El cerebro supremo de Marte (16 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: El cerebro supremo de Marte
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CAPÍTULO XII

El Gran Tur

Fue pesadísimo y muy aburrido el día. Observamos cómo diversos sacerdotes venían por parejas a relevar los que les habían precedido en la vigilancia del templo, y escuchamos su conversación, reducida casi exclusivamente a murmuraciones y chismes sobre los escándalos de la corte. Algunas veces hablaban de nosotros, y por ellos supimos que Hovan Du había escapado con Sag Or, ignorándose su paradero, lo mismo que el de Dar Tarus. Toda la corte estaba asombrada ante nuestra desaparición milagrosa. Tres mil hombres nos buscaban sin cesar. Se había registrado y vuelto a registrar el palacio entero, con todos sus rincones. Se habían explorado los pozos como nadie recordaba que se hubiera hecho alguna vez, y al parecer se habían encontrado cosas raras, cosas que ni la misma Xaxa sospechaba que existieran, y ya los sacerdotes no se recataban de decir que, a consecuencia del descubrimiento hecho por un
dwar
de la guardia de la Jeddara en un lejano distrito de los pozos, caería una casa grande y poderosa.

Cuando el sol se ocultó tras el horizonte, el templo quedó iluminado brillantemente por una luz blanca y suave que no tenía el resplandor del alumbrado artificial terrestre. Entraron en el templo numerosos sacerdotes y algunas sacerdotisas jóvenes y bellas, que se dispusieron a adorar a los ídolos recitando letanías incomprensibles. Poco a poco la cámara fue llenándose de fieles, nobles de la corte con sus mujeres y sirvientes, que se alinearon en dos filas ante los ídolos menores, dejando un claro que conducía desde la puerta principal hasta los pies del Gran Tur. Todos volvieron la espalda a los ídolos y esperaron mirando a la puerta cerrada. También Gor Harjus y yo clavamos la mirada en ella, fascinados por la sugestión de que iba a abrirse de un momento a otro para revelarnos algún espectáculo asombroso.

Pronto las puertas giraron lentamente, y vimos un rollo gigantesco y a ambos lados veinte esclavos desnudos que, al terminar de abrirse las dos hojas de la puerta, empujaron el enorme cilindro, que entonces comprendimos era un gran tapiz, desenrollándole hasta que el claro abierto entre las dos filas de nobles quedó cubierto desde la puerta hasta el Gran Tur con un tapete espeso y suave bordado de oro, blanco y azul. Era el objeto más hermoso del templo y a su lado todo era charro, pesado y llamativo, o grotesco y horrible. Las puertas volvieron a cerrarse y hubo una nueva espera, que no fue larga. Se oyeron sonidos de clarines, que fueron aumentando al acercarse al umbral. De nuevo giraron las hojas y penetró en el templo una doble hilera de nobles magníficamente vestidos, tras de los cuales marchaba una carroza espléndidamente arrastrada por dos
banths, los
feroces leones de Barsoom. Sobre la carroza iba una litera y, reclinada en ella, Xaxa. Cuando entró en el templo todo el mundo empezó a cantar letanías. Encadenado a la carroza, y siguiéndola a pie, iba un guerrero rojo. Cerraban la marcha cincuenta jóvenes e igual número de muchachas.

Gor Hajus me cogió del brazo.

—¿Conoces al prisionero? —murmuró.

—¡Dar Tarus!

Era nuestro infortunado compañero. Sin duda habían descubierto su escondite y le habían detenido; pero ¿qué sería de Hovan Du? ¿Le habrían cogido también? En este caso habían tenido que matarle antes, pues no eran capaces de cogerle vivo, ni él hubiera tolerado el cautiverio. Busqué a Sag Or, pero no lo encontré, y esto me hizo pensar que Hovan Du debía de continuar en libertad.

