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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Policíaco

El ángel rojo (19 page)

BOOK: El ángel rojo
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Me condujo a un despacho en el piso de arriba. Un antro de tecnología, aquí también, una cueva de tratamiento de la información. Un PC y dos servidores LINUX estaban encendidos de forma permanente; en uno de ellos desfilaban a ritmo enloquecido combinaciones de cifras y letras. Escáneres, impresoras, grabadoras y lectores de DVD se apilaban en una torre donde centelleaban diodos verdes y rojos. En la habitación, la temperatura era por lo menos tres grados más alta. Un poster magnífico, una especie de tapicería reluciente, cubría la pared trasera del despacho; y centré mi atención en él un buen rato, como absorbido por la belleza hipnótica del paisaje.

–Precioso, ¿verdad? Son las marismas del Tertre Blanc, un poblacho que descubrí por casualidad en una caminata al oeste de Melun. Yo mismo hice la foto. Un paisaje magnífico. Me gusta pensar en sitios así cuando trabajo. Me… ¿cómo lo diría?, me inspira. ¿Ves esa cabaña, en segundo plano? Un día me la compraré.

–Pero si ya podrías comprarla…

–Hay que prolongar el placer, sino ¿qué será de los sueños si uno obtiene cuanto desea? Bueno -hizo un gesto teatral-, éste es mi jardín secreto. Desde aquí viajo por el mundo.

Los ventiladores de los procesadores giraban a plena potencia en un ronroneo soporífero.

–Háblame del tatuaje -le pedí.

–De acuerdo. Las siglas BDSM son lo que me ha indicado el camino a seguir, pues aparecen en buena parte de los sitios sado. BDSM4Y es una extensión que significa «Bondage Discipline and Sado Masochisme For You», y que designa a un grupo de sado francés que se mueve en la sombra de internet.

–¿La sombra de internet? ¿Qué quieres decir?

–Los sitios porno y sado proliferan en la red. Hay para todos los gustos. Fetichistas de los pies, las uñas, dominantes y dominados,
bondage,
fans del látex, del
pissing,
de la zoofilia, de lo que quieras. En las estelas pringosas de esos escaparates se disimulan cosas mucho más innobles, un mundo oculto donde se propagan el vicio pútrido, lo extremo, lo insoportable…

Desenrolló una lista de direcciones de páginas web escupida por una impresora láser. Constelaciones de líneas en el cielo blanco del papel.

–Mira. Infinitas direcciones de sitios pedófilos. Odas a Hitler, al nazismo, llamadas para el regreso de la raza superior. Y éstos, dedicados a Bin Laden y la red de Al-Qaeda. Invitaciones a la guerra, a la decadencia. Incluso encuentras cómo fabricar bombas o cómo convertirte en un buen kamikaze sobre un fondo del Corán. He grabado montones de CD y sin embargo, el común de los mortales no se da cuenta de nada al navegar. ¿Ves ese ordenador que hay en el rincón?

Asentí. La lista que desplegaba desvelaba direcciones web sin fin.

–Este servidor LINUX siempre está en contacto directo con el SEFTI -prosiguió Thomas-. Le transmite en tiempo real las informaciones de los sitios sospechosos. Pero avanzamos en un terreno movedizo. Esos terroristas, esos sádicos de la era moderna son prudentes y están formados, más que cualquiera. Saben borrar su rastro, de modo que es casi imposible atraparlos. De todas estas direcciones, estoy seguro de que mañana no habrá ni una válida.

Sus dedos se lanzaron sobre el teclado de un ordenador, cabalgaron las teclas. Tecleó una dirección compleja, imposible de retener o encontrar a capricho de la navegación por la red.

–Esto es lo que nos interesa.

Apareció una pantalla de identificación, Thomas escribió un nombre de usuario y una contraseña, y la combinación correcta abrió las puertas de lo desconocido.

–¡Hostia! ¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?

