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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El camino de fuego (35 page)

BOOK: El camino de fuego
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Sesostris se volvió hacia los jefes de clan y de tribu, llegados para deponer las armas y jurarle fidelidad. Con su voz grave y poderosa, pronunció un discurso. Medes anotó cada una de sus frases.

—Hago efectivas mis palabras. Mi brazo lleva a cabo lo que mi corazón concibe. Estoy decidido a vencer, por lo que mis pensamientos no están inertes en mi corazón. Ataco a quien me ataca. Si permanecen apacibles, establezco la paz. Permanecer apacible cuando se es atacado alienta al agresor a perseverar. Combatir exige valor, el cobarde retrocede. Y más cobarde es aún quien no defiende su territorio. Vencidos, huís dando la espalda. Os habéis comportado como bandidos desprovistos de conciencia y bravura. Seguid así, y vuestras mujeres serán capturadas, vuestros rebaños y cosechas aniquilados, vuestros pozos destruidos. El fuego del uraeus asolará toda Nubia. Tras haber aumentado la heredad de mis antepasados, establezco aquí mi frontera. Quien la mantenga será mi hijo. Quien la viole será un revoltoso, severamente castigado.

Felices por salir tan bien librados, los jefes nubios juraron fidelidad a Sesostris, una de cuyas estatuas se erigió en la frontera. En el interior de cada fortaleza y ante sus muros, las estelas recordarían las palabras del monarca y simbolizarían la ley, convirtiendo la región en acogedora y pacífica.

—Este faraón lanza flechas sin que le sea necesario tensar la cuerda de su arco —murmuró Sekari al oído de Iker—. Su verbo basta para asustar al adversario, y no necesitará ni un solo bastonazo para garantizar el orden. Cuando el rey es justo, todo es justo.

Los vencedores no tuvieron tiempo de saborear su triunfo con vanas ensoñaciones, pues el monarca exigió que se emplazara de inmediato una administración capaz de garantizar la prosperidad. Tras haber calculado la longitud del Nilo hasta la frontera, Sehotep coordinó los trabajos hidrológicos y de irrigación, destinados a hacer cultivables numerosas tierras. Muy pronto se olvidarían las hambrunas.

Sesostris no había dirigido una expedición devastadora. A la seguridad garantizada por las fortalezas se añadiría el desarrollo de una economía local de la que todos saldrían beneficiados. El faraón no apareció como un conquistador, sino como un protector. En Buhen, en Semneh y en muchas otras localidades comenzaron a rendirle culto y a celebrar su
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. Antes de su llegada, los autóctonos sufrían la anarquía, la violencia, y estaban sometidos a la ley de los tiranos; gracias a su intervención, Nubia se convertía en un protectorado hecho de mieles. Numerosos soldados y administradores pensaban permanecer allí largo tiempo para reconstruir la región.

—¿Alguna información sobre el Anunciador? —preguntó el rey a Iker.

—Sólo rumores. Varias tribus pretenden haber acabado con él, pero ninguna ha mostrado su cadáver.

—Aún vive. A pesar del fracaso, no renunciará.

—¿Y la región no le será definitivamente hostil?

—Ciertamente, la barrera mágica de las fortalezas hará inoperantes sus discursos durante varias generaciones, pero, lamentablemente, el veneno que ha propagado seguirá siendo eficaz durante mucho tiempo.

—Suponiendo que escape de los kushitas, de los nubios y de nuestro ejército, ¿cuáles serán sus intenciones?

—Parte de su organización sigue amenazándome, en el propio Egipto, y el árbol de vida sigue en peligro. La guerra está lejos de haber terminado, Iker. Que no nos falte atención ni perseverancia.

—¿Regresamos a la capital?

—Haremos escala en Abydos.

¡Abydos, el lugar donde residía Isis!

—Tu herida parece casi curada.

—Los cuidados del doctor Gua son magníficos.

—Encárgate de los preparativos de la partida.

El protectorado se convertía en remanso de paz. No había tensión alguna entre nubios y egipcios. Se celebraban bodas, y Sehotep no había sido el último en ceder ante los encantos de una joven aldeana de cuerpo esbelto y suntuoso porte. Sekari, por su parte, no se separaba de la hermana de aquella joven vivaracha.

—¿La partida, ya? ¡Me complacía estar aquí!

—Inspecciona minuciosamente la flota. Tal vez el Anunciador intente un golpe de fuerza y sólo tu olfato nos preservará de él.

—No has echado ni una mirada a las soberbias criaturas que pueblan estos parajes —se extrañó Sekari—. ¿De qué material estás hecho?

—Para mí sólo existe una mujer.

—¿Y si no te ama?

—Será ella y ninguna más. Pasaré el resto de mi vida diciéndoselo.

—¿Y si se casa?

—Me limitaré a los pocos pensamientos que acepte concederme.

—¡Un hijo real no puede permanecer soltero! ¿Imaginas el número de ricas doncellas que se extasiarían ante ti?

—Pues que les aproveche.

