El arte de la felicidad (9 page)

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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

BOOK: El arte de la felicidad
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Así pues, dada la importancia vital de la intimidad, ¿cómo nos las arreglamos para alcanzarla en nuestra vida? Siguiendo el enfoque del Dalai Lama, expuesto en la sección anterior, parecería razonable empezar por el estudio de la intimidad, buscando una definición funcional y un modelo. Pero al buscar la respuesta en la ciencia, nos encontramos con que todos los investigadores están de acuerdo en la importancia de la intimidad, y que ahí termina la coincidencia. Quizá el resultado más notable de una revisión incluso rápida de los diversos estudios sobre el tema sea comprobar que existe una amplia diversidad de opiniones y teorías sobre qué es exactamente la intimidad. En un extremo del espectro está Desmond Morris, que escribe desde la perspectiva de un zoólogo con formación en etología. En su libro
Comportamiento íntimo
, Morris define así la relación íntima: «Intimar significa acercarse… La intimidad se produce cuando dos personas entran en contacto físico». Tras definir la intimidad en términos de puro contacto físico, pasa a explorar las innumerables formas de contacto físico entre los seres humanos, desde una simple palmada en la espalda hasta el abrazo sexual. Considera el tacto, desde un estrecho abrazo hasta modos indirectos de contacto físico, como la manicura, una forma de confortar a otros. Llega a decir incluso que los contactos físicos que mantenemos con los objetos de nuestro entorno, desde los cigarrillos hasta las joyas o las camas de agua, actúan como sustitutos de la intimidad.

La mayoría de los investigadores, sin embargo, no son tan concretos en sus definiciones de la intimidad y están de acuerdo en que es algo más que simple cercanía física. Al considerar la raíz de la palabra «intimidad», que procede del latín
intima
, que significa «interior» o «muy interior», admiten a menudo una definición más amplia, como la del doctor Dan McAdams, autor de varios libros sobre el tema: «El deseo de intimidad es el deseo de compartir con otro lo más profundo de sí». Pero las definiciones no se detienen aquí. En el extremo opuesto al de Desmond Morris está el equipo de psiquiatras formado por Thomas Patrick Malone y su hijo Patrick Thomas Malone. En su libro
El arte de la intimidad
, la definen como «la experiencia de la conectividad». Su estudio se inicia con un meticuloso examen de nuestra «conectividad» con los demás, a pesar de lo cual no se limitan a las relaciones humanas. Su definición es tan amplia que incluye nuestra relación con los objetos inanimados, como árboles, estrellas e incluso el espacio.

Los conceptos de intimidad ideal también varían a lo largo y ancho del mundo y de la historia. La noción romántica de esa «única persona especial» con la que mantenemos una apasionada relación íntima es un producto de nuestro tiempo y cultura. Pero este modelo de intimidad no es universal. Los japoneses, por ejemplo, parecen encontrar la intimidad en la amistad, mientras que los estadounidenses la buscan en apasionadas relaciones románticas. Al observar esto, algunos investigadores han sugerido que los asiáticos, que tienden a centrarse menos en sentimientos personales y se preocupan más por los aspectos prácticos de las relaciones sociales, parecen menos vulnerables a la desilusión que implica el desmoronamiento de las relaciones.

Los conceptos de intimidad también han cambiado espectacularmente con el transcurso del tiempo. En la América colonial, por ejemplo, el grado de intimidad y proximidad física era generalmente mayor que el actual, ya que la familia y hasta los extraños compartían espacios exiguos, dormían juntos en una misma habitación y utilizaban una misma estancia para bañarse, comer y dormir. Y, sin embargo, la comunicación habitual entre los cónyuges era bastante formal para las normas hoy vigentes, no muy diferente al modo en que las personas conocidas y los vecinos se hablan unos a otros. Apenas un siglo más tarde, el amor y el matrimonio habían experimentado un intenso proceso de romantización y la exposición de la interioridad era el ingrediente de cualquier relación amorosa.

Las ideas sobre el comportamiento privado e íntimo también han cambiado con el transcurso del tiempo. En la Alemania del siglo XVI, por ejemplo, se esperaba que la pareja de recién casados consumara su matrimonio en una cama rodeada de testigos.

También ha cambiado la forma de expresar las emociones. En la Edad Media se consideraba normal expresar públicamente, con gran intensidad y de forma muy directa, una amplia gama de sentimientos, como alegría, cólera, temor, piedad y hasta el placer de torturar y matar a los enemigos. Los extremos de risa histérica, llanto apasionado y cólera violenta se expresaban con una intensidad que no se aceptaría en nuestra sociedad. Pero con la frecuente expresión pública de los sentimientos, en esa sociedad no tenía relevancia el concepto de intimidad emocional; si uno manifiesta abierta e indiscriminadamente toda clase de emociones, queda poco para expresar en los contactos privados.

