—¿Es artista Walter?
—Lo es a su manera, y ni siquiera es normal cuando baja su basura a la portería.
En otro punto de la plaza, Bev se acaba de fijar en el cuaderno de Riba.
—¿Qué anotas ahí? —pregunta.
Riba piensa que si le ha tuteado tal vez es porque no le ve tan mayor y tan decrépito. Se anima de pronto, se anima mucho, inmensamente. Ya sólo por algo así vale la pena haber dado el salto irlandés. La pregunta de la muchacha le ofrece una oportunidad para lucirse y, puesto que ya ha dado el deseado salto inglés tan anhelado, entiende que hasta puede reconciliarse ahora con su pasado francés —ya va teniendo algunas ganas— y convertirse en un eco del parisino Perec, su ídolo de siempre y un magnífico experto en interrogar a lo cotidiano, lo habitual.
—Oh, nada —contesta—. Tomo nota de lo que parece no tener importancia, lo que no es espectacular, lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, el ruido de fondo, lo habitual, lo que pasa cuando no pasa nada…
—¿Cómo has dicho? ¿Que el
Bloomsday
no te parece espectacular? Pero ¡eso es horrible,
baby
, es horrible que no te parezca espectacular!
¿Ha dicho
baby
? No es lo más importante, pero el timbre de voz ya no ha sonado ni mucho menos tan maravilloso como antes, eso también es verdad. Y aunque todo es mejorable, lo que ya no tiene remedio es la mala primera impresión que sin duda ha podido causarle a la muchacha. Ha creído ingenuamente que en la hija del embajador de Sudáfrica la inteligencia estaba a la altura de su belleza y lo único que ha conseguido ha sido quedar como un necio y como alguien incapaz de valorar la espectacularidad del día de Bloom. Cielo santo, eso ya no tiene solución. Y de nada sirve ahora pensar que ese
baby
que ha utilizado ella ha sido vulgar y además sobraba, ni tampoco sirve pensar ahora que la muchacha parece o es completamente idiota. Aunque ella sea o parezca lo que sea, ha sido él quien no ha estado a la altura y la cosa ya no tiene remedio. Y tampoco lo tiene ya su edad, y lo que es peor: su flagrante decrepitud. Será mejor dar unos pasos y alejarse, ayudar a que vuele la famosa mosca de la fruta.
Cuando Amalia, tras su lenta y zigzagueante caminata por la plaza, llega donde se encuentran Nietzky y Ricardo, éstos se enteran finalmente por ella de que la Rotunda no es la Muerte, ni una letra de imprenta, ni puede asociarse de algún modo —cuadraría todo entonces demasiado bien— con la muerte de la era de la imprenta. No. Es sencillamente la antigua Casa de Maternidad de Dublín, la primera que hubo en Europa.
Nacimiento y Muerte. Y la risa de Amalia.
Simultáneamente, Bev ha vuelto a la carga sobre Riba. Le mira, se ríe. ¿Qué querrá ahora? ¿Insistirá en lo espectacular? Es muy guapa. A pesar de la última decepción, lo daría todo por volver a oír su timbre de voz. Está embobalicado, lo reconoce, pero le hace sentirse en América. ¿Volverá a llamarle
baby
?
—Mi autor favorito es Ragú Candor —dice Bev con una voz plenamente recuperada, igual de sensual que antes aunque ahora tiene acento francés—. ¿Y el tuyo?
Riba, enormemente desconcertado, entiende que en cualquier caso está ante una segunda oportunidad y se queda pensando minuciosamente la respuesta. Al final, opta por no cometer errores y decantarse también por el tal Candor, al que no conoce de nada. Qué coincidencia, dice Riba, también es mi favorito. Bev le mira sorprendida y le pide que lo repita. Ragú es mi favorito, dice Riba, me gusta su contención estilística y su tratamiento del silencio. Te creía más inteligente, dice Bev, Ragú Candor es para tontas como yo y tú también pareces tonto.
Ella le ha ganado la partida. Y Riba, además, ha vuelto a equivocarse y lo peor es que —descartada ya definitivamente la idea de llevarse bien con Bev— siente que ha envejecido diez años más. Está ya negado para seducir a las jovencitas. Ha hecho el ridículo, está acabado. Sin el alcohol carece de la gracia que al menos antes le hacía ser más osado y divertido. Se le ensombrece la cara, que va adquiriendo un lento aspecto fúnebre.
Ahí arriba, en el escenario —como si fuera una historia paralela—, continúa la lectura de la novela y el cortejo funerario sigue su lenta marcha en plena mañana de sol: «La esquina de Dunphy. Coches de duelo en fila ahogando su dolor. Una pausa junto al camino. Buena situación para un bar. Espero que nos detengamos aquí a la vuelta para beber a su salud. Una ronda de consuelo. Elixir de vida.»
La Rotunda siempre fue una buena excusa para darse a la bebida.
Hora
: Las cuatro menos cuarto.
