AVELLANEDA y CENTELLAS.—Veamos. (
Ponen mano a las espadas.
)
DON JUAN.—Poned a tasa
vuestra furia, y vamos fuera,
no piense después cualquiera
que os asesiné en mi casa.
AVELLANEDA.—Decís bien… mas somos dos.
CENTELLAS.—Reñiremos, si os fiáis,
el uno del otro en pos.
DON JUAN.—O los dos, como queráis.
CENTELLAS.—¡Villano fuera, por Dios!
Elegid uno, don Juan,
por primero.
DON JUAN.—Sedlo vos.
CENTELLAS.—Vamos.
DON JUAN.—Vamos, capitán.
DON JUAN,
la
ESTATUA
de don Gonzalo,
DOÑA INÉS.
Sombras, estatuas, espectros, ángeles.
Panteón de la familia Tenorio. Como estaba en el acto primero de la segunda parte, menos las estatuas de
DOÑA INÉS
y
DON GONZALO, que no están en su lugar.
DON JUAN,
embozado y distraído, entra en la escena lentamente.
DON JUAN.—Culpa mía no fue; delirio insano
me enajenó la mente acalorada.
Necesitaba víctimas mi mano
que inmolar a mi fe desesperada,
y al verlos en mitad de mi camino,
presa les hice allí de mi locura.
¡No fui yo, vive Dios! ¡Fue su destino!
Sabían mi destreza y mi ventura.
¡Oh! Arrebatado el corazón me siento
por vértigo infernal… Mi alma perdida
va cruzando el desierto de la vida
cual hoja seca que arrebata el viento.
Dudo… temo… vacilo… en mi cabeza
siento arder un volcán… muevo la planta
sin voluntad, y humilla mi grandeza
un no sé qué de grande que me espanta.
(
Un momento de pausa.
)
Jamás mi orgullo concibió que hubiere
Nada más que el valor… Que se aniquila
el alma con el cuerpo cuando muere
creí… mas hoy mi corazón vacila.
¡Jamás creí en fantasmas…! ¡Desvaríos!
Mas del fantasma aquel, pese a mi aliento
los pies de piedra caminando siento
por doquiera que voy tras de los míos.
¡Oh! Y me trae a este sitio irresistible
misterioso poder…
(
Levanta la cabeza y ve que no está en su pedestal la
ESTATUA
de don Gonzalo.
)
Pero, ¡qué veo!
¡Falta de allí su estatua…! Sueño horrible,
déjame de una vez… ¡No, no te creo!
Sal; huye de mi mente fascinada,
fatídica ilusión… estás en vano
con pueriles asombros empeñada
en agotar mi aliento sobrehumano.
Si todo es ilusión, mentido sueño,
nadie me ha de aterrar con trampantojos;
si es realidad, querer es necio empeño
aplacar de los cielos los enojos.
No; sueño o realidad, del todo anhelo
vencerle o que me venza; y si piadoso
busca tal vez mi corazón el cielo,
que le busque más franco y generoso.
La efigie de esa tumba me ha invitado
a venir a buscar prueba más cierta
de la verdad en que dudé obstinado…
Heme aquí, pues; Comendador, despierta.
(
Llama al sepulcro del Comendador. Este sepulcro se cambia en una mesa, que parodia horriblemente la mesa en que comieron, en el acto anterior,
DON JUAN, CENTELLAS
y
AVELLANEDA.
En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etc. (A gusto del pintor.) Encima de esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena. La tumba de
DOÑA INÉS
permanece.
)
DON JUAN,
la
ESTATUA
de don Gonzalo y las sombras.
ESTATUA.—Aquí me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
DON JUAN.—¡Jesús!
ESTATUA.—¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre
platos con sus calaveras?
DON JUAN.—¡Ay de mí!
ESTATUA.—¿Qué? ¿El corazón
te desmaya?
DON JUAN.—No lo sé;
concibo que me engañé;
no son sueños… ¡ellos son! (
Mirando a los espectros.
)
Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.
ESTATUA.—Eso es, don Juan, que se va
concluyendo tu existencia,
y el plazo de tu sentencia
fatal ha llegado ya.
DON JUAN.—¡Qué dices!
ESTATUA.—Lo que hace poco
que doña Inés te avisó,
lo que te he avisado yo,
y lo que olvidaste loco.
Mas el festín que me has dado
debo volverte, y así,
llega, don Juan, que yo aquí
cubierto te he preparado.
DON JUAN.—¿Y qué es lo que ahí me das?
ESTATUA.—Aquí fuego, allí ceniza.
DON JUAN.—El cabello se me eriza.
ESTATUA.—Te doy lo que tú serás.
DON JUAN.—¡Fuego y ceniza he de ser!
ESTATUA.—Cual los que ves en redor;
en eso para el valor,
la juventud y el poder.
DON JUAN.—¡Ceniza bien; pero fuego…!
ESTATUA.—El de la ira omnipotente,
do arderás eternamente
por tu desenfreno ciego.
DON JUAN.—¿Conque hay otra vida más
y otro mundo que el de aquí?
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!,
lo que no creí jamás?
¡Fatal verdad que me hiela
la sangre en el corazón!
