El Año del Diluvio (31 page)

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Authors: Margaret Atwood

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Año del Diluvio
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—Lo siento —añadió.

—¿Por qué? —preguntó Toby. ¿Lamentaba que se fuera? Sintió una palpitación.

—Por matar dos pájaros. No está bien mencionar la muerte de los pájaros.

—Ah, vale —dijo Toby—. No importa.

—Enviaremos a Pez Martillo por los canales habituales —dijo Zeb—. Tenemos contactos entre los mozos de estación; puede ir como mercancía en el tren bala, la marcaremos como frágil. Tenemos una célula trufa en Oregón, la mantendrán escondida.

—¿Y yo? —preguntó Toby.

—Adán Uno te quiere más cerca del Jardín —dijo Zeb—, por si Blanco termina otra vez en Painball y tú puedes volver. Tenemos un sitio exfernal para ti, pero necesitaremos unos días para prepararlo. Entretanto, espera con tu disfraz. En de los Sueños, donde trafican con genes personalizados; ese sitio está lleno de peluches anuncio, nadie se fijará en ti. Ahora será mejor que te agaches, vamos a cruzar

Zeb entregó a Toby en el taller, donde los Jardineros que residían allí la sacaron de la furgoneta y la metieron en el antiguo hueco del ascensor hidráulico, que cubrieron con una trampilla. Allí respiró viejos humos de aceite de motor y se tomó un almuerzo frugal de bocaditos de soja y puré de nabos, acompañada de una bebida de zumaque. Durmió en un futón viejo, usando su disfraz como almohada. No había biodoro allí, sólo una lata oxidada de café Happicuppa. «Usa lo que tengas a mano» era uno de los lemas más admirados por los Jardineros.

Descubrió que no todos los miembros de la colonia de ratas del taller habían sido realojados con éxito en el Buenavista, pero los que quedaban no eran abiertamente hostiles.

A la mañana siguiente empezó con su trabajo falso: pasear por de los Sueños, dentro de un disfraz de piel falsa, graznando de cuando en cuando y meneando la cola, con una doble tabla de anuncio colgada al cuello, y entregando folletos. En la parte delantera de la tabla decía: «Los patitos feos se vuelven cisnes en AnooYoo Spa-in-the-Park. Sube tu autoestima.» En la parte de atrás: «Do it for Yoo: AnooYoo.» En los folletos, decía: «Mejoras de epidermis a bajo coste.» «¡Evita errores genéticos!» «¡Completamente reversible!» AnooYoo no vendía terapia génica (nada tan radical o permanente), sino tratamientos superficiales. Elixires de hierbas, purificación orgánica; inyecciones de nanocélulas vegetales, reafirmante de fórmula de mildiu de malla extrafina, cremas faciales potentes, bálsamos rehidratantes. Cambios de tono a base de iguanas, eliminación de manchas cutáneas, eliminación de verrugas con sanguijuelas.

Entregó muchos folletos, pero también la acosaron algunos de los dueños de establecimientos de genoestética: en de los Sueños un sueño se comía a otro sueño. Había varios peluches anuncio más trabajando en la calle: un león, una oveja mohair, dos osos y otros tres patos. Toby se preguntó cuántos de ellos serían realmente lo que afirmaban ser: si ella se estaba escondiendo a la vista de todos, otros con necesidad de invisibilidad tenían que haber descubierto la misma solución.

Si de verdad hubiera estado trabajando de peluche anuncio como había hecho años atrás, habría marcado las horas al final del día, se habría quitado el disfraz y se habría guardado el recibo de su paga electrónica. Lo que ocurrió fue que Zeb la recogió en su furgoneta. Su logo decía ahora: P
ublicidad
selvática
. Toby se arrebujó en la parte trasera, todavía dentro de su disfraz, y Zeb la trasladó a otro enclave Jardinero: un banco abandonado en diversas corporaciones bancadas habían pagado a las mafias de las plebillas para que les brindaran protección, pero los Tex-Mex especialistas en robo de identidades no tardaron en entrar y salir como Pedro por su casa. Al final, los bancos renunciaron y levantaron campamento, porque ningún empleado considera un buen día de trabajo que te obliguen a tumbarte en el suelo con cinta aislante en la boca mientras un chorizo de identidades vaciaba las cuentas, después de cortarte el pulgar y acceder con tu huella dactilar.

La cámara acorazada de los bancos resultó un lugar mucho mejor para pasar la noche de lo que había sido el foso del ascensor hidráulico. Fresco, sin ratas, sin humos de gas; sólo un olor persistente del papel levemente oxidado del dinero de antaño. Pero entonces Toby empezó a preguntarse qué ocurriría si alguien de manera inadvertida cerraba con llave la puerta de la cámara acorazada y luego se olvidaba de ella, así que no durmió bien.

Al día siguiente volvió a de los Sueños. El disfraz de pato era insoportable con el calor, se le estaba soltando uno de los pies de goma y el filtro de aire de la nariz era disfuncional. ¿Y si los Jardineros la abandonaban y la dejaban dando tumbos en la tierra de los sueños, transformada en un animal-pájaro inexistente y deshidratándose hasta la muerte, para que la encontraran un día hecha un montón de hojas húmedas de un rosa falso, atascando los sumideros?