–¡Ceros y unos, Franck, ceros y unos!

–¡Explícamelo!

–He currado, currado y currado. He recorrido, y créeme, con asco, los sitios sadomaso. De liana en liana, de indicio en indicio, como haces tú en una investigación. Me he inmiscuido en las conversaciones en línea, hasta encontrar a algunos que guardaban secretos que me han permitido remontarme hasta los orígenes de BDSM4Y. Y me topé con este sitio…

–Pero respecto al usuario y la contraseña, ¿cómo has conseguido eludir el sistema de seguridad?

Señaló una segunda máquina, en la que desfilaban sin pausa las sopas de cifras, las nubes de letras.

–¡Está chupado! Utilizo un robot, un programa inteligente que prueba noche y día combinaciones posibles de usuarios y contraseñas. En condiciones normales, aunque el ordenador comprueba varios centenares de parejas por minuto, se necesitarían meses. Sin embargo, los internautas, tanto tú como yo, utilizan contraseñas fáciles de recordar. Fechas de nacimiento, apellidos propios, nombres, combinaciones de menos de seis letras o expresiones triviales del tipo «tototo» o «tititi»… Mi robot trabaja a partir de ficheros preestablecidos de palabras. Se eliminan las combinaciones poco probables, así que reducimos varios meses a un día o dos de búsquedas. Por ejemplo, en este caso, el software ha escogido David/101265. El nombre y la fecha de nacimiento del tío, sin duda. ¿Mola, a que sí?

El sitio tenía mala pinta. Pobres páginas sin vida, sin colores, mal organizadas. Otra ventana se abrió cuando Serpetti clicó sobre uno de los pocos enlaces. Aparecieron nombres, frases, diálogos en ventanas intermedias. El chat vibraba de animación.

–Ahí está su área de acción -comentó Thomas-. Discuten en directo a lo largo del día. Algunos se marchan, otros llegan y hay un movimiento continuo. Mira. Ahora mismo hay cinco personas diferentes, cinco seudónimos. Cinco viciosos.

–Conozco este tipo de reuniones. Deberían detectar tu presencia, ¿no? Porque normalmente, cuando uno se conecta, su seudónimo aparece de forma automática.

Sus ojos brillaron con la astucia de un zorro.

–Sí. Pero he manipulado el software. Puedo observar sin que me vean.

–¿De qué están hablando?

–De técnicas de atadura. De cómo hacen gozar a sus parejas atándolas, cortándoles la circulación sanguínea o apretando sus gargantas hasta casi ahogarlas. Se consideran maestros absolutos del dolor mezclado con el placer. Cuando digo «ellos» generalizo, porque determinados seudónimos, ciertas maneras de hablar, indican que hay mujeres en el grupo.

«Mujeres. Otras Rosance Gad.»

–Hablas de la faz oculta, negra, de internet. Se trata de sadomasoquismo de dominante perversa, estoy de acuerdo contigo. Pero eso es algo bastante común en ese entorno, ¿no?

–¿Conoces las sociedades secretas?

–Sí, como cualquiera. Los francmasones, la orden de los templarios, los cataros…

–Las sociedades que mencionas son sociedades iniciáticas, compuestas por personas de la alta burguesía, caballeros, capellanes, sargentos movidos por causas nobles, aunque páginas sombrías de la historia pautan su desarrollo. También han existido otras sociedades de subversión, dedicadas al culto del satanismo, la magia negra o la brujería, especialmente en torno al siglo diecisiete, pero, porque asustan, se prefiere pasarlas por alto en vez de hablar de ellas. Por ejemplo, la Santa Vehme, ¿te suena de algo?

–¿Se trataba tal vez de una cofradía que servía para mantener la paz y castigar el crimen?