La carroza se detuvo ante el altar y Xaxa descendió. Los esclavos soltaron el candado que sujetaba al vehículo la cadena de Dar Tarus, y se llevaron los
banths
a un rincón del templo. Dar Tarus fue arrastrado cruelmente hacia el altar; Xaxa subió los escalones del pedestal, y con las manos extendidas miró al Gran Tur, que se alzaba ante ella. ¡Qué hermosa estaba! ¡Qué riqueza de atavíos! ¡Oh, Valla Dia! ¿Quién hubiera pensado que tu cuerpo bellísimo iba a servir los designios de la mente malvada que entonces le animaba?

Xaxa clavó la mirada en el rostro del Gran Tur.

—¡Oh, Tur, padre de Barsoom! —gritó—. Contempla la ofrenda que colocamos ante ti, el Omnividente, el Omnisciente, el Todopoderoso, y no permanezcas mudo. Durante cien años no te has dignado hablar con tus fieles esclavos; desde que te llevaste a Hora San, el sumo sacerdote, en aquella noche misteriosa, tus labios están sellados para tu pueblo. ¡Habla, Gran Tur! Haznos una señal antes de que hunda mi puñal en el corazón de la víctima que te ofrezco. Dinos de algún modo que nuestras acciones son agradables a tus ojos. Dinos dónde están los que vinieron a asesinar a tu gran sacerdotisa. Revélanos el destino de Sag Or. Habla, Gran Tur, antes de que dé el golpe.

Y así diciendo levantó el puñal sobre el corazón de Dar Tarus y miró fijamente a los ojos de Tur.

Entonces tuve una gran inspiración. Empuñé la palanca que gobernaba los ojos de Tur y les hice girar, recorriendo todo el templo para volver a dejarlos fijos en Xaxa. El efecto fue mágico. Nunca he visto una gran multitud tan pasmada y aterrorizada como aquélla Desde hacía cien años el Gran Tur no había movido los ojos. Cuando éstos volvieron a mirar a Xaxa, la Jeddara quedó petrificada y su piel cobriza tomó un tinte ceniciento. Su puñal continuaba apuntando al corazón de Var Tarus. Entonces aproximé los labios al tubo acústico y la voz atronadora del Gran Tur conmovió toda la estancia. Al hablar la garganta gigantesca, todos lanzaron un gemido y cayeron de rodillas ocultando la cara entre las manos.

—¡Yo juzgaré! —grité—. No le mates, si no quieres correr la misma suerte. ¡El sacrificio pertenece a Tur!

Callé, pensando en el mejor modo de aprovechar aquella ventaja tan inmensa. Uno tras otro se alzaron los rostros temerosos, y los ojos asustados contemplaron la faz de Tur. Otro estremecimiento corrió por la asamblea cuando hice que los ojos del dios vagaran lentamente sobre los fieles, mientras estrujaba mi cerebro buscando una inspiración. Luego cuchicheé con Gor Hajus, que sonrió y empezó a bajar por la escalera para realizar mi plan. De nuevo requerí el tubo acústico.

—¡Tur sacrificará! —aullé—. Tur matará con sus propias manos. Apagad todas las luces y que nadie se mueva hasta que Tur lo ordene, bajo pena de muerte instantánea. De rodillas todos y resguardad los ojos con las palmas de vuestra mano, porque el espíritu de Tur va a aletear por entre su pueblo, y cegará al primero que intente verle.

Nuevamente se prosternaron todos, y un sacerdote se apresuró a apagar todas las luces, dejando el templo en absoluta oscuridad. Mientras Gor Hajus desempeñaba su cometido, volví a hablar para ahogar los ruidos que pudiera producir.

—Xaxa, la gran sacerdotisa, pregunta qué ha sido de los dos hombres que vinieron a asesinarla. También Tur los tiene ya en su poder. ¡La venganza pertenece a Tur! Además tengo a Sag Or. En forma de mono blanco me apoderé de Sag Or, y nadie me conoció, aunque el más necio debía de haberlo adivinado, porque ¿cómo es posible que un mono hable en el lenguaje de los hombres, a menos de estar animado por el espíritu de Tur?

Creo que esto acabó de convencerles, si es que aún no lo estaban, porque se ajustaba a la lógica de su religión. ¿Que pensaría en aquel momento el sacerdote irrespetuoso que habló de los oídos de piedra de Tur?

