El círculo mágico (79 page)

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Authors: Katherine Neville

BOOK: El círculo mágico
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Todo eso sucedió en cuestión de segundos. Por fin, me libré del paquete de tubos que me limitaba los movimientos y lo anudé a la cuerda para mantenerlos a salvo. Luego agarré al Tanque, cuya arma había desaparecido también, mientras intentaba incorporarse en lasaguas turbulentas. Bambi lo apuntó con el arma para que yo le quitara la corbata y le atara con ella las muñecas a la cuerda, junto a mi carga.

Bambi empezó a quitarse también el paquete de la espalda y yo avancé por la cuerda hacia Wolfgang y Sam, que seguían forcejeando en el agua. Por encima de mi hombro, Bambi soltó un grito desgarrador. Me volví de inmediato para seguir su mirada y vi el cuerpo medio sumergido de Olivier que se agitaba desesperado mucho más abajo que nosotros, quizás a unos veinte metros, y que se dirigía directo a la cascada.

Intentaba decidir qué debía hacer, cuando delante de mí Wolfgang sacó a Sam del agua, le dio un golpe fuerte en la mandíbula, lo volvió a sumergir en el río y partió rumbo a su esquivo objetivo.

Sam se levantó, miró corriente abajo y vio a Olivier. Antes de que yo tuviera tiempo de pensar, se zambulló en las mismas aguas rápidas que se llevaban veloces a Olivier hacia la catarata. A cierta distancia de ellos, Wolfgang, todavía de pie y con el iceberg casi a su alcance, se abalanzó para aferrado, pero falló y perdió el equilibrio. Cayó y el agua lo arrastró también a él.

Bambi había logrado sacarse el paquete y atarlo sin que se le mojara el arma. Con la pistola aún en la mano, recorrió la poca distancia que nos separaba, hasta unos pocos metros más abajo de la cuerda, y me gritó al oído:

—¡Dios mío!, ¿no podemos hacer nada? ¡Se van a matar los tres!

Desde luego, daba esa impresión, pero no se me ocurría cómo impedirlo. Aun en el caso de que llegara a uno de los extremos de la cuerda que cruzaba el río, la soltara y la lanzara para que se agarraran, el cabo era demasiado corto para que llegara tan abajo. Contemplamos horrorizadas la espantosa escena que se desarrollaba ante nosotras: tres hombres y un iceberg de cristal arrastrados de forma inexorable por las aguas tenebrosas y cristalinas hacia el acantilado. Estaba sin aliento.

Bambi se pasó la pistola a la mano derecha, la mano con que los violoncelistas sujetan el arco, y cogió la mía con la izquierda, mientras veíamos el montón de tubos que contenían los mortíferos manuscritos de Pandora moverse a cámara lenta hacia el borde del abismo, donde dieron una graciosa vuelta, como una bailarina, antes de deslizarse silenciosos hacia abajo. Un momento después, la
cabeza
oscura de Wolfgang los siguió igual de silenciosa.

Vimos a Sam que, con brazadas rápidas, alcanzaba el cuerpo posiblemente sin vida de Olivier, demasiado tarde para que ninguno de los dos consiguiera escapar a la terrible corriente. Bambi y yo, con el rugido del agua en los oídos, contemplamos en silencio cómo el resto denuestra generación, salvo nosotras dos, doblaba veloz el precipicio hacia el olvido.

Mientras permanecía en las aguas rápidas y frías, no tuve lágrimas ni de perdón ni de remordimiento. No sentía nada por todos los que habían creado o perpetuado ese lodazal de traiciones y que, en su mayoría, resultaron ser miembros de mi horrenda familia. Pero tenía aún algo a lo que aferrarme, del mismo modo que me había agarrado a la cuerda, algo que me mantendría viva frente a tantos infortunios insoportables. Era lo único que había quedado en el fondo de la caja de Pandora cuando todo lo demás salió: la esperanza.

