El arca (10 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

BOOK: El arca
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Alcanzó la escalera y subió hasta la antena que conformaba el enlace de comunicaciones de la Scotia One. El plato se hallaba a unos dos metros de distancia, vuelto hacia un satélite geoestacionario, y la antena de la radio medía unos diez metros, con potencia suficiente para alcanzar Saint John, que distaba más de trescientos kilómetros. No apreció daños visibles.

Siguió el trazado de los cables que surgían del plato, y una sensación gélida le atenazó el estómago cuando reparó en cuál era el problema: alguien había cortado un segmento de cable. Quienquiera que fuese el responsable, no carecía de habilidad. Tyler inspeccionó el cableado de la antena de radio y comprobó que también lo habían saboteado. Los cables terminaban en sendas cajas, ambas destrozadas. Alguien no quería que pudieran establecer contacto con el mundo exterior.

A Tyler se le ocurrieron algunas razones que justificasen que alguien se tomara todas esas molestias, pero ninguna de ellas tenía un final feliz. Descendió apresuradamente hasta la sala de control e irrumpió por la puerta, asustando a Hobson, el único hombre que había dentro. Los gruesos cristales de las gafas le aumentaban el tamaño de los ojos hasta dotarlo de la apariencia de un personaje de dibujos animados.

—Tenemos una emergencia —anunció Tyler, sucinto—. Alguien ha cortado los cables de las antenas y destruido las cajas de control.

Hobson dio un respingo en el asiento.

—¿Cómo? ¿Quién iba a hacer algo así?

—Despierta a Finn y dile que tenemos un intruso en la plataforma.

—¿Un intruso? —preguntó Hobson, que echó hacia atrás la cabeza, incrédulo.

—Lo vi hace unos minutos. Pensé que se trataba de un operario de la plataforma vestido con un traje que no había visto antes, un mono negro.

El intruso debió de pensar que la tripulación no tardaría en descubrir el sabotaje. Eso quería decir que no permanecería mucho más tiempo a bordo. Tyler tenía que atraparlo antes de que lograse escapar, para lo cual necesitaba la ayuda de Grant. Que Tyler supiera, cabía perfectamente la posibilidad de que no sólo hubiese más de un intruso, sino que todos ellos fuesen fuertemente armados. Semejante conjetura perturbó al ingeniero, pero aterraría a Hobson, de modo que optó por no mencionarlo.

—¿Cómo iban a subir a bordo? —preguntó el operario.

—Lo más probable es que haya trepado. No importa. Antes de que llames a Finn, avisa a Grant Westfield y dile que se reúna conmigo donde las barcas de salvamento. ¿Te sabes el número de su cabina?

Hobson asintió.

—¿Activo la alarma?

—No. El intruso sabría que estamos al corriente de su presencia aquí.

Tyler necesitaba descubrir por qué ese tipo quería dejarlos sin comunicaciones. Le hubiese gustado poder empuñar un arma, pero la plataforma petrolífera era el último lugar al que le hubieran permitido llevar su Glock de nueve milímetros y a bordo no había una sola escopeta.

Debía confiar en que Grant y él supiesen manejar la situación. En combate, Tyler prefería el empleo de una fuerza incontestable a la hora de enfrentarse a un oponente superado en número. Si había dos intrusos armados, Grant y él podrían con ellos. Anteriormente se habían enfrentado a situaciones menos favorables que ésa. Pero si eran tres o más, podrían verse en serios problemas, así que el uso de un arma tal vez marcaría la diferencia.

Hobson tomó el teléfono y marcó. Tyler se dirigió a la puerta, pero antes de franquearla, dijo:

—Frank, dile a Grant que pase por la sala de herramientas y coja un par de recias llaves inglesas.

Capítulo 11

Tyler descendió la escalera hasta que las barcas de salvamento se dibujaron ante su mirada. Se sentía desnudo. Iba desarmado. No tenía información fiable de la situación. Ni siquiera había trazado un plan. Aunque podía improvisar, prefería pergeñar un buen plan de ataque antes que, tal como sucedía en todas las operaciones militares, la misión se fuese al infierno nada más dar comienzo. Pero no había tiempo para planes, y eso hacía que se le erizase la piel.

A través de la bruma vio al tipo del mono negro de cuclillas sobre la escotilla de la barca de salvamento situada más a la derecha. Estaba colocando algo. Debía de tener unos treinta y tantos años, pelo rubio tirando a castaño, de complexión media y sin tatuajes visibles. Del hombro le colgaba un subfusil Heckler & Koch MP5 con silenciador. Parecía estar solo. La visibilidad se había ampliado á más de diez metros de distancia, y los separaba un buen trecho de espacio abierto, de modo que era impensable acercarse a él sigilosamente.

Tyler sintió un golpecito en el hombro. Se dio la vuelta con los puños crispados y vio a Grant agachado detrás. Para tratarse de alguien tan grande, su socio tenía los pies ligeros como Fred Astaire. Le alegró tenerlo a su lado.

