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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (41 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—Bien —dije con un suspiro y Edden mandó callar a Nick, que le pedía más información de lo que pasaba.

Sabía que Trent me observaba aunque no podía verlo. Le di la espalda para que no pudiese leerme los labios y susurré la primera mitad del ensalmo.

Afortunadamente recordaba la corta frase traducida, ya que no quería abrir los ojos para leerla de la palma de mi mano.

Conforme las palabras abandonaban mis labios, un ligero desequilibrio de la energía de siempre jamas se agitó en mis pies, arremolinándose y ascendiendo hasta mi estómago. Se me aflojaron las rodillas al notar que la hierba queme rodeaba se inclinaba hacia mí. La fuerza de la línea luminosa fluyó por mi cuerpo con un agradable cosquilleo. Me preguntaba lo intensa que llegaría a ser la sensación, sin querer reconocer que era agradable.

Un repentino remolino de poder me levantó el pelo al empezar a decir la segúnda parte. Cuando solo me faltaba decir la palabra para la invocación, la energía se disparó, enviando un remolino de hormigueos por todo mi cuerpo. Permaneció así durante un momento, luego salió disparada de mí con una pulsación amarilla que se extendió por los contornos de la tierra con ondas.

—Joder —dije y luego me tapé la boca, esperando no haber estropeado el encantamiento. Todavía no había terminado. Conmocionada observé con mi segunda visión que la hoja plana de energía de siempre jamás se alejaba a toda velocidad. La onda era del color de mi aura y me sentí incómoda. Me recordé a mí misma que el hechizo solo había adoptado el color de mi aura, no el aura en sí.

El anillo continuó expandiéndose hasta que apenas se distinguía en la distancia. No sabía si alegrarme o preocuparme de que aparentemente hubiese alcanzado la ciudad medio oculta. Además, la onda iba cambiando el paisaje de siempre jamás. Mi asombro se tornó inquietud al darme cuenta de que a su paso aparecían unas franjas de color verde brillante.

Aparecían cadáveres, por todas partes. Junto a mí veía los más pequeños, algunos no mayores que una uña. Más lejos, solo podía distinguir a los más grandes. La primera sensación de náuseas se calmó al darme cuenta de que el hechizo estaba revelando todo lo que estaba muerto: roedores, pájaros, bichos, todo. Había una gran cantidad de cadáveres grandes hacia el este, ordenados en filas y columnas. Sentí un momento de pánico hasta que me di cuenta de que estaban justo donde se alzaban los establos de Trent en el mundo real y que probablemente fuesen los cuerpos de sus antiguos caballos ganadores.

Mis latidos se calmaron e intenté recordar la última palabra, la que indicaría al hechizo que debía indicarme solo los restos humanos. Fruncí el ceño y me erguí en el despacho de Trent con los pies firmemente plantados en la entrada de siempre jamás, intentando recordar cuál era.

—Oh, ¡qué delicia! —oí decir a una voz refinada detrás de mí.

Esperé a que alguien me informase de quién acababa de entra en el despacho de Trent, pero nadie dijo nada. Se me erizó el pelo de la nuca y me temí lo peor. Mantuve los ojos cerrados y mi segunda visión abierta y me giré. Me llevé la mano a la boca y me quedé paralizada. Era un demonio con una bata y zapatillas de estar por casa.

—¿Rachel Mariana Morgan? —dijo y luego sonrió maliciosamente. Tragué saliva con fuerza. Vale, sí, era mi demonio—. ¿Qué haces en la línea del despacho de Trenton Aloysius Kalamack? —me preguntó.

Se me aceleró la respiración y sacudí una mano a mis espaldas intentando encontrar el borde de la línea.

—Estoy trabajando —dije y noté una vibración en la mano al encontrarlo—, ¿qué haces tú aquí?

Se encogió de hombros y su apariencia se estiró transformándose en la familiar imagen de un desgarbado vampiro vestido de cuero con el pelo rubio y una oreja rasgada. Pavoneándose con un nuevo aire de chico malo, se pasó la lengua por sus labios mientras que la cadena que iba del bolsillo trasero hasta su cinturón tintineaba. Empecé a respirar entrecortadamente. Cada vez captaba mejor al Kist de mi mente, lo imitaba a la perfección.

En su mano aparecieron unas gafas redondas de cristales ahumados y abrió las patillas con un rápido movimiento de la muñeca.

—Te he sentido, querida —dijo a la vez que sus dientes se alargaban hasta el tamaño de los del vampiro y se ponía las gafas para ocultar sus rojos ojos de cabra—. Tenía que venir a ver si venías a vissssitarme. No te importa que tenga este aspecto, ¿verdad? Tiene los cojones de un toro.

Que Dios me ayude. Me estremecí y saqué la mano de la línea luminosa a pesar del punzante dolor provocado por el desequilibrio de siempre jamás.

—No pretendía llamar tu atención —susurré—. Vete.

Noté que alguien me tocaba la mano y di un respingo. Olía a café quemado y deseé que Edden dejase de intentar ayudarme.

—¿Con quién demonios está hablando? —preguntó en voz baja el capitán de la AFI.

