Authors: Friedrich Nietzsche
La razón superior de semejante procedimiento se encuentra en la intención de constreñir a la conciencia a que se retire, paso a paso, de la vida reconocida por justa (o sea demostrada por una experiencia enorme y sutilmente tamizada), de modo que se consiga el perfecto automatismo del instinto; esta premisa de todo género de maestría y de perfección en el arte de la vida. Fijar un Código a la manera de Manú significa brindar a un pueblo la facultad de hacerse maestro, de llegar a ser perfecto, de aspirar al supremo arte de vida. “A tal fin hay que hacerle inconsciente”; tal es el fin de toda santa mentira.
La ordenación de las castas, la ley suprema y dominante, es sólo la sanción de una ordenación natural, de una ley natural de primer orden, sobre la cual no tiene poder ningún arbitrio, ninguna idea moderna. En toda sociedad sana se distinguen entre si, condicionándose recíprocamente, tres tipos, que fisiológicamente tienen una gravitación distinta, cada uno de los cuales tiene su propia higiene, un campo de trabajo propio, una cualidad propia de sentimientos de la perfección y de la maestría. La naturaleza y no Manú es la que separa a los hombres que dominan por su entendimiento, por la fuerza de los músculos o del carácter, de aquellos que no se distinguen por ninguna de estas cosas de los mediocres; estos últimos constituyen el mayor número, los otros son la flor de la sociedad. La clase más alta —yo la llamo los poquísimos— por ser perfecta tiene también los privilegios correspondientes a los poquísimos: entre los cuales está el representar la felicidad, la belleza, la bondad en la tierra. Únicamente a los hombres más intelectuales les es permitida la belleza: sólo en ellos no es debilidad la bondad.
Pulchrum est paucorum hominum
; la belleza es un privilegio. Nada es menos permitido a aquellos que las maneras feas o una mirada pesimista, una mirada que afea, o una indignación ante el aspecto de conjunto de las cosas. La indignación es el privilegio del chandala; e igualmente el pesimismo. El mundo es perfecto; así habla el instinto de los más intelectuales, el instinto que afirma: la imperfección, las cosas de todo género que están por bajo de nosotros, la distancia, el
pathos
de la distancia, el chandala mismo forma parte también de esta perfección.
Los hombres más intelectuales, como son fuertes, encuentran su felicidad allí donde otros encontrarían su ruina: en el laberinto, en la dureza consigo mismos y con los demás, en el experimento; su goce consiste en vencerse a sí mismos; el ascetismo es en ellos necesidad, instinto; y para ellos es un recreo jugar con vicios que destruirían a otros... El conocimiento es una forma del ascetismo.
Estos son la especie más honorable de hombres: esto no excluye que sean la especie más serena y más amable. Dominan, no porque quieran, sino porque existen; no les es lícito ser los segundos. Los segundos: tales son los guardianes del derecho, los administradores del orden y de la seguridad, los nobles guerreros y sobre todo el rey considerado como la más alta fórmula del guerrero, del juez y del conservador de la ley. Los segundos son los ejecutores de los intelectuales; la cosa más próxima a ellos, los que les quitan todo lo que es grosero en el trabajo de dominación, su séquito, su mano derecha, sus mejores discípulos. En todo esto, lo repetimos, no hay nada de arbitrario, nada de fatal, lo que es diverso es artificial, entonces se hace daño a la naturaleza...
La ordenación de las castas, la jerarquía, formula solamente la ley suprema de la vida misma; la separación de los tres tipos es necesaria para la conservación de la sociedad para hacer posibles tipos más altos y altísimos; la desigualdad de los derechos es precisamente la condición para que haya derechos en general. Un derecho es un privilegio. Según su modo de ser cada cual tiene su privilegio. No despreciamos los derechos de los mediocres. La vida es siempre más dura conforme se va elevando aumenta el frío, aumenta la responsabilidad. Una gran civilización es un pirámide: sólo puede vivir en un terreno amplio, tiene como primera condición una mediocridad fuerte y sanamente consolidada. El oficio, el comercio, la agricultura, la ciencia, gran parte del arte; en una palabra, todo el complejo de la actividad profesional se armoniza únicamente con la moderación en el poder y en el desear; estaría fuera de lugar entre las excepciones, el instinto que le es propio contradiría tanto el aristocratismo como el anarquismo. Para ser una utilidad pública, una rueda, una función, es necesario un destino natural: lo que hace de los hombres máquinas inteligentes no es la sociedad, no es el género de felicidad de que son simplemente capaces la mayor parte de los hombres. Para los mediocres, ser mediocres es una felicidad; la maestría en una sola cosa; la especialidad es para los mediocres un instinto natural. Seria totalmente indigno de un espíritu profundo ver ya una objeción en la mediocridad en si. Es, por el contrario, la primera cosa necesaria para que pueda haber excepciones; una alta civilización tiene por condición la mediocridad. Si el hombre de excepción maneja precisamente a los mediocres con manos más delicadas que las que emplea para manejarse él y a sus iguales, ésta no es sólo una cortesía del corazón; es simplemente su deber... ¿A quiénes odio yo más entre la plebe moderna? A la plebe socialista, a los apóstoles de los Tschandala, que minan en el obrero el instinto, el goce, el sentimiento de contentarse con su propia existencia pequeña, que le hacen envidioso, que le enseñan la venganza... La injusticia no se encuentra nunca en la desigualdad de derechos; se encuentra en la exigencia de derechos iguales... ¿Qué es lo malo? Pues ya lo he dicho: todo, lo que nace de la debilidad, de envidia, de venganza. El anarquista y el cristiano tienen un mismo origen.