Me llamó la atención un ligero ruido en la escalera, y al volverme vi que alguien subía a la cornisa.

—Todo va bien —susurró la voz de Gor Hajus—. Ya tengo a Dar Tarus.

Volví a dirigirme a los adoradores.

—¡Encended las luces y mirad al altar! Podéis levantaros.

El templo volvió a iluminarse y todos se pusieron en pie temblando, clavaron los ojos en el altar y empezaron a temblar como hojas. Algunas mujeres chillaron y se desmayaron. Todo esto me convenció de que hasta entonces nadie había tomado a su dios muy en serio y, al verse ahora ante la prueba de sus milagrosos poderes, sentían angustias mortales. Donde unos momentos antes habían visto una víctima viviente que esperaba la muerte de manos de la sacerdotisa, veían ahora una calavera cubierta de polvo. Todo el que no estuviera en el secreto no podía menos de creer en un milagro: tan rápidamente había Gor Hajus colocado en el altar el cráneo del sacerdote muerto, volviendo con Dar Tarus. Me preocupaba un poco la actitud que adoptaría éste que, como todos los fundalianos presentes, creía en una intervención milagrosa, pero en cuanto Gor Hajus murmuró en su oído Por Valla Dian, comprendió de qué se trataba.

—El Gran Tur —continué— está irritado contra su pueblo. Hace mucho que le ha negado en sus corazones, aunque practique ostensiblemente los ritos externos. El Gran Tur está irritado contra Xaxa. Sólo Xaxa puede salvar a Fundal de la cólera de su dios. Que todos se alejen del templo y del palacio. Que no quede más ser viviente que Xaxa, la gran sacerdotisa de Tur. Dejadla sola al lado del altar. Tur quiere hablar con ella.

Vi que Xaxa se estremeció de espanto.

—¿Es que la Jeddara Xaxa, gran sacerdotisa de Tur, tiene miedo de quedarse sola con su dios y señor?-pregunté.

La mujer no pudo contestar, pues sus mandíbulas estaban temblando.

—¡Obedeced! —grité, desgañitándome—. ¡Obedeced, o Xaxa y su pueblo morirán instantáneamente!

Como un rebaño de borregos, todos se precipitaron hacia la salida, y Xaxa, tambaleándose, pues las rodillas le temblaban violentamente, quiso unirse a ellos. Un noble se dio cuenta y la empujó cruelmente, pero ella lanzó un alarido y volvió a correr cuando estuvo libre. Entonces un grupo de ellos la llevó hasta los pies del altar, contra el que la arrojaron, amenazándola con sus espadas si intentaba escapar; pero yo les grité que no la hicieran daño, si no querían experimentar la cólera de Tur. Allí la dejaron tan asustada que no pudo ni levantarse. Un momento después el templo estaba vacío, pero durante un cuarto de zoda continué vociferando para que desalojaran el palacio, pues mi plan requería un campo de acción completamente despejado.

Al cabo descendimos de la cabeza de Tur y salimos al templo por detrás del ídolo. Corrí hacia el altar, sobre el que yacía Xaxa desmayada, la cogí en brazos y me dirigí a la puerta situada detrás de la estatua, por la que Gor Hajus y yo habíamos entrado el día anterior.

Precedido por el asesino y seguido de Dar Tarus, subí por la rampa hacia las azoteas, donde, según habían dicho los sacerdotes, se hallaban los hangares regios. Si Hovan Du y Sag Or hubieran estado con nosotros mi felicidad hubiera sido completa, porque había bastado medio día para transformar el fracaso en éxito casi seguro. Nos detuvimos en las habitaciones de Xaxa, porque el largo viaje nocturno que nos esperaba sería muy desagradable y había que abrigar el cuerpo de Valla Dia aunque estuviera habitado por el espíritu de Xaxa. No viendo ser viviente alguno entramos y, cuando estaba envolviendo en un amplio manto de piel de
orluk
el cuerpo de la Jeddara, ésta recobró el conocimiento. En el acto nos reconoció a los tres. Maquinalmente buscó su puñal, pero al no hallarlo y ver mi sonrisa burlona palideció de rabia. Al principio debió comprender que había sido víctima de una burla, pero luego pareció que dudaba, indudablemente recordaba algunas cosas ocurridas en el templo el Gran Tur, que ni ella ni mortal alguno podía explicar.