Pero finalmente Zeb la recogió. La llevó a una clínica situada en la parte de atrás del
outlet
de una franquicia de mohair.

—Vamos a cambiarte pelo y piel —dijo—. Vas a oscurecerte. Y las huellas dactilares y la huella de voz. Además de un poco de remodelado.

La biotecnología para cambiar el iris era arriesgada —se habían producido algunos efectos de hinchazón desagradables, dijo Zeb—, así que tendría que usar lentes de contacto. Verdes, él mismo había elegido el color.

—¿Voz más aguda o más grave? —le preguntó Zeb.

—Más grave —dijo Toby, esperando no salir como un barítono.

—Buena elección —dijo Zeb.

El médico era chino y muy bueno. Habría anestesia y un tiempo de recuperación en la unidad de la planta superior —de lo mejor, dijo Zeb—, y cuando Toby se encontró allí, el lugar le pareció muy limpio. No hubo muchos cortes y suturas. Perdió la sensibilidad en las yemas de los dedos —la recuperaría, dijo Zeb—, le dolía la garganta por el trabajo en las cuerdas vocales y le picaba la cabeza donde le estaba creciendo el pelo de mohair. La pigmentación de la piel se veía desigual al principio, pero Zeb le dijo que estaría bien en seis semanas: hasta entonces, debía mantenerse estrictamente protegida del sol.

Pasó las seis semanas de reclusión en una célula trufa de SolarSpace. Su contacto, cuyo nombre era Muffy, recogió a Toby en la clínica con un cupé eléctrico muy caro.

—Si alguien pregunta —dijo Muffy—, tú sólo di que eres la nueva doncella. He de pedir disculpas —continuó—, pero hemos de comer carne en nuestra casa: forma parte de nuestra tapadera. Nos sentimos fatal al hacerlo, pero todo el mundo es carnívoro en SolarSpace, y les encantan las barbacoas: carne ecológica, naturalmente, y parte es cultivada, ¿sabes?, sólo se comen el tejido muscular; no hay cerebro, no hay dolor. Sería sospechoso si pasáramos, pero trataré de mantenerte alejada de los olores de la cocina.

Demasiado tarde para esa advertencia: Toby ya había olido algo que se parecía mucho al aroma del caldo de huesos que preparaba su madre. Aunque se avergonzó de sí misma, le abrió el apetito. Le dio hambre y también la entristeció. Quizá la tristeza era un tipo de hambre, pensó. Tal vez las dos iban juntas.

En su pequeña habitación de doncella, Toby leyó revistas electrónicas, practicó a colocarse las lentes de contacto y escuchó música en un Sea/H/Ear Candy. Era un interludio surrealista.

—Piensa en ti como en una crisálida —le había dicho Zeb antes de que empezara el proceso de transformación.

Claro, había entrado como Toby y había salido como Tobiatha. Menos anglosajona y más latina. Más contralto.

Se miró: la nueva piel, el nuevo cabello abundante, los pómulos más prominentes. Los ojos verdes almendrados. Tenía que acordarse de ponerse esas lentillas cada mañana.

Las alteraciones no la habían hecho arrebatadoramente hermosa, pero ése no era el objetivo. El objetivo era hacerla más invisible. La belleza es sólo epidérmica, pensó. Pero por qué siempre decían «sólo».

Aun así, su nuevo aspecto no estaba mal. El pelo era un cambio bonito, aunque los gatos de la familia se estaban interesando en él, probablemente por el tenue olor a cordero. Cuando se despertaba por la mañana, a veces se encontraba a alguno sentado en su almohada, lamiéndole el pelo y ronroneando.

48

Una vez que tuvo el cabello firmemente arraigado en la cabeza y el tono de su piel fue uniforme, Toby estuvo preparada para pasar a su nueva identidad. Muffy le explicó cómo sería.

—Hemos pensado en el AnooYoo Spa-in-the-Park —dijo—. Tienen mucho interés en la botánica allí, así que encajarás bien, por los hongos, las pociones y tal; me lo contó Zeb: así que puedes ponerte al día con sus productos enseguida. Tienen un huerto ecológico de café, se enorgullecen de eso, con una pila de compost y todo; y están haciendo algunas pruebas de injertos de planta que podrían resultarte interesantes. En cuanto al resto, es como organizar cualquier otra cosa: entrada de producto, valor añadido, salida de producto. Supervisar los libros y los
stocks,
controlar al equipo: Zeb dice que eres muy buena con la gente. Las plantillas de procedimiento ya están establecidas: sólo tendrás que seguirlas.

—¿El producto serían los clientes? —preguntó Toby.

—Exacto —dijo Muffy.

—¿Y el valor añadido?

—Es un intangible —dijo Muffy—. Sienten que tienen mejor aspecto después. La gente paga mucho dinero por eso.

—¿Te importa decirme cómo me has conseguido este puesto? —preguntó Toby.

—Mi marido está en el consejo de AnooYoo —dijo Muffy—. No te preocupes, no le he mentido. Es uno de los nuestros.

