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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

El alienista (35 page)

BOOK: El alienista
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— El padre representa la gran traición.

— ¿Y la madre no?— inquirió Sara, con cautela, y en la pregunta había mucho más que el tema que estaban tratando. En aquel momento pareció como si ella tratara de descifrar a Laszlo tanto como al asesino.

— No existen estudios que sugieran esto— contestó Kreizler— Los recientes hallazgos de Breuer y de Freud sobre la histeria señalan en casi todos los casos el abuso sexual del padre antes de la pubertad.

— Con el debido respeto, doctor Kreizler— protestó Sara—, Breuer y Freud se muestran bastante confusos sobre el significado de sus descubrimientos. Freud empezó dando por sentado que el abuso sexual era la base de todo tipo de histeria, pero parece que recientemente ha alterado este punto de vista y ha decidido que la auténtica causa podría residir en las fantasías sobre el abuso.

— En efecto— reconoció Kreizler—. Aún hay muchas cosas que no están muy claras en el trabajo de esos dos hombres. Yo mismo no puedo aceptar su énfasis pertinaz en el sexo…, excluyendo incluso la violencia. Pero míralo desde un punto de vista empírico, Sara. ¿Cuántos hogares has conocido en los que mandara una madre dominante y violenta?

Sara se encogió de hombros.

— Existe más de un tipo de violencia, doctor… Pero ya comentaré más cosas al respecto cuando lleguemos al final de la carta.

Kreizler ya había escrito padre violento pero aparentemente respetable en el lado izquierdo de la pizarra, y parecía dispuesto, ansioso incluso, por proseguir.

— Todo el primer párrafo— dijo, golpeando la nota con un dedo— a pesar de las deliberadas faltas de ortografía, posee un tono de firmeza.

— Esto es algo que se percibe enseguida— intervino Marcus— Él ya ha decidido mentalmente que hay un montón de gente que le busca.

— Creo que ya sé adónde quiere ir a parar, doctor— dijo Lucius, volviendo a buscar entre la pila de libros y papeles que tenía sobre el escritorio—. Uno de los artículos que nos dio a leer, ése que usted mismo tradujo… ¡Aquí!— Tiró de unos papeles para sacarlos— Aquí está Doctor Krafft-Ebing. Habla de la monomanía intelectual; y de lo que los alemanes denominan primare verrucktheit, y aboga por sustituir ambos términos por el de paranoia.

Kreizler asintió, y en la sección intervalo anotó paranoia.

— Sentimientos de persecución, tal vez incluso autoengaños, que han enraizado después de alguna experiencia emocional traumática o de un conjunto de experiencias, pero que no han desembocado en la demencia… Una definición admirablemente resumida por Krafft-Ebing y que aquí parece encajar… Aunque dudo que nuestro hombre se mantenga en un estado de autoengaño, es probable que su conducta sea bastante antisocial, lo cual no significa que estemos buscando a un misántropo. Esto sería demasiado sencillo.

— ¿Y no podrían los asesinatos en sí satisfacer este impulso antisocial, dejándole completamente normal el resto del tiempo, es decir, participativo, funcional?— preguntó Sara.

— Puede que incluso demasiado funcional— admitió Kreizler—. Este no será un hombre que, en opinión de los vecinos, sea capaz de matar criaturas y luego ufanarse de habérselas comido…— Kreizler anotó estas ideas y luego se volvió nuevamente hacia nosotros—. Y así llegamos al segundo párrafo, que resulta todavía más extraordinario.

— Casi de inmediato nos informa de algo— comentó Marcus—: que no ha viajado mucho al extranjero. Ignoro lo que habrá estado leyendo, pero no parece que últimamente el canibalismo se halle muy extendido por Europa. Puede que allí coman cualquier cosa, pero no se comen entre sí. Aunque no se puede estar nunca seguro con los alemanes…— Marcus se interrumpió y miró a Kreizler—. Lo siento, doctor, no pretendía ofenderle.

