El Arca de la Redención (65 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Arca de la Redención
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—¿Y Skade quizá fuera su punto de entrada?

—Creo que debe considerarse lo más probable, señor Clavain. Es posible que no fuera una coincidencia que a Skade se le permitiera vivir cuando se asesinó al resto de su equipo.

—Pero Skade es uno de nosotros —dijo Clavain con voz débil—. Jamás traicionaría al Nido Madre.

—¿Qué le pasó a Skade después, señor Clavain? ¿Por alguna casualidad amplió su radio de influencia entre los combinados?

Clavain recordó que Skade se había unido al Consejo Cerrado tras la misión.

—Hasta cierto punto.

—Entonces creo que el caso está cerrado. Esa habría sido siempre la estrategia de la Mademoiselle, ya lo ve. Infiltrar y orquestar. Skade quizá ni siquiera piense que está traicionando a su pueblo, señor Clavain; la Mademoiselle fue siempre lo bastante lista como para explotar la lealtad. Y aunque se juzgó que la misión de Skade fue un fracaso, sí que recuperó algunos objetos de interés, ¿no es cierto? ¿Suficiente para beneficiar al Nido Madre?

—Ya le he dicho que no sé nada de ningún proyecto secreto referido al vacío cuántico.

—Mm. La primera vez su negativa tampoco me pareció del todo convincente.

Reloj, el de la calva con forma de huevo, le dijo a Xavier que llamara a Antoinette.

—La llamaré-dijo Xavier—. Pero no puedo obligarla a venir aquí, ni siquiera si el señor Rosa comienza a dañar la nave.

—Encuentre la forma —dijo Reloj mientras acariciaba la hoja de olivo cerosa de una de las macetas del taller de reparaciones—. Dígale que ha encontrado algo que no puede reparar, algo que necesita de su pericia. Estoy seguro de que sabe improvisar, señor Liu.

—Estaremos escuchando —añadió el señor Rosa. Para alivio de Xavier, el cerdo había regresado del interior del Ave de Tormenta sin infligirle ningún daño obvio a la nave, aunque tenía la impresión de que el señor Rosa se había limitado a explorar las posibilidades de infligir daño más tarde.

Llamó a Antoinette. Estaba a medio camino del Carrusel Nueva Copenhague, metida en una frenética ronda de reuniones de negocios. Desde que Clavain se había ido, las cosas habían ido de mal en peor.

—Tú solo ven aquí tan rápido como puedas —le dijo Xavier con un ojo en los dos visitantes.

—¿A qué tanta prisa, Xave?

—Ya sabes cuánto nos cuesta mantener al A vede Tormenta aquí estacionado, Antoinette. Cada hora importa. Ya solo esta llamada nos está matando. —Hostia, Xave. Anímame un poco, ¿quieres?

—Tú solo vente. —Y le colgó—. Gracias por obligarme a hacer eso, hijos de puta. Reloj dijo:

—Le agradecemos su comprensión, señor Liu. Le aseguro que ninguno de los dos sufrirá ningún daño, sobre todo Antoinette.

—Será mejor que no le hagan daño. —Xavier los miró a los dos, no muy seguro de en cuál de ellos podía confiar menos—. De acuerdo. Estará aquí dentro de unos veinte minutos. Pueden hablar aquí con ella y luego ella podrá irse.

—Hablaremos con ella en la nave, señor Liu. De esa forma no hay posibilidad de que ninguno de los dos huya, ¿verdad?

—Allá ustedes —dijo Xavier con un encogimiento de hombros—. Solo deme un minuto para organizar a los monos.

El ascensor redujo la marcha y se detuvo; a pesar de estar parado, se estremecía y crujía. Muy por encima de Clavain, los ecos metálicos se perseguían por el hueco del ascensor como una risa histérica. —¿Dónde estamos? —preguntó.