–En el seno de esa sociedad, un grupúsculo de iniciados, de grandes maestros, actuaba en el más absoluto secreto, protegido por la cúpula de la cofradía. Una especie de sociedad dentro de la sociedad. Esos francjueces profesaban una pasión exacerbada por el dolor que infligían. Su imaginación se desbordaba a la hora de torturar a los acusados que les «confiaban». Estoy pensando especialmente en la Virgen de Nuremberg, una estatua de bronce, hueca, una especie de sarcófago en el que el supliciado tenía que entrar. La Virgen se cerraba y la víctima acababa empalada sobre estacas cortantes soldadas a las puertas, de las que dos quedaban a la altura de los ojos. Y el castigo no acababa ahí. Se abría la peana y el condenado caía entre unos cilindros armados de cuchillos que lo despedazaban antes de que carne y huesos fuesen transportados por un río subterráneo.

–¿Quieres decir que BDSM4Y sería una sociedad secreta de carácter perverso, dedicada al mal, al culto al dolor, mucho más allá de lo que puede leerse en ese chat?

–Sí, eso creo. La noción de orden, de jerarquía, de reglas y secretos está muy presente en sus conversaciones, lo que hace pensar en una organización de tipo cofradía. Todo parece reposar sobre sólidas bases de organización, como en una empresa. En cuanto a sus acciones, por lo que he podido leer, exploran el sufrimiento hasta en sus últimos reductos, hasta el límite último de la muerte. El dolor se convierte en una fuente de inspiración, un objeto divino que quieren dominar de manera absoluta -calló un momento y luego gruñó-: ¡Joder, Franck, esos tíos están chalados!

Me incliné hacia la pantalla y las palabras inscritas me penetraron en la carne como la punta de un látigo. Las declaraciones eran tan directas, tan cínicas, tan bestiales que me costó creer que se trataba de seres humanos. El asesino seguramente se escondía entre esa jauría, al acecho, preparado para enrojecerse las retinas con sangre.

–¿Cómo se puede ingresar en la sociedad? – pregunté.

–¿Estás loco? ¡Nunca podrás entrar! Esos tipos son muy esquivos, extremadamente peligrosos y, créeme, ¡están dispuestos a cualquier cosa!

–¡Dime cómo puedo penetrar en el caparazón!

–Habría que recorrer los ambientes sadomasoquistas. Los actos que describen son típicos de crueldad sadomasoquista llevada al extremo. Creo que los miembros de la sociedad son reclutados en función de su asiduidad en estos ambientes, sus inclinaciones por lo raro, así como por su sentido del secreto y la discreción. Algunos quizá sean gente influyente. La prudencia es su mejor arma, así que, en mi opinión, más vale no jugar a la intrusión. En un visto y no visto te caerían encima. ¡Imagina el destino que esos tarados del dolor podrían reservarte!

Me llevé las manos a la cabeza.

–¡Vaya panda de exaltados, por el amor de Dios!

Las frases continuaron desfilando delante de mí en la pantalla en color. Alusiones al dolor extremo, al placer de la carne, a la voluntad de difundir el vicio. Debíamos ir más lejos, era necesario. Era evidente que el asesino maniobraba en ese laberinto de seudónimos, bien protegido en el anonimato propiciado por internet.

Una chispa, dos sílex que se frotan, destelló en mis pensamientos.

–¡Podemos echar el guante al responsable de la página!

El rostro de Serpetti no se iluminó: al parecer no era una idea tan genial.

–Es poco probable. El sitio se hospeda en Wirenet, un suministrador de acceso gratuito. Cualquiera puede diseñar una página ahí y mantener un total anonimato. Basta con crear una cuenta, y no hay nada más sencillo. Por supuesto, exigen que introduzcas tu apellido, nombre o dirección, pero nada te impide dar datos falsos.

–Envía la información al SEFTI, diles que lo comprueben de todas formas.

–Ya lo he hecho. Incluso he transferido ficheros en formato texto que contienen todas las conversaciones que han mantenido desde hace dos días. Si hurgan, quizás encuentren pistas. Mira, no tengo el olfato de un policía.

