El 19 de marzo y el 2 de mayo (30 page)

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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

BOOK: El 19 de marzo y el 2 de mayo
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Pero yo no atendía a las razones de mi amigo, sino que me empeñaba en hablar con Inés, en distraerla de su devoto recogimiento, en pretender que dirigiera a mí las palabras que a Dios sin duda dirigía, en obligarla a alzar los ojos y mirarme, pues sin esto, yo me sentía incapaz de contrición.

Un oficial francés nos pasó una especie de revista, examinándonos uno a uno.

—¿Para qué prolongáis nuestro martirio? —exclamé sin poderme contener al ver sobre mí la impertinente mirada del francés—. Todos somos españoles; todos hemos luchado contra vosotros; por cada vida que ahoguéis en sangre, renacerán otras mil que al fin acabarán con vosotros, y ninguno de los que estáis aquí verá la casa en que nació.

—Gabriel, modérate y perdónalos como les perdono yo —me dijo el cura—. ¿Qué te importa esa gente? ¿Para qué les afeas su pasado, si harto lo verán en el turbio espejo de su conciencia? ¿Qué importa morir? Hijo mío, destruirán nuestros cuerpos, pero no nuestra alma inmortal, que Dios ha de recibir en su seno. Perdónalos; haz lo que yo, que pienso pedir a Dios por los enemigos del príncipe de la Paz, mi amigo y hasta pariente; por Santurrias, por el licenciado Lobo, por los tíos de Inesilla, y hasta por los franceses que nos quieren quitar nuestra patria. Mi conciencia está más serena que ese cielo que tenemos sobre nuestras cabezas y por cuyo lejano horizonte aparece ya la aurora del nuevo día. Lo mismo están nuestras almas, Gabriel, y en ellas despuntan ya los primeros resplandores del día sin fin.

—Ya amanece —dije mirando a Oriente—. Inés: no bajes los ojos, por Dios, y mírame; estréchate más contra nosotros.

—Procura serenar tu conciencia, hijo mío —continuó el clérigo—. La mía está serena. No, no he manchado mis manos con sangre porque soy sacerdote; me encontraron con un cuchillo, pero no era mío. Yo cumplí mi deber, que era arengar a aquellos valientes, y si ahora me soltaran acudiría de pueblo en pueblo repitiendo aquello de
Dulce et decorum est
del gran latino. Únicamente me arrepiento de no haber advertido a tiempo al señor Príncipe. ¡Ah!, si él hubiera puesto en la cárcel a aquellos perdidos… tal vez no habría caído, tal vez no habría sido rey Fernando VII, tal vez no habrían venido los franceses… tal vez… Pero Dios lo ha querido así… Verdad es que si yo hubiera vencido la cortedad de mi genio… si yo hubiera prevenido a Su Alteza, que me quería tanto… ¡Ah!, no nos ocupemos ya más que de morir y perdonar. ¡Ah, Gabriel! Haz lo que yo, y verás con cuánta tranquilidad recibes la muerte. ¿Ves a Inés? ¿No parece su cara la de un ángel celeste? ¿No la ves cómo está tranquila en su recogimiento, y digna y circunspecta sin afectación? ¿No la ves cómo mira a los franceses sin odio, y suspira dulcemente, animándonos con su mirada?

—¡Inés! —exclamé yo sin poder adquirir nunca la serenidad que D. Celestino me pedía—. Tú no debes morir, tú no morirás. Señor oficial, fusiladnos a todos, fusilad al mundo entero, pero poned en libertad a esta infeliz muchacha que nada ha hecho. Así como digo y repito, y juro que he matado yo más de cincuenta franceses, digo y repito, y juro que Inés no arrojó a la calle ningún caldero de agua hirviendo, como han dicho.

El francés
[16]
miró a Inés, y viéndola tan humilde, tan resignada, tan bella, tan dulcemente triste en su disposición para la muerte, no pudo menos de mostrarse algo compasivo. D. Celestino viendo aquella inclinación favorable, se echó a llorar y dijo también: «todos nosotros hemos pecado; pero Inés es inocente».

Las lágrimas del anciano produjeron en mí trastorno tan vivo, que de improviso a la tirantez colérica de mi irritado ánimo sucedió una como tranquila aunque penosísima expansión, un reblandecimiento, si así puede decirse, de mi endurecido dolor.

—Inés es inocente —exclamé de nuevo—. ¿No ven ustedes su semblante, señores oficiales? ¡Ah!, ustedes son unos caballeros muy decentes y muy honrados, y no pueden cometer la villanía de asesinar a esta niña.