—¿Quién eres tú? —preguntó.

—Yo soy Tur-contesté burlonamente.

—¿Qué te propones hacer conmigo?

—Sacarte de Fundal.

—No quiero salir. No eres Tur, eres Vad Varo. Llamaré a mi guardia, y vendrán y te matarán.

—No hay nadie en el palacio. ¿No recuerdas que Tur les mandó que se fueran?

—No iré contigo —repitió con firmeza—. Antes moriré.

—Vendrás conmigo, Xaxa.

Aunque luchó con energía y desesperación, la condujimos de nuevo a la rampa en espiral, mientras yo rogaba a los espíritus de todos mis antepasados que me enseñaran el camino de los hangares y las aeronaves regias. Al final de la rampa, sentí en el rostro el aire fresco de la noche de Marte, y vi enfrente de mí los hangares; pero también v i algo más: un grupo de fundalianos, guerreros de la guardia de la Jeddara, a quienes seguramente no les habían comunicado la orden de Tur. Al verlos Xaxa lanzó un suspiro y gritó:

—¡A mi! ¡A la Jeddara! ¡Salvadme de estos asesinos!

Los guerreros eran tres, lo mismo que nosotros; pero estaban armados, mientras que nosotros sólo teníamos el puñal de Xaxa, que llevaba Gor Hajus. La suerte nos volvía la espalda nuevamente. Los fundalianos se precipitaron, pero Gor Hajus contuvo su impulso, apoderándose de Xaxa y levantando el puñal sobre su corazón.

—¡Alto! —gritó. ¡Alto, o la mato!

Los guerreros vacilaron; Xaxa se calló, aterrorizada. La partida terminaba en tablas, pero yo pensaba que la situación no podía prolongarse cuando, por detrás de los tres guerreros fundalianos, vi algo que se movía. En la semiobscuridad, aquello, que parecía una cabeza humana, se alzó del extremo de la plataforma, prolongándose en una masa gigantesca, y entonces reconocí a Hovan Du, el gran mono blanco. Inclinándome sobre Xaxa, la hablé en voz alta para que Hovan Du me oyera.

—Diles que soy Tur y que vuelvo a tomar la forma de mono blanco. No quiero destruir a estos pobres guerreros. Que dejen sus armas y se vayan en paz.

Los hombres se volvieron, quedándose espantados al ver detrás de ellos al gran mono blanco, materializado súbitamente.

—¿Quién es éste, Jeddara? —preguntó uno de ellos.

—Es Tur —contestó Xaxa con voz débil—, pero libradme de él. ¡Libradme de él!

—Arrojad al suelo vuestras armas y correajes, y escapad antes de que Tur os deje muertos en el sitio —les ordené —. ¿No habéis oído cómo la gente huía del palacio, obedeciendo la orden de Tur?. Idos mientras tenéis tiempo de hacedlo.

Uno de ellos se despojó de sus correajes y emprendió veloz carrera hacia la rampa. Sus compañeros no vacilaron en imitarle. Entonces Hovan Du se acercó.

—Bien jugado, Vad Varo —gruñó—, aunque no sé lo que significa esto.

—Más tarde lo sabrás. Ahora lo que urge es encontrar una nave y partir en seguida. ¿Dónde está Sag Or? ¿Vive aúna?

—Le tengo bien amarrado y oculto en una de las torres altas del palacio. Le cogeremos al vuelo con la mayor facilidad.

Xaxa estaba lívida de rabia.

—No eres Tur —grito—. El mono te ha descubierto.

—Pero ya es demasiado tarde para ti, Jeddara, y no podrás convencer a ninguno de los que estuvieron esta noche en el templo de que no soy Tur. Ni tú misma estás segura de que no lo sea. Los designios del todopoderoso Tur escapan a la comprensión de los mortales. Para ti, Jeddara, soy Tur; y ya verás cómo tengo poder para realizar mis propósitos.

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