Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
La pregunta de Carolina la golpeó de lleno, porque no la esperaba y porque, desde que su amiga habÃa llegado a su casa, no habÃan hecho otra cosa que hablar del encuentro de la noche pasada con Arturo. Ni siquiera se habÃan dado un baño en la piscina pese al calor. Estaban tiradas en las tumbonas, al sol, disfrutando del silencio de la mañana, todo un lujo teniendo en cuenta que Dani todavÃa seguÃa en la casa.
â¿Qué pasa con Sergio? âse traicionó Montse.
â«¿Qué pasa con Sergio? ¿Qué pasa con Sergio?» âla imitó Carolina poniendo una cara ridÃculaâ. A ver, ¿qué quieres que pase? ¿Lo has visto?
âSÃ, ayer.
â¡Huy, pero qué cerda! âsu amiga se incorporó hasta quedar sentada de cara a ellaâ. ¡Cuenta, cuenta!
âNo hay nada que contar âdijo Montse despacio, alargando algunas vocales.
â¡Y un cuerno!
âNos tropezamos casualmente y estuvimos charlando un par de horas, nada más.
â¿Casualmente? ¡Y qué más, rica! ¿Habéis quedado?
âPara esta tarde.
â¡Huy, huy, huy! âse llenó de sospechas Carolinaâ. ¡Una cita!
âNo es una cita, sólo hemos quedado.
âYa, y yo soy Leonardo di Caprio reciclado y de paso. ¡No me vengas con historias!
Logró hacerla reÃr.
âTe gusta, ¿lo ves? âinsistió Carolina.
â¿No decÃas que era mono? âse justificó Montse.
â¡Es monÃsimo, tÃa! ¡Y un sol, se le nota! ¡Si es que me parece genial!
âPues no va a pasar nada, asà que no te dispares.
âYa.
â¿Crees que soy tan directa como tú?
âTe lo repito: es lo que te convendrÃa este verano. Un poco de marcha loca, aunque sólo sea para desquitarte y ponerte en onda.
â¿Con él?
âCon él.
âLo pensaré.
âA veces te darÃa una bofetada. ¿Cuántas veces crees que vas a encontrarte a un chico asà y al que, encima, le gustas? Oye, que no somos
top models
. No estamos mal... âse pasó las manos por la cintura e hizo un gesto lleno de coqueterÃaâ, pero desde luego no somos
la
Schiffer ây volvió a cambiar de tema, tan súbitamente como era su costumbre, para preguntar de prontoâ: ¿Le has dicho ya lo tuyo?
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âNo, ¿por qué habrÃa de hacerlo?
â¿Qué tiene de malo? No tienes el sida ni nada de eso, ¿vale?
âQuerÃa que fuéramos a la piscina esta mañana
âbajó la cabeza Montse.
âY en lugar de aceptar, te quedas aquÃ.
âMe da corte âle confesó.
âNo se lo digas de momento, pero la verdad es que con ese traje de baño tampoco se te nota nada.
â¿Tú te bañarÃas en público con este bañador?
âTampoco es tan espantoso âmintió Carolinaâ.
Además, tarde o temprano, si sigue en el pueblo, se lo dirán. Todo el mundo lo sabe y en cuanto le vean dos veces más contigo...
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âDéjalo. No quiero pensar en ello ây se levantó para echarse al agua.
âDios, cómo te gusta âsuspiró su amiga.
âNo seas boba.
âSi no quieres decÃrselo, es que te importa.
âA veces te odio.
âY yo a ti âle sacó la lengua Carolinaâ, porque a estas alturas de julio, aún no me he comido una rosca, y tú, mientras, deshojando margaritas: que si Sergio, que si Arturo... A ver si va a tener que darme algo a mà también para que me ponga de moda... ¡Eh, eh! ¿Qué haces? ¡No, no, que está muy frÃa!
Montse la estaba salpicando a conciencia, con todas sus ganas.
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N
ada más salir de su casa y cerrar la puerta, escuchó los latidos de su corazón y supo que sÃ, que Carolina tenÃa razón. Aquello era una cita.
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Su primera cita de verdad desde...
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¿Por qué, si no, se habÃa arreglado tanto? HabÃa buscado la ropa más adecuada para parecer informal pero al mismo tiempo estar bien y sentirse guapa o parecérselo a él. ¿Por qué se sentÃa feliz? ¿Por qué reÃa?
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Tal vez fuese una locura, pero desde su operación, todo lo era. A veces se decÃa que vivÃa un tiempo prestado, que en otras circunstancias ya estarÃa muerta. Asà que todo lo que hiciera desde entonces era un regalo, aunque viviera cien años. Un regalo muy hermoso que debÃa aprovechar.
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SÃ, le gustaba Sergio.
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Era... diferente.
