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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (34 page)

BOOK: El club erótico de los martes
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—Mmm, fui a comer con tu amigo Bill hace unos días —dijo Lux.

—¿Qué tal está? —preguntó Brooke con un toque de frialdad en sus palabras.

—Bien. Le gustaría que le llamaras.

—¿Ha empezado ya a buscar ayuda?

—Si te refieres a un psiquiatra, no. Pero está quedando mucho con ese amigo de su padre, Miles Rudolph o algo así.

—¡Miles Rudolph! —exclamó Brooke—. ¡Miles es demasiado mayor para Bill!

—¡Nah, nah, nah! —dijo Lux, moviendo las manos y riéndose ante el arranque repentino, pasional y protector de Brooke—. El hombre es un amigo de su padre. Tan sólo está hablando con él sobre, ya sabes, mierda y movidas. El novio de Bill es más joven, unos treinta y cinco. Guapo, aunque se ha ganado con creces la etiqueta del «homosexual más aburrido que jamás he conocido».

—¡Bill tiene novio! —exclamó Brooke con un grito ahogado.

—Uuyyy... —dijo Lux, asombrada de que su intento por animar a Brooke hubiera tenido efectos tan nefastos. No obstante, después de haberle dicho eso, pensó que era mejor contarle la historia entera—. Sí. Lo tiene. Me pasé para devolverle unos libros y el chico estaba allí, en casa de Bill. Y llevaban albornoces a las cuatro de la tarde, así que estaba bastante claro que habían estado desnudos poco antes. Bill parecía feliz. Me presentó al tipo como su amigo. Creo que se llama Bannister. Llevaba puesto ese albornoz y calcetines negros. Calcetines de vestir. Estoy casi segura de que cuando se acostaron llevaba esos calcetines negros puestos, porque uno no se vuelve a poner calcetines negros de vestir por la tarde después de hacer el amor, ¿no? De todas formas, este tal Bannister es casi tan interesante como un poste de luz. Con ese acento inglés, y...

—¡Alistair Warton-Smythe! —dijo Brooke dando un grito ahogado.

—Sí, el mismo —rió Lux—. Bannister Warthog-Smith. Alto, delgado, rubio. Se parece a ti, Brooke. Quiero decir, si fueras el homosexual más aburrido de la ciudad de Nueva York.

La mirada de Brooke pasó de Margot a Lux y viceversa. No tenía claro si quería reír o llorar. Margot intentó mover la balanza a favor de lo primero.

—¡Madre mía! ¡Brooke! ¡Eres tan afortunada! —dijo Margot.

Brooke y Lux miraron a Margot. Ninguna de las dos veía la relación entre el acartonado nuevo novio de Bill y la fortuna de Brooke.

—Te has perdido dedicar veinte dolorosos años de tu vida a un hombre que prefiere a otros hombres —explicó Margot.

—Otros hombres aburridos —se rió Lux.

—Sí —dijo Brooke, sonriendo un poco—. Sí, supongo que tienes razón. He ganado veinte años de felicidad.

Aimee estaba sentada en silencio en el sofá. Estaba escuchando, pero se sentía muy lejos de allí, como si otra música estuviera sonando sólo para ella.

—Bueno, Margot —pidió Brooke—, ¿te gustaría leer tu relato?

—Vale, pero he escrito sobre mi vibrador.

—¿Y qué hay de malo en ello? —dijo Brooke.

—Algunas personas me han advertido de que mi apego por lo mecánico me va a llevar a la ruina con los hombres de verdad. Pero, oye, ya tengo cincuenta. No bebo ni fumo. Considero que debería tener algún vicio placentero como el resto de la gente de la ciudad. Y le estoy enseñando a Trevor cómo manejarlo.

Aimee se levantó de repente y fue al baño. Se sentó en la taza del váter e inspeccionó sus bragas. Luego se quedó sentada un momento en el silencio de su porcelana brillante y se preguntó cómo iba a hacer todo esto ella sola.

*

Margot esperó a que Aimee regresara del cuarto de baño. Cuando lo hizo, Aimee se quedó ahí de pie, mirando a sus amigas. No se sentó.

