El servidor les hizo un gesto invitador con una mano.
—Ten cuidado —susurró Thorn.
Khouri envió las órdenes subvocales que le decían a su traje que aceptara e interpretara los campos de datos del ambiente. El cambio fue sutil. El servidor se desvaneció, procesado por su campo visual. El traje de la mujer estaba llenando el espacio vacío en el que se habría situado, utilizando conjeturas bien fundamentadas y su propio y riguroso conocimiento del entorno tridimensional. Todas las salvaguardas permanecían en su lugar. Si el servidor se movía muy rápido o hacía algo que al traje le pareciera sospechoso, volvería a editarse y a aparecer en el campo visual de Khouri.
En ese momento apareció la figura sólida de un hombre donde había estado el servidor. Había una ligera desigualdad entre el hombre y su entorno, estaba demasiado enfocado, era demasiado brillante y las sombras no caían sobre él como deberían haberlo hecho, pero esos errores eran deliberados. El traje podría haber hecho que el hombre apareciera con un aspecto totalmente realista, pero se consideraba más inteligente degradar la imagen un poco. De esa forma, el espectador no podría olvidar que estaba tratando con una máquina.
—Eso está mejor —dijo la figura.
Khouri vio a un hombre anciano, frágil, de barba y cabellos blancos. —¿Es usted Nevil...? ¿Cómo dijo que se apellidaba?
—Nevil Clavain. Usted debe de ser Ana Khouri, creo. —Su voz era casi normal. Solo quedaba un diminuto margen de artificialidad, una vez más bastante deliberado.
—Nunca he oído hablar de usted. —La mujer miró a Thorn.
—Yo tampoco —dijo él.
—Sería imposible —dijo Clavain—. Acabo de llegar, ya saben. O más bien, estoy a punto de llegar.
Khouri podía enterarse de los detalles más tarde. —¿Qué le ha pasado a Ilia? El rostro del anciano se tensó.
—No son buenas noticias, me temo. Será mejor que vengan conmigo. —Clavain se dio la vuelta con solo un mínimo de rigidez. Echó a andar por el túnel, estaba claro que esperaba que lo siguieran.
Khouri miró a Thorn. Su compañero asintió sin decir una palabra.
Se pusieron en marcha tras Clavain.
Este los guió por las catacumbas de la Nostalgia por el Infinito. Khouri no hacía más que decirse que el servidor no podía hacerle ningún daño, por lo menos nada que Ilia no hubiera sancionado ya. Si Ilia había instalado un nivel beta, solo le habría dado una serie limitada de permisos, y las posibles acciones estarían firmemente constreñidas. De todos modos, el nivel beta solo conducía al servidor; el programa en sí (y no era más que eso, se recordó, un programa muy listo) se estaba ejecutando en una de las redes restantes de la nave.
—Dígame lo que ha pasado, Clavain —le dijo ella—. Dijo que estaba a punto de llegar. ¿Qué quiso decir con eso?
—Mi nave está en la fase de deceleración final —le dijo Clavain—. Se llama Luz del Zodíaco. Estará en este sistema en breve y se detendrá cerca de esta nave. Mi contrapartida física está a bordo de ella. Invité a Ilia a que instalara este nivel beta ya que el intervalo de tiempo luz nos impedía realizar algo parecido a unas negociaciones coherentes. Ilia me complació... y aquí estoy.
—¿Y dónde está Ilia?
—Puedo decirles dónde está —dijo Clavain—. Pero no estoy del todo seguro de lo que pasó. Es que me desconectó.
—Debe de haberlo conectado otra vez —dijo Thorn.
Estaban caminando, o más bien vadeando, un cieno de la nave del color de la bilis que les llegaba a las rodillas. Desde que dejaron el estacionamiento se habían movido por partes del navío que giraban para tener gravedad, aunque el efecto variaba dependiendo de la ruta exacta que siguieran.
—En realidad no me conectó ella —dijo Clavain—. Eso es lo más extraño. Supongo que se podría decir que volví en mí y me encontré... bueno, creo que me estoy adelantando.
—¿Está muerta, Clavain?
—No —dijo para responder a Khouri con cierto grado de énfasis—. No, no está muerta. Pero tampoco está bien. Me alegro de que hayan llegado. Tengo entendido que tienen pasajeros en ese trasbordador.
No parecía que mereciera la pena mentir.
—Dos mil —dijo Khouri.
—Ilia dijo que necesitarían hacer unos cien viajes en total. Este es su primer viaje de ida y vuelta, ¿no?
—Denos tiempo y conseguiremos hacer los cien —dijo Thorn.
—Es posible que lo que quizá ya no tengan sea tiempo —replicó Clavain—. Lo siento, pero así son las cosas.
—Usted mencionó una negociaciones —dijo Khouri—. ¿Qué cojones hay que negociar?
Una sonrisa comprensiva arrugó el anciano rostro de Clavain.
—Bastante, me temo. Ustedes tienen algo que mi contrapartida quiere con todas sus fuerzas, ya ven.
