El asesino de Gor (17 page)

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Authors: John Norman

BOOK: El asesino de Gor
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—No tan fuerte —dije a Nela.

—Sí, amo —respondió la joven.

Supuse como muy probable que Claudia Hinrabian hubiese sido secuestrada, aunque ésa no era la única explicación posible de su ausencia. Por lo que sé, la práctica de la captura es universal en Gor; ninguna ciudad se abstiene de practicarla, mientras las mujeres secuestradas pertenezcan al enemigo. En este caso, pueden ser las mujeres libres o las esclavas; a menudo, la primera misión de un joven tarnsman es obtener una mujer, preferiblemente libre, proveniente de una ciudad enemiga. La esclaviza, de modo que sus hermanas no afronten la carga de servirlo; más aún, a menudo sus hermanas lo alientan a capturar a una hembra enemiga, porque de ese modo alivian sus propias tareas; cuando el joven tarnsman tiene éxito y regresa a casa con la captura, una joven desnuda y atada a la montura, sus hermanas lo reciben complacidas, y con mucho entusiasmo la preparan para la Fiesta del Collar.

Pero yo sospechaba que la excelsa Claudia Hinrabian, de la familia de los Hinrabian, no volvería con la Seda del Placer en una fiesta del Collar. Más bien se la devolvería a cambio de un rescate. Lo que me desconcertaba en el asunto era que la hubieran secuestrado. Una cosa es echarle el lazo a una joven que pasea incauta sobre un alto puente, y otra muy distinta apoderarse de la hija de un Administrador de su propia ciudad, y alejarse con ella. Sabía que los taurentianos eran guerreros hábiles, cautelosos y rápidos, y yo hubiera creído que las mujeres de los Hinrabian estaban muy seguras en la ciudad.

—Es probable que mañana —decía Nela— se pida rescate.

—Probablemente —gruñí.

Aunque me sentía somnoliento a causa del baño y los ungüentos, mi pensamiento se centraba en Marlenus de Ar, a quien había visto esa tarde en la arcada de las carreras. Sin duda conocía el peligro que corría una vez que había entrado en Ar. Su descubrimiento le significaría la muerte. Me pregunté qué podía traerle a la Gloriosa Ar.

No creía que su aparición en Ar tuviese nada que ver con la desaparición de la joven Hinrabian, porque era probable que la hubiesen secuestrado casi a la misma hora en que yo lo había visto en la entrada. Además, el secuestro de una mujer de la familia Hinrabian, si bien era un gesto bastante arrogante, no podía facilitar el acceso de Marlenus al trono de Ar. Si Marlenus hubiese deseado asestar un golpe a los Hinrabian, probablemente habría volado en su tarn hasta el propio cilindro central, y se hubiese abierto paso hasta el trono del Administrador. Yo creía que Marlenus nada tenía que ver con la desaparición de la joven Hinrabian; de todos modos, me preguntaba qué le había traído a la ciudad.

—¿Qué rescate puede pedirse por una mujer tan importante? —preguntó Nela.

—No lo sé —dije—. Quizá las fábricas de ladrillos de los Hinrabian.

Nela se echó a reír.

Sentí la presión de sus manos en mi columna vertebral, y adiviné sus pensamientos.

—Sería divertido —dijo la joven con cierta amargura— si alguien la captura, le pone el collar y la guarda como esclava.

Rodé sobre mí mismo, miré a Nela y sonreí.

—Olvidé mi lugar, amo —dijo la joven e inclinó la cabeza.

Nela era una muchacha robusta, de escasa estatura. Tenía los ojos azules. Era una nadadora magnífica, vigorosa y vital. Sus cabellos rubios eran muy cortos, para protegerlos del agua; bajo la toalla estaba desnuda. Alrededor del cuello, en lugar del collar de las esclavas comunes, al igual que las restantes jóvenes que atendían los baños, usaba una cadena con una placa. Sobre la placa se leía: «Soy Nela, de los Baños y el Estanque de las Flores Azules. Cuesto un tark».

Nela era una muchacha cara, aunque había estanques donde las jóvenes llegaban a costar un tarn de plata. El tark es una moneda de plata que vale cuarenta tarns de cobre. Todas las jóvenes del Estanque de las Flores Azules cuestan lo mismo; en cambio, las novicias que aún están siguiendo el curso de instrucción cuestan diez o quince tarns de cobre. Había docenas de piscinas en los grandes baños de la ciudad. En algunas de las piscinas más grandes las jóvenes se vendían barato, por un tarn de cobre. Por ese precio el hombre tenía derecho a usar a la joven como desease y todo el tiempo que quisiera; por supuesto, el uso estaba limitado por el horario de cierre de la piscina.

La primera vez que yo había visto a Nela, varios días atrás, estaba nadando sola en la piscina. Apenas la vi me zambullí en el agua, nadé hacia ella, la aferré del tobillo y la hundí, y bajo la superficie la besé y ambos jugamos. Me gustaron los labios y el contacto de su cuerpo y cuando volvimos a la superficie ambos reíamos. Le pregunté cuánto costaba.

