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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (26 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Mi cabello es como el de mi madre. Yo fui la única de sus cuatro hijas que mantuvo ese color al crecer. Ari y Belle tenían un rubio dorado, como el de Jeffrey, y el pelo de Beth es como el de nuestra abuela paterna, de un maravilloso tono rubio rojizo
.

Así que ambos somos el fiel reflejo de nuestras madres
.

A sabiendas de que eso que a ella le encantaba para él podía ser una maldición, deslizó los labios por su mandíbula a modo de silencioso consuelo.

—Ve más deprisa.

Rafael ascendió y descendió en picado sin avisar, haciéndola reír de pura alegría y enredar sus piernas con las de él. No se dio cuenta de que había desplegado sus propias alas hasta que empezaron a atrapar el aire.

—¡Rafael!

—Recógelas —dijo él—. De lo contrario, nuestro aterrizaje será demasiado fuerte.

Elena plegó las alas, pero tuvo que meditar cada movimiento. Sus músculos protestaron un poco al oponerse al aire, pero no mucho.

—Quieren abrirse de nuevo.

—Es el instinto. —Rafael extendió sus alas al máximo para realizar un aterrizaje suave y preciso en una pequeña meseta con vistas a un valle profundo lleno de nieve.

—Este lugar parece diferente desde los terrenos cercanos al Refugio. —Con las laderas erosionadas por el tiempo, el valle parecía más una cuna que una grieta escarpada.

—La nieve aquí suele ser suave —dijo el arcángel—. Esa es la razón por la que se considera un buen lugar para los entrenamientos de vuelo.

A Elena se le encogió el corazón.

—¿Ahora? —Creía que el único plan era llevarla volando en brazos.

—Ahora.

Con el entusiasmo tatuado en las costillas, se acercó al borde de la meseta y miró hacia abajo.

Y más abajo aún.

Nunca había tenido problemas de vértigo, pero...

—Ahora que sé que voy a lanzarme al vacío, de repente me parece mucho más profundo.

—¿Tienes miedo? —Le rozó un ala con la suya y Elena atisbo un resplandor dorado con el rabillo del ojo.

Compuso una mueca.

—¿Me estás cubriendo de polvo, arcángel?

—El polvo de ángel deja una estela muy hermosa al desprenderse de las alas en la oscuridad. —Rafael le dio un beso en la mandíbula cuando se situó a su lado. El polvo afrodisíaco sabía a sexo puro y duro—. Mientras vuelas, se pegará a tu piel y preparará tu cuerpo para recibirme.

—Mucho hablar y luego nada —murmuró Elena, que notó las manos masculinas alrededor de la cintura—. Bien, ¿qué hago ahora?

—La única manera de aprender a volar es volar. —La empujó hacia el borde del precipicio.

El miedo hizo que todo lo demás desapareciera; todo salvo el instinto de supervivencia. Sus alas se extendieron para atrapar el aire, y aminoraron la velocidad del descenso, a pesar de que los músculos protestaron contra semejante tensión. La camisa de Rafael se retorció, dejando su abdomen expuesto a los elementos. A Elena le dio igual: le preocupaba mucho más conseguir que sus alas funcionaran. Pero era demasiado tarde. El suelo se acercaba a velocidad terminal.

Ningún tipo de nieve, por más suave que fuera, amortiguaría semejante impacto... Chocaría con tanta fuerza que sus huesos se harían papilla.

Unas manos la agarraron bajo los brazos y la alzaron con una fuerza increíble.

Pliega las alas
.

Elena obedeció, aunque la adrenalina que corría por sus venas la instaba a hacer justo lo contrario. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, se dio la vuelta para darle al arcángel un empujón en el pecho, pero sus manos resbalaron sobre la piel desnuda.

—¿Esto es lo que tú consideras una lección? ¡Mis pedazos habrían llegado hasta Manhattan!

—Nunca has corrido peligro. —Sus ojos estaban cargados de diversión, y eso solo consiguió que Elena se cabreara aún más—. Así es como los ángeles jóvenes aprenden a volar: los empujan desde los promontorios antes de que tengan la oportunidad de tener miedo.

La furia de Elena se cortó en seco, aunque seguía siendo un violento torbellino en el interior de su pecho.

—¿Arrojáis a los bebés al vacío?

—¿Cómo crees que los pájaros aprenden a volar?

—¡Ja! —Cruzó los brazos, con lo que la camisa se pegó a la piel cubierta de sudor—. Por si no te has dado cuenta, yo ya soy una mujer adulta, así que sé muy bien lo que es el miedo.

—Por eso no te avisé. El instinto hizo lo que se suponía que debía hacer.

Tras pasarse las manos por las mejillas en un intento por refrescarlas, Elena respiró hondo, se ató la camisa a un costado y retrocedió.

—Vale, empújame otra vez.

—Puedes lanzarte tú sola.

Hacía mucho tiempo que había aprendido a ocultar sus miedos, ya que los consideraba una debilidad que podría utilizarse en su contra; sin embargo, esa vez no le quedó otro remedio que reconocer la verdad.