—No lo sé —dijo Jenks—, pero no pienso entrar en esa línea para averiguarlo.

—¿Irme? —dijo el demonio sonriendo aun más ampliamente—. No, no, no. No seas tonta. Quiero ver cuánta cantidad de siempre jamás puedes manipular. Vamos, querida, termina tu pequeño encantamiento —me animó.

De fondo podía oír a Trent y a Quen discutiendo acaloradamente. No quería abrir los ojos y arriesgarme a perder de vista al demonio, pero me parecía que Trent iba ganando. Nerviosa, me humedecí los labios y me odié a mí misma cuando la visión de Kisten hizo lo mismo con una burlona lentitud.

—He olvidado la última palabra —admití y luego me erguí al recordarla—. Favilla —solté aliviada y el demonio me aplaudió encantado.

Di un salto cuando una segunda onda de siempre jamás me sacudió. Apreté los brazos alrededor de mi cuerpo, como intentando mantener mi aura intacta. Observé la onda amarilla alejarse a toda velocidad, siguiendo el curso de la primera. Algaliarept gimió, estremeciéndose de placer cuando la onda pasó a través de él. Observé su reacción casi horrorizada. Obviamente le había gustado, pero si hubiese podido hacerse con mi alma, ya lo habría hecho. Creo.

—Algodón de azúcar —dijo cerrando los ojos—. Desuéllame y mátame. Algodón de azúcar y néctar.

Maldición, tenía que salir de allí.

Mientras Algaliarept pasaba la mano sobre la hierba y se lamía de los dedos el resto amarillo de poder que mi encantamiento había dejado, escudriñé el paisaje que me rodeaba. Mis hombros se tensaron por la preocupación. Habían desaparecido todas las marcas brillantes de los cadáveres. Algaliarept parecía contentarse con recoger los restos de mi hechizo, así que eché una mirada rápida a mis espaldas y me quedé paralizada en mi rápido giro. Una de las tumbas de los caballos brillaba con un rojo intenso. No era un caballo, era una persona. Trent la había matado, pensé y de pronto mi atención recayó en una nueva silueta que se materializó dentro de la línea luminosa.

Era Trent, que había entrado para ver lo que yo veía. Su mirada se dirigió hacia la marca roja y se quedó perplejo, pero su sorpresa no fue nada comparada con la que experimentó al ver al demonio que se había transformado en un reflejo de mí misma pero con un aspecto más peligroso, con unas mallas negras de seda.

—Trenton Aloysius Kalamack —dijo poniendo una voz mucho más sexi que la mía. Se lamió el último resto de mi hechizo de los dedos y me pregunté si el demonio me hacía parecer más atractiva de lo que en realidad soy—. Qué dirección más peligrosa han tomado tus pensamientos —dijo el demonio—. Deberías tener más cuidado con a quién invitas a jugar con tu línea luminosa. —Vaciló un instante con la cadera ladeada mientras entornaba los ojos por detrás de sus gafas y comparaba nuestras auras—. Hacéis una pareja muy bonita, como una pareja de caballos en mis establos.

Y entonces desapareció, provocándome un hormigueo y dejándome allí, mirando a Trent en medio del paisaje de siempre jamás.

21.

Mis tacones repiqueteaban con más energía de la que en realidad sentía al caminar sobre las tablas del alargado porche de los establos para los potros de Trent, por delante de Trent y Quen. La fila de establos vacíos miraba hacia el sur, hacia el sol de la tarde. Encima estaban las dependencias del veterinario. No había nadie allí, teniendo en cuenta que estábamos en otoño y aunque los caballos podían tener crías en cualquier época del año, la mayoría de los establos seguían un estricto programa de cría con las yeguas para que todas pariesen a la vez, acabando con ese peligroso periodo simultáneamente.

Iba pensando que el edificio temporalmente abandonado era el lugar perfecto para esconder un cadáver. Que Dios me ampare, pensé con un repentino sentimiento de culpabilidad. ¿Cómo podía ser tan arrogante? La doctora Anders estaba muerta.

El lejano aullido de un beagle se oyó en la brumosa tarde. Levanté la cabeza de golpe y el corazón me dio un brinco en el pecho. Más adelante por el camino de tierra había una perrera del tamaño de un pequeño complejo de apartamentos. Los perros se agolpaban frente a las vallas, observando.

Trent pasó junto a mí rozándome. La brisa que dejó a su paso olía a hojas caídas.

—Nunca olvidan a su presa —murmuró y me puse tensa.

Trent y Quen nos habían acompañado hasta aquí, dejando a Jonathan detrás para controlar a los agentes de la AFI que seguían llegando de los jardines. Los dos hombres giraron hacia una sala entre las filas de establos. La sala con paredes de madera estaba completamente expuesta al viento y al sol por un lado. A juzgar por el mobiliario rústico, supuse que era un establo convertido en sala de reuniones al aire libre para que los veterinarios pudiesen descansar entre partos y cosas así. No me gustaba que no hubiese nadie con ellos, pero no pensaba unirme al grupo. Lentamente me apoyé en un poste y decidí que podía echarles un ojo desde aquí.