Lucius se dio una palmada en la frente, pero Kreizler se limitó a sonreír irónicamente. Las idiosincrasias de los Isaacson ya habían dejado de sorprenderle, en todos los aspectos.

— No me ha ofendido, sargento detective. Ciertamente, uno nunca puede estar seguro con los alemanes… Pero si aceptamos que sus viajes se han limitado a Estados Unidos, ¿qué hacemos con su teoría de que la habilidad de este hombre como montañero indica una herencia europea?

Marcus se encogió de hombros.

— La primera generación americana. Sus padres eran inmigrantes.

Sara contuvo la respiración.

— ¡Asquerosos inmigrantes!— recordó.

El rostro de Kreizler volvió a inundarse de satisfacción.

— Exacto— exclamó, escribiendo padres inmigrantes en el lado izquierdo de la pizarra—. Toda la frase destila repugnancia, ¿no les parece? Es un tipo de odio que por lo general tiene unas raíces específicas, por muy oscuras que puedan ser. En este caso, probablemente tuvo una relación difícil con uno o con ambos padres en una etapa muy temprana, relación que finalmente se deterioró hasta el punto de despreciar todo lo referente a ellos, incluso sus propias raíces…

— A pesar de que también son las de él— intervine—. Esto podría explicar parte del salvajismo hacia los muchachos. Una especie de odio hacia sí mismo, como si tratara de limpiar toda la suciedad que le cubre.

— Una frase interesante, John— dijo Kreizler—. Una frase a la que habrá que volver. Pero hay aquí una pregunta más práctica a la que debemos dar respuesta. Teniendo en cuenta sus conocimientos de caza y de montañismo y ahora la suposición de que no ha viajado al extranjero ¿podríamos averiguar algo sobre sus antecedentes geográficos?

— Vamos a lo mismo de antes— contestó Lucius—. O perteneciente a una familia rica de ciudad, o procede del campo.

— ¿Sargento detective?— preguntó Kreizler a Marcus—. ¿Alguna región mejor que otra para semejante entrenamiento?

Marcus negó con la cabeza.

— Podría entrenarse en cualquier formación rocosa de importancia. Lo cual implica gran cantidad de lugares en los Estados Unidos.

— Ya— aceptó Kreizler, algo decepcionado—. Esto no nos sirve de gran ayuda. Dejémoslo estar de momento y volvamos al segundo párrafo. El lenguaje que utiliza parece confirmar su teoría, Marcus, respecto a los adornos de la zona superior en la escritura. No hay duda de que la suya es una historia llena de imaginación.

— Una imaginación infernal— intervine.

— Cierto, John— confirmó Kreizler—. Excesiva y morbosa, sin duda.

Al oír esto, Lucius hizo chasquear los dedos.

— Un momento– dijo, y de nuevo regresó a sus libros—. Me he acordado de algo…

— Lo siento, Lucius— le interrumpió Sara con una de sus sonrisas levemente torcidas—, pero en esto me he adelantado a ti.— Nos mostró una revista medica que mantenía abierta—. Esto concuerda con la discusión sobre el engaño, doctor— añadió—. En su artículo Un programa para el estudio de las anomalías mentales en los niños, el doctor Meyer enumera algunos de los signos de advertencia para predecir futuros comportamientos peligrosos… El exceso de imaginación es uno de ellos.— Y entonces leyó un fragmento del artículo que había aparecido en febrero de 1895 en el Handbook of the Illinois Society for Child-Study—: Normalmente los niños pueden reproducir a voluntad todo tipo de imágenes mentales en la oscuridad. Esto se vuelve anormal cuando estas imágenes mentales se transforman en una obsesión, por ejemplo, cuando no pueden contenerse. Las imágenes que crean temores y sensaciones desagradables son las más idóneas para convertirse en extremadamente fuertes.— Sara enfatizó la frase final de la cita—: El exceso de imaginación puede conducir a la invención de mentiras y al irresistible impulso de utilizarlas con los demás.