—Soy demasiado gallina.

Rafael la besó en la nuca y volvió a rodearle la cintura con las manos.

—En esta ocasión, despliega tus alas lo antes posible.

Elena asintió, y apenas había llegado al saliente cuando él la empujó. Tardó al menos tres segundos en extender las alas. Demasiado lenta. Rafael volvió a subirla. Y otra vez. Y otra.

—Una vez más —le dijo, aunque sus músculos gritaban a causa del agotamiento—. Tengo que conseguirlo.

El rostro de Rafael era un compendio de líneas austeras, pero asintió.

—Una vez más.

A sabiendas de que su cuerpo se rendiría aun cuando ella no lo hiciera, Elena se apartó unos cuantos pasos del saliente.

—No será tan malo si cojo carrerilla.

—Recuerda que debes desplegar las alas en el instante en que estés en el aire; de lo contrario, la inercia será demasiado fuerte y no podrás contrarrestarla.

Elena hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se apartó los mechones empapados de la cara. Luego, tras llenar su mente con imágenes de su cuerpo en pleno vuelo, echó a correr hacia el promontorio. Saltó al aire segundos después, y solo cuando sintió el fuerte tirón de los músculos de sus hombros, se dio cuenta de que había extendido las alas. Incluso ascendió durante unos instantes antes de empezar a caer de nuevo. Pero esa vez notó cierta sensación de control.

Su aterrizaje no tuvo, ni de cerca, la elegancia de los de Rafael. Cayó con fuerza sobre las rodillas, y la inercia la arrojó de cara al suelo. Sin embargo, había una sonrisa en esa cara cuando se apartó de la nieve.

—¡Lo conseguí!

El arcángel arrodillado frente a ella tenía los ojos llenos de un feroz orgullo.

—Sabía que lo harías. —Contempló cómo se limpiaba la cara—. Mañana tendrás dolores propios de una paliza, pero debes seguir con el entrenamiento.

—Lo sé. Con los entrenamientos normales pasa lo mismo.

—Aun así, si el dolor es exagerado, avísame. —Le alzó la barbilla con los dedos—. Es mejor esperar a que las heridas sin importancia se curen que permitir que se conviertan en heridas graves.

—En especial cuando tenemos una fecha límite. —Enfrentó su mirada, increíblemente brillante a pesar de la oscuridad nevada—. Crees que Lijuan utilizará en mi contra la falta de control sobre este nuevo cuerpo, ¿verdad?

Rafael realizó un brusco gesto de asentimiento y luego le soltó la barbilla.

—Utilizará todas las armas que tenga a su alcance.

—¿Por qué?

—Para librarse del aburrimiento. —Sus labios se convirtieron en una fina línea—. Si se lo preguntaras, te diría que todo es una cuestión de poder, de política, pero lo cierto es que lo hace solo por diversión. Tú eres un juguete nuevo, un juguete que ha captado su interés.

—Y todos tenemos que jugar. —Elena sentía todo el cuerpo dolorido, pero se puso en pie.

Rafael se incorporó con ella. Parecía no notar el frío a pesar de que su magnífico pecho estaba al descubierto.

—En cualquier otro momento habría declinado su invitación al baile. —Un tácito recordatorio de que también él era un arcángel—. Pero debemos asistir a este.

Elena asintió.

—Quieres ver hasta qué punto ha involucionado Lijuan. —Según lo que había oído, la más antigua de los arcángeles ya no deseaba abandonar su patria, ni siquiera para reunirse con la Cátedra.

—Si da rienda suelta a su ejército de renacidos en el mundo, no habrá vuelta atrás.

La idea de unos muertos vivientes, con el alma atrapada en el interior de esas horribles carcasas, hizo que Elena se estremeciera. Y al hacerlo, unos vaporosos rastros de oro impregnaron el aire.

—¿Volarás para mí, Rafael? —le preguntó tras decidir que pensaba seguir disfrutando de las maravillas de la noche—. Quiero ver cómo se desprende el polvo de ángel de tus alas.

Rafael extendió las alas y la dejó sin aliento. El dibujo único de sus plumas no se apreciaba en la oscuridad, pero Elena sabía que el brillante estallido de luz que había en su ala izquierda llegaba hasta la línea inferior, hasta el borde. Era una cicatriz, una cicatriz creada por la pistola que ella había disparado. Rafael se había mostrado muy frío aquella noche.

—¿Volverás a entrar algún día en uno de esos estados Silentes? —le preguntó de repente.

La respuesta estaba cargada de recuerdos, de lo cerca que había estado de caer al abismo de la maldad.

—La necesidad tendría que ser muy grande. —Y tras decir eso, remontó el vuelo con una tempestad de viento y nieve en polvo. El impulso hizo que Elena clavara los pies en el suelo para mantenerse erguida. El éxtasis inundó su lengua momentos después, y descubrió que Rafael la había cubierto con el polvo afrodisíaco mientras ascendía.

