Read El Caso De Las Trompetas Celestiales Online
Authors: Michael Burt
Tags: #Intriga, misterio, policial
En mitad de la cena se registró una llamada telefónica para Thrupp, desde Londres.
—Otro clavo en el ataúd de la razón —nos dijo al regresar—. El Ministerio del Aire lamenta informar que no ha logrado hallar pruebas de que ningún avión, civil ni militar, haya volado sobre este sector de los Downs entre las horas especificadas de la noche en cuestión. Debo decir que, para tratarse de una dependencia del gobierno, se muestran bastante seguros de ello. Sin embargo, es extraño. Ahora tengo tres testigos de que hubo un aeroplano en las inmediaciones, además de Miss Gilchrist, aquí presente.
—Por supuesto que voló un avión —dijo Carmel—. Sea lo que fuere lo que ocurrió aquella noche, además de ello, no hay duda de que voló un avión en las inmediaciones.
—Debía ser un extranjero —gruñó Sir Piers—. O un alemán haciendo un poco de espionaje como anticipación a la guerra, o un contrabandista que introducía artículos de caucho… Te digo que no es posible confiar en estos extranjeros —terminó diciendo con fiereza nuestro xenófobo moderado.
Sería fatigoso para el sabio lector y desastroso para mi miserable cuota de papel que intentase relatar en forma textual el largo debate que siguió a nuestra cena. La pobre Carmel debió relatar su historia una vez más, pues de todos los presentes sólo Adam y yo la habíamos oído directamente de sus labios. Era extraño observar con cuánta seriedad fue escuchada ahora, en comparación con mi propia reacción de incredulidad cuando la oyera tres días atrás. Pero el contraste era sintomático de todo el espíritu de la conferencia. Estaba trabajando y pensando ahora sobre la base de una nueva hipótesis, una hipótesis totalmente absurda según las normas modernas, y a pesar de ello la hipótesis a la cual nos había conducido la lógica irresistible de los acontecimientos. En uno de sus momentos más inspirados, mi colega Doyle puso en boca de Sherlock Holmes una verdad irrefutable, una perogrullada, quizás, pero no por ello menos exacta, cuando éste formuló el principio de que:
Una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, tiene que ser la verdad
, o palabras al mismo efecto. Esta conclusión inevitable era, en verdad, el elemento que condicionaba ahora nuestra actitud.
Carmel tuvo que soportar prolongados interrogatorios, pero salió de ellos con el mayor aplomo. Su inquisidor más insistente fue el canónigo Flurry, y era fácil adivinar que estaba comparando mentalmente sus declaraciones con los pormenores que conocía acerca de los misteriosos vuelos de brujas registrados en Francia pocos años atrás. Por fin, satisfecho de que no quedara nada más que preguntarle, movió lentamente su cabeza blanca y comentó:
—Es extraordinario. El paralelo es exacto. Es una reproducción exacta del caso Boileau, dentro de lo que es posible juzgar sobre la base del testimonio incompleto presentado por Miss Gilchrist. En verdad, no podemos por menos de sentir la tentación de especular acerca de la posible conexión entre Boileau y Drinkwater… —el canónigo siguió hablando en estos términos, reflexionando en voz alta, más bien que aportando alguna conclusión constructiva a nuestro debate.
Y en este punto, mi subconsciente decidió por fin serme de utilidad. Inesperadamente, entró la ficha correcta en el conmutador indicado, y la conexión que me eludiera desde la noche anterior quedó establecida. Ahora sabía qué debió producirse en mi mente la primera vez que tío Odo mencionó el caso Boileau. Tan rápido e intenso fue el caudal de asociaciones en mi cerebro, que me puse de pie de un salto, y con la consternación de todos los presentes, lancé un grito:
—¡Cuerpo de Baco! —exclamé, tan pronto como pude articular una palabra—. ¡Creo haberlo aclarado!… Tío Odo, tú oíste mencionar un caso semejante cuando estabas en Roma. ¿Cómo se llamaba el «diablo» en aquel caso?