Día
:
Bloomsday
.
Lugar
: Torre Martello, en el pueblo de Sandycove, torre circular en las afueras de la ciudad de Dublín, lugar donde comienza
Ulysses
: «Imponente, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera (…) Avanzó con solemnidad y subió a la redonda plataforma de tiro…»
Personajes
: Riba, Nietzky, Javier y Ricardo.
Acción
: Han subido por la estrecha escalera de caracol hasta la redonda plataforma de tiro, y allí contemplan ahora en silencio el mar de Irlanda. El día sigue siendo tranquilo y el cielo es de un blanco sorprendentemente uniforme. La marea está alta, y la superficie del mar, tensa y bruñida como una seda ondeante, parece más elevada que la tierra. Riba queda hipnotizado por momentos. Extraño mar de un azul intenso, peligroso como el amor. Imagina que el mar en realidad sólo es un resplandor dorado pálido que se extiende hasta el horizonte imposible.
Como el tiempo apremia, porque han quedado a las seis de la tarde con los Dew y con Amalia y Julia Piera en las puertas del cementerio de Glasnevin, Nietzky decide fundar la Orden de Caballeros aquí mismo, en lo alto de esta torre. Considera, además, que el escenario es más noble. Por el pub Finnegans ya pasaron ayer y, además, volverán a pasar hoy cuando vayan a Dalkey a coger el tren de regreso. Pero pasarán por el pub ya con el tiempo demasiado justo para detenerse a fundar la Orden allí.
Están solos en la plataforma, pero Riba tiene la sensación de que el viento trae palabras rotas y que, además hay más de un fantasma oculto en la escalera de caracol. Javier, odiador de
Ulysses
, simula que es Buck Mulligan y que se está afeitando la barbilla. Nietzky lee los reglamentos que redactó ayer: «La Orden del Finnegans tiene como único propósito la veneración de la novela
Ulysses
de James Joyce. Los miembros de esta sociedad se obligan a honrar la obra y acudir al
Bloomsday
todos los años y, a la hora que sea posible, marchar hasta Torre Martello, en Sandycove, y allí sentirse de una raza ya antigua que empezó como el mar, sin nombre ni horizonte, y que hoy corre ya peligro de extinguirse…»
Con unas ciertas prisas y tras la investidura simbólica de los caballeros, se decide que cada año podrá ser admitido un miembro nuevo, «siempre y cuando las tres cuartas partes de los caballeros de la Orden estén de acuerdo». Y luego, ya sin tiempo que perder, van a buscar el tren de vuelta, van hasta Dalkey caminando durante media hora por la carretera y desde allí, sin detenerse en el Finnegans, regresan en tren a Dublín, vuelven cantando una canción sobre Milly, la hija de quince años de los Bloom que dejó Dublín para estudiar fotografía y que aparece sólo de refilón en
Ulysses
.
Ay, Milly Bloom.
Tú eres mi dulce amor.
Yo te prefiero a ti sin un florín
que a Katey Keogh,
con burro y con jardín.
Hora
: Después de las cinco.
Personaje
: Riba.
Tema
: La vejez de Riba.
Acción
: Sucede íntegramente en la imaginación de Riba, en el tren en el que regresan de Dalkey a Dublín. Con la canción
Ay, Milly Bloom
de fondo, imagina que ese fantasma que le acecha y que toma nota de todo lo que ocurre en el tren, y del que casi oye la respiración, es un joven principiante en el mundo de las letras; alguien que lleva semanas adentrándose en una aventura que le vuelve loco y que, además, no sabe que a la larga le acabará dejando sepultado debajo de los libros que compondrán su obra: una obra que le impedirá tarde o temprano —en historia paralela a lo que le ha sucedido a él como editor, que hoy en día ve oculta su verdadera personalidad por culpa de su catálogo— saber quién es, o quién pudo ser.
Imagina que el joven principiante le ha elegido a él como personaje y cobayo de sus experimentos, como personaje de una novela en torno a la vida real sin estridencias, aunque algo desesperada, de un pobre viejo editor retirado. Imagina que ese joven le observa de cerca, le estudia como si fuera un conejillo de Indias. Se trataría para el principiante de averiguar si vale la pena haberse desvivido por la buena literatura a lo largo de cuarenta años, y para ello va contando la vida cotidiana, sin demasiados sobresaltos, del personaje observado. Al tiempo que estudia si vale la pena tanta pasión literaria, va contando cómo su editor retirado busca todavía lo nuevo, lo vivificador, lo
extranjero
. Se acerca al personaje todo lo que puede —a veces se acerca incluso en su sentido más físico— y narra los problemas que el hombre tiene con el budismo de su mujer al tiempo que comenta sus movimientos —un funeral en Dublín, por ejemplo— para llenar el tiempo vacío.