El servidor conocía bien la nave. Clavain los llevó por un laberinto de pasillos y huecos, rampas y conductos, cámaras y antecámaras que atravesaban muchos distritos de los que Khouri solo tenía un conocimiento incompleto. Había regiones de la nave que no se habían visitado en décadas de tiempo mundial, lugares en los que ni siquiera Ilia se había mostrado muy dispuesta a perderse. La nave siempre había sido un lugar inmenso e intrincado, su topología tan insondable como el sistema de metro abandonado de una metrópolis desierta. Había sido una nave acosada por muchos fantasmas, no todos ellos necesariamente cibernéticos o imaginarios. Los vientos habían soplado de un lado a otro a lo largo de kilómetros de pasillos vacíos. Estaba infestada de ratas, acechada por máquinas y locos. Sufría de mal humor y fiebres, como una casa vieja.
Pero ahora había una diferencia sutil. Era del todo posible que la nave siguiera manteniendo todas sus antiguas madrigueras, todos sus lugares más amenazadores. Pero ahora, sin embargo, había un solo espíritu que lo abarcaba todo, una presencia inteligente que impregnaba cada milímetro cúbico de la nave y que no se podía localizar en realidad en ningún punto concreto de la nave. Allí por donde caminaran, estaban rodeados por el capitán. Él los sentía a ellos y ellos lo sentían a él, aunque solo fuera un cosquilleo en el vello de la nuca, una sensación viva de que algo te estaba vigilando. Hacía que la nave entera pareciera a la vez más y menos amenazadora que antes. Todo dependía de qué lado estuviera el capitán.
Khouri no lo sabía. Ni siquiera pensaba que Ilia hubiera estado segura del todo alguna vez.
Poco a poco, Khouri empezó a reconocer un distrito. Era una de las regiones de la nave que habían cambiado muy poco desde la transformación del capitán. Las paredes eran del color sepia de los viejos manuscritos, los pasillos impregnados por una oscuridad de claustro aliviada solo por las luces ocres que parpadeaban en los candelabros de la pared, como velas. Clavain los llevaba a la bodega médica.
La sala a la que los guió tenía los techos bajos y carecía de ventanas. Los servidores médicos eran trozos agazapados de maquinaria muy metidos por las esquinas, como si no fuera muy probable que los necesitaran. Se había colocado una única cama cerca del centro de la habitación, atendida por un pequeño tropel de mecanismos de monitorización achaparrados. Había una mujer echada de espaldas en la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos cerrados. Señales biomédicas se ondulaban sobre ella como auroras.
Khouri se acercó un poco más a la cama. Era Volyova, no cabía duda. Pero parecía una versión de su amiga a la que habían sometido a algún espantoso experimento de envejecimiento acelerado, algo que supusiera drogas para pegar la carne al hueso y más drogas para reducir la piel a un mero glaseado. Parecía asombrosamente delicada, como si pudiera partirse y convertirse en polvo en cualquier momento. No era la primera vez que Khouri había visto a Volyova allí, en la bodega médica. Como aquella vez después del tiroteo en la superficie de Resurgam, cuando intentaban capturar a Sylveste. Volyova había sido herida, pero jamás se había planteado la cuestión de su muerte. Ahora hacía falta un examen muy detallado para darse cuenta de que todavía no estaba muerta. Parecía marchita.
Khouri se volvió horrorizada hacia el nivel beta.
—¿Qué ha pasado?
—Todavía no lo sé, en realidad. Antes de que me pusiera a dormir no le pasaba nada. Luego volví en mí y me encontré aquí, en esta sala. Ella estaba en la cama. Las máquinas la habían estabilizado, pero no pudieron hacer mucho más. A largo plazo, seguía muñéndose. —Clavain señaló con un gesto los monitores que se cernían sobre Volyova—. Ya he visto este tipo de heridas, durante la guerra. Respiró vacío sin ningún tipo de protección contra la pérdida interna de humedad. La descompresión debió de ser rápida, pero no lo bastante veloz como para matarla al instante. La mayor parte del daño lo tiene en los pulmones: le ha marcado los alvéolos, donde se formaron los cristales de hielo. Está ciega de los dos ojos y hay algún daño en la función cerebral. No creo que sea cognitivo. También hay daños en la tráquea, lo que hace que sea difícil que pueda hablar.
—Es ultra —dijo Thorn con un toque de desesperación—. Los ultras no mueren sin más solo porque se hayan tragado un poco de vacío.
—No se parece mucho a los otros ultras que conozco —dijo Clavain—. No tenía implantes. Si los hubiera tenido, quizá hubiera salido andando de esta. Como mínimo, las medichinas podrían haberle protegido el cerebro. Pero no tenía nada. Tengo entendido que le asqueaba la idea de que algo la invadiera.
Khouri miró al nivel beta.
—¿Qué ha hecho, Clavain?
—Lo que hizo falta. Se me pidió que hiciera lo que pudiera. Lo más obvio era inyectar una dosis de medichinas.
—Espere. —Khouri levantó una mano—. ¿Quién pidió qué? Clavain se rascó la barba.