Mi tío parpadeó con aire de sorpresa y perplejidad.
—Mi querido Roger, no tengo la menor idea —repuso—. Lo sabía en una época, pero al cabo de tanto tiempo…
—¿Se llamaba
Bevilacqua
?
Apenas hube pronunciado ese nombre, cuando tío Odo se dio una resonante palmada en el muslo derecho. Evidentemente, el reconocimiento del nombre había sido instantáneo.
—¡Exacto! —dijo con tono intrigado—. Ahora lo recuerdo con toda precisión. Me sorprendes, Roger. Sí, sí. Francesco Bevilacqua…
—¿Francesco? —interrumpí muy exaltado—. Sí, desde luego que no podía ser otro nombre. En verdad, es fantástico…
—¿Crees tú que nos sería posible participar en tu entusiasmo? —preguntó Thrupp con humildad—. No veo…
—No, pero lo verás —dije, enfrentando a todo el grupo y disponiéndome a enumerar los puntos de interés con los dedos—. Escuchen, amigos. Estoy bastante hastiado de las coincidencias. Durante los tres últimos días ha habido un aluvión. Pero esto es ya insoportable. Haré estallar mi cerebro. Les juro, aquí, en presencia de todos, por las barbas sagradas del colega Shaw, que si esto resulta ser, en definitiva, sólo otra coincidencia, también yo me dirigiré vertiginosamente hacia Colney Hatch…
—Querido, deja de hablar con enigmas —imploró Barbary.
—¡Perdón! —dije, conteniendo mi entusiasmo con un esfuerzo—. Bueno, presten oídos. ¿No les llama la atención algo, acerca de todos estos nombres, Drinkwater, Boileau, Bevilacqua? ¿No ven ustedes que se trata de un solo nombre?
—¿Qué? —dijo Thrupp.
—¡No! —exclamó tío Odo con aire de duda—. Pues… Es verdad, Roger! ¡Tienes razón!
—No comprendo —dijo Thrupp—. Habla con claridad, hombre, ¿quieres?
—Es obvio —dije—. Miren. Primero, tenemos los nombres de pila. Frank, o Francis, François, Francesco. ¡No es necesario comentar nada más, indudablemente! Y ahora los apellidos. Si pensamos en ellos, la verdad es que Drinkwater es un apellido poco común. Poco común en sí, quiero decir, pero mucho más cuando advertimos que Boileau y Bevilacqua son ni más ni menos que traducciones francesa e italiana de él, es decir, traducciones literales, Boileau, sin duda, es simplemente una combinación o unión entre la raíz de
boire
, o sea, beber, y
l'eau
, que significa agua. Luego, en italiano,
bevere
quiere decir beber, y
acqua
es, por supuesto, agua. Ahora bien: ¿voy o no a Colney Hatch?
—¡Pues que me cuelguen! —dijeron Adam y tío Piers al unísono.
—¡Dios me proteja! —murmuró tío Odo.
—¡Por las barbas del arzobispo! —exclamó Thrupp impensadamente—. ¡Ah!… Perdone Su Ilustrísima —se disculpó.
Por fin disminuyó el alboroto y pasamos a abordar otros puntos. Correspondió a Adam el turno de relatar su aventura de medianoche, que culminara con una visión inesperada de la extraña conducta de Andrea, y su sustracción del escrito con el cual ella estuviera ensayando el Ritual. Adam contó su historia de forma muy gráfica, reproduciendo sus gestos y actitudes, con algunos adornos que tenía a mano. Pude advertir que tanto tío Odo como el canónigo Flurry estaban intensamente interesados, aunque, en apariencia, algo perplejos, al mismo tiempo. Por fin, se presentó la copia del Ritual con rapidez, duplicada a máquina, y la pasamos de mano en mano para su inspección por parte de los expertos. Sacaron y se colocaron las gafas, y dos pares de ojos inquisidores escudriñaron detenidamente el documento.