—Por un tark —dijo riendo— me tendrás: pero primero tendrás que atraparme.

Conocía este juego de las jóvenes de las piscinas; en realidad, ninguna se atrevía a escapar realmente del hombre que las perseguía. En definitiva, eran esclavas. En general, la joven finge que se distancia, pero finalmente se deja capturar. Yo sabía que pocos hombres podían atrapar a una muchacha en el agua si ella no lo deseaba realmente. Pasaban gran parte del día nadando, y se movían en ese elemento como verdaderos peces.

—Mira —dije—, si no te atrapo antes de que llegues al borde de la piscina, serás libre todo el día.

Me miró asombrada, moviendo los pies y las manos.

—Pagaré el tark —dije—, pero no te usaré, ni tendrás que servirme de ningún modo.

Miró hacia el lado de la piscina, donde estaba de pie un hombrecito ataviado con una túnica, una caja de metal colgando del hombro.

—¿El amo habla en serio? —preguntó la joven.

—Sí —dije.

—No puedes atraparme si no lo deseo —dijo, advirtiéndome.

—En ese caso —repliqué— serás libre todo el día.

—De acuerdo.

—¡Vamos! —propuse.

Me miró y rió, y después, nadando de espaldas, comenzó a desplazarse con movimientos elegantes hacia el extremo opuesto de la piscina. De pronto se detuvo porque percibió que yo no la seguía. A decir verdad, no se había dado mucha prisa. Yo sabía que, si lo deseaba, ella podía nadar como un lagarto acuático. Pero se contentaba jugando conmigo, burlándose; sin duda, si yo intentaba seguirla le bastaría mantenerse fuera de mi alcance. Estaba desconcertada porque yo aún no había iniciado la persecución.

Había recorrido más o menos la mitad de la distancia que la separaba del final de la piscina cuando se alzó en el agua, y me miró.

En ese momento comencé a nadar.

Comprendí que cuando comencé a seguirla ella reanudó sus movimientos. Lo hizo con una brazada lenta hasta que comprendió que yo comenzaba a ganar terreno, y que lo hacía con cierta velocidad. Entonces cambió de estilo y comenzó a dar ágiles brazadas, mirando hacia atrás de tanto en tanto. Pasaron unos diez ihns, y cuando vio que yo me acercaba cada vez más comenzó a nadar con más agilidad y desenvoltura. Aun así, yo estaba acortando distancia. Nadaba como no lo había hecho nunca, y me desplazaba con mucha rapidez. De pronto, ella miró de nuevo hacia atrás, y al ver que me acercaba más y más, ella también aceleró el ritmo de sus movimientos. Ahora sí me acercaba poco a poco. Comenzó a desplazarse con toda la rapidez posible, y parecía una flecha en el agua. Pero yo aceleré el ritmo, y cada vez estaba más cerca, y ahora el movimiento de mis músculos se beneficiaba con la excitación de la persecución. Sentí que estaba a pocos metros de distancia, y que nadaba desesperadamente, porque el borde de la piscina parecía muy lejos. Comprendí de pronto que lograría alcanzarla. Y casi simultáneamente ella sintió lo mismo. Se convirtió en un animal acuático enloquecido y aterrorizado. Lanzó un grito de frustración. Desapareció la regularidad de sus movimientos. Volcó todas sus energías en una suerte de fuga aterrorizada; dio brazadas desparejas; levantó exceso de agua; ya no respiraba a tiempo, y todos sus movimientos eran una fuga desesperada en busca de la seguridad, en el intento de escapar. Y de pronto, mis manos se cerraron sobre su cintura y ella gritó enfurecida y se debatió y trató de liberarse. La puse de espaldas y cerré la mano sobre la cadena que colgaba de su cuello. Trató de liberarse, pero no pudo separar mi mano de la cadena. Después, con movimientos lentos y triunfales, siempre sujetándola, la remolqué de espaldas, impotente, hasta el extremo contrario de la piscina.

En un lugar retirado, entre el césped y los helechos, separado de la vista del público, retiré de la piscina a Nela y la deposité sobre una ancha toalla anaranjada, cerca de donde yo había dejado mis ropas y mi bolsa.

—Parece que por el momento perdiste tu libertad —dije.

Me agradaba el tacto de su cuerpo húmedo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Esta muchacha te costará un tark de plata —dijo detrás una voz fina. Con un gesto indiqué al hombre que retirase la moneda de mi bolsa, y así lo hizo. Oí el tintineo de la moneda cuando cayó en la caja de metal y lo vi alejarse.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Nela —dijo la joven—, si eso complace al amo.

—Me complace —dije.

Abracé a la joven y acerqué mis labios a los suyos, y ella me rodeó el cuello con los brazos.

