conocimiento por algo.

Cutter empujó un bulto de colores macilentos con la punta del pie y, sorprendido, soltó una maldición. Eran los restos de algún animal. Se deshicieron soltando una vaharada apestosa. Cutter tropezó y Pomeroy se volvió y gritó mientras Elsie decía algo.

—¡Mirad! —dijo Elsie. Se encontraba junto a un cuerpo. Cutter vio el brillo de la descomposición. La mayor parte del pecho había desaparecido.

—Buen Jabber —dijo—. Estamos en un puñetero tanatorio.

—¡Deprisa! —dijo Judah—. ¡Aquí, deprisa! —Estaba al borde de la ciénaga, con los brazos extendidos hacia un joven que estaba sentado allí, cubierto de sanguijuelas. El muchacho estaba tan flaco que daba miedo. No levantó la mirada. Sus ojos no se separaron de la carne grisácea que estaba comiendo.

Cutter reprimió un grito. Vio a un hombre demacrado, camuflado entre jucos y nudos de madera. El hombre estaba masticando. Junto a él había un tapir de la jungla. Sus mandíbulas se movían.

—Judah —dijo Cutter—. Judah, atrás. —El agua estaba llena de cuerpos, totalmente inmóviles salvo las mandíbulas. Hombres y mujeres, un perro tembloroso. Todos ellos tenían la boca cubierta de materia vieja, y parecían unidos a una liana.

Hubo un burbujeo de gases, y una cosa que Cutter había tomado por un coágulo de lodo empezó a alzarse. Parpadeó. Lo que había creído agujeros o piedras, eran en realidad ojos. Un tupido tachón de ojos negros. Se elevó.

Las lianas no eran lianas, sino los palpos succionadores de las criaturas. Una de ellas salía de cada figura demacrada, de cada uno de los adultos y de los niños, de cada uno de los animales, adherida a ellos por la nuca. Todo lo que comían se enviaba por aquellos intestinos grotescos, que lo absorbían peristálticamente. Eran sistemas alimenticios sin mente. Suspendida en medio de aquellos miembros, y cubierta por una hirsuta maraña de otros muchos que serpenteaban libremente, estaba la criatura que se alimentaba a través de ellos.

Corpulenta como un hombre obeso, vaga y horriblemente semejante a un pólipo. No colgaba como un peso muerto, sino que flotaba, suspendida por gases o taumaturgias. Cutter vio que debajo de ella se abría un racimo de patas de crustáceo, imposiblemente dobladas y pegadas unas a otras. Se irguió hasta alcanzar gran altura, como una planta sobre un puñado de finos tallos. Rezumaba. Observaba. Sus tentáculos se estremecieron y desplegó unas garras óseas.

La criatura se puso en movimiento con una rapidez y una elegancia grotescas, desplazándose sobre unas patas que no hubiesen debido de poder sustentarla. Sus tentáculos se alargaron: se movieron sin perturbar a los inconscientes devoradores.

Los habitantes de Puebloculto huyeron, perseguidos por fantasmas de cálida neblina y por los miembros de la criatura. Esta se asió a los árboles con sus garras de ave, mientras de su cuerpo brotaron botones de carne como los ojos de los caracoles. La repetidora parecía inútil en las manos de Cutter. Corrió hacia Judah. Los apéndices de la criatura parecían llenar el aire. Cutter vio unos ojillos en el extremo de uno de ellos, un orificio flexivo y una dentadura concéntrica como la de una lamprea.

Disparó contra el cuerpo protuberante. Hizo blanco, pero no consiguió otra cosa que una pequeña erupción de sangre lechosa. Un enjambre de brazos se le echó encima, amontonados como gusanos enfurecidos.

—¡Mátala! —dijo la voz de Qurabin desde alguna parte. Hubo más disparos.

Cutter oyó a Judah —«¡Espera, espera!»— y luego un ruido de madera y cuero, y vio al gólem. La criatura atravesó la trenza de tentáculos, arrancando de cuajo algunos de ellos. Otros lo envolvieron, y le atenazaron el cuello. Un viscoso miembro se retorció. Se estremeció durante varios segundos, contrajo las glándulas y vertió sus encimas sobre la madera. Se detuvo como si estuviera confuso.