Me volví para salir del río, pero Bambi seguía cogiéndome de la mano.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —me preguntó por encima del ruido de las aguas, de esas aguas que acababan de llevarse ante mis ojos todo lo que quería en esta vida.

—Lo primero es encontrar a mi gato —respondí también a gritos.

Bambi ató nuestros cilindros entre sí y los llevó flotando hasta la ribera mientras yo arrastraba en el agua el cuerpo del terrible Tanque, boca arriba, y lo depositaba sin ningún miramiento en la orilla. Bambi lo apuntó con la pistola y yo liberé al abuelo de Sam, Oso Oscuro, que nos ayudó a atar a Pastor Dart al árbol en su lugar: ojo por ojo, imbécil. Luego, los tres salimos río abajo en busca de Jason.

No entenderé nunca cómo supe que Jason era la clave del problema o que estaría vivo y a flote. Pero conocía el comportamiento de Jason todo lo bien que se puede conocer a un gato. Sus instintos naturales eran, faltaría más, los del héroe mitológico de quien tomaba su nombre: navegaba en el agua como un argonauta.

Aunque nunca antes había bajado por una catarata de tales dimensiones, algo más de diez metros de altura por unos treinta de ancho, era imposible mantenerlo alejado de los toboganes acuáticos, todavía más altos, de los parques de atracciones, y estaba acostumbrado a nadar en las aguas rápidas del Snake. El río sería más lento y mucho más tranquilo después de la cascada, de modo que estaba segura de que, si Jason había superado la caída sin romperse ningún hueso, lo encontraríamos vivo.

Y a Jason le encantaba recoger cosas, ya fuera su pelota de goma en el río o un resguardo amarillo de correos en la nieve. ¿Por qué no un iceberg de tubos de plexiglás que contenían manuscritos valiosos? Por no mencionar los cuerpos de Olivier, Sam o Wolfgang, vivos o muertos. Primero encontramos a Jason, «feliz como una almeja en la marea alta», como diría Olivier, retozando en un remanso tranquilo bajo la cascada. El objeto a cuyo alrededor nadaba con cierto orgullo era el montón de tubos de plástico, cuya cuerda había quedado atascada en una roca. Unos cuantos tubos se habían soltado y flotaban cerca con un aspecto algo peor.

Puesto que Bambi y yo ya estábamos caladas hasta los huesos, nos adentramos en las aguas y sacamos los tubos junto con Jason, mientras Oso Oscuro seguía a pie por la orilla todo lo que se podía. Cuando tuvimos los cilindros a buen recaudo, ya había vuelto.

—No conseguí llegar más lejos, la orilla se pierde en la maleza —me informó—. Pero los he visto desde arriba. No están lejos. He visto tres cabezas que flotaban en un brazo que sobresale algo del río.

—¿Vivos? —le pregunté.

—Eso creo —respondió Oso Oscuro—. Pero las paredes son escarpadas y resbaladizas. No podemos llegar de ese modo, los tendremos que subir hasta aquí por el agua.

La pendiente era mucho más pronunciada y el agua, mucho más profunda en esa parte del río. A pesar de que Oso Oscuro, Bambi y yo éramos buenos nadadores, nos atamos unos cuantos recipientes sueltos alrededor del tórax a modo de flotadores. Bambi escondió el arma entre un arbusto. Luego, uno por uno, nos metimos en el río.

Los encontramos a algo más de un kilómetro y nos esperaba una sorpresa. Sam no estaba sujetando a Olivier, sino a Wolfgang, que tenía los ojos cerrados. Lo sostenía por debajo de la barbilla como un socorrista mientras cerca de ahí Olivier flotaba, contento como unas Pascuas.

—¡Hombres al agua! —gritó cuando vio que nuestra flotilla se acercaba a nado—. ¡Y mujeres y nativos al rescate!

Cuando llegamos a su altura, exclamé:

—Gracias a Dios que estás vivo; ¡creía que no sabías nadar!

