—¿Yo podría aprender a hacerlo? —le pregunté.
—Quizá —dijo—. No puedes moverte tan rápido como yo, pero podrías conseguirlo si el objeto está cerca de tu mano. Tendrías que practicar mucho, pero si lo deseas, puedo enseñarte.
—Siempre quise ser mago —dije—. Pero... espere... —Recordé un par de ocasiones en que Mr. Crepsley había abierto cerraduras con un chasquido de sus dedos—. ¿Qué me dice de las cerraduras? —pregunté.
—Eso es diferente. ¿Sabes lo que es la energía estática? —Me quedé en blanco—. ¿Nunca te has pasado el peine por el pelo y lo has acercado luego a una hoja de papel?
—¡Sí! —respondí—. El papel se le pega.
—Eso es la energía estática —explicó—. Cuando un vampiro se mueve, la carga estática que se produce es muy fuerte. Yo he aprendido a utilizar esa carga. De este modo, soy capaz de forzar cualquier cerradura, como te has ocupado de mencionar.
Pensé en ello.
—¿Y lo de chasquear los dedos? —inquirí.
—Es difícil deshacerse de los viejos hábitos —sonrió.
—¡Pero es muy fácil deshacerse de los vampiros viejos! —gruñó una voz detrás nuestro, y antes de que yo supiera qué ocurría, alguien había llegado hasta nosotros y apoyaba un par de afilados cuchillos ¡contra la tierna carne de nuestras gargantas!
Me quedé helado bajo el contacto de la hoja y aquella voz amenazadora, pero Mr. Crepsley ni siquiera parpadeó. Apartó suavemente el cuchillo de su garganta, y me lanzó la cruz de plata.
—Gavner, Gavner, Gavner —suspiró Mr. Crepsley—. Siempre he podido oírte llegar a media milla de distancia.
—¡No es cierto! —La voz sonó resentida, mientras la hoja descendía por mi garganta—. No has podido oírme.
—¿Por qué no? —dijo Mr. Crepsley—. Nadie en el mundo respira con tanta fuerza como tú. Podría distinguirte con los ojos vendados entre una multitud.
—Una noche, Larten —murmuró el extraño—, una noche te sorprenderé. Entonces veremos lo listo que eres.
—Tras esa noche me retiraré con deshonor —rió Mr. Crepsley entre dientes.
Mr. Crepsley me miró alzando una ceja, divertido, al ver que yo aún estaba envarado y medio asustado, aunque ya había comprendido que nuestras vidas no estaban en peligro.
—Debería darte vergüenza, Gavner Purl —dijo Mr. Crepsley—. Has asustado al muchacho.
—Parece que es para lo único que sirvo —gruñó el extraño—. Para asustar a niños y ancianitas.
Me volví lentamente, hasta quedar cara a cara con el hombre llamado Gavner Purl. No era muy alto, pero sí ancho, fornido como un luchador. Su rostro era una masa de cicatrices y parches oscuros, y los bordes de sus ojos eran extremadamente negros. Llevaba corto el pelo castaño, y vestía unos vaqueros corrientes y una holgada camisa blanca. Tenía una amplia sonrisa y relucientes dientes amarillos.
Fue sólo cuando miré las yemas de sus dedos y descubrí diez cicatrices que comprendí que era un vampiro. Así es como se crean la mayoría de los vampiros: la sangre de vampiro es bombeada a su interior a través de la suave carne de la punta de sus dedos.
—Darren, éste es Gavner Purl —nos presentó Mr. Crepsley—. Un viejo, leal, y un tanto torpe amigo. Gavner, éste es Darren Shan.
—Encantado de conocerte —dijo el vampiro, estrechándome la mano—.
Tú
no me oíste venir, ¿verdad?
—No —respondí con franqueza.
—¡Mira! —tronó con orgullo—. ¿Lo ves?
—Felicidades —dijo Mr. Crepsley con un humor lleno de ironía—. Si siempre te pidieran que te acercaras con sigilo a una guardería, no tendrías problemas.
Gavner hizo una mueca.