Imagina que el principiante se está proponiendo en la novela desmontar cierto tipo de procedimientos convencionales, pero no buscando transformar a la literatura en una zona misteriosa, sino tratando de que al editor literario también pueda vérsele como un héroe de nuestro tiempo, como un individuo que es testigo de la desaparición de los editores de raza y reflexiona en el duro contexto de una sociedad que avanza a pasos agigantados hacia la estupidez y el fin del mundo.
Imagina que de pronto se acerca tanto a ese principiante que acaba sentándose encima de él y tapándole la vista, asfixiándole de tal modo que el pobre jovencito se queda viendo sólo una gran mancha confusa, en realidad un fragmento de la chaqueta oscura del editor
escrito
.
Aprovechándose de tan oportuna mancha que paraliza pasajeramente los resortes narrativos del principiante, logra Riba colocarse en todos los sentidos en el sitio de éste, y apoderarse plenamente de su modo de ver las cosas. Descubre entonces, no sin sorpresa, que comparte con él absolutamente todo. Para empezar, una idéntica tendencia a contar y a interpretar —con las deformaciones propias de un lector muy literario— aquellos sucesos cotidianos que atañen a su vida.
El tren se adentra luego en un túnel y al final se queda sin nada de imaginación. Imaginación cero. Oscuridad total. Llega un poco de claridad cuando salen del túnel y vuelve a ver la luz del atardecer. Cree que ya ha pasado todo. Y de pronto, nota un roce espectral en la espalda. Se queda por momentos inmóvil en su asiento, y acaba poco a poco comprendiendo que el principiante sigue ahí, al acecho.
Hora
: Quince minutos después.
Estilo
: Tan teatral como en la Meeting House y tal vez más fúnebre que festivo, aunque en cualquier momento se pueden girar las tornas.
Lugar
: Cementerio católico de Glasnevin. Un millón de personas enterradas. Lo fundó Daniel O’Connell. Sobrecogedor a esta hora del atardecer. Muchos monumentos patrióticos, adornados con símbolos nacionales o personalizados con parafernalia deportiva y juguetes viejos. Curiosas torres en los muros, que se utilizaban para detectar a los ladrones de cuerpos que trabajaban para los cirujanos de finales del XIX.
Personajes
: Riba, Javier, Nietzky, Ricardo, Amalia Iglesias, Julia Piera, Bev y Walter Dew.
Acción
: Frente a la puerta del lugar, Riba se emociona al ver las verjas de hierro. Son las mismas que nombra Joyce en el sexto capítulo. ¿Son verjas o una línea de
Ulysses
? Con semejante dilema, la mirada de Riba se extravía largo rato y, tras un fuerte viaje mental, acaba regresando a la puerta del cementerio. «Las altas verjas de Prospect pasaron ondulando ante sus miradas. Chopos oscuros, raras formas blancas. Formas cada vez más frecuentes, blancos bultos apiñados entre los árboles, blancas formas y fragmentos pasando en silencio uno tras otro, manteniendo vanos gestos en el aire.»
«Los mismos chopos», susurra Amalia. Cruzan el umbral de la entrada principal y caminan los siete por el aterrador cementerio, que parece salido directamente de la película de Drácula que Riba vio esta madrugada. Sólo falta aquí una niebla artificial y el cadáver de Paddy Dignam levantándose de la tumba. Riba sigue recordando: «Entierros por todo el mundo, en todas partes, cada minuto. Les echan abajo a paletadas por carretadas a gran velocidad. Millares por hora. Demasiados en el mundo.»
Estragos de la muerte, estragos de la Rotunda.
Arenga inesperada e inspirada de Ricardo cuando ya se han adentrado unos metros en el cementerio y dice haber tenido una súbita revelación y haberlo comprendido todo de golpe. Ahora ve lo pertinente que es el funeral por la era Gutenberg, pues no hay que perder de vista que los juegos de palabras encantaban a Joyce.
—Y no sé si os habéis dado cuenta de que
Bloomsday
—dice— suena como
Doomsday
, día del Juicio final. Y no otra cosa es la larga jornada en la que transcurre
Ulysses
.
A fin de cuentas, dice Ricardo, el libro de Joyce es una especie de síntesis universal, resumen del tiempo; libro pensado para que unos gestos anecdóticos revistan la solidez de una epopeya, de una odisea en el sentido más literal de la palabra. Por eso, quien tuvo la idea del réquiem tuvo la idea más grande de todas.
Van caminando lentamente por el sendero principal de Glasnevin y llegan hasta un bellísimo árbol de lilas, que Ricardo fotografía después de explicar a todos, con innecesaria solemnidad, que está casi seguro de que aparece en
Ulysses
hacia el final de la escena del cementerio. Para Nietzky el color del árbol es el mismo de la Rotunda, entendida ésta como Muerte, y habla —sin que se le entienda mucho— de la belleza de las lilas de la Rotunda, como si entre las lilas y la casa de la Maternidad de Dublín tuviera que haber una relación lógica y de estricto y puro sentido común. Riba llega a la conclusión de que el joven Nietzky habla por hablar y, además, de nuevo ha bebido mucho.