Una vez instalada en el balneario AnooYoo, Toby se asentó en su papel de Tobiatha, una directora discreta y eficiente con un aire Tex-Mex. Los días eran plácidos; las noches, tranquilas. Cierto es que había una valla electrificada en torno al recinto y vigilantes apostados en las cuatro entradas, pero los controles de identidad eran laxos y los vigilantes nunca molestaron a Toby. No se trataba de un lugar de alta seguridad. El balneario no tenía grandes secretos que defender, de modo que los vigilantes se limitaban a controlar a las damas que iban entrando, aterrorizadas por las primeras arrugas y señales de decaimiento, y luego volvían a salir, hinchadas y estiradas, con la piel nueva, irradiadas y sin manchas.

Eso sí, seguían aterrorizadas, porque ¿cuándo podía volver a pasarles otra vez lo mismo, todo lo mismo? Todas las señales de la mortalidad. A nadie le gusta, pensó Toby, ser un cuerpo, una cosa. Nadie quiere estar limitado de esa manera. Sería mejor tener alas. Incluso la palabra carne tiene un sonido blando.

No sólo estamos vendiendo belleza, decía en sus instrucciones al personal. Estamos vendiendo esperanza.

Algunas de los clientes eran exigentes. No podían comprender por qué ni siquiera los tratamientos más avanzados de AnooYoo volverían a convertirlas en mujeres de veintiún años.

—Nuestros laboratorios están en el buen camino de la reversión de edad —les diría Toby con tono tranquilizador—, pero aún no han llegado. Dentro de unos años...

Si tanto quieres tener la misma edad por siempre jamás, salta desde el tejado, pensaba. La muerte es un método a prueba de bombas para detener el tiempo.

Toby se esforzaba en ser una encargada convincente. Dirigía el balneario con eficiencia, escuchaba con atención al personal y a los clientes, mediaba en las disputas cuando era preciso, cultivaba la eficiencia y el tacto. Haber sido Eva Seis la había ayudado: gracias a esa experiencia, había descubierto un talento interno para mirar con solemnidad, como si estuviera sumamente interesada, y no decir nada.

—Recordad —había dicho a su equipo—, cada cliente quiere sentirse como una princesa, y las princesas son egoístas y autoritarias.

No escupid en su sopa, quería aconsejarles, pero eso habría sido salirse demasiado de su personaje de Tobiatha.

En los días más fastidiosos se entretenía viendo el balneario como una revista sensacionalista: «Hallado en el césped el cadáver de una mujer de la alta sociedad, se sospecha de un tóxico facial. Amanita implicada en muerte por exfoliación. La tragedia acecha junto a la piscina.» Pero ¿por qué tomarla con las damas? Ellas sólo querían sentirse bien y ser felices, como cualquier persona del planeta. ¿Por qué debería envidiar sus obsesiones con las venas salidas y la barriguita? «Piensa en rosa», les decía a sus chicas siguiendo la plantilla de instrucciones de AnooYoo, y luego se lo decía a sí misma. ¿Por qué no? Era un color más bonito que el amarillo de la bilis. Después de una cauta pausa, empezó a guardarse unas pocas provisiones para construirse un Ararat particular. No estaba segura de si creía en el Diluvio Seco. Con el paso del tiempo las teorías de los Jardineros se le antojaban cada vez más remotas, más inverosímiles, más creativas —en una palabra, más descabelladas—, pero creía en ellas lo suficiente para tomar las precauciones rudimentarias. Estaba a cargo del inventario del balneario, así que acumular era fácil. Bastaba con que se llevara algunos contenedores vacíos de las papeleras, unos pocos cada vez —los de Sacudida Intestinal de AnooYoo resultaban especialmente útiles, porque eran grandes y tenían tapas que encajaban— y los llenaba con bocaditos de soja o algas secas o sucedáneo de leche en polvo o latas de sojadinas. Luego volvía a taparlos y los guardaba en las partes de atrás de los estantes del almacén. Un par de miembros del equipo poseían el código de la puerta, pero como Toby era conocida por ser estricta con los inventarios y dura con los rateros, no era probable que nadie se llevara sus contenedores rellenados.

Toby tenía su propia oficina, y en esa oficina había un ordenador. Conocía los peligros de usarlo para cuestiones ajenas a la empresa: algunos funcionarios de AnooYoo Corp podrían estar monitorizando sus búsquedas y mensajes y supervisando para asegurarse de que el personal no estaba viendo pelis porno en horario laboral, así que la mayoría de los días sólo examinaba noticias generales, esperando de esa forma captar alguna noticia sobre los Jardineros.

No había gran cosa. De vez en cuando, salía una noticia de acciones subversivas por parte de verdes fanáticos, pero ya había varios grupos de ese tipo. Toby atisbó algunos rostros de Jardineros entre la multitud durante Party, cuando estaban arrojando granos de Happicuppa en la bahía, pero podría estar equivocada en eso. Varias personas llevaban camisetas con la leyenda D es V (Dios es Verde), lo cual no demostraba nada: los Jardineros no habían llevado esas camisetas, al menos en los viejos tiempos.

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