—Veo que el tiempo no te ha aplacado —observó—. Tan cortante como siempre. ¿Cuánto
ha
pasado? ¿Catorce años? ¿Quince?
—Diecisiete el próximo Febrero —respondió Mr. Crepsley con prontitud.
—¡Diecisiete! —silbó Gavner—. Es más de lo que pensaba. Diecisiete años y siempre tan avinagrado. —Me dio un codazo en las costillas—. ¿Aún se queja como una vieja gruñona cuando se despierta? —preguntó.
—Sí —dije con una risita.
—Nunca pude conseguir que dijera algo positivo hasta la medianoche. Tuve que compartir el ataúd con él una vez durante cuatro meses enteros. —Se estremeció al recordarlo—. Los cuatro meses más largos de mi vida.
—¿Usted
compartió
un ataúd con él? —pregunté asombrado.
—Lo hice —dijo—. Nos perseguían. Tuvimos que soportarnos. Aunque no volvería a hacerlo. Preferiría exponerme al Sol y arder.
—Tú no eres el único que tiene razones para quejarse —gruñó Mr. Crepsley—. Tus ronquidos casi me empujan a enfrentarme al Sol. —Sus labios estaban crispados, y yo habría dicho que le estaba costando no sonreír.
—¿Por qué les perseguían? —pregunté.
—Eso no importa —espetó Mr. Crepsley antes de que Gavner pudiera responder, y lanzó una mirada feroz a su ex-compañero.
Gavner le enfrentó.
—Fue hace casi dieciséis años, Larten —dijo—. No creo que deba considerarse información confidencial.
—Al chico no le interesa el pasado —dijo Mr. Crepsley con firmeza (¡pero sí que me interesaba!)—. Estás en mi terreno, Gavner Purl. Te pediría que respetaras mis deseos.
—Remilgado y viejo murciélago —refunfuñó Gavner, pero asintió con la cabeza—. ¿Y bien, Darren? —dijo—. ¿Qué haces en el Cirque Du Freak?
—Tareas extrañas —le respondí—. Buscar comida para las Personitas y ayudar a los artistas a prepararse para...
—¿Las Personitas todavía trabajan en el Cirque? —me interrumpió Gavner.
—Más numerosas que nunca —respondió Mr. Crepsley—. Hay unas veinte con nosotros en este momento.
Los vampiros intercambiaron una mirada de complicidad pero no dijeron nada más al respecto. Yo habría dicho que Gavner estaba inquieto, por el modo en que sus cicatrices se juntaron en su ceño en una fiera expresión.
—¿Cómo les va a los Generales? —inquirió Mr. Crepsley.
—La rutina habitual —dijo Gavner.
—Gavner es un General Vampiro —me dijo Mr. Crepsley.
Eso
provocó mi interés. Había oído hablar de los Generales Vampiros, pero no me había dicho exactamente quiénes o qué eran.
—Discúlpeme —dije—. Pero ¿qué es un General Vampiro? ¿Qué
hacen
?
—Vigilamos a los sinvergüenzas como éste —rió Gavner, dándole un codazo a Mr. Crepsley—. Nos aseguramos de que no hagan travesuras.
—Los Generales Vampiros controlan la conducta del clan de los vampiros —añadió Mr. Crepsley—. Se aseguran de que ninguno de nosotros mate a inocentes o utilice sus poderes para hacer el mal.
—¿Cómo lo hacen? —pregunté.
—Si descubren que un vampiro se ha vuelto malvado —dijo Mr. Crepsley—, lo matan.
—Oh. —Miré fijamente a Gavner Purl. No parecía un asesino, pero entonces volví a fijarme en todas aquellas cicatrices...
—Es un trabajo aburrido la mayor parte del tiempo —dijo Gavner—. Soy más bien un policía de pueblo que un soldado. Nunca me ha gustado eso de ‘Generales Vampiros”. Suena demasiado pomposo.
—Los Generales no sólo ponen coto a los vampiros malvados —dijo Mr. Crepsley—. También se encargan de tomar medidas contra los vampiros estúpidos o débiles —suspiró—. He estado esperando esta visita. ¿Vamos a mi tienda, Gavner, para discutir ese asunto?