—En el sótano más profundo del edificio. Estamos muy por debajo del viejo Mantillo, señor Clavain, en el interior de la base de Yellowstone. —H continuó adelante con Clavain—. Verá, aquí es donde ocurrió.

—¿Donde ocurrió qué?

—El inquietante acontecimiento.

H lo condujo por unos pasillos, túneles para ser más precisos, que se habían abierto en la roca sólida y que luego apenas se habían pulido. Faroles azules ponían de relieve las crestas y abombamientos de la geología subyacente. El aire era húmedo y frío, el duro suelo de piedra incómodo bajo los pies de Clavain. Pasaron por una sala que contenía muchas bombonas plateadas colocadas de pie por todo el suelo, como lecheras, y luego descendieron por una rampa que los llevó más abajo todavía.

H dijo:

—La Mademoiselle protegía bien sus secretos. Cuando asaltamos el
Cháteau
, ella destruyó muchos de los objetos que había recuperado de la nave espacial de la larva. Otros, Skade se los había llevado con ella. Pero quedaba suficiente para que nosotros pudiéramos comenzar. Hace poco los progresos comenzaron a ser tan gratificantes como rápidos. ¿Observó usted la facilidad con la que mis naves dejaron atrás a la Convención, la facilidad con la que pasaron desapercibidas por un espacio aéreo muy bien vigilado?

Clavain asintió al recordarlo rápido que le había parecido el viaje a Yellowstone.

—Ustedes también han aprendido a hacerlo.

—De una forma muy modesta, lo admito. Pero sí, hemos instalado tecnología de supresión de la inercia en algunas de nuestras naves. Con solo reducir cuatro quintas partes de la masa de una nave, ya es suficiente para darnos una pequeña ventaja sobre un cúter de la Convención. Me imagino que los combinados han hecho algo bastante mejor.

A regañadientes, Clavain admitió:

—Quizá.

—Entonces sabrán que la tecnología es extraordinariamente peligrosa. Como norma, el vacío cuántico es un mínimo muy estable, señor Clavain, un bonito y profundo valle en el paisaje de estados posibles. Pero en cuanto se empieza a manipular el vacío, a enfriarlo para amortiguar las fluctuaciones que dan lugar a la inercia, se cambia la topología entera de ese paisaje. Lo que eran mínimos estables se convierten en picos y cadenas precarias. Hay valles adyacentes que se asocian con propiedades muy diferentes de la materia inmersa. Unas pequeñas fluctuaciones pueden llevar a transiciones de estado violentas. ¿Quiere que le cuente una historia de miedo?

—Creo que va a hacerlo.

—Recluté a los mejores entre los mejores, señor Clavain, los teóricos más importantes del Cinturón Oxidado. Cualquiera que hubiera mostrado el menor interés por la naturaleza del vacío cuántico fue traído aquí y se le hizo comprender que en nombre de sus más amplios intereses le convenía ayudarme.

—¿Chantaje? —preguntó Clavain.

—Por favor, no. Una simple y suave coacción. —H miró atrás y le dedicó a Clavain una amplia sonrisa que reveló unos incisivos muy puntiagudos—. En su mayor parte ni siquiera fue necesario. Yo tenía recursos de los que los demarquistas carecían. Su propia red de inteligencia se estaba desmoronando, así que no sabían nada de la larva. Los combinados tenían su propio programa, pero unirse a ellos habría significado convertirse también en combinado, un precio demasiado alto por una curiosidad científica. Los trabajadores a los que me acerqué solían estar más que dispuestos a venir al
Cháteau
, dadas las alternativas. —H hizo una pausa y su voz adoptó un tono elegiaco del que antes carecía—. Una de esas personas era una brillante desertora de los demarquistas, una mujer llamada Pauline Sukhoi.

—¿Está muerta? —Preguntó Clavain—. ¿O algo peor que muerta?