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HabÃa en él algo intangible, extraño, algo que no alcanzaba a comprender. Y esa
magia era lo que más la desconcertaba. Cada vez que recordaba su cara, el brillo de sus ojos, su timidez, y su miedo, y su inseguridad, lo veÃa lleno de una sensibilidad desconocida. A su lado, y sólo habÃa pasado junto a él unas pocas horas, se sentÃa a gusto, en paz. Todo cambiaba.
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Como si Sergio fuese el futuro.
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¿Absurdo? Tal vez. ¿Prematuro? Posiblemente. Y más después del encuentro con Arturo, que le habÃa abierto todas las heridas, especialmente la de la frustración. ¿Qué sabÃa de Sergio? Nada. No era más que un misterio.
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Un misterio.
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Recordó la célebre frase que su profesor de Literatura repetÃa constantemente: «La vida es un misterio por descubrir, no un problema que resolver».
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Bienvenida al misterio.
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Ni siquiera se dio cuenta de que habÃa llegado al pueblo. Sus pensamientos la habÃan acompañado todo el camino. Trataba de amargarse el momento diciéndose que él era un ave de paso, y al segundo se decÃa que no, que tal vez se quedase como habÃa sugerido. Trataba de inculcarse un poco de dureza y calma, y al segundo pensaba en Carolina y en su estÃmulo. Trataba de convencerse de que ya lo habÃa pasado bastante mal con Arturo como para repetir la experiencia tan rápido, y al segundo comprendÃa que necesitaba lo mismo que todo el mundo, lo que se buscaba
sin descanso y a veces por instinto, sin darse cuenta: amor.
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Asà que decidió dejarse llevar. Necesitaba tiempo.
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Y esperar.
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Sergio estaba en la puerta de la piscina, sentado sobre una hermosa moto de buena cilindrada que era la admiración de los crÃos y menos crÃos que la observaban.
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L
a música sobrevolaba por encima de sus cabezas llenando el recinto con su fuerza y penetraba en ellos por cada uno de sus poros, impregnándolos, saturándolos. El sudor emergÃa de dentro a fuera y la música fluÃa en sentido inverso, consiguiendo la catarsis perfecta. Y en medio de la pista, rodeados por otras decenas de acólitos, su
libertad cobraba forma, estallaba con el éxtasis de sus sentidos saturados.
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Montse abrió los ojos un momento. Le gustaba bailar con los ojos cerrados, dejándose llevar. Y hacÃa mucho que no bailaba, una eternidad. Tanto que casi ni recordaba cuándo habÃa sido la última vez, ni qué canción era su favorita por entonces. También aquello formaba parte de un pasado que se le antojaba lejano. Se dio cuenta de que Sergio estaba mirándola y volvió a cerrarlos. Su mirada la acompañó. Era igual que una caricia. No se sentÃa desnuda ante ella, sino protegida y a salvo.
Lo habÃa pillado mirándola casi una hora antes. Y ahora ella deseaba hacer lo mismo, mirarle a él, bailando, moviéndose con buen ritmo. Una vez, para saber y comprender que era real, no un sueño.
VolvÃa a ser una chica normal.
Una chica normal saliendo con un chico... ¿normal?
VestÃa bien, con clase, y sus modales no eran vulgares, ya lo habÃa comentado con Carolina. Ahora, además, estaba la moto. No entendÃa mucho de máquinas como ésa, pero aunque él le dijo que no era más que una de 125, lo cierto es que parecÃa buena, y estaba cuidada, reluciente.
¿Cómo podÃa estar buscando trabajo en Vallirana alguien con una moto asÃ?
La música cambió de golpe, se hizo más estridente, más hipnótica. Casi al unÃsono, los dos dejaron de bailar, aunque fue Montse la que puso cara de asco. Sergio sonrió y le abrió el camino para salir de la pista, ahora con el personal bailando con mayor fiereza. Tardaron un poco en llegar a la barra del local porque iban a contracorriente, pero cuando lo hicieron, se sintieron a salvo del caos que dejaban a sus espaldas. Sergio le acercó los labios al oÃdo para hacerse entender mejor.
â¿Qué quieres tomar?
âLimonada.
âVale, espera.
Se apartó de su lado y se incrustó en la barra, entre una rubia muy neumática y una morena sugerente que al instante le dieron un soberano repaso visual, de arriba abajo. A Montse incluso le pareció que la morena le decÃa algo, aunque no estaba segura. La rubia fumaba con descaro. Chicas de bandera. Dos buenas piezas.
Y de alguna forma supo que él muy bien podÃa estar con ellas, por muchas cosas, desde el atractivo hasta la clase que destilaba.
Pero no estaba con ellas, sino acompañándola.
Sergio pagó dos refrescos de limón y regresó a su lado. Montse vio cómo la morena le daba un último repaso visual. La rubia ya habÃa desistido. Le tendió uno de los vasos y, de común acuerdo, se apartaron un poco más, hasta situarse en un rincón desde el cual la música no los alcanzaba de lleno ni les impedÃa hablar, aunque de todas formas no podÃan hacerlo en voz baja, ni siquiera en un tono natural.
