Drácula (64 page)

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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

BOOK: Drácula
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Luego, proseguimos, durante largas y prolongadas horas. En un principio, le dije a la señora Mina que durmiera; lo intentó y logró hacerlo. Durmió todo el tiempo hasta que, por fin, sentí que las sospechas crecían en mí e intenté despertarla, pero ella continuó durmiendo y no logré despertarla a pesar de que lo intenté. No quise hacerlo con demasiada fuerza por no dañarla, ya que yo sé que ha sufrido mucho y que el sueño, en ocasiones, puede ser muy conveniente para ella. Creo que yo me adormecí, porque, de pronto, me sentí culpable, como si hubiera hecho algo indebido. Me encontré erguido, con las riendas en la mano y los hermosos caballos que trotaban como siempre. Bajé la mirada y vi que la señora Mina continuaba dormida. No falta mucho para el atardecer y, sobre la nieve, la luz del sol riela como si fuera una enorme corriente amarilla, de manera que nosotros proyectamos una larga sombra en donde la montaña se eleva verticalmente. Estamos subiendo y subiendo continuamente y todo es, ¡oh!, muy agreste y rocoso. Como si fuera el fin del mundo.

Luego, desperté a la señora Mina. Esta vez despertó sin gran dificultad y, luego, traté de hacerla dormir hipnóticamente, pero no lo logré; era como si yo no estuviera allí. Sin embargo, vuelvo a intentarlo repetidamente, hasta que, de pronto, nos encontramos en la oscuridad, de manera que miro a mi alrededor y descubro que el sol se ha ido. La señora Mina se ríe y me vuelvo hacia ella. Ahora está bien despierta y tiene tan buen aspecto como nunca le he visto desde aquella noche en Carfax, cuando entramos por primera vez en la casa del conde. Me siento asombrado e intranquilo, pero está tan vivaz, tierna y solícita conmigo, que olvido todo temor. Enciendo un fuego, ya que trajimos con nosotros una provisión de leña, y ella prepara alimentos mientras yo desato los caballos y los acomodo en la sombra, para alimentarlos. Luego, cuando regresé a la fogata, ella tenía mi cena lista. Fui a ayudarle, pero ella me sonrió y me dijo que ya había comido, que tenía tanta hambre que no había podido esperar. Eso no me agradó, y tengo terribles dudas, pero temo asustarla y no menciono nada al respecto. La señora Mina me ayudó, comí, y luego, nos envolvimos en las pieles y nos acostamos al lado del fuego. Le dije que durmiera y que yo velaría, pero de pronto me olvido de la vigilancia y, cuando súbitamente me acuerdo de que debo hacerlo, la encuentro tendida, inmóvil; pero despierta mirándome con ojos muy brillantes. Esto sucedió una o dos veces y pude dormir hasta la mañana. Cuando desperté, traté de hipnotizarla, pero, a pesar de que ella cerró obedientemente los ojos, no pudo dormirse. El sol se elevó cada vez más y, luego, el sueño llegó a ella, demasiado tarde; fue tan fuerte, que no despertó.

Tuve que levantarla y colocarla, dormida, en la calesa, una vez que coloqué en varas a los caballos y lo preparé todo. La señora continúa dormida y su rostro parece más saludable y sonrosado que antes, y eso no me gusta. ¡Tengo miedo, mucho miedo!

Tengo miedo de todas las cosas. Hasta de pensar; pero debo continuar mi camino. Lo que nos jugamos es algo de vida o muerte, o más que eso aún, y no debemos vacilar un instante.

5 de noviembre, por la mañana.
Permítaseme ser exacto en todo, puesto que, aunque usted y yo hemos visto juntos cosas extrañas, puede comenzar a pensar que yo, van Helsing, estoy loco; que los muchos horrores y las tensiones tan prolongadas sobre mi sistema nervioso han logrado al fin trastornar mi cerebro. Viajamos todo el día de ayer, acercándonos cada vez más a las montañas y recorriendo un terreno cada vez más agreste y desierto. Hay precipicios gigantescos y amenazadores, muchas cascadas, y la naturaleza parece haber realizado en alguna época su carnaval. La señora Mina sigue durmiendo constantemente, y aunque yo sentí hambre y la satisfice, no logré despertarla, ni siquiera para comer. Comencé a temer que el hechizo fatal del lugar se estuviera apoderando de ella, ya que está manchada con ese bautismo de sangre del vampiro.