—¿Me habías estado
esperando
? —Gavner parecía sorprendido.
—Los rumores por fuerza se filtran tarde o temprano —dijo Mr. Crepsley—. No he intentado esconder al chico ni ocultar la verdad. Toma nota de esto, por favor: será lo que alegue durante mi juicio, cuando se me pida que hable en mi defensa.
—¿Juicio? ¿Verdad? ¿El chico? —Gavner estaba desconcertado. Miró bajo mis manos, descubrió las marcas del vampiro bajo las yemas de mis dedos y se quedó con la boca abierta—. ¿El chico es un
vampiro?
—gritó.
—Por supuesto. —Mr. Crepsley frunció el ceño—. Pero seguro que ya lo sabías.
—¡No sabía nada de esto! —protestó Gavner. Me miró a los ojos y se concentró intensamente. —La sangre es débil en él —pensó en voz alta—. Es sólo un semi-vampiro.
—Naturalmente —dijo Mr. Crepsley—. No solemos convertir en vampiros completos a nuestros asistentes.
—¡Ni convertir en asistentes a niños! —le espetó Gavner Purl, sonando más autoritario que antes—. ¿En qué estabas pensando? —preguntó a Mr. Crepsley—. ¡Un
muchacho
! ¿Cuándo sucedió? ¿Por qué no informaste a nadie?
—Hace casi año y medio que le di mi sangre a Darren —dijo Mr. Crepsley—. Por qué lo hice es una larga historia. En cuanto a por qué aún no se lo había dicho a nadie es más fácil de responder: tú eres el primero de nuestra especie al que hemos encontrado. Lo habría llevado al próximo Consejo si no me hubiera tropezado antes con un General. Ahora eso no será necesario.
—¡Claro que lo es! —bufó Gavner.
—¿Por qué? —preguntó Mr. Crepsley—. Tú puedes juzgar mis actos y dictar un veredicto.
—¿Yo? ¿Juzgarte
a ti
? —Gavner rió—. No, gracias. Eso se lo dejaré al Consejo. Lo último que necesito es involucrarme en algo así.
—Disculpe —dije de nuevo—. Pero ¿de qué va todo esto? ¿Por qué están hablando de ser juzgados? ¿Y quién o qué es el Consejo?
—Te lo diré más tarde —dijo Mr. Crepsley, rechazando mis preguntas. Estudió a Gavner con curiosidad—. Si no estás aquí por el chico, ¿a qué has venido? Pensaba que la última vez que nos vimos dejé claro que no quería tener nada que ver con los Generales.
—Claro como el cristal —aceptó Gavner—. Quizá estoy aquí para hablar de los viejos tiempos.
Mr. Crepsley sonrió cínicamente.
—¿Después de diecisiete años de haberme abandonado a mi suerte? Creo que no, Gavner.
El General Vampiro carraspeó discretamente.
—Por aquí se está cociendo algo. No tiene nada que ver con los Generales —añadió rápidamente—. Es personal. He venido porque creo que hay algo que deberías saber. —Se detuvo.
—Vamos —le urgió Mr. Crepsley.
Gavner me miró y se aclaró la garganta.
—No me importa hablar delante de Darren —dijo—, pero parecías ansioso de ocultarle ciertos temas cuando estábamos hablando de nuestro pasado hace un rato. Lo que tengo que decirte quizá no sea apropiado para sus oídos.
—Darren —dijo Mr. Crepsley de inmediato—, Gavner y yo proseguiremos nuestra conversación en mi cuarto, solos. Por favor, busca a Mr. Tall y dile que no podré actuar esta noche.
Eso no me hacía feliz (quería escuchar lo que Gavner tenía que decir: era el primer vampiro que conocía aparte de Mr. Crepsley), pero por su adusta expresión, supe que no serviría de nada insistir. Me di la vuelta para irme.