Está claro, por lo tanto, que las ideas sobre la intimidad no son universales. Cambian con el transcurso del tiempo, vinculadas a condicionamientos económicos, sociales y culturales, y además, en un mismo estadio histórico, por los comportamientos y las definiciones. Entonces ¿qué significa esto en nuestra búsqueda del concepto de intimidad? Creo que la respuesta es evidente…

Hay una increíble diversidad de vidas humanas, infinitos modos de experimentar la intimidad. Esta toma de conciencia, por sí sola, nos ofrece una gran oportunidad. Significa que disponemos de vastos recursos de intimidad. La intimidad nos rodea por todas partes.

Muchos de nosotros nos sentimos oprimidos por la sensación de que algo falta en nuestras vidas, y sufrimos a causa de la ausencia de una relación íntima. Esto es particularmente cierto cuando pasamos por los inevitables períodos en los que no tenemos una relación sentimental, o cuando la pasión se ha desvanecido. En nuestra cultura se ha difundido la creencia de que la intimidad se alcanza mejor con una relación romántica y apasionada, al lado de esa persona que singularizamos entre todas las demás. Éste puede ser un punto de vista muy limitador, que nos aleja de otras fuentes potenciales de intimidad y causa mucha desdicha e infelicidad cuando ese alguien especial no está presente. Pero tenemos a nuestro alcance los medios para evitarlo: sólo tenemos que expandir valerosamente nuestro concepto de intimidad para incluir a todas las personas que nos rodean. Al ampliar nuestra definición de intimidad, descubrimos muchas formas nuevas e igualmente satisfactorias de conectarnos con los demás.

Eso nos conduce de nuevo a mi discusión sobre la soledad con el Dalai Lama, que se inició gracias a la sección de anuncios personales de un periódico. La situación me extrañó. Cuando aquellas personas redactaban sus anuncios, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas para introducir pasión en sus vidas y desterrar la soledad, ¿cuántas de ellas estaban ya rodeadas de amigos, familiares o conocidos, con vínculos que podían cultivarse fácilmente hasta convertirlos en relaciones íntimas, genuinas y profundamente satisfactorias? Yo diría que muchas. Si lo que buscamos en la vida es la felicidad, y la relación es un ingrediente importante de una vida más feliz, está claro que tiene sentido orientarnos con arreglo a un modelo que incluya tantas formas de conexión con los demás como sea posible. El modelo del Dalai Lama se basa en la voluntad de abrirnos a todos nuestros semejantes, a la familia, los amigos y hasta los extraños, creando así vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común humanidad.

Capítulo 6: Ahondar en nuestra conexión con los demás

Una tarde, después de su conferencia, llegué a la suite del hotel del Dalai Lama para nuestra cita diaria con unos minutos de antelación. Un ayudante me hizo salir discretamente al pasillo y me dijo que Su Santidad tenía una audiencia privada. Permanecí en ese lugar con el que ya estaba familiarizado, frente a la puerta de la suite, y utilicé el tiempo de que disponía para revisar mis notas para nuestra sesión, al tiempo que trataba de evitar la mirada recelosa de un guardia de seguridad, la misma mirada con la que los empleados de las tiendas observan a los estudiantes de escuela superior que merodean alrededor de las estanterías de las revistas.

Pocos momentos más tarde se abrió la puerta y salió una pareja muy bien vestida, de mediana edad. Me pareció reconocerlos. Recordé entonces que había sido brevemente presentado a ellos unos días antes. Me habían dicho que la mujer era una conocida heredera y el marido un abogado de Manhattan, extremadamente rico y poderoso. Sólo habíamos intercambiado unas pocas palabras, pero ambos me impresionaron por su increíble arrogancia. Ahora, al verlos salir de la suite del Dalai Lama, observé un cambio asombroso en los dos. Habían desaparecido por completo las expresiones de suficiencia y la actitud arrogante, sustituidas por expresiones de ternura y emoción. Parecían dos niños. Las lágrimas corrían por las mejillas de ambos. Aunque el efecto que ejerce el Dalai Lama no siempre es tan espectacular, he observado que la gente responde invariablemente con algún cambio emocional. Me había maravillado desde hacía tiempo su capacidad para forjar vínculos y establecer un intercambio emocional profundo y significativo.

ESTABLECER EMPATÍA

Aunque durante nuestras conversaciones en Arizona habíamos hablado de la importancia de la cordialidad y la compasión humanas, no fue hasta unos meses más tarde, en su hogar de Dharamsala, cuando tuve la oportunidad de explorar más detalladamente con él el tema de las relaciones humanas. Para entonces, ansiaba descubrir los principios de sus interacciones con los demás susceptibles de ser aplicados a mejorar cualquier relación, ya fuese con extraños o con familiares, amigos y amantes. Ávido por empezar, abordé el tema de inmediato.

—Y ahora, sobre las relaciones humanas…, ¿cuál diría que es el método o la técnica más efectiva para conectar con los demás de una forma significativa y reducir los conflictos?