—Y yo también —corroboró—. Me ha salvado la mochila. Me ha mantenido a flote aunque se me llevó la cascada. ¡Qué miedo! En cuanto llegué aquí abajo, salí a la superficie como una burbuja.

¡Pues claro! La botella de plástico enorme que siempre llevaba de excursión para filtrar el agua. Llena de aire, le había salvado la vida.

—¿Y vosotros, cómo estáis? —pregunté a Sam, muy preocupada.

Tenía un aspecto horroroso, pero no tan malo como Wolfgang, que debía de haber perdido mucha sangre entre los arañazos del gato en la cara y la herida de Bambi en la mano.

—Creo que se ha roto una pierna al caer —nos informó Sam, que aún lo sujetaba en el agua—. Me imagino que se ha desmayado de dolor.—Nosotros lo llevaremos —indicó Bambi—, porque tenemos que regresar a nado.

Ayudó a Oso Oscuro a tomar a Wolfgang de las manos de Sam y yo enseñé a Olivier cómo propulsar su ahora flotante cuerpo contra la suave corriente de esta parte del río. Cuando nos encaramamos a la orilla, Oso Oscuro cargó el cuerpo de Wolfgang en brazos y recorrimos el camino de vuelta para recoger al Tanque y los otros tubos. Olivier, que llevaba a Jason, apuntaba con la pistola de Bambi a nuestro futuro exjefe para que anduviera frente a nosotros hacia el coche, mientras Sam, Bambi y yo transportábamos nuestros preciados tesoros.

Sam, cubierto de barro y desaliñado, ocupó el asiento delantero del Land Rover, a mi lado; mientras que Olivier, Bambi, los cilindros y nuestros rehenes se acomodaron en la espaciosa parte trasera. Yo estaba rendida. A pesar de toda la parte de mí que había invertido en esos manuscritos, casi deseaba que hubieran desaparecido bajo la superficie cristalina pero peligrosa del río. Tenía la imaginación tan agotada por todo lo que había pasado que no podía pensar en nada.

—¿Y ahora qué? —pregunté al grupo, que parecía tan destrozado y confundido como yo.

—Lo primero que haré será echar todas mis credenciales de seguridad nuclear al buzón más cercano y usar unas cuantas de las otras que tengo para entregar a estos dos individuos a las autoridades por intentar una matanza. Ya discutiremos el resto de cargos más adelante —dijo Olivier.

—Por lo que a mí respecta —afirmó Bambi con orgullo—, Oso Oscuro me preguntó mientras volvíamos del río si Lafcadio y yo podríamos emplear nuestros numerosos contactos para ayudarle a seleccionar las mejores instituciones arqueológicas y académicas de otras partes del mundo para que revisen y certifiquen los documentos originales. Lo haremos encantados. En cuanto a mi hermano, tal como dice Lafcadio, a lo largo de su vida ha sembrado todo lo que ahora recogerá.

Yo no estaba aún preparada para pensar en el inconsciente Wolfgang, que yacía empapado en el asiento de atrás junto al Tanque.

—Los manuscritos no estarán del todo a salvo hasta que hayamos capturado a unas cuantas personas más, incluido tu padre y la madre de Bettina, quienes no dejarían una piedra sin remover para conseguirlos —advirtió Sam.

A pesar de los sentimientos que me inspiraba mi impenitente padre, me invadió una tristeza comprensible al ver cómo habían acabado las cosas y, a juzgar por la expresión de Bambi, a ella le pasaba lo mismo.—Hasta que no tengamos a todos los culpables fuera de combate —añadió Sam—, seguiré trabajando para proteger y descifrar esos documentos.

Pero yo no tenía ni idea de qué rumbo debía seguir ahora. No dejaba de imaginarme lo que sería la vida después de esas semanas en que todo había cambiado de forma tan irreversible. Me había quedado sin trabajo, sin nuevos amigos, sin misión y sin peligro.