Con su mezcla especial.

Todo su cuerpo empezó a palpitar de necesidad mientras contemplaba cómo el arcángel ascendía más y más, hasta que llegó a convertirse en una mera silueta contra el cielo nocturno. Cuando empezó a descender, realizó una serie de picados lentos y perezosos, como si estuviera cabalgando sobre las corrientes de aire. Desprendía nubes doradas con cada uno de sus movimientos, una estela que creaba un contraste maravilloso contra el firmamento negro.

Y en ese instante una idea volvió a cruzar la mente de Elena, dejándola maravillada: ¿de verdad ese ser poderoso e increíble era suyo? Lo era. Quizá nunca fuera suyo de la misma forma en que lo habría sido un mortal, pero lo cierto era que ella nunca había encajado bien entre los mortales. Los hombres siempre habían considerado intimidante su fuerza de cazadora, siempre le habían dicho que era «poco femenina».

Eres asombroso
, pensó.

Rafael lo oyó, porque su siguiente descenso fue más veloz, y el ascenso aun más vertical.

Presumido
.

Otra bajada en picado, tan veloz que la dejó sin aliento. Con el corazón desbocado, Elena estiró la mano como si quisiera atraparlo mientras caía. Rafael frenó a menos de un metro del suelo, y el viento creado cuando remontó el vuelo la golpeó como un tornado.

Supo antes incluso de saborearlo que el arcángel la había rociado con más polvo. Sentía un hormigueo en todas las partes expuestas de su cuerpo... y también en las alas, que había extendido en preparación para el vuelo, aunque carecía de la experiencia necesaria para ejecutar un despegue vertical como el de Rafael.

Espero que todo este polvo no sea solo una provocación, porque eso podría hacer que me entraran ganas de matar
.

Ya sentía el impacto erótico, las pulsaciones entre sus muslos.

La esencia del mar la inundó cuando él respondió.

Tus músculos estarán mucho mejor después de un baño y un masaje
.

Eso era lo único que su mente necesitaba escuchar para realizar un asalto sensual con las imágenes de la última vez que habían estado juntos. Sus dedos entrando en ella, su glorioso y excitante cuerpo desnudo, su enorme y apremiante erección. Elena tomó una trémula bocanada de aire y sintió el roce de sus pechos contra el tejido húmedo de la camisa. Ese leve contacto le provocó un pinchazo en los pezones. Levantó una mano, pero la bajó antes de llegar a tocarse. Estaba demasiado sensible, demasiado ansiosa.

Creo que es hora de volver a casa
. Cargó sus palabras mentales con el anhelo sexual que atormentaba su cuerpo.

La respuesta de Rafael fue aterrizar a su lado. La rodeó con brazos de acero antes de girarla para poder mirarla a la cara. Hambrienta de él, Elena se aferró a su cuello, desplegó las alas y se preparó para el ascenso.

Subieron a través de las estelas del polvo de ángel, y esas motitas la llevaron a un nivel de excitación que no estaba segura de poder soportar. Con un gemido, apretó la boca contra el ángulo de la mandíbula masculina y lamió su piel para saborearlo mientras él volaba en dirección a casa. Sentía su erección, dura y deliciosamente tentadora, contra el abdomen. Deseaba rodear esa pétrea calidez con la mano, pero tuvo que contentarse con darle mordisquitos en la barbilla.

Rafael no se lo impidió, pero su cuerpo se endureció aun más. Para el momento en que aterrizaron en la terraza de su habitación, sus músculos parecían a punto de estallar. Elena notó que abría las puertas y las cerraba después de entrar con ella en brazos. Y, un instante después, su arcángel perdió el control. La hizo volverse con un movimiento brusco que no admitía protestas, y luego le arrancó la camisa.

No tuvo tiempo para pensar antes de que las manos masculinas se cerraran sobre sus pechos desde atrás, antes de que Rafael hundiera los dientes en la piel sensible de su cuello. Soltó un grito de placer, un estallido breve e intenso. Las manos que cubrían sus pechos se apretaron en un gesto posesivo, provocándole otra descarga que impactó justo entre sus muslos, en esa zona cálida que se había humedecido a causa de la necesidad.

Rafael le soltó el cuello y succionó la marca que le había dejado. El cuerpo masculino se había convertido en un horno que albergaba un infierno en su interior. Cuando Elena se retorció en un intento por darse la vuelta, Rafael deslizó una mano por su abdomen y la mantuvo inmóvil sin esfuerzo mientras utilizaba los dedos de la otra para atormentar la piel delicada de sus pechos. A la cazadora empezaron a dolerle los pezones.

—Tu boca... —susurró con voz ronca—. Necesito tu boca.

Todavía no.

Elena se estremeció al percibir el tono implacable y sensual de su respuesta. Rafael no solo estaba fuera de control, también quería que ella lo perdiera. Podría haber luchado, pero lo deseaba desde el mismo instante en que despertó del coma. El arcángel podría poseerla de todas las formas que quisiera.

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