El gólem atacó con la sencillez que le era propia, golpeando con sus cuchillas y con toda la fuerza de que la taumaturgia lo había dotado. Saltaron pedazos de materia y la sangre de la criatura brotó a borbotones. Se estremeció y todas sus criaturas tributarias dejaron de comer. Pomeroy corrió hacia ella y apoyó el cañón de su arma sobre su grasa. La explosión fue amortiguada por la carne, pero el puñetazo de balas se le clavó en las entrañas.

Ni aun así cayó. Retrocedió con delicados pasitos y se tambaleó, pero entonces el gólem volvió a echársele encima. Cutter vio que Judah se movía. El somaturgo movió su propio cuerpo de forma casi imperceptible y el gólem de madera y cuchillas lo imitó. Pedazo a pedazo, el gólem fue desmembrando al depredador.

Las víctimas de la criatura estaban muertas o en coma. Hacía mucho tiempo que no eran más que sistemas de alimentación para la insaciable criatura. Susillil y Pomeroy estaban heridos. El vinatero dejó que Cutter le limpiara las heridas. Habían muerto dos de los habitantes de Puebloculto. Uno de ellos había caídodemasiado cerca de los demacrados hombres y mujeres esclavizados por la criatura, y estos habían extendido débilmente los brazos hacia él y habían empezado a comer.

La gente de Puebloculto había excavado en la carne de la criatura para llevarse sus picos o sus garras como orgánicos trofeos. Cutter estaba asqueado. Le hubiese gustado tener una cámara. Se imaginaba el heliotipo: Susillil junto a Judah, Elsie y Pomeroy con su trabuco, y él mismo, Cutter, a un lado, junto al gólem, y todos ellos con el inamovible orgullo del cazador.

Aquella noche hubo una tosca celebración en una cabaña de Puebloculto. Hombres y mujeres, cazadores recolectores o habitantes de la quelona bailaron y bebieron.

La habitación estaba llena de pequeños hombres-escarabajo. No hablaban nunca. Se acercaban y, rozando con delicadeza la ropa de los humanos y entrecruzando sus antenas, recogían silenciosamente los restos de comida.

Susillil estaba con Behellua. Cutter los vio y supo que aquella noche tendrían uno de aquellos encuentros amistosos que en su mente no eran otra cosa que sexo, por mucho que para ellos no lo fuera.

Alrededor de la mesa, la gente contaba historias. Para los habitantes de Puebloculto, Qurabin era un dios que de repente se había tornado intervencionista y terrenal. El monje se movía invisible entre los comensales, traduciendo para ellos.

Por mediación suya, Susillil el vinatero les contó la historia de la mejor cosecha de la casa Predicus, del vinerraco primus al que se había sacrificado para que el secundus, cuyos frutos eran más secos y mejores, pudiera engendrar. Les contó la gran batalla que había sido, la tristeza que le había provocado la muerte del toro. Al finalizar la historia, los viajeros de Nueva Crobuzón aplaudieron con todos los demás.

Llegó su turno, y la tarea recayó sobre Cutter. Los habitantes de Puebloculto cantaban suavemente, de forma rítmica, y cuando empezó a hablar se adaptaron a la cadencia de sus palabras. Él balbució, bajó la mirada, volvió a levantarla y —contrariado y borracho, en un placentero arrebato de bravuconería— empezó:

—Esta es una historia de amor —dijo—. Que nunca debería haber existido. Duró una noche y un día.

»Hace cinco años. Conocí a un hombre. Estaba en un pub de los muelles. Le pedí que viniera a mi casa. Aquella era una noche de té-plus y shazbah, y todos hacíamos lo que queríamos, ¿sabéis?, y así estaba bien. —Los vinateros se rieron cuando Qurabin tradujo sus palabras. Elsie y Pomeroy estaban mirando al suelo—. Luego, mientras él dormía, al pasar sobre él para coger el orinal, vi su ropa. Una pequeña pistola asomaba en el bolsillo. Nunca había visto una cosa tan bonita, así que, aunque no era asunto mío, la saqué, y con ella salió una pequeña placa.