Los tres agentes de la AFI con sus perros rastreadores de cadáveres estaban listos junto a la furgoneta de la brigada canina, aparcada a la sombra de un enorme roble. Tenía las puertas abiertas y se oía la autoritaria voz de Glenn, extendiéndose hasta los pastos bañados por el sol. Edden estaba con ellos pero parecía fuera de lugar. Resultaba obvio que quien estaba al mando era Glenn por la forma en la que Edden se mantenía con las manos en los bolsillos y la boca cerrada.

Jenks revoloteaba sobre ellos con las alas rojas por la excitación. Se metía por medio y ofrecía una inacabable retahíla de consejos no solicitados que eran totalmente ignorados. El resto de agentes de la AFI se había quedado bajo el anciano roble que daba sombra al aparcamiento. Mientras los observaba, llegó una furgoneta de forense con exagerada lentitud. El capitán Edden los había llamado después de encontrar el cuerpo.

Le eché un vistazo a Trent y pensé que el hombre de negocios parecía simplemente un poco molesto, allí de pie con las manos entrelazadas a la espalda. Personalmente, estaría visiblemente disgustada si alguien estuviese a punto de encontrar un cadáver en mi propiedad. Estaba segura de que era aquí donde había visto brillar la tumba sin marcar.

Me entró frío y salí de la pasarela cubierta hacia el sol. Me froté los codos con las manos y me detuve en el aparcamiento cubierto de virutas de madera, observando de reojo a Trent desde detrás de un mechón de pelo que se me había escapado de la trenza. Se había puesto un sombrero ligero color crema para el sol y se había cambiado los zapatos por botas para la visita a los establos. La combinación le quedaba bien. No era justo que tuviese un aspecto tan calmado y relajado, pero entonces lo vi dar un respingo por el sonido del portazo de un coche. Estaba tan tenso como yo, solo que él lo disimulaba mejor.

Glenn dijo unas últimas palabras en voz alta y el grupo rompió filas. Agitando las colas, los perros empezaron su metódica búsqueda: dos hacia el pasto cercano, uno al propio edificio. No pude evitar advertir que el agente asignado a los establos también usaba sus habilidades en lugar de dejarlo todo en manos del olfato de su perro e iba inspeccionando las vigas y abriendo las portezuelas.

El capitán Edden tocó a su hijo en el hombro y se dirigió hacia mí balanceando sus cortos brazos.

—Rachel —dijo incluso antes de estar cerca de mí y levanté la cabeza sorprendida de que hubiese usado mi nombre—, ya hemos revisado este edificio antes.

—Si no es en este edificio, entonces es por aquí cerca. Puede que tus hombres no hayan usado mis amuletos correctamente. —
O que no lo hayan hecho en absoluto
, pensé para mis adentros sabiendo que a veces los humanos disimulaban sus prejuicios con sonrisas, mentiras e hipocresía. Sin embargo también sabía que no debía precipitarme. Estaba casi segura de que Trent había usado un hechizo de líneas luminosas para ocultar sus fechorías y por eso podía ser que mis amuletos no sirviesen de nada. Miré a los perros y después a Trent. Quen le susurraba algo al oído—. ¿No debería estar arrestado, o detenido, o algo? —pregunté.

Edden entornó los ojos bajo el sol.

—No te embales. Los casos de asesinato se ganan y se pierden en la fase de búsqueda de pruebas, Morgan. Deberías saberlo.

—Soy cazarrecompensas, no detective —dije amargamente—. La mayoría de la gente que apresaba ya estaba acusada antes de que yo los entregase.

Gruñó a modo de respuesta. En mi opinión el apego del capitán Edden a las reglas podía provocar que Trent desapareciese en una nube de humo para no volver a verlo jamas. Advirtió que me movía nerviosa y me señaló a mí y luego al suelo para indicarme que me quedase donde estaba antes de acercarse a Quen y a Trent. Las manos del humano de menor estatura iban en sus bolsillos, no lejos de su arma. Quen no llevaba armas, pero observándolo balancearse ligeramente sobre sus pies, decidí que tampoco las necesitabas.

Me sentí mejor cuando Edden separó sutilmente a ambos hombres al enganchar a un agente que pasaba y pedirle que se llevase a Quen para que le explicase sus procedimientos de seguridad, mientras él hablaba con Trent acerca de la próxima cena benéfica de la AFI. Bien hecho.

Miré hacia otro lado y observé el sol brillar sobre el chaleco amarillo de uno de los perros. Me dejé empapar por el calor y el olor de los establos me trajo recuerdos a la memoria. Había disfrutado mucho de los tres veranos en el campamento. El olor del sudor de los caballos y el heno mezclado con el tufillo a estiércol seco era como un bálsamo. Había recibido clases de equitación para aumentar mi equilibrio, mejorar el tono muscular e incrementar los glóbulos rojos, pero creo que el mayor beneficio que me aportaron fue el aumento de la confianza que obtuve al controlar a un animal tan grande y hermoso que hacía todo lo que le pedía. Para una niña de once años, esa sensación de poder resultaba adictiva.

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