—No estoy seguro. Yo solo sentí la obligación de hacerlo. Tiene que entender que no soy más que un programa. Jamás afirmaría ser otra cosa. Es del todo posible que algo me inicializara e interviniera en mi ejecución, forzándome a actuar de una manera concreta.
Khouri y Thorn intercambiaron una mirada. Khouri sabía que ambos estaban pensando lo mismo. La única entidad que podría haber vuelto a conectar a Clavain y haberlo obligado a ayudar a Volyova era el capitán.
Khouri sintió frío, era más que consciente de que la estaban observando.
—Clavain-le dijo—. Escúcheme. En realidad no sé lo que es usted. Pero tiene que entender algo: ella habría preferido morir antes de que le hicieran lo que usted acaba de hacer.
—Lo sé —dijo Clavain mientras extendía las palmas de las manos en un gesto de impotencia—. Pero tenía que hacerlo. Es lo que habría hecho si hubiera estado aquí.
—¿Hacer caso omiso de su deseo más profundo, a eso se refiere?
—Sí, si quiere llamarlo así. Porque alguien hizo una vez lo mismo por mí. Yo estaba en la misma posición que ella, ya ve. Grave; moribundo, de hecho. Me habían herido, pero desde luego no quería ninguna puñetera máquina en mi cráneo. Antes hubiera preferido morir. Pero alguien las puso ahí de todos modos. Y ahora se lo agradezco. Esa mujer me dio cuatrocientos años de vida que no habría tenido de ningún otro modo.
Khouri miró la cama, a la mujer que yacía en ella, y luego volvió a mirar al hombre que había, si no salvado su vida, como mínimo pospuesto el momento de su muerte.
—Clavain... —le dijo—. ¿Quién cojones es usted?
—Clavain es combinado —dijo una voz fina como el humo—. Deberíais escucharlo con mucha atención porque habla muy en serio.
Volyova había hablado, y sin embargo no había habido ningún movimiento en la figura de la cama. La única indicación de que ahora estaba consciente, que no había sido el caso cuando llegaron, era un cambio en las señales biomédicas que flotaban sobre ella.
Khouri se arrancó el casco. La aparición de Clavain se desvaneció, sustituida por la máquina esquelética. Colocó el casco en el suelo y se arrodilló al lado de la cama.
—¿Ilia?
—Sí, soy yo. —La voz era como el papel de lija. Khouri observó el movimiento en los labios de Volyova al formar las palabras, pero el sonido provenía de algún lugar por encima de ella.
—¿Qué ha pasado?
—Hubo un incidente.
—Vimos los daños del casco cuando llegamos. ¿Es...?
—Sí. Fue culpa mía, de veras. Como todo. Siempre culpa mía. Siempre puñetera culpa mía.
Khouri se volvió para mirar a Thorn. —¿Culpa tuya?
—Me engañó. —Los labios se separaron en lo que casi podría haber sido una sonrisa—. El capitán. Creí que por fin me había dado la razón. Que deberíamos utilizar las armas del alijo contra los inhibidores.
Khouri casi se podía imaginar lo que debió de pasar.
—¿Qué engaño...?
—Desplegué ocho de las armas más allá del casco. Hubo un fallo. Pensé que era genuino, pero en realidad solo era una forma de sacarme de la nave.
Khouri bajó la voz. Era un gesto absurdo, ya no había nada que se le pudiera ocultar al capitán, pero no pudo evitarlo.
—¿Quería matarte?
—No —dijo Volyova siseando la respuesta—. Quería matarse él, no a mí. Pero yo tenía que estar allí para verlo. Tenía que ser su testigo. —¿Por qué?
—Para entender sus remordimientos. Para entender que era algo deliberado y no un accidente.
Thorn se reunió con ellas. El también se había quitado el casco y se lo había metido bajo el brazo en señal de respeto. —Pero la nave sigue aquí. ¿Qué pasó, Ilia? Una vez más aquella medio sonrisa cansada.
—Metí mi trasbordador en el haz. Pensé que eso podría detenerlo. —Parece que así fue.
—No esperaba sobrevivir. Pero no apunté del todo bien.
El servidor se acercó a la cama. Despojado de la imagen de Clavain, sus movimientos parecieron de forma automática más mecánicos y amenazadores.
—Saben que te he inyectado medichinas en la cabeza —dijo, su voz ya no era humanoide—. Y ahora saben que lo sabes.
—Clavain..., el nivel beta, no tuvo elección —dijo Volyova antes de que cualquiera de los dos visitantes humanos pudieran hablar—. Sin las medichinas ya estaría muerta. ¿Me horrorizan? Sí, desde luego. Hasta lo más hondo de mi ser. Me atormenta el asco al pensar en ellas reptando por mi cráneo como un montón de arañas y serpientes. Al mismo tiempo acepto que son necesarias. Después de todo, son las herramientas con las que siempre he trabajado. Y soy muy consciente de que no pueden hacer milagros. Se han producido demasiados daños. No soy susceptible de ser reparada.
—Encontraremos una forma, Ilia —dijo Khouri—. Tus heridas no pueden ser...