Me miró fijamente por un momento. No fue una mirada de enojo, pero hizo que me sintiera como si acabara de pedirle que me diera la composición química del polvo lunar.

Tras una breve pausa, respondió:

—Bueno, el trato con los demás es un tema muy complejo. No hay manera de encontrar una fórmula con la que se puedan solucionar todos los problemas. Es un poco como cocinar. Si se prepara una comida deliciosa, el proceso pasa por diversas fases. Quizá haya que hervir las verduras por separado, para luego sofreírlas y cocinarlas de forma especial, mezclándolas con especias, y así sucesivamente; el resultado final es un producto delicioso. Lo mismo sucede en las relaciones; existen muchos factores. No se puede decir: «Este es el método» o «Ésta es la técnica».

No era exactamente la clase de respuesta que yo buscaba. Pensé que se mostraba evasivo y tuve la impresión de que, seguramente, tendría algo más concreto que ofrecerme, así que seguí presionándolo.

—Bueno si no hay un método único para mejorar nuestras relaciones, ¿hay quizá algunas normas generales que puedan ser útiles?

El Dalai Lama pensó un momento antes de contestar.

—Sí. Antes hablamos de la importancia de acercarse a los demás con actitud compasiva. Eso es crucial. Claro que no es suficiente con decirle a alguien: «Es muy importante ser compasivo; hay que tener más amor». Una receta tan sencilla no sería provechosa. Pero un medio efectivo para inducir a ser más cálido y compasivo consiste en razonar acerca del valor y los beneficios prácticos de la compasión, así como hacer reflexionar a las personas sobre sus sentimientos cuando los otros son amables con ellas. Eso en cierto modo los prepara, de tal manera que se producirá más de un efecto a medida que sigan realizando esfuerzos por ser más compasivos.

»Al considerar los diversos medios para desarrollar mas compasión, creo que la empatía es un factor importante. La capacidad para apreciar el sufrimiento del otro. Tradicionalmente, una de las técnicas budistas para acrecentar la compasión consiste en imaginar una situación en la que sufre un ser sensible, por ejemplo, una oveja a punto de ser sacrificada, y luego tratar de imaginar el sufrimiento de esa oveja. El Dalai Lama se detuvo un momento para reflexionar, mientras pasaba entre los dedos con expresión ausente las cuentas de una especie de rosario.

—Pienso —siguió diciendo— que si tratáramos con alguien que se mostrara muy frío e indiferente, esta técnica de visualización no sería muy efectiva. Sería como si se lo pidiera al carnicero dispuesto a sacrificar una oveja; está tan endurecido, tan acostumbrado ,que eso no haría mella en él. Así que sería muy difícil explicar esa técnica y utilizarla con algunos occidentales acostumbrados a cazar y pescar por simple diversión, como una forma de distracción…

—En ese caso —le sugerí—, quizá no sea una técnica efectiva pedirle a un cazador que se imagine el sufrimiento de su presa, pero se pueden despertar sus sentimientos pidiéndole que se imagine a su perro de caza favorito atrapado en una trampa y gañendo de dolor.

—Sí, exactamente —asintió el Dalai Lama—. Creo que se podría ajustar esa técnica a las circunstancias. Por ejemplo, es posible que la persona en cuestión no experimente fuerte empatía con los animales, pero puede sentirla con un miembro de su familia o un amigo. En tal caso, podría visualizar una situación en que la persona querida sufriera o pasara por una situación trágica para luego imaginar cómo respondería. Así que se puede intentar acrecentar la compasión tratando de establecer empatía con el sentimiento o la experiencia de otro.

»Creo que la empatía es importante, no sólo como medio para aumentar la compasión, sino que en términos generales, al tratar con los demás cuando están en dificultades, resulta extremadamente útil para situarse en el lugar del otro y ver cómo reaccionaría uno ante la situación. Aunque no se tengan experiencias comunes con la otra persona o su estilo de vida sea muy diferente, siempre puede intentarse con la imaginación. Quizá haya que ser algo creativo. Esta técnica supone la capacidad para suspender temporalmente el propio punto de vista y buscar la perspectiva de la otra persona, imaginar cuál sería la situación si uno estuviera en su lugar, y cómo la afrontaría. Eso ayuda a desarrollar una conciencia de los sentimientos del otro y a respetar dichos sentimientos, algo importante para reducir los conflictos y problemas con los demás.

Esa tarde nuestra entrevista fue breve. Se me había incluido con dificultad y en el último momento en la poblada agenda del Dalai Lama y mantuvimos la conversación a últimas horas del día, como había sucedido en varias ocasiones. Fuera, el sol empezaba a ponerse, llenando la estancia de una luz crepuscular agridulce, convirtiendo el amarillo pálido de las paredes en un ámbar más profundo y sembrando de ricos matices dorados las imágenes budistas. El ayudante del Dalai Lama entró silenciosamente en la estancia, indicando el final de nuestra sesión. Enfrascado en la conversación, pregunté:

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