Después que nos besamos fuimos a nadar, y de nuevo nos besamos y continuamos nadando. Más tarde Nela me aplicó el primer masaje con aceites ásperos para aflojar la suciedad y la transpiración, y me raspó con una lámina de bronce, fina y flexible; más tarde, vino el segundo masaje, vigoroso y estimulante, con gruesas toallas; finalmente, el tercer masaje, con finos aceites perfumados. Después descansamos largo rato uno al lado del otro, los ojos fijos en la cúpula azulada y transparente del Estanque de las Flores Azules. Como dije, hay muchas piscinas en los Baños, y varían de acuerdo con las formas y los tamaños, así como con el decorado; también son diferentes la temperatura y el perfume de las aguas. La temperatura de la Piscina de las Flores Azules era fresca y grata. La atmósfera de la piscina se cargaba todavía más con la fragancia del veminium, una suerte de flor silvestre azulada que suele hallarse en las laderas bajas de las montañas de Thentis; las paredes, las columnas, incluso el fondo de la piscina, estaban adornadas con representaciones de veminium, y en la cámara había muchas plantas de esa especie. Aunque la piscina y los senderos alrededor eran de mármol, gran parte del lugar estaba plantado con césped y helechos y otras especies abundantes. Había muchos recesos y refugios, algunos a más de treinta metros de la piscina, y allí un hombre podía descansar.

Nela había sido esclava desde la edad de catorce años. Supe sorprendido que era nativa de Ar. Había vivido sola con su padre, que jugaba mucho en las carreras. Él había muerto, y para pagar sus deudas, según los dictados de la ley goreana, la hija se había convertido en propiedad de la ciudad; después, la habían vendido en subasta pública. Primero la habían vendido por ocho tarks de plata al encargado de una de las cocinas públicas de un cilindro, antiguo acreedor del padre; ese hombre la había comprado pensando obtener ganancia; así, la joven trabajó en la cocina durante un año, y de noche dormía encadenada sobre un colchón de paja; y después, cuando su cuerpo se desarrolló y adquirió los contornos de la femineidad, el amo la encadenó y la llevó a los Baños donde después de un poco de regateo obtuvo un precio de cuatro piezas de oro y un tark de plata; había comenzado en una gran piscina de cemento, y su tarifa era de un tarn de cobre, pero cuatro años después el precio se elevó a un tark de plata y sirvió en la Piscina de las Flores Azules.

Ahora, varios días después de haber visto por primera vez a Nela, yo estaba acostado sobre la toalla a rayas, y sentía su masaje, que distribuía los últimos ungüentos en mi cuerpo.

—Ojalá —dijo Nela, mientras me masajeaba con más energía de la necesaria— esclavicen a Claudia Tentius Hinrabian.

Alcé la cabeza y me apoyé en los codos para mirarla.

—¿Hablas en serio? —pregunté.

—Sí —dijo Nela con amargura—, que la marquen y le apliquen el collar. Que la obliguen a complacer a los hombres.

—¿Por qué la odias así?

—Es libre, de elevada cuna, y rica. Esas mujeres necesitan el hierro. Que baile al compás del látigo.

—Deberías compadecerla —recomendé.

Nela echó hacia atrás la cabeza y rió.

—Probablemente es una joven inocente —dije.

—Una vez ordenó que cortaran la nariz y las orejas de una de sus servidoras porque dejó caer un espejo —dijo Nela.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

La muchacha rió.

—En los Baños —explicó— sabemos todo lo que ocurre en Ar —después me miró con expresión dura—. Ojalá la convirtieran en esclava. Espero que la vendan en Puerto Kar.

Llegué a la conclusión de que Nela odiaba mucho a la joven Hinrabian.

—¿Los Hinrabian son populares en Ar? —pregunté.

Nela dejó de masajearme la espalda.

—No contestes si no lo deseas —dije.

—No —replicó Nela, y advertí que miraba cautelosamente alrededor—. No son populares.

—¿Qué me dices de Kazrak? —pregunté.

—Fue un buen Administrador —dijo—. Ahora ya no está.

Reanudó el masaje en mi espalda. El ungüento era fragante. Sentía sus manos cálidas.

—Cuando yo era niña —explicó Nela— y era libre, una vez vi a Marlenus de Ar.

—¿Sí?

—Era el Ubar de Ubares.

Su voz trasuntaba respeto.

—Quizá —dije—, quizá un día Marlenus regrese.

—No hables así —murmuró—. Por menos de eso han decapitado a hombres en Ar.

—Tengo entendido que está en las Voltai —dije.

—Minus Tentius Hinrabian —dijo Nela— una docena de veces envió a centenares de guerreros a las Voltai para buscarlo y matarlo; pero jamás lo hallaron.

—¿Por qué desearía matarlo? —pregunté.

—Le temen —dijo Nela—. Temen que regrese a Ar.

—Imposible.

—En los tiempos que corren, todo es posible.

—¿Te gustaría volver a verle en Ar? —pregunté.

—Fue el Ubar de Ubares —dijo la joven con orgullo. Ahora sus manos tenían un toque enérgico, y yo sentí la emoción en ellas—. Cuando públicamente le rehusaron el pan, la sal y el fuego en la cima del cilindro central, cuando le exiliaron de Ar y le prohibieron regresar so pena de muerte, ¿sabes lo que dijo?

—No —dije—, no lo sé.

—Dijo: «Volveré a Ar».

—Seguramente no creerás eso —dije.

—Podría revelarte las cosas que he oído —dijo Nela—, pero es mejor que no las conozcas.

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