— Gracias, Sara— dijo Kreizler, y al anotar en la pizarra imaginación morbosa tanto en la sección infancia como en la de aspectos, me dejó sorprendido. Al pedirle una explicación, Laszlo me contesto—: Puede que él escriba esta carta como adulto, John, pero una imaginación tan peculiar no surge a la vida en la madurez. Ha estado siempre con él… Y es indudable que Meyer demuestra tener razón ahí, porque este niño se ha convertido efectivamente en un ser peligroso.

Marcus, pensativo, se estaba dando golpecitos con un lápiz en la palma de la mano.

— ¿Existe alguna posibilidad de que este asunto del canibalismo fuera una pesadilla infantil? Él dice que lo ha leído. ¿Es posible que lo leyera entonces? El efecto habría sido mayor.

— Ha formulado usted una pregunta básica— le contesto Laszlo—. ¿Cuál es el sentimiento más fuerte que hay detrás de la imaginación? Me refiero a la imaginación normal, pero también y en especial a la imaginación morbosa.

Sara no lo dudó un momento:

— El miedo.

— ¿Miedo a lo que ves o a lo que oyes?— la presionó Laszlo.

— A ambas cosas– contestó Sara—. Pero principalmente a lo que oyes… Nada es tan terrible en realidad, etcétera, etcétera.

— ¿Y no es la lectura una forma de oír?— inquirió Marcus.

— Sí, pero ni siquiera los niños ricos aprenden a leer hasta avanzada la infancia— replicó Kreizler—. Ofrezco esto sólo como teoría, pero supongamos que la historia del canibalismo fuera en aquel entonces lo que es ahora: un cuento destinado a aterrorizar. Sólo que ahora, en vez de ser el aterrorizado, nuestro hombre se ha convertido en el aterrorizador. Y, tal como lo hemos imaginado hasta ahora, ¿no hallaría esto inmensamente satisfactorio, o incluso divertido?

— Pero ¿quién iba a contárselo a él?— preguntó Lucius.

Kreizler se encogió de hombros.

— ¿Quién suele aterrorizar a los niños con historias así?

— Los adultos que quieren que se porten bien— me apresure a responder—. Mi padre tenía una historia sobre la cámara de tortura del emperador del Japón que me mantenía despierto por las noches, imaginando todos los detalles…

— ¡Espléndido, Moore! A eso iba.

— ¿Pero qué pasa con…?— Las palabras de Lucius surgieron algo vacilantes—. ¿Qué pasa con…? Lo siento, pero me temo que todavía no sé cómo expresar ciertas cosas delante de una dama.

— Pues imagine que no hay ninguna— replicó Sara, algo impaciente.

— Bien— prosiguió Lucius, aunque con igual embarazo—, ¿qué pasa con esa fijación en el… trasero?

— Oh, sí— dijo Kreizler—. ¿Creen que forma parte de la historia original, o será un giro inventado por nuestro hombre?

— Hummm.— dudé, pues había pensado en algo pero al igual que Lucius no sabía cómo expresarlo delante una mujer— Bien, lo que… Las referencias no sólo a algo asqueroso sino incluso a…, a la materia fecal.

— La palabra que el utiliza es mierda— replicó Sara con contundencia, y pareció como si todos los que estábamos en la habitación, incluido Kreizler, nos eleváramos unos centímetros del suelo durante un par de segundos—. Sinceramente, caballeros— comentó Sara con cierto desdén—, de haber sabido que eran tan pudorosos me habría limitado a mi trabajo de secretaria.

— ¿Quién es pudoroso?— exclamé, incapaz de utilizar una de mis fuertes replicas.

Sara me miró frunciendo las cejas.

— Tú, John Schuyler Moore. En algunas ocasiones has pagado a miembros de sexo femenino para que pasaran algunos momentos íntimos contigo… ¿Debo suponer que eran ajenas a esta clase de lenguaje?