—Acabo de expulsar el tapón mucoso —anunció Aimee.

—¡Madre mía! —dijo Margot—. ¿Qué significa eso?

—Si rompe aguas, tendremos al bebé en el piso —dijo Lux levantándose de la silla—. Jonella casi tuvo el bebé en su casa. El tapón mucoso salió cuando estábamos por ahí bailando, y no sabíamos que eso significaba que teníamos que parar. Así que cuando llegamos a casa y rompió aguas, el bebé empezó a salir.

—Nosotras no queremos hacer eso —dijo Margot con determinación.

—Estoy muy nerviosa —dijo Aimee en voz baja.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Brooke.

—Sí, vale, esto ya lo tenía pensado. Yo... eh... yo sé... eh... —Aimee se atrancó y titubeó, y no consiguió recordar lo que había que hacer. Entonces le entró un ataque de risa que no pudo detener. Margot se hizo cargo de la situación.

—De acuerdo —dijo Margot—, vamos al hospital. Lux, tú coge la maleta, yo llamo al servicio de coches y después al hospital y luego avisamos a la madre de Aimee. Brooke, ayuda a Aimee a bajar a la calle.

Todas se quedaron paradas un momento, impresionadas con el sentido del orden de Margot. Margot no entendía por qué no seguían sus clarísimas instrucciones.

—¡Manos a la obra, chicas! —dijo Margot alegremente sin dar la más mínima señal del pánico que estaba sintiendo.

Gracias a la excelente planificación de Margot, el servicio de coches estaba frenando justo cuando Brooke y Margot ayudaban a Aimee a cruzar la entrada de su edificio. Lux echó un último vistazo al piso para cerciorarse de que todo estaba apagado, de que las llaves estaban en los bolsos y los móviles en los bolsillos. Las alcanzó cuando estaban saliendo a la calle.

—¿Estás bien? —preguntó Aimee a Margot al entrar en el taxi.

—Sí, sí —dijo Margot.

—Estás temblando —se rió Aimee—. Yo voy a tener el bebé y estás temblando tú.

—Estoy emocionada —dijo Margot—. Y un poco nerviosa. ¡Ay, Dios mío! ¡Por fin ha llegado el momento!

Lux estrechó la mano de Margot para intentar tranquilizarla. El hecho de que Aimee estuviera bien pero hubiera que calmar a Margot le provocó la risa tonta a Lux. Era contagiosa, y de pronto todo el asiento trasero estaba desternillándose de risa. Cuando el coche llegó a la sala de urgencias del hospital, tres de las cuatro mujeres salieron del sedán como si fueran tías borrachas delante de un club nocturno. Aimee salió como una ballena varada en Coney Island. Las luces fluorescentes y el silencio del hospital en seguida las despejaron. Recuperaron su lucidez y ayudaron a Aimee a entrar en la sala de urgencias. Tras examinar rápidamente la pelvis, ingresaron a Aimee en el hospital. Cuando la doctora responsable anunció que Aimee había dilatado tres centímetros y que iba a trasladarla a Maternidad, Margot cambió el tembleque por el parloteo. Mientras las mujeres entraban junto a la silla de ruedas de Aimee en la sala de partos, Margot hizo un informe detallado de la decoración y los accesorios de la sala a Brooke, Lux y Aimee.

—¡Ahí va, madre mía, mira, Aims, es una bañera con jacuzzi! Igual que la de tu cuento. Puede ser útil, aunque no sé cuándo vas a tener tiempo de usarla. Y el papel de la pared es de un gusto sorprendente para ser un hospital. ¡Qué interesante! Es como una encantadora habitación de hotel.

—¿Hay un minibar? —preguntó Brooke.

Mientras la enfermera la ayudaba a meterse en la cama, Aimee empezó a sentir una presión intensa en su pelvis.

—Siento como si me fuera a venir el periodo. Eso no es malo, ¿no? —preguntó Aimee—. ¿No?

Brooke y Margot se miraron, luego volvieron a mirar a Aimee antes de declarar al unísono:

—¡No!