—No, en absoluto. Pero ha dejado de trabajar para mí. Después de lo que ocurrió, el inquietante acontecimiento, no tuvo valor para continuar. Yo lo entendí perfectamente y me aseguré de que Sukhoi encontrara un empleo alternativo al volver al Cinturón Oxidado.

—Pasara lo que pasara, debió de ser inquietante de verdad —dijo Clavain.

—Oh, lo fue. Para todos nosotros, pero sobre todo para Sukhoi. Se estaban realizando muchos experimentos —dijo H—. Aquí abajo, en los niveles del sótano del
Cháteau
, había una decena de pequeños equipos trabajando en diferentes aspectos de la tecnología de la larva. Sukhoi llevaba un año en el proyecto y había demostrado ser una investigadora excelente, aunque audaz. Fue ella la que exploró algunas de las transiciones de estado menos estables.

H pasó con él al lado de varias puertas que se abrían a grandes cámaras oscuras, hasta que llegaron a una en concreto. No entró en la habitación.

—Algo terrible ocurrió aquí. Nadie asociado con el trabajo estuvo dispuesto a volver a entrar en esta habitación. Dicen que la humedad registra el pasado. ¿Usted también lo siente, señor Clavain? ¿Un mal presentimiento, un instinto animal que le advierte que no debería entrar?

—Ahora que usted ha sugerido que hay algo extraño en la habitación, no puedo decir con honestidad lo que siento.

—Entre —dijo H.

Clavain entró en la habitación y bajó al suelo liso y suave. Hacía frío en la estancia, pero claro, todo el nivel del sótano estaba frío. Esperó hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad para distinguir las generosas dimensiones de la cámara. De vez en cuando el suelo, las paredes y el techo se veían interrumpidos por puntales de metal o enchufes, pero no quedaba ningún tipo de aparato o equipo de análisis. La habitación estaba vacía por completo, y muy limpia.

Caminó por todo el perímetro. No podía decir que disfrutase estando en la habitación, pero todo lo que sintió, una suave sensación de pánico, la suave sensación de una presencia, podría haber sido psicosomático.

—¿Qué ocurrió? —preguntó.

H habló desde la puerta.

—Hubo un accidente en esta habitación que solo implicó al proyecto de Sukhoi. Ella resultó herida, pero no de forma crítica, y se recuperó pronto y bien.

—¿Y ninguno de los otros miembros del equipo de Sukhoi sufrió heridas?

—Eso fue lo extraño. No había ninguna otra persona, Sukhoi siempre trabajaba sola. No teníamos ninguna otra víctima de la que preocuparnos. La tecnología quedó un poco dañada, pero pronto se mostró capaz de realizar unas limitadas reparaciones automáticas. Sukhoi estaba consciente y se mostraba coherente, así que supusimos que, una vez que se levantara, volvería a bajar al sótano. —¿Y?

—Hizo una extraña pregunta. Una pregunta que, si me disculpa la expresión, consiguió que se me pusiera de punta el vello de la nuca. Clavain se reunió con H cerca de la puerta. —¿Cuál fue?

—Preguntó qué le había pasado al otro investigador.

—Entonces hubo algún daño neurológico. Recuerdos falsos. —Clavain se encogió de hombros—. Tampoco es tan sorprendente, ¿no cree?

—Fue muy concreta sobre el otro trabajador, señor Clavain. Incluso mencionó su nombre e historia. Dijo que aquel hombre se llamaba Yves, Yves Mercier, y que lo habían reclutado en el Cinturón Oxidado al mismo tiempo que a ella.

—¿Pero no había ningún Yves Mercier?

—Nadie con ese nombre, ni ningún nombre parecido, había trabajado en el
Cháteau
. Como le he dicho, Sukhoi siempre tendía a trabajar sola.

—Quizá sintió la necesidad de echarle la culpa del accidente a otra persona. Su subconsciente fabricó un chivo expiatorio.

H asintió.