—Te he sacado de varias situaciones peligrosas, pero ahora me siento desarmado.

—Manos a la obra, Sekari. No hagamos esperar a su majestad.

El general Nesmontu, rejuvenecido por aquella formidable campaña militar, dirigía personalmente la maniobra. Verdoso, Medes sólo podía tragar las pociones del doctor Gua, que durante algunas horas interrumpían sus vómitos. Por lo que a Gergu se refiere, satisfecho de haber sobrevivido, volvía a beber cerveza fuerte. Transferido a los silos de las fortalezas el contenido de los barcos graneros, se dedicaba al ocio.

—¿Te gusta navegar? —le preguntó Iker.

—¡Es mi pasatiempo favorito! Ahora podemos disfrutar de las maravillas del viaje.

—¿Conoces la región de Abydos?

Gergu se crispó. Si mentía, Iker podría advertirlo, y no le concedería ya la menor confianza. Por tanto, debía decir parte de la verdad.

—He ido varias veces allí.

—¿Por qué motivo?

—Para entregar género a los permanentes, en función de sus necesidades. Me convertí en temporal, lo que facilita las gestiones administrativas.

—Entonces ¡has visto los templos!

—¡ Ah, no! No estoy autorizado a ello, y mis funciones

siguen siendo puramente materiales. En el fondo, la tarea no me divierte demasiado.

—¿Conociste a una joven sacerdotisa llamada Isis?

Gergu reflexionó.

—No… ¿Qué tiene de especial?

Iker sonrió.

—En efecto, no la has conocido.

En cuanto el hijo real se alejó, Gergu corrió hacia Medes. Con una tablilla de escritura en la mano, fingió solicitar un consejo técnico.

—Me he visto obligado a revelar al hijo real mis relaciones con Abydos.

—Espero que no le hayas contado demasiado.

—Sólo lo mínimo.

—En el futuro, intenta evitar el tema.

—Iker parece muy unido a la sacerdotisa Isis.

Isis, la mensajera del faraón con la que Medes se había cruzado en Menfis…

—Volvamos al redil —propuso Gergu—. Eliminado el Anunciador, no corremos el menor riesgo.

—No hay ninguna prueba de que esté muerto.

—¡Sus fieles han sido aniquilados!

—Las únicas certezas son la derrota de los kushitas y la colonización de Nubia. El Anunciador encontrará otros aliados.

—No terminemos como Jeta-de-través, devorados por un cocodrilo o por algún otro depredador.

—Aquel patán cometió errores estúpidos.

—¿Y la sumisión de la terrorífica leona? Sesostris es invulnerable, Medes. Atacarlo sería una locura.

El secretario de la Casa del Rey dio un respingo.

—No estás en absoluto equivocado, y ese triunfo aumenta más aún su poder. Pero el Anunciador ha sobrevivido, no renunciará.

—Quieran los dioses que haya muerto, y…

Un violento dolor en la palma de su mano derecha obligó a Gergu a callar.

De un rojo vivo, la minúscula figura de Set grabada en su carne ardía.

—No blasfemes —le recomendó Medes.

El general Nesmontu verificó lo que le había anunciado su técnico encargado de calcular la profundidad del Nilo por medio de una larga pértiga.

—Cuatro codos
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—advirtió—. Cuatro codos… ¡Espantoso! Si el nivel baja un poco más, los cascos quedarán destrozados.

Por temor a graves averías, fue necesario ponerse al pairo.

La totalidad de la flota quedó bloqueada entre la primera y la segunda catarata, bajo un sol implacable.

—Otro maleficio del Anunciador —masculló el anciano militar—. Tras haber intentado una inundación, ahora deseca el río.

—Establecer un campamento aquí no será muy divertido, y corremos el riesgo de que nos falte el agua.

—¿No nos bastará el Nilo? —preguntó un soldado.

—Su color no indica nada bueno.

El faraón no manifestó inquietud alguna.

Sin embargo, la mala noticia se propagaba de barco en barco. Aterrorizado, Medes comprobó de inmediato que disponía de un número suficiente de odres llenos. Si la parada se prolongaba y no descubrían pozos en las cercanías, ¿cómo sobrevivirían?

La duda socavaba los ánimos. Tal vez aquella expedición triunfal concluyera de un modo desastroso.

Sesostris miraba fijamente una gran roca gris.

Iker advirtió que avanzaba, muy lentamente, hacia el río.

—No es una roca, sino una tortuga —advirtió Sekari—, ¡una enorme tortuga! Estamos salvados.

—¿A qué viene tanto optimismo?

—El faraón ha puesto el orden en vez del desorden. La tortuga simboliza, a la vez, el cielo y la tierra. En su función terrenal, es un cuenco lleno de agua. Y ese cuenco se elevó hasta el cielo para formar las fuentes del Nilo. El cielo y la tierra consideran justa la acción real, por lo que la tortuga volverá a escupir el trigo que se había tragado y fertilizará el suelo.

En la proa del navío almirante, Iker vio al imponente animal actuando, a su ritmo y sin precipitación.