—Yo no tengo ni idea de lo que debo hacer —admití a todos en general.

—Oh, a ti te espera el trabajo más importante —soltó Sam con una sonrisa irónica y enfangada, y esperé a que cayera el otro mocasín—. Vas a aprender a bailar —sentenció.

LA DANZA

Mándala
significa «círculo» y, más en concreto, círculo mágico... Me he encontrado con casos de mujeres que no dibujaban mándalas pero que, en cambio, los bailaban. En la India [eso recibe] un nombre especial...
mándala nrithya,
la «danza mándala».

CARL G. JUNG

En el éxtasis del baile, el hombre cruza el abismo entre este y el otro mundo... Cabe suponer que la danza en círculo ya existía de forma permanente en la cultura paleolítica, el primer estadio perceptible de civilización humana.

CURT SACHS,

World History of the Dance

La forma de baile más antigua parece ser el
Reigen,
o danza en círculo [que] simboliza una re
alidad de la máxima importancia en la vida de los hombres primitivos, el reino sagrado, el círculo mágico... En el círculo mágico se liberan todos los poderes demoníacos.

SUSANNE K. LANGER,

Feeling and Form

 

Así pues, habíamos completado el círculo, pero mis días de danza no habían empezado aún. Olivier llamó desde una cabina y consiguió que los federales enviaran una delegación desde Boise para que se encontraran con nosotros en la ciudad, recogieran al Tanque y a Wolfgang, y los pusieran a buen recaudo. La información que disponía de ellos, incluida la traición, el espionaje internacional, la asociación con traficantes de armas y contrabandistas nucleares extranjeros, el intento de homicidio múltiple en un río y el asesinato de Theron Vane, agente de alto nivel del Gobierno, no era nada, desde mi punto de vista, comparado con lo que Wolfgang había cometido: el intento de asesinato de su propio hermanastro, Sam.

En la ciudad, Olivier garabateó sobre una carpeta apoyada en el Land Rover de Oso Oscuro y rellenó los formularios necesarios para trasladar a sus dos prisioneros. Los federales se encargaron primero del Tanque, debido a su elevada posición como jefe del complejo nuclear, y se lo llevaron en el coche blindado para su traslado inmediato a una cárcel federal, a la espera de juicio.

Mientras tanto, Wolfgang, herido e inofensivo pero ahora sentado en el asiento posterior, pidió hablar conmigo a solas dentro del coche. Así que los demás salieron y esperaron fuera, y yo me volví para mirarlo a la cara, llena de arañazos de gato, mientras él me devolvía la mirada con un dolor apenas contenido. Parecía tratarse de algo más que la mano herida o la pierna rota. Esos ojos turquesa, que tan poco tiempo atrás me hacían temblar las rodillas, ahora me hacían sentir aislada y asustada por todo lo que había pasado entre nosotros desde que nos conocimos.

—¿Te imaginas el dolor que siento al mirarte, Ariel? —dijo Wolfgang—. Creía que sabías que te quería. Y luego descubro que sólo me has contado mentiras.¿Yo le había contado mentiras? A eso le llamo yo ver la paja en el ojo ajeno. ¡Dios mío! Si durante semanas cada vez que levantaba una piedra, me encontraba con otra mentira debajo. Le había pedido explicaciones a Wolfgang un montón de veces, sólo para oír más mentiras, sólo para tragármelas todas y cada una con la misma facilidad que la anterior, sólo para acabar entre sus brazos en la cama, una y otra vez. Puesto que había defendido su última postura a punta de pistola, consideré que lo más prudente sería ahorrarme cualquier comentario.

—Sabías que Sam estaba vivo y me lo ocultaste —soltó Wolfgang con gran amargura—. Me has mentido desde el principio.

—¡Estabas intentado asesinarlo, Wolfgang! —señalé lo que resultaba obvio—. ¿Habrías matado también a tu hermana? ¿Me ibas a matar a mí?

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