En realidad, el fin por que se miente constituye una diferencia: según que con este fin se quiera conservar o destruir. Se puede instituir una igualdad perfecta entre el cristiano y el anarquista: su objeto, su instinto, tiende solamente a la destrucción. Basta leer la historia para sacar de ella la prueba de esta afirmación: la historia la presenta con terrible claridad. Ya hemos aprendido a conocer un Código religioso que tiene por objeto perpetuar la más alta condición de prosperidad de la vida, esto es, una gran organización de la sociedad; el cristianismo encontró su misión de poner término precisamente a tal organización, porque en ella la vida prosperaba. Con esto, los resultados de la razón durante largas épocas de experiencia y de incertidumbre debían ser empleados para una remota utilidad, y la cosecha debía ser tan grande, tan rica, tan completa como fuera posible: aquí, por el contrario, la cosecha fue envenenada por la noche... Lo que existía
aere perennius
, el
imperium romanum
, la más grandiosa forma de organización en circunstancias difíciles hasta ahora realizada, en comparación con la cual todo lo anterior, todo lo posterior es artificio, chapucería, diletantismo; aquellos santos anarquistas se impusieron el religioso deber de destruirlo, de destruir el mundo, esto es, el
imperium romanum
, hasta que no quedase piedra sobre piedra, hasta que los germanos y otros rudos campesinos se hicieron dueños de él. El cristiano y el anarquista: ambos decadentes, ambos incapaces de obrar de otro modo que disolviendo, envenenando, entristeciendo, chupando sangre; ambos poseídos del instinto del odio mortal contra todo lo que existe, lo que es grande, lo que dura, lo que promete un porvenir a la vida... El cristianismo fue el vampiro del
imperium romanum
; una noche hizo inconsciente la obra enorme de los romanos, la de conquistar el terreno para una gran civilización que tuviera para sí el tiempo.
¿No se comprende todavía? El
imperium romanum
que nosotros conocemos, que la historia de las provincias romanas nos muestra cada vez mejor, esta admirable obra de arte de gran estilo, fue un comienzo, su construcción estaba calculada para demostrar su bondad en miles de años; hasta hoy no se construyó nunca, ni siquiera se soñó nunca construir en igual medida
subspecie aeterni
.
Esta organización era bastante sólida para soportar malos emperadores: la calidad de las personas no tiene nada que ver en estas cosas, primer principio de toda gran arquitectura. Pero este principio no fue bastante sólido contra la más corrompida especie de corrupción, contra los cristianos... Este oculto gusano, que en la noche, en la niebla y en el equívoco se insinuaba entre todos los individuos y quitaba a todo individuo la seriedad para las cosas verdaderas, el instinto en general para la realidad, esta banda vil, afeminada y dulzona, fue poco a poco haciendo extrañas a las almas a aquella prodigiosa construcción, esto es, aquellas naturalezas preciosas, virilmente nobles, que en la causa de Roma vieron su propia causa, su propia seriedad, su propio orgullo. La socarronería de los hipócritas, el secreto de los conventículos, conceptos sombríos como infierno, sacrificio del inocente,
unio mystica
al beber la sangre, sobre todo el fuego de la venganza lentamente avivado, de la venganza del chandala, esto venció a Roma, la misma especie de religión a la cual, en la forma en que preexistió, ya Epicuro le había declarado la guerra. Léase a Lucrecio para comprender qué fue lo que Epicuro combatió; no fue el paganismo, sino el cristianismo, o sea la corrupción de las almas por obra del concepto de culpa, de castigo y de inmortalidad. Combatió los cultos subterráneos, todo el cristianismo latente; negar la inmortalidad fue ya una verdadera liberación. Y Epicuro hubiera vencido, todo espíritu culto era epicúreo en el Imperio romano: entonces apareció Pablo... Pablo, el odio contra el mundo, el hebreo, el hebreo errante por excelencia... Comprendió que con el pequeño movimiento sectario cristiano, se podría, fuera del cristianismo, provocar un incendio mortal, como con el símbolo de Dios en la Cruz se podría reunir, para hacer con ello un poder enorme, todo lo que estaba abajo y tenía secretas intenciones de revuelta, todo el conjunto de movimientos anárquicos en el imperio. La salvación viene de los judíos. El cristianismo fue una fórmula para superar y sumar los cultos subterráneos de todas clases, el de Osiris, el de la Gran Madre, el de Mitra, por ejemplo; en esta visión consistió el genio de Pablo. En este punto su instinto fue tan seguro que puso en labios, y no sólo en labios, del Salvador, las ideas con que seducían las religiones de los chandalas, haciendo descarada violencia a la verdad; y en hacer del Salvador una cosa que pudiera comprenderla también un sacerdote de Mitra... Éste fue su momento de Damasco: comprendió que tenía necesidad de la creencia en la inmortalidad para desacreditar el mundo, y que el concepto de infierno vencería también de Roma, que con el más allá se destruye la vida... Nihilista y cristiano son cosas que van de acuerdo...