Grant llevaba un par de pesadas llaves inglesas que superaban el medio metro. Lo bastante grandes para confiar en su contundencia, pero no tanto como para ser más pesadas de la cuenta. Tipo listo. Le tendió una a Tyler, que la apoyó en el hombro.

«El malo», le explicó éste sirviéndose de la lengua de signos. «Necesitamos generar una distracción.»

«¿Qué tienes pensado?», respondió Grant.

La abuela de Tyler era sorda y le había enseñado la lengua de signos al poco tiempo de aprender a hablar. Cuando sirvió en la unidad de ingenieros, comprendió lo útil que sería en situaciones que requiriesen de sigilo y la sumó al repertorio de gestos tácticos manuales. Grant fue de los primeros en aprenderla.

«Tan sólo necesito unos segundos», le comunicó Tyler mediante signos. «Ve a la otra escalera y actúa como si charlaras con alguien.» Al menos tenían un plan. No era el plan más elegante, pero el intruso no contaba con que lo hubiesen descubierto, así que podía surtir efecto.

«Dame treinta segundos», respondió Grant antes de retirarse escalera arriba. Tyler asió con fuerza la llave inglesa.

El intruso terminó su labor en las barcas y se dirigió hacia la pasarela, donde el ingeniero vio por primera vez un garfio aferrado en el lateral de la plataforma. Aquel tipo se encaramó a la pasarela y, entonces, se detuvo. Tyler oyó a Grant bajar con cierto estruendo por la otra escalera, hablando solo en voz alta como si discutiera con alguien. El del mono negro se volvió para ver quién se acercaba.

Miró de nuevo hacia la pasarela, como si meditara la posibilidad de escaparse rápidamente. Luego se volvió hacia el hueco de la escalera y pareció optar por mantener la posición. Empuñó el subfusil, se llevó la mira al ojo y aguardó. Distraída su atención, Tyler vio su oportunidad.

Descendió con sigilo por la escalera, cuidando de no hacer un solo ruido, y a continuación anduvo de puntillas hacia el intruso. Cuando se encontró a unos dos metros de distancia de él, levantó la llave inglesa, pero no se había acordado de asegurar el cierre. Suelto, el mecanismo produjo un estruendo metálico considerable. No movió un músculo, pero era demasiado tarde. En ese momento su plan se había ido al infierno.

El intruso giró sobre sí. Tyler, echado a perder el factor sorpresa, se abalanzó sobre él. El tipo apretó el gatillo al apuntarle con el arma, con la intención de frenar en seco su avance. La munición de nueve milímetros rebotó en el metal que los rodeaba. Los casquillos campanillearon al caer en la reja de metal. Tyler se encontraba lo bastante cerca para oler la pólvora que humeó a través del silenciador.

Antes de que el intruso pudiese barrer el perímetro trazando un arco con el arma, Tyler logró apartarla con un golpe de llave inglesa. Llegó a tener tan cerca el cañón que oyó perfectamente el ruido ahogado de los disparos. A pesar del silenciador, el subfusil rugía como una taladradora; sin el silenciador, se hubiera quedado sordo una semana.

Tyler logró que el arma escapara de manos del intruso y le quedara colgando del hombro. Intentó arrebatársela, pero cayó finalmente a la rejilla metálica. El del mono negro la apartó de una patada y el subfusil se precipitó al agua.

Hasta ese momento, el enfrentamiento había durado unos tres segundos. Grant había echado a correr en ayuda de Tyler. Armado con la llave inglesa, lanzó un golpe al intruso por la espalda, pero el tipo lo vio en el último segundo y se agachó para encajarlo en el hombro izquierdo. Ese movimiento dio a entender a Tyler que se trataba de alguien especial, probablemente con entrenamiento militar, lo cual no impidió el sonoro crujido del hueso. El tipo lanzó un grito de dolor.

La fuerza del golpe de Grant arrojó tanto al intruso como a Tyler contra la rejilla metálica. El desconocido se llevó la mano derecha a un lado, con intención de sacar algo del bolsillo. Tyler esperaba ver una pistola o un cuchillo, pero el hombre les mostró un cilindro coronado por un botón. Se trataba de un detonador.

Antes de que Tyler o Grant pudiesen arrebatárselo, el tipo apretó el botón. Bolas de fuego se levantaron de las escotillas de las cuatro barcas de salvamento que quedaban. Tyler y Grant lo inmovilizaron sobre la reja metálica y se cubrieron con el brazo para protegerse de la fuerza de la explosión. El intruso forcejeó, pero Grant puso fin a aquel acto de rebeldía con un codazo seco en el estómago. Al cabo de unos segundos, las llamas perdieron fuerza.

Obligaron al intruso a separar brazos y piernas, pero ya no se resistía.

—¿Quién eres? —preguntó Tyler—. ¿Qué estás haciendo aquí?

A pesar del dolor, el hombre esbozó una sonrisa.

—Sólo Dios lo sabe. —Y mordió algo con fuerza.

—¡Veneno! —gritó Grant, que se agachó para abrir la mandíbula de aquel tipo y sacarle una cápsula de la boca. Sin embargo, ya era tarde. En cuestión de segundos el hombre había muerto. Cianuro.