—Nosotros no valemos para nada —dijo el clérigo con voz balbuciente—. Mátennos en buen hora, porque somos hombres y el que más y el que menos… Pero ella… señores militares… Me parece que son ustedes unas personas muy finas… pues… ¡Ah! Inés es inocente. No tienen Vds. conciencia; ¿no tienen en su corazón una voz que les dice que esa jovencita es inocente?

El oficial pareció más inclinado a la compasión, pareció hasta conmovido. Acercándose, miró a Inés con interés.

Mas la muchacha se abrazó a nosotros en el momento en que los granaderos formaron la horrenda fila. Yo miraba todo aquello con ojos absortos y sentíame nuevamente aletargado, con algo como enajenación o delirio en mi cabeza. Vi que se acercó otro oficial con una linterna, seguido de dos hombres, uno de los cuales nos examinó ansiosamente, y al llegar a Inés, parose y dijo: «Esta».

Era Juan de Dios, acompañado del licenciado Lobo y de aquel mismo oficial francés que varias veces le visitó en nuestra tienda. Lo que entonces pasó se me representa siempre en formas vagas como las que pasea la mentirosa fiebre ante nuestros ojos cuando estamos enfermos.

El oficial recién venido y el que antes nos custodiaba hablaron un instante con precipitación. El segundo dirigiose en seguida a desatar a Inés para entregarla a su amigo. ¡Momento inexplicable! Inés no quería separarse de nosotros, y abrazándonos, se aferraba a la muerte con sus manos ya libres. Un violento, un irresistible egoísmo que hundía sus poderosas raíces hasta lo más profundo de mi ser, se apoderó de mí. No sé qué íntima fuerza desarrollada de súbito me permitió romper la ligadura de un brazo y pude asir fuertemente a Inés, mientras con angustiosa impaciencia miraba los fusiles del pelotón de granaderos.

Instante terrible cuyo recuerdo hiela la sangre en las venas y paraliza el corazón, simulando la muerte. Aunque la muchacha quería compartir nuestra suerte, la tardía compasión de nuestros asesinos nos la quitaba. Ella, durante la breve lucha, dijo algo que he olvidado. Yo también pronuncié palabras de que hoy no puedo darme cuenta. Pero nos la quitaron: recuerdo la extraña sensación que experimenté al perder el calor de sus manos y de su cara. Yo estaba como loco. Pero la vi claramente cuando se la llevaron, cuando desapareció de entre las filas, arrastrada, sostenida, cargada por Juan de Dios.

Y al ver esto sentí un estruendo horroroso, después un zumbido dentro de la cabeza y un hervidero en todo el cuerpo; después un calor intenso, seguido de penetrante frío; después una sensación inexplicable, como si algo rozara por toda mi epidermis; después un vapor dentro del pecho, que subía invadiendo mi cabeza; después una debilidad incomprensible que me hacía el efecto de quedarme sin piernas; después una palpitación vivísima en el corazón; después un súbito detenimiento en el latido de esta víscera; después la pérdida de toda sensación en el cuerpo, y en el busto, y en el cuello, y en la boca; después la inconsciencia de tener cabeza, la absoluta reconcentración de todo yo en mi pensamiento; después unas como ondulaciones concéntricas en mi cerebro, parecidas a las que forma una piedra cayendo al mar; después un chisporroteo colosal que difundía por espacios mayores que cielo y tierra juntos la imagen de Inés en doscientos mil millones de luces; después oscuridad profunda, misteriosamente asociada a un agudísimo dolor en las sienes; después un vago reposo, una extinción rápida, un olvido creciente e invasor, y por último nada, absolutamente nada.

FIN DE EL 19 DE MARZO Y EL 2 DE MAYO

Madrid. julio de 1873.

Notas

[1]
[«reló» sic en el original varias veces, en vez de «reloj». (N. del E.)]

[2]
[«Monjuich» sic en el original, en vez de «Montjuïc». (N. del E.)]

[3]
[«da» en el original (N. del E.)]

[4]
[«la» en el original (N. del E.)]

[5]
[«exámetro» en el original (N. del E.)]

[6]
[«delitbæ» en el original (N. del E.)]

[7]
[«mæ» en el original (N. del E.)]

[8]
[«Velai» en el original (N. del E.)]

[9]
[«le» en el original (N. del E.)]

[10]
[«leguleño» sic en el original, en vez de «leguleyo». (N. del E.)]

[11]
[«114» en el original (N. del E.)]

[12]
Hoy de Bailén. (N. del A.)

[13]
[«Losque» en el original (N. del E.)]

[14]
Hoy del Dos de mayo. (N. del A.)

[15]
Hoy de Daoíz y Velarde. (N. del A.)

[16]
[«frencés» en el original (N. del E.)]

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