»Es de la milicia. Es un miliciano. No sé qué hacer. ¿Cuál es su misión? ¿Es agente de narcóticos? ¿De la patrulla de Depravación? Sea como sea, me tiene atrapado. Hasta se me pasa por la cabeza la idea de dispararle, aunque sé que no voy a hacerlo. Así que pienso que quizá pueda marcharme antes de que amanezca, o quizá pueda suplicar mientras me lleva a la cárcel, o quizás esto o quizás aquello.

»Y al final me doy cuenta de que no puedo hacer nada. Así que vuelvo a la cama.

»Y al hacerlo, lo despierto. Así que volvemos a hacerlo. —De nuevo aplausos—. Y luego, por la mañana, volvemos a hacerlo otra vez. —
Estoy borracho
, pensó Cutter. No le importó.

»Y yo espero, pensando que le suplicaré, o lo sobornaré, porque ahora ya sé lo que le gusta, ¿no? Y me levanto y salgo corriendo y pienso que a lo mejor lo que podría hacer es no parar. Me iré al puerto, me cambiaré de nombre, no quiero ir a la cárcel, no quiero ser rehecho. Pero entonces paso junto a una panadería, y luego junto a una frutería, y me doy cuenta de que no puedo ir y perderlo todo. No puedo desaparecer sin más. Así que en lugar de marcharme, hago la compra.

»Y regreso.

»Lo despierto. Y desayunamos juntos, sobre mi tienda de la Ciénaga Brock… y entonces se va. Un gran beso de despedida y adiós. No vuelvo a verlo. Y empiezo a pensar. A lo mejor es que no pensaba hacer nada. Pero lo que yo creo, lo que me gusta creer, es que gracias a lo que hice por él aquella noche y gracias al maravilloso desayuno que le preparé —pescado a la parrilla, un picadillo a las especias y crema de frutas, con una flor en medio de la mesa, como si estuviéramos casados—, durante algunos minutos de aquella mañana, se enamoró genuinamente de mí. No, lo digo en serio. Yo también me enamoré de él. Nunca he amado tanto como lo amé a él cuando me dio un beso y se despidió. Porque estoy seguro, estoy seguro de que sabía que yo lo sabía. Era el regalo que me hacía, aquella marcha, aquel adiós. Igual que el desayuno había sido mi regalo para él. Nunca he amado tanto, ni antes ni después, salvo a un hombre.

Cuando quedó claro que había terminado, los vinateros rompieron a aplaudir y a aullar, y hubo algunos aplausos más entre la audiencia. Elsie y Pomeroy se sumaron también, aunque Pomeroy no lo miró a los ojos. Al ver cómo daba palmas el hombretón, Cutter sintió un arrebato de afecto.
Bendito sea
, pensó, y como colofón, Elsie le obsequió incluso con una rápida sonrisa.

Y entonces vio a Judah, y la sonrisa que había en el rostro del golemista era diferente: no había esfuerzo ni complicidad en ella, era como la sonrisa de un ídolo, y por detrás de la pasión que le inspiraba el hombre, la furia de Cutter se inflamó.

A Cutter no le interesaban los dioses. Había algunos en los panteones de Nueva Crobuzón por los que sentía cierta afinidad, normalmente por razones heréticas: como Crawfoot, cuyas payasadas no le parecían estúpidas bufonadas sino actos de subversión táctica.
Eres un revolucionario, ¿verdad
?, había pensado siempre mientras los sacerdotes fingían paciente indulgencia con el dios-necio. Pero nunca participaba en las adoraciones y rituales. Las pocas plegarias que elevaba eran cínicas e interesadas. No obstante, comprendía el poder de las devociones de Qurabin.

El monje era capaz de encontrar lo oculto y lo perdido, aunque no sin pagar un precio. En la voz de Qurabin, Cutter no oía ya la arrogancia por aquel poder. Se daba cuenta de que algo había cambiado.
El monje está rindiéndose
, pensó.

—Los galaggi dicen que es…
sobrecho sobrechin lulsur
. Es un juego de palabras. —La voz del monje iba y venía mientras iba desvelando la información—.
Sobresh
es «odioso» y
sobr’chi
es«capitán». En mi lengua no tiene equivalente. En Tesh… no nos gusta tanto clasificar las cosas como a vosotros. —Y Cutter oyó el desprecio, la rabia que rezumaba la voz de Qurabin al hacer mención a Tesh.

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