–No, tienes el de un sabueso. Me has hecho dar un gran salto adelante.

–¿Qué vas a hacer ahora?

–Intentar encontrar a esos fanáticos. El asesino debe formar parte de ellos. ¿Conoces sitios sadomaso que podrían visitar?

–Sí. He buscado bastante. Está el Black-Dungeon, el Bar-Bar y el Pleasure Pain, seguramente el más
hard
de todos. No pensarás meter los pies ahí dentro, ¿no?

–No me queda más remedio. No debemos perderle el rastro. Todo indica que el asesino podría volver a empezar, muy pronto. – Me levanté y le seguí por la escalera-. ¿Qué tal está tu hermano, Thomas?

Me contestó sin volverse, agachado bajo los armazones de tablas inclinados del hueco de la escalera.

–Mal. No ha soportado la llegada de Yennia a su mundo. La toma por una conspiradora de los rusos, que quieren robarle sus fórmulas secretas. El hecho de que sea de origen eslavo no mejora la situación. Mi tía ha tenido que coger el relevo y ocuparse de él, pero ya no lo soporta y ha sido necesario firmar unos formularios para solicitar su internamiento. ¿Por qué existe tal injusticia, Franck? ¿En qué criterios se basa Dios para infligir sufrimiento a tal o tal ser hasta el fin de su existencia, eh, dime?

–No tengo ni idea, Thomas, no tengo ni puta idea…

Estábamos hablando sobre la esquizofrenia, dispuestos a atacar las pizzas, cuando mi móvil nos interrumpió.

–Hola, amigo mío. Espero no molestarte.

Eco de virutas de acero, ahogos de aserrín de madera. Tonalidades metálicas, desconchadas, distorsionadas por la electrónica. ¡El asesino me llamaba! Me levanté de un salto de la butaca y, a través del caos gestual que hice, Serpetti entendió y me acercó una hoja de papel y un boli. Vi el espolón del terror en su mirada.

–Vas a escucharme con mucha calma, hijo de puta, porque no voy a repetirlo.

–¿Qué…?

–¿Sabes que has echado a perder más de un mes de trabajo? Te esperaba en el matadero, pero no tan pronto. He llegado lejos con la chica, muy lejos. La exploración se reveló larga y fastidiosa, pero muy enriquecedora. ¿Quieres que te cuente los detalles?

–¿Por qué lo hace?

–Que sepas que mi boca se mezclaba con la suya -dijo, de repente con voz de niña pequeña-. Sus labios se deshacían como cerezas demasiado maduras, al contrario que sus pechos, que se hinchaban por la infección, tiernos, carnosos de feminidad. Me confesó que me amaba, ¿te das cuenta? Me ofrecí a ella como ella se ofreció a mí. Nuestras almas comulgaron a través de la estela de su dolor. ¡Oh! La amo, la amo, la amo…

Anotaba cuanto podía en los momentos de silencio, ideas desordenadas. Las ganas de gritar me abrasaban la lengua.

–Créeme, la niña no nacerá, porque la he encontrado. La chispa no saltará y nos salvaré, a todos. Corregiré sus faltas… -Un clic, al otro lado de la línea. La voz cambió, otra vez y otra-. No me gustó mucho tu intrusión sin invitación. Me mostré educado contigo y pensaba que actuarías igual. ¡No olvides, no olvides nunca que soy quien te ha perdonado la vida! Me debes mucho ahora… -Voz de señora mayor-. Acepto tu desafío. Quieres jugar, pues juguemos. Estate preparado para lo peor.

–¿Adónde quiere llegar? – Sonidos cavernosos, cinta que desfila al ralentí-. Implicas a gente en nuestra relación, gente inocente a la que pones en peligro casi se diría que de forma intencionada. Lo adivino todo, lo veo todo, soy tu sombra. ¡Alguien lo pagará, tu mejor aliado, ahora!

BOOK: El ángel rojo
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