— No— protesté, consciente de que mi cara era un farolillo rojo— Pero ellas no eran… no eran…

— ¿Qué es lo que no eran?— preguntó Sara con expresión severa.

— No eran… Bueno, no eran unas damas.

Sara se incorporó, apoyó una mano en la cadera y con la otra sacó su Derringer de alguna parte oculta del vestido.

— Quiero advertiros, en este mismo momento— dijo con voz tensa—, que el próximo hombre que utilice la palabra dama en este contexto y en mi presencia, va a cagar por un agujero nuevo que le voy a confeccionar en las entrañas.— Dicho esto dejó la pistola a un lado y se volvió a sentar.

En la estancia se hizo un silencio de ultratumba hasta que Kreizler dijo con voz suave:

— Estabas hablando de las referencias a la mierda, Moore.

Lancé a Sara una mirada bastante dolorida e indignada– que ella, la muy canalla, ignoró completamente— y reanudé la exposición de mi idea.

— Pues… que todo parece relacionado… Las referencias escatológicas y su obsesión por esa parte de la anato…– Sentí como los ojos de Sara horadaban un agujero en el lateral de mi cabeza— Su obsesión por el culo— concluí, utilizando el tono más desafiante que me fue posible.

— Por supuesto que lo están— admitió Kreizler—. Se relacionan tanto metafórica como anatómicamente. Es todo muy confuso… Y no hay muchos trabajos sobre estos temas. Meyer ha especulado sobre las posibles causas e implicaciones de la incontinencia urinaria nocturna, y cualquiera que trabaje con niños descubre al individuo ocasional cuya fijación reside anormalmente en las heces. Sin embargo, la mayoría de alienistas y psicólogos consideran esto una forma de misofobia, un miedo morboso a la suciedad y a la contaminación, que sin duda es lo que nuestro hombre parece tener.— Kreizler escribió la palabra misofobia en el centro de la pizarra, pero luego se apartó, con expresión insatisfecha—. De todos modos, parece como si hubiera algo más, aparte de esto…

— Doctor— dijo Sara—, una vez más tengo que insistir en que amplíe sus conceptos sobre la madre y el padre en este caso. Ya sé que su experiencia con los niños, pasada una cierta edad, es tan amplia como la de cualquiera, pero… ¿se ha visto alguna vez implicado de cerca en el cuidado de una criatura?

— Sólo como médico— contestó Kreizler—. Y raramente. ¿por qué, Sara?

— Por regla general, no es una etapa de la infancia en la que el hombre figure mucho. ¿Conoce alguno de ustedes a hombres que hayan desempeñado un papel importante en criar niños más pequeños de…. pongamos tres o cuatro años?— Todos negamos con la cabeza, pero sospecho que si alguno hubiera conocido a un hombre así, lo habría negado con tal de mantener la Derringer lejos de sí. Sara se volvió hacia Laszlo—. Doctor, ¿qué actitudes suelen adoptar los niños con una fijación anormal en la defecación?

— O una urgencia excesiva o una resistencia morbosa. Generalmente.

— Urgencia o resistencia, ¿a qué?

— A ir al retrete.

— ¿Y cómo han aprendido a ir al retrete?— preguntó Sara, manteniendo la presión sobre Kreizler.

— Se lo han enseñado.

— ¿Quién? ¿Hombres, generalmente?

Kreizler tuvo que hacer una pausa. La intención de las preguntas parecía oscura al principio, pero ahora todos podíamos ver adónde se dirigía Sara: si la preocupación ciertamente obsesiva de nuestro asesino por lo que se refería a las heces, el trasero y, en términos generales, a la porquería (a fin de cuentas en la nota no había otros temas a los que se refiriese con mayor asiduidad) se le había fijado en la niñez, lo más lógico era que en el proceso estuviera implicada una mujer, o varias: madre, niñera, institutriz…

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