Lux, que ya había pasado por esto con Jonella, ofreció más consejos prácticos.

—Sabéis —dijo Lux—, cuando estás en casa y quieres decir «mierda» o «coño» o «qué puto infierno» o cualquier otra cosa, puedes gritar todo lo que quieras, pero una vez que entras en el hospital vienen a decirte que molestas a las otras madres si gritas tanto o te pones histérica.

—Es bueno saberlo —dijo Aimee y, aunque no podía imaginarse que alguna vez ella quisiera chillar o maldecir a voz en grito, añadió—: gracias, Lux.

Y entonces llegó la primera gran contracción.

—¡Joder! —gritó de pronto Aimee llena de terror.

Cuando la contracción amainó, una enfermera asomó la cabeza en la habitación. Miró a Aimee con el ceño fruncido. La malhumorada enfermera cerró la puerta de la sala de partos donde estaba Aimee en un intento de proteger a las otras mujeres de la planta de la deslenguada boca de Aimee.

—A eso me refiero —dijo Lux.

—Yo... yo... creo que necesito la epidural —dijo Aimee con un ligero matiz de pánico en la voz—. Y si me la pueden poner ahora mismo, mejor.

Lux fue corriendo al vestíbulo para buscar a la anestesista. Aimee fue intensificando sus gritos, aunque reduciendo sus maldiciones, en el curso de las siguientes contracciones fuertes. Estrechó con fuerza la mano de Brooke y practicó los ejercicios de respiración que habían aprendido en las clases de preparación al parto. Los ejercicios no apaciguaron el dolor, pero la distrajeron, sobre todo cuando Margot, respirando al ritmo de Aimee y Brooke, hiperventiló y tuvo que sentarse. Aún se estaban riendo por lo ocurrido cuando llegó la anestesista y la epidural hizo efecto.

—¡Ay, gracias a Dios! —dijo Aimee al notar que se le dormían las piernas.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Brooke.

—Esperar —dijo Lux.

Durante seis horas, Margot, Brooke y Lux estuvieron sentadas junto a Aimee observando sus contracciones en el monitor.

—¡Ostras! ¡Ésa era monstruosa! —exclamó Brooke al ver que la contracción casi llegaba al borde de la pantalla del monitor.

—¿Te ha dolido? —preguntó Lux.

—Ni lo he notado —dijo Aimee—. Más abajo del pecho no puedo sentir nada.

—¿Y cómo vamos a llamar al bebé? —preguntó Brooke.

—A mí me gusta Grace —dijo Lux—. Ése era el nombre que siempre me ponía cuando jugaba a ser otra persona.

—¿Qué tal «Martes»? —sugirió Brooke.

—Nah, nah, nah —advirtió Lux—, un nombre no es ninguna broma.

—Hubo un tiempo en que me encantaba Lily —dijo Aimee—, o tal vez Dahlia.

—Los nombres de flores son bonitos —dijo Margot mientras recopilaba rápidamente una lista de nombres de flores—. ¿Qué tal Lilia? También está Rose, o Petunia. Ay no, Petunia no. Está Violet, Poppy, Viola, Willow, Posy, Lilac, Primrose, Pansy, Verónica, Angélica, Iris, Holly, Heather, Hyacinth, Tiger Lily, bueno, ése sale en
Peter Pan.
Está Lavender, Fern, Flora, Rosemary, Saffron.

—¡Para! —exclamó Aimee—. Voy a llamar al bebé Alexandra. Lo decidí anoche.

—Alexandra es muy bonito —dijo Brooke con cariño.

—¿Qué os parece a vosotras el nombre de Alexandra Grace? —preguntó Aimee a las personas que realmente le importaban.

—Me gusta —dijo Lux, y todas se mostraron de acuerdo.

*

—¿Qué tal por aquí? —preguntó la enfermera resueltamente al entrar en la habitación. Se acercó a la cama y comprobó el progreso de Aimee.

—Me encuentro bien —dijo Aimee—. De hecho, no siento absolutamente nada. Tengo el cuerpo totalmente dormido desde el pecho hasta los dedos de los pies.