De este modo fue anulada toda la labor del mundo antiguo: no encuentro palabras con que expresar mis sentimientos ante un hecho tan monstruoso. Y considerando que aquel trabajo era una preparación, que precisamente entonces se echaban las bases para un trabajo de milenios con granítica conciencia, repito que todo el sentido del mundo antiguo fue destruido. ¿A qué fin los griegos? ¿A qué fin los romanos? Todas las condiciones de una docta cultura, todos los métodos científicos existían ya, ya se había encontrado el gran arte, el incomparable arte de leer bien; esta condición preliminar de una tradición de cultura, de la unidad de la ciencia, la ciencia natural en unión con la matemática y la mecánica, se encontraba en el mejor camino; el sentido de los hechos, el último y más precioso de todos los sentidos, tenía sus escuelas, su tradición ya vieja de siglos. ¿Se comprende esto? Todo lo esencial se había encontrado, se estaba en condiciones de ponerse al trabajo: los métodos, preciso es decirlo diez veces, son lo esencial, y son también la cosa más difícil y lo que tiene contra sí, durante más tiempo, el hábito y la pereza. Lo que nosotros hoy hemos reconquistado empleando indecible violencia sobre nosotros mismos, porque todos teníamos aún en cierto modo en el cuerpo los malos instintos, los instintos cristianos, la mirada libre frente a la realidad, la mano circunspecta, la paciencia y la seriedad en las cosas mínimas, toda la probidad del conocimiento, existía ya cerca de dos milenios hace. Y además existía el tacto, el buen gusto, el gusto delicado. No como adiestramiento de cerebros. No como cultura alemana por estilo mazacote, sino como cuerpo, como gestos, como instinto...; en una palabra, como realidad... ¡Todo en vano! ¡En veinticuatro horas no quedó más que un recuerdo!
¡Griegos! ¡Romanos! ¡La nobleza del instinto, el gusto, la investigación metódica, el genio de la organización y de la administración, la creencia y la voluntad de un porvenir para el hombre, el gran sí a todas las cosas visibles en calidad de
imperium romanum
visible a todos los sentidos, el gran estilo que no era ya simplemente arte, sino que se había convertido en realidad, caridad, vida..., y no sepultado en veinticuatro horas en virtud de un fenómeno natural! ¡No destruido por los germanos y otros pueblos groseros, sino arruinado por vampiros astutos, escondidos, invisibles, enemigos! No vencido, sino chupado... ¡La oculta sed de venganza, la pequeña envidia elevada a dueña! ¡Todo lo que es miserable, todo lo que sufre de sí mismo, todo lo que está animado de malos sentimientos, todo el mundo del ghetto que brota de una vez del alma y sube a lo alto!
Léase cualquier agitador cristiano, por ejemplo, San Agustín, y se comprenderá, se olerá qué inmunda gente subió al poder. Nos engañaríamos completamente si creyésemos que carecían de entendimiento los jefes del movimiento cristiano: ¡Oh, eran hábiles, hábiles hasta la santidad aquellos señores Padres de la Iglesia! Lo que les faltaba era otra cosa muy distinta. La naturaleza los ha olvidado, olvidó darles una modesta dote de instintos estimables, decorosos, puros... Entre nosotros éstos no son ni siquiera hombres... Si el Islam desprecia al cristianismo, tiene mil razones para ello: el Islam presupone hombres...
El cristianismo nos robó la cosecha de la civilización antigua, y más tarde nos robó la cosecha de la civilización del Islam. El maravilloso mundo morisco de cultura, en España, que en el fondo nos es mucho más afín y habla a nuestros sentidos y a nuestro gusto mucho más que Roma y Grecia, fue pisoteado (no digo por qué pies). ¿Por qué? Porque era noble, porque debía su nacimiento a instintos viriles, porque afirmaba la vida con los más raros y preciosos refinamientos de las costumbres moriscas...