¡Verdad que mi perdición
solamente me revela!
¿Y ese reloj?
ESTATUA.—Es la medida
de tu tiempo.
DON JUAN.—¿Expira ya?
ESTATUA.—Sí; en cada grano se va 95
un instante de tu vida.
DON JUAN.—¿Y esos me quedan no más?
ESTATUA.—Sí.
DON JUAN.—¡Injusto Dios! Tu poder
me haces ahora conocer,
cuando tiempo no me das
de arrepentirme.
ESTATUA.—Don Juan,
un punto de contrición
da a un alma la salvación,
y ese punto aún te le dan.
DON JUAN.—¡Imposible! ¡En un momento
borrar treinta años malditos
de crímenes y delitos!
ESTATUA.—Aprovéchale con tiento,
(
Tocan a muerto.
)
porque el plazo va a expirar,
y las campanas doblando
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.
(
Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.
)
DON JUAN.—¿Conque por mí doblan?
ESTATUA.—Sí.
DON JUAN.—¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA.—Los salmos penitenciales
que están cantando por ti.
(
Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.
)
DON JUAN.—¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA.—Es el tuyo.
DON JUAN.—¡Muerto yo!
ESTATUA.—El capitán te mató
a la puerta de tu casa.
DON JUAN.—Tarde la luz de la fe
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
Los ve… y con horrible afán,
porque al ver su multitud,
ve a Dios en su plenitud
de su ira contra don Juan.
¡Ah! Por doquiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé.
Y emponzoñé cuanto vi,
y a las cabañas bajé,
y a los palacios subí,
y los claustros escalé;
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
¡Mas ahí estáis todavía (
A los fantasmas.
)
Con quietud tan pertinaz!
Dejadme morir en paz
a solas con mi agonía.
Mas con esa horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras fieras?
¿Qué esperáis de mí?
ESTATUA.—Que mueras
para llevarse tu alma.
Y adiós, don Juan; ya tu vida
toca a su fin, y pues vano
todo fue, dame la mano
en señal de despedida.
DON JUAN.—¿Muéstrasme ahora amistad?
ESTATUA.—Sí; que injusto fui contigo,
y Dios me manda tu amigo
volver a la eternidad.
DON JUAN.—Toma, pues.
ESTATUA.—Ahora, don Juan,
pues desperdicias también
el momento que te dan,
conmigo al infierno ven.
DON JUAN.—¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano,
que aún queda el último grano
en el reloj de mi vida.
Suéltala, que si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
de toda una eternidad,
yo, santo Dios, creo en ti;
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita…
¡Señor, ten piedad de mí!
ESTATUA.—Ya es tarde.
(DON JUAN
se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la
ESTATUA.
Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en cuyo momento se abre la tumba de
DOÑA INÉS
y aparece ésta.
DOÑA INÉS
toma la mano que
DON JUAN
tiende al cielo.
)
DON JUAN,
la
ESTATUA
de don Gonzalo,
DOÑA INÉS,
sombras, etc.
DOÑA INÉS.—No; heme ya aquí,
don Juan; mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de mi sepultura.
DON JUAN.—¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
DOÑA INÉS.—Fantasmas, desvaneceos:
Su fe nos salva… volveos
a vuestros sepulcros, pues
la voluntad de Dios es;
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN.—¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS.—Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en comprensión
no cabe de criatura,
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Cesad, cantos funerales;
(
Cesa la música y salmodia.
)
callad, mortuorias campanas;
(
Dejan de tocar a muerto.
)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales;
(
Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.
)
volved a los pedestales
animadas esculturas;
(
Vuelven las estatuas a sus lugares.
)
y las celestes venturas
en que los justos están,
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(
Las flores se abren y dan paso a varios angelitos, que rodean a
DOÑA INÉS
y a
DON JUAN,
derramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora.
DOÑA INÉS
cae sobre un lecho de flores, que quedará a la vista, en lugar de su tumba, que desaparece.
)
DOÑA INÉS, DON JUAN
y los ángeles.
DON JUAN.—Clemente Dios, ¡gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo; quede aquí
al universo notorio,
que pues me abre el purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de DON JUAN TENORIO.
(
Cae
DON JUAN
a los pies de
DOÑA INÉS,
y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas, representadas en dos brillantes llamas que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón.
)
José Zorrilla, nace en Valladolid en 1817. Es el principal representante del romanticismo medievalizante y legendario. En 1833 ingresó en la Universidad de Toledo como estudiante de leyes, y en 1835 pasó a la Univerisdad de Valladolid.
José Zorrilla publicó sus primeros versos en el diario vallisoletano
El Artista
. En Madrid, después de abandonar su carrera universitaria, alcanzó fama tras leer unos versos suyos ante el cadáver de Larra (1837). Ocupó el cargo de éste en la redacción de
El Español
, donde publicó la serie de poemas titulada
Poesías
(1837), primero de una serie de ocho volúmenes que acabó en 1840. Su éxito poético se renovaría en 1852 con un poema descriptivo,
Granada
, que quedó inacabado. En 1839 se casó con Matilde O'Reilly, de la que enviudó muy pronto.