—Bien —me dije a mí mismo—, si duerme todo el día, también es seguro que yo no dormiré durante la noche.

Mientras viajábamos por el camino áspero, ya que se trataba de un camino antiguo y deteriorado, me dormí. Volví a despertarme con la sensación de culpabilidad y del tiempo transcurrido, y descubrí que la señora Mina continuaba dormida y que el sol estaba muy bajo, pero, en efecto, todo había cambiado. Las amenazadoras montañas parecían más lejanas y nos encontrábamos cerca de la cima de una colina de pendiente muy pronunciada, y en cuya cumbre se encontraba el castillo, tal como Jonathan indicaba en su diario. Inmediatamente me sentí intranquilo y temeroso, debido a que, ahora, para bien o para mal, el fin estaba cercano. Desperté a la señora Mina y traté nuevamente de hipnotizarla, pero no obtuve ningún resultado. Luego, la profunda oscuridad descendió sobre nosotros, porque aun después del ocaso, los cielos reflejaban el sol oculto sobre la nieve y todo estaba sumido, durante algún tiempo, en una gigantesca penumbra. Desenganché los caballos, y les di de comer en el albergue que logré encontrar. Luego, encendí un fuego y, cerca de él, hice que la señora Mina, que ahora estaba más despierta y encantadora que nunca, se sentara cómodamente, entre sus pieles. Preparé la cena, pero ella no quiso comer. Dijo simplemente que no tenía hambre. No la presioné, sabiendo que no lo deseaba, pero yo cené, porque necesitaba estar fuerte por todos. Luego, presa aún del temor por lo que pudiera suceder, tracé un círculo grande en torno a la señora Mina y sobre él coloqué parte de la Hostia sagrada y la desmenucé finamente, para que todo estuviera protegido. Ella permaneció sentada tranquilamente todo el tiempo; tan tranquila como si estuviera muerta, y empezó a ponerse cada vez más pálida, hasta que tenía casi el mismo color de la nieve; no pronunció palabra alguna, pero cuando me acerqué a ella, se abrazó a mí, y noté que la pobre se estremecía de la cabeza a los pies, con un temblor que era doloroso de ver. A continuación, cuando se tranquilizó un poco, le dije:

—¿No quiere usted acercarse al fuego?

Deseaba hacer una prueba para saber si le era posible hacerlo.

Se levantó obedeciendo, pero, en cuanto dio un paso, se detuvo y permaneció inmóvil, como petrificada.

—¿Por qué no continúa? —le pregunté.

Ella meneó la cabeza y, retrocediendo, volvió a sentarse en su lugar.

Luego, mirándome con los ojos muy abiertos, como los de una persona que acaba de despertar de un sueño, me dijo con sencillez:

—¡No puedo! —y guardó silencio.

Me alegró sabiendo que si ella no podía pasar, ninguno de los vampiros, a los que temíamos, podría hacerlo tampoco. ¡Aunque era posible que hubiera peligros para su cuerpo, al menos su alma estaba a salvo!