—Sí, nosotros pensamos que podría haber ocurrido algo así. Pero, ¿por qué trasladar la culpa de un incidente menor? No había muerto nadie y ningún equipo se había dañado demasiado. De hecho, habíamos aprendido mucho más de ese accidente que después de semanas de esmerados progresos. Sukhoi era inocente y ella lo sabía.

—Así que se inventó el nombre por otra razón. El subconsciente es una cosa extraña. No tiene que haber una base racional obvia para nada de lo que dijo.

—Eso es justo lo que pensamos nosotros, pero Sukhoi se mantuvo firme. Al recuperarse, los recuerdos que tenía de haber trabajado con Mercier solo se intensificaron. Recordaba hasta el menor detalle sobre él: el aspecto que tenía, lo que le gustaba comer y beber, su sentido del humor, incluso su formación, lo que había hecho antes de venir al
Cháteau
. Cuanto más intentábamos convencerla de que Mercier no había sido una persona real, más histérica se ponía ella.

—Estaba perturbada, entonces.

—Todas las demás pruebas decían que no, señor Clavain. Si tenía un sistema de delirios, estos se centraban de forma exclusiva en la anterior existencia de Mercier. Así que yo empecé a preguntarme algunas cosas.

Clavain miró a H y le hizo un gesto para que continuase.

—Hice algunas investigaciones —añadió H—. Fue bastante fácil hurgar en los archivos del Cinturón Oxidado, en los que habían sobrevivido a la plaga, en cualquier caso. Y me encontré con que ciertos aspectos de la historia de Sukhoi cuadraban con una precisión alarmante.

—¿Por ejemplo?

—Había existido alguien llamado Yves Mercier, nacido en el mismo carrusel que afirmaba Sukhoi.

—No puede ser un nombre tan raro entre los demarquistas.

—No, es probable que no. Pero de hecho solo había uno. Y su fecha de nacimiento concordaba con precisión con los recuerdos de Sukhoi. La única diferencia era que este Mercier, el verdadero, había muerto muchos años antes. Lo habían matado poco después de que la plaga de fusión destruyera la Banda Resplandeciente.

Clavain se obligó a encogerse de hombros, pero con menos convicción de la que hubiera deseado.

—Una coincidencia, entonces.

—Quizá. Pero verá, este Yves Mercier concreto ya era estudiante en aquel momento. Había avanzado mucho en sus estudios de los fenómenos del vacío cuántico, los mismos fenómenos exactos que, según Sukhoi, terminarían trayéndolo a mi órbita.

Clavain ya no quería estar en esa habitación. Subió de nuevo al pasillo iluminado por faroles azules.

—¿Está diciendo que el Mercier de Sukhoi existió de verdad?

—Sí, así es. Y en ese punto me encontré enfrentado a dos posibilidades. O bien Sukhoi era de algún modo consciente de la vida del fallecido Mercier, y por una razón u otra había decidido creer que aquel hombre no había muerto en realidad, o en realidad estaba diciendo la verdad.

—Pero eso no es posible.

—Yo más bien pensaría que puede serlo, señor Clavain. Creo que todo lo que Pauline Sukhoi me contó quizá fuera verdad, literalmente; que de alguna forma que no podemos llegar a comprender, Yves Mercier nunca murió para ella. Que ella trabajó con él, aquí en la habitación que usted acaba de abandonar, y que Mercier estaba presente cuando ocurrió el accidente.

—Pero Mercier sí que murió. Usted mismo vio los archivos.

—Pero supongamos que no murió. Supongamos que sobrevivió a la plaga de fusión, continuó trabajando en la teoría general del vacío cuántico y con el tiempo atrajo mi atención. Supongamos también que terminó trabajando con Sukhoi, juntos en el mismo experimento, explorando las transiciones de estado menos estables. Y supongamos entonces que hubo un accidente, uno que implicaba un cambio a un estado muy peligroso. Según Sukhoi, Mercier estaba mucho más cerca del generador de campo que ella cuando ocurrió.

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