âBueno, pues no está mal esto âdijo él, señalando la discoteca.
âEs lo único que hay âmanifestó ellaâ. Todo el mundo viene a Molins.
âDesde luego, en Vallirana no hay muchas oportunidades.
â¿Y en Tarragona?
Sergio la miró extrañado, sin comprender.
â¿Qué solÃas hacer en Tarragona? âdijo Montse.
âNo demasiado, estudiar y todo eso âdivagó élâ.
No soy muy asiduo de discotecas.
Â
âVaya, lo siento.
âNo, si me encanta estar aquÃ. No soy muy asiduo porque a estos sitios o vienes acompañado o es un palo. Y puesto que estamos juntos...
â¿Por qué no has seguido estudiando?
âPienso hacerlo, pero de momento... âapartó su mirada de ella, y Montse pudo asomarse a un océano de inseguridadesâ, creo que necesito otras cosas, encontrarme a mà mismo, ¿no se dice asÃ?
âY si estudias, ¿qué harás?
âIba a empezar arquitectura.
â¿Arquitectura? âse asombró Montseâ. Sopla. Desde luego lo tuyo...
â¿Tan raro es que quiera tomarme las cosas con calma?
âNo, pero... reconoce que es desconcertante.
âSÃ, supongo que sÃ.
âLo que no entiendo... âcomenzó a decir ella.
Sergio no la dejó continuar.
âHace calor aquà âdijo interrumpiéndola deliberadamenteâ. ¿Salimos fuera un rato?
Montse lo observó. Más que una propuesta era una decisión, porque ya se movÃa buscando la salida, empujándola suavemente. Y se dio cuenta de que, por alguna razón, de la misma forma que ella no querÃa hablar de su operación, Sergio no querÃa hacerlo de su pasado, ni de su presente.
Estaban empatados.
Alguien pasó cerca de ellos corriendo y los empujó sin ninguna consideración. Parte del lÃquido del vaso que sostenÃa su compañero se derramó y le salpicó un poco.
â¡Eh! âgritó de pronto élâ. ¿Estás ciego o qué?
El chico que lo habÃa golpeado se detuvo en seco. Era tan alto como Sergio y parecÃa algo bebido.
â¿Pasa, tÃo? âle dijo en tono fanfarrónâ. Lo siento, ¿vale?
âNo estás solo âvolvió a gritar Sergio.
âYa, por eso vengo aquÃ. Si no, me quedarÃa en casa âle plantó cara el otro.
âSergio, vamos âle pidió Montse.
De pronto no lo conocÃa. Se habÃa puesto furioso, con los nervios a flor de piel. ¿O era por culpa de su pregunta y ésa era la forma de querer escapar de ella? Tuvo que presionarle el brazo con fuerza.
Su compañero vaciló un segundo.
Luego la miró.
Y mientras la paz irrumpÃa de nuevo en su ánimo, se relajó y dijo, revestido de un cierto cansancio:
âSÃ, vamos.
Pasaron junto al
quedón
y salieron fuera.
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L
a moto enfiló la suave pendiente de la calle a velocidad mÃnima, pero no llegó a detenerse delante de la casa de Montse. Lo hizo a unos diez metros, por la parte de arriba. En el mismo momento de frenar, Sergio paró el motor. El silencio recuperó su dominio sobre aquel espacio lleno de quietud bajo el tachonado de estrellas que cubrÃa el cielo. Las escasas luces que se veÃan, mortecinas y amarillentas, quedaban ocultas tras los muros, los árboles, la exuberancia de las plantas y las cortinas que cubrÃan los cristales de las casas. No estaban solos, pero se sintieron solos.
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Montse bajó de la moto y se quitó el casco. Agitó la cabeza y se pasó una mano por el cabello, todavÃa muy corto. En el hospital habÃan insistido en ello, pese a sus protestas iniciales, y al final ya no le habÃa importado. Sergio también se quitó el casco, pero no hizo ademán de apartarse del vehÃculo, asà que se quedó encima, con las dos piernas apoyadas en el suelo, una a cada lado. Mientras ella seguÃa agitando la cabeza, él volvió a mirarla con palpable intensidad.
Â
Ya no ocultaba sus sentimientos detrás del miedo o los nervios.
Â
Cuando Montse se quedó quieta, se enfrentó a sus ojos.
Â
Y al silencio.
Â
â¿Qué pasa? âlo rompió ella.
Â
Hubiera esperado cualquier otra cosa, menos aquello.
Â
âEres preciosa âdijo él.
Â
Se le disparó el corazón y estaba segura de que el color habÃa huido una vez más de sus mejillas. No dijo lo que dijo por coqueterÃa, sino bajo el influjo de su convicción.
Â