En ese momento, los caballos comenzaron a inquietarse y a tirar de sus riendas, hasta que me acerqué a ellos y los calmé. Cuando sintieron mis manos sobre ellos, relincharon en tono bajo, como de alegría, frotaron sus hocicos en mis manos y permanecieron tranquilos durante un momento. Muchas veces, en el curso de la noche, me levanté y me acerqué a ellos hasta que llegó el momento frío en que toda la naturaleza se encuentra en su punto más bajo de vitalidad, y, todas las veces, mi presencia los calmaba. Al acercarse la hora más fría, el fuego comenzó a extinguirse y me levanté para echarle más leña, debido a que la nieve caía con más fuerza y, con ella, se acercaba una neblina ligera y muy fría. Incluso en la oscuridad hay un resplandor de cierto tipo, como sucede siempre sobre la nieve, y pareció que los copos de nieve y los jirones de niebla tomaban forma de mujeres, vestidas con ropas que se arrastraban por el suelo. Todo parecía muerto, y reinaba un profundo silencio, que solamente interrumpía la agitación de los caballos, que parecían temer que ocurriera lo peor. Comencé a sentir un tremendo miedo, pero entonces me llegó el sentimiento de seguridad, debido al círculo dentro del que me encontraba. Comencé a pensar también que todo era debido a mi imaginación en medio de la noche, a causa del resplandor, de la intranquilidad, de la fatiga y de la terrible ansiedad. Era como si mis recuerdos de las terribles experiencias de Jonathan me engañaran, porque los copos de nieve y la niebla comenzaron a girar en torno a mí, hasta que pude captar una imagen borrosa de aquellas mujeres que lo habían besado. Luego, los caballos se agacharon cada vez más y se lamentaron aterrorizados, como los hombres lo hacen en medio del dolor. Hasta la locura del temor les fue negada, de manera que pudieran alejarse. Sentí temor por mi querida señora Mina, cuando aquellas extrañas figuras se acercaron y me rodearon. La miré, pero ella permaneció sentada tranquila, sonriéndome; cuando me acerqué al fuego para echarle más leña, me cogió una mano y me retuvo; luego, susurró, con una voz que uno escucha en sueños, sumamente baja:

—¡No! ¡No! No salga. ¡Aquí está seguro!

Me volví hacia ella y le dije, mirándola a los ojos:

—Pero, ¿y usted? ¡Es por usted por quien temo! Al oír eso, se echó a reír… con una risa ronca, e irreal, y dijo:

—¿Teme por

? ¿Por qué teme por mí? Nadie en todo el mundo esta mejor protegido contra ellos que yo.

Y mientras me preguntaba el significado de sus palabras, una ráfaga de viento hizo que la llama se elevara y vi la cicatriz roja en su frente. Luego lo comprendí. Y si no lo hubiera comprendido entonces, pronto lo hubiera hecho, gracias a las figuras de niebla y nieve que giraban y que se acercaban, pero manteniéndose lejos del círculo sagrado. Luego, comenzaron a materializarse, hasta que, si Dios no se hubiera llevado mi cordura, porque lo vi con mis propios ojos, estuvieron ante mí, en carne y hueso, las mismas tres mujeres que Jonathan vio en la habitación, cuando le besaron la garganta.

Yo conocía las imágenes que giraban, los ojos brillantes y duros, las dentaduras blancas, el color sonrosado y los labios voluptuosos. Le sonreían continuamente a la pobre señora Mina, Y al resonar sus risas en el silencio de la noche, agitaban los brazos y la señalaban, hablando con las voces resonantes y dulces de las que Jonathan había dicho que eran insoportablemente dulces, como cristalinas.

—¡Ven, hermana! ¡ven con nosotras! ¡ven! ¡ven! —le decían.

Lleno de temor, me volví hacia mi pobre señora Mina y mi corazón se elevó como una llama, lleno de gozo, porque, ¡oh!, el terror que se reflejaba en sus dulces ojos y la repulsión y el horror, hacían comprender a mi corazón que aún había esperanzas, ¡gracias sean dadas a Dios porque no era aún una de ellas! Cogí uno de los leños de la fogata, que estaba cerca de mí, y, sosteniendo parte de la Hostia, avancé hacia ellas. Se alejaron de mí y se rieron a carcajadas, de manera ronca y horrible. Alimenté el fuego y no les tuve miedo, porque sabía que estábamos seguros dentro de nuestro círculo protector. No podían acercárseme, mientras estuviera armado en esa forma, ni a la señora Mina, en tanto permaneciera dentro del círculo, que ella no podía abandonar, y en el que las otras no podían entrar. Los caballos habían dejado de gemir y permanecían inmóviles echados en el suelo. La nieve caía suavemente sobre ellos, hasta que se pusieron blancos. Supe que, para los pobres animales, no existía un terror mayor.