No habían llegado al pie de la primera página cuando sus venerables anzuelos de rastreo comenzaron a elevarse. Examinando aquella masa de griego y latín con la misma facilidad que si se hubiese tratado de un editorial del
Times
, prosiguieron rápidamente la lectura del escrito. El arzobispo hinchaba los carrillos como un ejecutante de trombón, mientras el canónigo aspiraba profundamente como una ama de casa escocesa a quien le han cobrado con exceso por un plato de cereales. Periódicamente uno u otro extendía un índice para señalar un pasaje en especial significativo, con el acompañamiento de gruñidos, silbidos, resoplidos y otros sonidos reveladores de reconocimiento, aprensión u horror. No habían leído más de media docena de páginas cuando de pronto tío Odo observó con aire misterioso:
—¡Si esto no es el Gnosis de Valentinus, yo soy un holandés!
—¿Valentinus? No, pero… Yo pensaba más bien en Basilides —objetó el canónigo, aumentando nuestra intriga.
—¡No, Basilides ni hablar! —dijo el arzobispo—. Es Valentinus en sus formas más tempranas. O quizás posteriores. Observe la teogonía, hombre. Basilides nunca fue más lejos de sus ocho Eones, la Octaoda. Aquí tenemos asimismo una Década y una Dodécada, lo cual suma el número sagrado de treinta Eones. Y este concepto de
Pleroma
… mire, «
propagación bajo el impulso de la concupiscencia
». Es posterior aún a Valentinus. Ni Valentinus llegó nunca tan lejos como este repugnante pasaje sobre Arcontes seducido por la Virgen de la Luz. Esto es Maniqueísmo puro, o peor.
—Sin embargo —observó el canónigo—, todo esto sobre la diosa-consorte entronizada, la doctrina de
thelema
representada por este «Haz lo que quieras», y el concepto libertino de que todas las licencias carnales están permitidas, por cuanto no tienen importancia, sin duda, todo ello es una reminiscencia de Simón el Mago, o quizás de algo anterior. Si se trata de eso, toda la organización del templo, toda la fraseología de la liturgia, hasta ahora, recuerda más bien a la Magia que a las formas aún más esotéricas de la Gnosis.
—Sí, es Magia pura —concedió el Muy Reverendo Odo—. Pero por lo menos uno o dos siglos posteriores a Simón. Esta «misa» se ofrece a Arcontes, Supremo Dios del Mal, Supremo Creador, y Simón el Mago nunca había oído hablar de Arcontes…
—Si se me permite intervenir en esta docta discusión —dije—, creo recordar que más tarde, en el Oficio de las Colectas, se presenta una extensa lista de nombres, que recuerda algo a las líneas de la Conmemoración de los Santos en nuestra Misa. He observado que se menciona a Simón el Mago, así como también a Basilides y Valentinus, y a toda clase de gente de épocas más recientes…
Les mostré el correspondiente pasaje, y poco después tío Odo nos leyó una rápida traducción, que rezaba así:
Señor Misterioso e Inefable, que eres el poder del hombre, que eres la esencia de todo dios verdadero existente en la superficie de la Tierra, continuando el Conocimiento de generación en generación; Tú, el adorado por nosotros en sotos y bosques, en montañas y en cavernas, en las cámaras secretas de nuestras casas como en estos otros templos de nuestros cuerpos: conmemoramos debidamente a Merecedores que de antiguo te adoraron y manifestaron tu gloria a los hombres:
«Lao-Tze y Siddartha y Krishna y Tahuti, Mosheh, Dionysus y To Mega Therion;
Con éstos asimismo: Hermes, Pan, Príapo, Osiris, Khem y Amón;
Con Virgilio, Catulo, Martialis, Rabelais, Swinburne y muchos otros bardos sagrados;
Apolonio Tyaneo, Simón el Mago, Manes, Basilides, Valentinus, Bardcsanes e Hipólito, que transmitieron la Luz del Gnosis a nosotros, sus herederos y sucesores;
Con Merlín, Arturo, Kamuret, Parsifal y muchos otros, profetas, sacerdotes y reyes, que llevaron la Lanza y la Taza, la Espada y el Disco;
Y éstos asimismo: Carolus Magnus y sus Paladines, con Guillermo de Schyren, Federico de Hohenstaufen, Roger Bacon, Jacobus Burgundus, Molenis el Mártir, Cristián Rosenkreutz, Ulrich von Hutten, Paracelso, Michael Maier, Rodrigo Borgia, Papa Alejandro VI, Jacob Boehme, Francis Bacon, Lord Verulam, Robertus de Fluctibus, Johannes Dee, Sir Edward Kelly, Thomas Vaughan, Elias Ashmole, Molinos, Adam Weishaupt, Wolfgang von Goethe, Ludovicus Rex Bavariae, Alphonse, Louis Constant, Karl Kellner, Forlong Dux…
[2]
¡Hijos del León y la Serpiente! ¡Esclavos de Nuestra Señora Babilonia! ¡Servidores de Baphomet, Misterio de los Misterios!