—¡Ay, madre! —dijo la enfermera—. Has dilatado seis centímetros. Estás lista para empujar. Ahora voy a avisar al médico y luego vamos a empujar una y otra vez como si fuera una evacuación intestinal.

—Estupendo, salvo que no sé exactamente dónde está ubicado mi ano en este momento —dijo Aimee, señalando el suero.

—¡Ay! —dijo la enfermera, y salió corriendo a buscar al anestesista.

*

Cuando la doctora de Aimee entró en la habitación, aún tenía las marcas de la almohada en la cara.

—¿Qué hora es? —preguntó Brooke.

—Las tres de la mañana —dijo la doctora, y a continuación—: ¿Quién eres tú?

—Éstas son mis mejores amigas —dijo Aimee, señalando con un gesto a Margot, Brooke y Lux.

—Ah —dijo la doctora—, una tribu de mujeres. Eso está bien. Vas a necesitar su apoyo. El efecto de la epidural ha terminado. Dime, ¿puedes sentir ya tu trasero?

Aimee asintió con la cabeza. Podía sentir su trasero y muchas cosas más. El dolor volvía a golpear su cuerpo en forma de grandes olas oceánicas.

—Usted —dijo la doctora señalando a Margot—. Necesito que le frote las piernas. Están un poco frías y entumecidas por la epidural.

—Sí, señora —dijo Margot entrando en acción.

—¿Quién de ustedes es la entrenadora del curso de preparación al parto? —preguntó la enfermera.

—Yo —dijo Brooke.

—Bien, usted estará a la derecha de mamá. Y usted —dijo la enfermera señalando a Lux—, a su izquierda. Vamos a mover la cama para que se incorpore. Luego vamos a empujar.

—¿Qué tal se encuentra, Aimee? —le dijo la doctora imponiendo su voz por encima del ruido de la cama al moverla. Un espejo que había en el techo descendió para que Aimee pudiera ver a su bebé cuando naciera. La doctora se enfundó unos guantes en sus cuidadas manos y ocupó su lugar entre las piernas de Aimee.

—Si estás preparada —dijo la doctora—, vamos a empujar diez veces. Si puedes hacerlo quince, mejor, pero quiero que empujes al menos hasta diez.

—Venga, Aimee, márcate quince —la animó Margot desde su puesto a sus pies.

Cuando llegaron a once, Lux, Brooke y Margot comenzaron a contar a coro. Animada, Aimee empujó con fuerza.

—Dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno —cantaron sus amigas, y con sus animadoras personales dándole fuerzas, Aimee consiguió llegar a los treinta. El bebé era pequeño, y el cuerpo de Aimee había estado ensayando su salida durante varios meses. Aun así, en lo que a Aimee le pareció una cantidad de dolor y de tiempo inimaginable, Alexandra Grace llegó al mundo.

Era rosa y húmeda, con labios gruesos y una cabeza llena de rizos como los de Aimee. Cuando Aimee cortó el cordón que la unía físicamente a su bebé, sintió que la invadía un profundo amor y pasión por esta criatura que por fin era una persona distinta. Margot cogió a Alexandra mientras suturaban la herida del cuerpo de Aimee. A pesar de que Margot, de acuerdo con sus bien organizadas instrucciones, era la encargada de realizar las llamadas, no quería soltar a la niña. Brooke llamó a la familia de Aimee para darle las buenas noticias. Llamó a Tokio y dejó un mensaje educado, aunque entrecortado, en el contestador automático.

Finalmente, la doctora cogió a Alexandra Grace de los brazos de Margot y se la dio a Aimee. Esta contuvo la respiración al tener entre sus brazos 2,8 kilos de bebé y manta. Como si supiera que estaba en casa, Alexandra se giró hacia Aimee, abrió sus ojos oscuros y contempló a su madre con una mirada profunda y seria. El amor se apoderó del pecho de Aimee como un ataque de asma y se extendió, cambiando tantas cosas en ella que prácticamente era una nueva persona. Aimee empezó a respirar de nuevo, y con la primera bocanada de aire hizo la silenciosa promesa de dedicar su vida a proteger a esa pequeña niña.

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