Se hizo el silencio. Tyler oyó bajo ellos el ruido de un motor. Se acercó al pasamano, pero no alcanzó a ver el bote; a juzgar por el sonido, era una Zodiac. Reparó en que parecía dirigirse hacia el barco que había visto antes de la llegada del helicóptero.

Grant no jadeaba como Tyler, pero pudo ver el fuego que tenía en los ojos. Su amigo estaba furioso.

—¿Qué coño está pasando? —preguntó.

Tyler sacudió la cabeza.

—No lo sé. Pero sea lo que sea, será mejor que lo averigüemos, y pronto. No creo que aquello que vino a hacer aquí haya terminado. Tú regístralo. Yo iré a echar un vistazo a las barcas de salvamento.

Inspeccionó los daños desde un lugar seguro. Las bisagras y cierres de todas las barcas seguían ardiendo, fundidas por un explosivo incendiario, probablemente termita TH3. Ahora era imposible introducirse en ellas. Desde una perspectiva profesional, Tyler supo apreciar la labor de aquel tipo. Rápido, eficiente y eficaz. Desde un punto de vista personal, quiso estrangularlo, no sólo por sabotear las barcas, sino también por suicidarse antes de responder a sus preguntas.

—¿Por qué tomarse tantas molestias para quitar de en medio las barcas? —preguntó Tyler.

—Creo saber el porqué —dijo Grant—. Ven, rápido. Echa un vistazo a esto.

Al volverse, Tyler vio a su socio con una caja de plástico en la mano.

—¿Qué es? —preguntó.

Grant la abrió. Las paredes de la caja estaban forradas con espuma. Había tres surcos en la espuma. Los tres estaban vacíos.

—Huele —dijo el enorme negro, acercándole la caja a la nariz.

Tyler olisqueó el interior. Reconoció de inmediato el olor. Era dimetil-dinitrobutano, acompañado por un tufillo a aceite de motor. El fuerte olor le recordó la época que pasó en el ejército. El estómago le dio un vuelco. De pronto la hamburguesa con queso no parecía haberle sentado tan bien.

—Al menos ahora lo sabemos —dijo.

—¿Crees que habrá usado temporizadores? —le preguntó Grant, cuyo habitual sentido del humor había desaparecido sin dejar rastro, como el de Tyler.

El ingeniero asintió.

—Por fuerza. Detonar las cargas a distancia sería demasiado arriesgado, e incluso el equipo eléctrico de a bordo podría interferir la señal.

Si el intruso había utilizado temporizadores, querría asegurarse de haber abandonado la plataforma antes de…

Tyler se agachó para tomar la muñeca del muerto. Tal como temía, el reloj digital del intruso marcaba una cuenta atrás.

—Tenemos exactamente trece minutos para localizarlos —dijo, sincronizando su propio reloj.

El dimetil-dinitrobutano y el aceite de motor eran componentes volátiles del C-4, un explosivo plástico de fabricación estadounidense, utilizado por las fuerzas armadas. Antes de morir, el intruso había colocado tres bombas en algún rincón de la plataforma petrolífera.

Capítulo 12

Los dos hombres dejaron el cadáver tendido en el suelo y salieron disparados en dirección a la sala de control. Tyler no pudo evitar consultar de vez en cuando la esfera de un reloj que inexorablemente los acercaba a la detonación. Estuvo a punto de tropezar en una de esas ocasiones, lo que le recordó que no desactivaba un explosivo desde la época en que sirvió en el ejército. Cuando encontraran las bombas, el más mínimo error, una distracción pasajera, bastaría sólo para decir «ay» antes de saltar en mil pedazos diminutos. Tenía que concentrarse.

En la sala de control encontraron a Finn abroncando a Hobson, quien había vuelto el rostro para evitar la saliva que le llovía en la cara. Cuando el jefe de la plataforma los vio entrar, dejó a Hobson para gritar a Tyler.

—¿Qué es todo eso de que han cortado los cables de la antena, Locke? ¿Y qué está pasando con las barcas de salvamento?

—Las barcas están inservibles —respondió Tyler, consultando de nuevo la hora en el reloj—. Ahora mismo tenemos doce minutos y veinticinco segundos para encontrar tres bombas colocadas en algún lugar de la plataforma.

Finn se mesó el cabello como si fuera a arrancárselo.

—¿Bombas? ¿Lo dices en serio?

Tyler entendió su reacción. Primero un accidente de helicóptero, y ahora aquello, todo en el transcurso de un día. Era una coincidencia ridícula. Entonces cayó en la cuenta. No era ninguna coincidencia. Tenía que ver con Dilara. Alguien quería verla muerta, tal como ella misma le había asegurado, y ahora él se sintió como un bobo por no haberla creído.

—Hay un cadáver en la cubierta de las barcas de salvamento —explicó Grant—. ¿Eso es lo bastante serio para ti? —Mostró al responsable de la plataforma la mochila del intruso, y señaló los tres huecos de la caja de paredes acolchadas.

—Me tomas el pelo —dijo Finn, lívido, antes de volverse hacia él—. De acuerdo. Tú eres el experto. ¿Qué hacemos?

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