¡Que su Esencia esté aquí presente, potente, poderosa, paternal, para perfeccionar esta sagrada Fiesta!
La lectura de esta monstruosa lista fue seguida por un silencio cargado de preocupación. Aparentemente nadie sabía qué decir. Por el hecho de haber escrito a máquina la lista yo mismo, aquel día, quizás no sentía tanta sorpresa como el resto de los oyentes frente a su extraño contenido.
—Cuando estaba en la escuela —dije al cabo de un rato, para romper el molesto silencio—, era necesario luchar con cosas llamadas máximo denominador común, y mínimo común múltiplo, y demás. Del mismo modo, entiendo que hay una especie de factor o denominador común entre todos los individuos mencionados en esta lista, si bien a primera vista no alcanzo a ver mucha relación entre, digamos, Príapo y Carlomagno, Dionisus y Ludovico de Bavaria, Goethe y Alejandro VI, o Krishna y el poeta Swinburne. Por lo que tú, tío Odo, y el canónigo Flurry dijisteis hace un rato, yo diría que la inferencia es que todo ese extraño surtido de personas eran en su totalidad agnósticos.
—¿O tal vez magos? —sugirió Barbary—. No conozco ni la mitad de los nombres, pero Merlín y John Dee…
—Hay esencialmente muy poca diferencia entre el gnosticismo y la magia —dijo tío Odo con aire pensativo—. El gnosticismo fue siempre lo que debemos llamar un culto «mágico». Al mismo tiempo, la causa fundamental de la incesante condenación de la Iglesia de todo lo que tenga sabor a magia ha sido siempre que, en sus planos superiores, por lo menos, la Magia tiene sus raíces profundamente entrelazadas con las formas más peligrosas de la doctrina Gnóstica, de tal manera que la participación en la Magia es un pasaporte más o menos seguro para el desastre espiritual. Por ello no se permite a los católicos asistir a sesiones de espiritismo ni consultar a los clarividentes. A pesar de que se reconoce que muchos de ellos son charlatanes y muy pocos cultivadores de estas fuentes de sensaciones de tipo pseudo-oculto, poseen los conocimientos o intelecto de los gnósticos en la verdadera acepción del término. La Iglesia no puede permitirse diferenciar frente a cuestiones de un peligro potencial tan enorme. Las adivinas y las
mediums
pueden poseer en realidad las facultades que se atribuyen, y no niego que ciertas personas son capaces de ver más que otras, o bien pueden ser simples charlatanas mercenarias. Sea cual fuere el caso, cuanto menos se mezcle la gente en ello, tanto mejor. Y como ustedes verán, cuanto más seria y más genuina se vuelve la Magia, tanto mayor es su progreso en dirección a las indescriptibles blasfemias y errores del gnosticismo, hasta que, como decía, en sus etapas más avanzadas ambos son virtualmente sinónimos.