—Y Darren —me volvió a llamar Mr. Crepsley—. Sé que eres curioso por naturaleza, pero te lo advierto: no intentes escuchar a escondidas. Me formaría una mala opinión de ti si lo hicieras.
—¿Quién se cree que soy? —dije—. Me trata como a un...
—¡Darren! —me espetó—. ¡No escuches!
Asentí abatidamente.
—De acuerdo.
—Anímate —dijo Gavner Purl mientras me alejaba desalentado—. Te lo contaré todo en cuanto Larten se de la vuelta.
Mr. Crepsley se giró hacia él, con los ojos llameantes, y el General Vampiro levantó rápidamente las manos y rió.
—¡Era una broma!
Decidí actuar con Madam Octa (la araña de Mr. Crepsley) yo mismo. Era perfectamente capaz de controlarla. Además, sería divertido sustituir a Mr. Crepsley. Había subido al escenario con él muchas veces, pero siempre como su ayudante.
Salí después de Hans
el Manos
(un hombre capaz de correr cientos de yardas sobre sus manos en menos de ocho segundos) y hubo una gran expectación. El público aplaudió, y después vendí un montón de arañas de caramelo a los vociferantes clientes.
Fui a ver a Evra después del espectáculo. Le hablé de Gavner Purl y le pregunté qué sabía sobre los Generales Vampiros.
—No mucho —dijo—. Sé que existen, pero nunca he visto a uno.
—¿Y sobre el Consejo? —pregunté.
—Creo que es una gran convención que tiene lugar entre ellos cada diez o quince años —dijo—. Una gran conferencia donde se reúnen y discuten cosas.
Eso era todo lo que pudo decirme.
Unas pocas horas antes de amanecer, mientras Evra atendía a su serpiente, Gavner Purl salió de la caravana de Mr. Crepsley (el vampiro prefería dormir en los sótanos de los edificios, pero allí en la vieja fábrica no había habitaciones adecuadas) y me pidió que paseara con él un rato.
El General Vampiro caminaba despacio, masajeando las cicatrices de su rostro, como Mr. Crepsley solía hacer cuando estaba pensando.
—¿Te lo pasas bien siendo un semi-vampiro, Darren? —preguntó.
—En realidad, no —respondí francamente—. He terminado por acostumbrarme, pero era más feliz como humano.
Él asintió.
—¿Sabes que sólo crecerás uno de cada cinco años humanos? ¿Te has resignado a una larga infancia? ¿Eso no te molesta?
—Me molesta —dije—. Yo tenía muchas ganas de crecer. Esto me fastidia lo que he esperado durante tanto tiempo. Pero no hay nada que pueda hacer. Me tengo que aguantar, ¿no?
—Sí —suspiró—. Ése es el problema de dar sangre a una persona: no hay modo de deshacerse de la sangre de vampiro. Por eso no damos sangre a los niños: sólo queremos gente que sepa lo que está recibiendo, que deseen abandonar su humanidad. Larten no debió darte su sangre. Fue un error.
—¿Por eso hablaba de ser juzgado? —pregunté.
Gavner asintió.
—Tendrá que rendir cuentas por su error —dijo—. Tendrá que convencer a los Generales y a los Príncipes de que lo que hizo no va a perjudicarles. Si no puede... —Gavner adoptó una expresión lúgubre.
—¿Lo matarán? —pregunté en voz baja.
Gavner sonrió.
—Lo dudo. Larten es muy respetado. Le darán unas palmaditas en la mano, pero no creo que nadie pida su cabeza.
—¿Por qué no le juzga usted? —pregunté.
—Todos los Generales tenemos derecho a emitir veredictos sobre los vampiros sin rango —dijo—. Pero Larten es un viejo amigo. Es mejor que un juez sea imparcial. Incluso aunque hubiese cometido un auténtico crimen, me resultaría muy difícil castigarle. Además, Larten no es un vampiro corriente. Antes era un General.
—¿De veras? —Miré con fijeza a Gavner Purl, pasmado ante la noticia.
—Y uno importante, además —dijo Gavner—. Estaba a punto de ser votado como Príncipe Vampiro cuando dimitió.