Poco a poco, el nivel del Nilo fue subiendo y su color cambió. Muy pronto sería navegable de nuevo.

43

El subjefe de los aduaneros del puerto de Menfis, un mocetón blando, simpático y desgarbado, acababa de aceptar la misión, muy bien pagada, que le había ofrecido un agente de contacto del libanés: acercarse a solas a Sobek. Tras su fachada desabrida e intransigente, ¿acaso el Protector no tenía sus pequeñas debilidades?

Asociado al tráfico de maderas preciosas, el aduanero no conocía a los comanditarios ni a los compradores, y se limitaba a falsificar los albaranes de entrega y los documentos oficiales. Cuanto menos supiera, mejor para él. Gracias a sus mínimas y bien remuneradas manipulaciones, se había comprado una casa nueva, muy cerca del centro de la capital, y ahora estudiaba la adquisición de un campo. Seguía existiendo el problema de Sobek, pero él se encargaría de resolverlo.

—¡Es un placer almorzar con el patrón de nuestra policía! Tras los horrores que enlutaron nuestra ciudad, conseguiste devolverle la calma.

—Simple apariencia.

—Detendrás a los terroristas, ¡estoy seguro de ello!

El subjefe degustó los puerros en salsa de comino.

—El trabajo sigue siendo el trabajo, y no falta —declaró con gravedad—. ¿No hay que aprovechar, acaso, los placeres de la existencia? ¿No deseas una hermosa morada?

—Tengo bastante con mi vivienda oficial.

—¡Claro, claro, de momento! Pero piensa en el porvenir. Tu salario no bastará para ofrecerte lo que deseas. Muchos notables son hombres de negocios. En tu nivel, deberías pensar en ello.

Sobek pareció interesado.

—¿Pensar en qué?

El aduanero sintió que el Protector mordía el anzuelo.

—Posees una pequeña fortuna sin saberlo.

—Explícate.

—El poder de firmar documentos oficiales. Esa firma sale cara, muy cara. Podrías negociarla, pues, olvidarla de vez en cuando o ponerla en autorizaciones más rentables que el papeleo ordinario, que nada te reporta. Corres un riesgo mínimo, inexistente incluso, y obtendrías los máximos beneficios. ¿Me comprendes?

—A las mil maravillas.

—Sabía que eras inteligente. ¡Levantemos nuestra copa por un brillante porvenir!

Pero el aduanero fue el único en beber.

—¿Es ése el método que te ha permitido comprar una soberbia casa, muy por encima de tus posibilidades? —preguntó tranquilamente Sobek.

—Eso es… Y puesto que te aprecio, quisiera que pudieses beneficiarte del sistema.

—Al invitarte a almorzar, pensaba interrogarte discretamente sobre el tema y obtener alguna confesión. Dadas las actuales circunstancias, el arresto de un aduanero corrupto no debe verse acompañado de escándalo alguno.

Has sobrepasado mis esperanzas. Sin embargo, se impone un interrogatorio más profundo.

Pálido, el subjefe soltó la copa cuyo contenido empapó su túnica.

—¡Sobek, no me malinterpretes! Sólo hablaba en teoría, sólo en teoría.

—Ya has pasado a la práctica. Mantengo cuidadosamente al día expedientes que se refieren a cada uno de los responsables de la seguridad de esta ciudad, sea cual sea su grado, y desconfío de las anomalías. Al comportarte como un nuevo rico, llamaste mi atención.

El aduanero, aterrado, trató de huir.

Pero se topó con cuatro policías que lo llevaron de inmediato a su nueva morada, una incómoda celda.

El interrogatorio, sin embargo, decepcionó a Sobek. Aquel triste personaje era un chanchullero sin envergadura, e ignoraba el nombre de los manipuladores. Su único contacto parecía un aguador, siempre que aquel intermediario de segundo orden no hubiera mentido. ¡Y en Menfis había cientos de aguadores! Perfectamente trivial, la descripción del subjefe era inútil.

Sobek decidió, sin embargo, seguir escarbando en ese comienzo de pista y vigilar estrechamente la aduana de Menfis. ¿Aquel intento de corrupción revelaba el pavor de la organización terrorista? Tal vez el Protector tenía una posibilidad de descubrir su modo de financiación, a través de la compra de funcionarios, y terminar con aquella fuente.

—El subjefe ha sido detenido —dijo el aguador al libanés, que devoró de inmediato un meloso pastel empapado en licor de dátiles.

—¡Sobek el Protector, Sobek el incorruptible! Pero ¿le queda algo de humano a ese policía? Ahora estás en peligro, tú, el único contacto de ese pretencioso aduanero.

—No lo creo, pues me consideraba alguien desdeñable. El mediocre se limitaba a cumplir con su parte del contrato y a enriquecerse.

—¡Debes ser prudente!

—¡Hay muchos aguadores en Menfis! A la menor señal de peligro, tomaré las debidas precauciones. Por desgracia, tengo otras informaciones poco favorables.

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