Permanecimos así hasta que el rojo color del amanecer comenzó a vislumbrarse en medio de la nieve sombría. Me sentía desolado y temeroso, lleno de presentimientos y terrores, pero cuando el hermoso sol comenzó a ascender por el horizonte, la vida volvió a mí. Al aparecer el alba, las figuras horribles se derritieron en medio de la niebla y la nieve que giraba; las capas de neblina transparente se alejaron hacia el castillo y se perdieron. Instintivamente, al llegar la aurora, me volví hacia la señora Mina, para tratar de hipnotizarla, pero vi que se había quedado repentina y profundamente dormida, y no pude despertarla. Traté de hipnotizarla dormida, pero no me dio ninguna respuesta en absoluto, y el sol salió. Tengo todavía miedo de moverme. He hecho fuego y he ido a ver a los caballos. Todos están muertos. Hoy tengo mucho quehacer aquí y espero hasta que el sol se encuentre ya muy alto, porque puede haber lugares a donde tengo que ir, en los que ese sol, aunque oscurecido por la nieve y la niebla, será para mí una seguridad.

Voy a fortalecerme con el desayuno, y después, voy a ocuparme de mi terrible trabajo. La señora Mina duerme todavía y, ¡gracias a Dios!, está tranquila en su sueño.

Del diario de Jonathan Harker

4 de noviembre, por la noche.
El accidente de la lancha había sido terrible para nosotros. A no ser por él, hubiéramos atrapado el bote desde hace mucho tiempo, y para ahora, mi querida Mina estaría ya libre. Temo pensar en ella, lejos del mundo, en aquel horrible lugar. Hemos conseguido caballos, y seguimos por el camino. Escribo esto mientras Godalming se prepara. Tenemos preparadas nuestras armas y los cíngaros tendrán que tener cuidado si es que desean pelear. ¡Si Morris y Seward estuvieran con nosotros! ¡Sólo nos queda esperar! ¡Si no vuelvo a escribir, adiós, Mina! ¡Que Dios te bendiga y te guarde!

Del diario del doctor Seward

5 de noviembre.
Al amanecer, vemos la tribu de cíngaros delante de nosotros, alejándose del río, en sus carretas. Se reúnen en torno a ellas y se desplazan apresuradamente, como si estuvieran siendo acosados. La nieve está cayendo lentamente y hay una enorme tensión en la atmósfera. Es posible que se trate solamente de nuestros sentimientos, pero la impresión es extraña. A lo lejos, oigo el aullido de los lobos; la nieve los hace bajar de las montañas y el peligro para todos es grande y procede de todos lados. Los caballos están casi preparados, y nos ponemos en marcha inmediatamente. Vamos hacia la muerte de alguien. Solamente Dios sabe de quién o dónde, o qué o cuándo o cómo puede suceder…

Memorando, por el doctor van Helsing

5 de noviembre, por la tarde.
Por lo menos, estoy cuerdo. Gracias a Dios por su misericordia en medio de tantos sucesos, aunque hayan resultado una prueba terrible.

Cuando dejé a la señora Mina dormida en el interior del círculo sagrado, me encaminé hacia el castillo. El martillo de herrero que llevaba en la calesa desde Veresti me ha sido útil; aunque las puertas estaban abiertas, las hice salir de sus goznes oxidados, para evitar que algún intento maligno o la mala suerte pudieran cerrarlas de tal modo que una vez dentro no pudiera volver a salir. Las amargas experiencias de Jonathan me sirven.

Recordando su diario, encuentro el camino hacia la vieja capilla, ya que sé que es allí donde voy a tener que trabajar. La atmósfera era sofocante; parecía que había en ella algún ácido sulfuroso que, a veces, me atontó un poco. O bien oía un rugido, o me llegaban distorsionados los aullidos de los lobos. Entonces, me acordé de mi querida señora Mina y me encontré en medio de un terrible dilema.

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