Authors: Jens Lapidus
Llamó a Tráfico. Lamentablemente, JW no recordaba la matrícula del coche pero de todas formas la cosa funcionó: el registro de vehículos era una institución pública maravillosa. Cualquiera podía averiguar quién era el dueño de todos los coches con matrícula sueca. Si la marca del coche era poco común se podía obtener información incluso sin el número de matrícula. Según el funcionario de Tráfico, el año en que desapareció Camilla había dos Ferraris amarillos en Suecia. Uno era propiedad del millonario de la informática Peter Holbeck y el otro de una compañía de
leasing,
Dolphin Finans, S. A. La empresa estaba especializada en coches deportivos y yates.
JW empezó investigando a Peter Holbeck. Había ganado su fortuna con una consultoría de Internet. A JW le parecía tan evidente a posteriori. ¿Cómo hostias podían pensar que cada consultor iba a facturar cinco millones por cabeza por crear páginas web que podía hacer cualquier quinceañero al que le gustara la informática? Pero eso no había sido inconveniente para el empresario y visionario de mentira Peter Holbeck. Vendió a tiempo. La empresa de Internet tenía ciento cincuenta empleados. Medio año después de la venta cerró la empresa. Ciento veinte empleados se quedaron sin trabajo. Peter Holbeck se sacó trescientos sesenta millones. En la actualidad se dedicaba a esquiar ochenta días al año y el resto del tiempo lo pasaba con sus hijos en Tailandia u otros lugares de clima cálido.
La pregunta de JW: ¿Qué había hecho el millonario de la informática durante la primavera en la que desapareció Camilla?
Se inclinaba por respuestas sencillas; intentó llamar a Holbeck. Le llevó tres días dar con él. Al final tuvo suerte. Holbeck tenía el aliento entrecortado cuando contestó:
—Al habla Peter.
—Hola, me llamo Johan. —No era habitual que JW se presentara con su verdadero nombre—. Tengo algunas preguntas para usted; espero que mi llamada no le moleste.
—¿Es periodista? No soporto hablar con ustedes.
—No, no lo soy. Es sobre un asunto privado.
Holbeck pareció sorprenderse:
—Adelante.
—Estoy buscando a una mujer, Camilla Westlund. Desapareció hace unos cuatro años. No se sabe adónde fue. Antes de su desaparición sabemos que se la vio a veces en un Ferrari amarillo. Usted tenía uno ese año. Pensaba que quizá supiera algo. ¿Quizá prestó el coche a alguien o algo así?
—¿Llama de la policía o es periodista?
—Periodista ya le he dicho que no. Tampoco policía. Un particular.
—Da lo mismo. No sé de qué leches me habla. ¿Qué está insinuando?
—Disculpe si parece raro. Sólo quería saber si recordaba algo.
—Whatever
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. La mitad del año estuve en las Montañas Rocosas. Esquiando. El resto del tiempo lo pasé en Österlen y en Florida. Con mis hijos. El coche estaba en un garaje en Estocolmo.
JW se dio cuenta: no tenía sentido presionar más. Holbeck había contado suficiente. Finalizó la llamada.
Al día siguiente buscó durante horas información sobre Holbeck en Google. Al final acabó en las páginas del archivo del periódico
Aftonbladet.
Holbeck era mencionado en los artículos como turista de lujo. Era correcto, tenía casas en Österlen y en Florida y había estado esquiando en Estados Unidos el mismo año que desapareció Camilla. Quizá el millonario de la informática no estuviera involucrado.
Además, había otro Ferrari amarillo.
JW comprobó además la compañía de
leasing,
Dolphin Finans, S. A. Sólo el nombre sonaba sospechoso. Se puso en contacto con el registro de empresas. El funcionario fue muy amable, comprobó que la empresa había quebrado un año antes. Todos los activos, coches y barcos, habían sido adquiridos por una compañía alemana. No había mucho más que JW pudiera hacer. Casi era un alivio, podría dejar el asunto del Ferrari. ¿O no?
Sonó un claxon en la calle. JW miró hacia el exterior y vio a Nippe en el nuevo Golf que le habían regalado sus padres por su veintiún cumpleaños.
Fueron hacia el sur por la E4; de camino a la cena, fiesta, posibilidades. En la radio sonaba un clásico de Petter
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. JW no era un gran fan del hip-hop pero a pesar de ello no podía evitar disfrutar de la letra: «Soplan nuevos vientos».
Trataba sobre él.
Big time
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. Ahora le tocaba a él dejar de vivir una doble vida, ser como ellos, de verdad. Más forrado que ellos. Comérselos para desayunar.
Siguieron charlando. JW escuchaba. A Nippe le ponía Lollo. Nippe pensaba que Jet-set Carl había sido muy chulesco el fin de semana anterior. ¿Se pensaba que era alguien o qué? Nippe dedicó cumplidos a la chaqueta de Canali de JW. Nippe discutió el último
reality.
Nippe parloteaba sin parar.
—Creo que ya no me voy a especializar en financiación. Me estoy planteando marketing.
JW estaba medianamente interesado.
—El marketing es lo más, sobre todo el branding. Vendes cualquier producto, fabricado todo lo barato que quieras, al precio que quieras. Siempre que se hagan el branding y marketing adecuados. Ahí hay un potencial de la hostia.
—Sí, pero al final lo que cuenta es la actividad principal y el apalancamiento del capital invertido, la financiación. Si tu marketing cuesta demasiado y no consigues llegar a tener ganancias de verdad, te mueres.
—Claro, pero se gana dinero. Mira Gucci y Louis Vuitton. La ropa, las tiendas en Estocolmo, las colecciones de moda, todo eso no es más que una excusa. Lo que hace ganar pasta de verdad son los accesorios de marca. Gafas de sol, perfumes, cinturones, bolsos. Mierda fabricada en China, cosas secundarias. Cuestión de branding.
Para JW, Nippe no era el chico más listo del mundo, y ese día parecía haberse emperrado en una palabra concreta.
Siguieron charlando.
J W disfrutaba de la vida. Para el mes siguiente pensaba triplicar la venta. Hacía cálculos mentales, multiplicaba, planificaba, estructuraba. Veía las curvas de venta, crecimiento, metálico. Se veía a sí mismo en alza.
Llegaron al cabo de una hora. Nippe le contó que era una antigua casa solariega donde vivían los padres de Gustaf. Los padres: ambos buenos amigos de Su Majestad el Rey.
Les recibió Gustaf. JW hizo el mismo análisis del chico que las otras veces que le había visto: era la esencia del pijerío. Vestido con chaqueta de tweed, chinos blancos, corbata roja, camisa de cuadros con puños de doble botón y mocasines de Marc Jacobs. El pelo firmemente engominado hacia atrás; lucía una auténtica melena de león.
El edificio principal tenía por lo menos dos mil metros cuadrados. Dos enormes arañas de cristal colgaban entre las columnas del vestíbulo y en las paredes había cuadros de paisajes nevados. Una escalera en curva ascendía hasta el piso superior. Gustaf les presentó a Gunn, la gobernanta de la casa, como él dijo.
—Es ella quien me cuida cuando mis padres están fuera.
JW contestó:
—Esta noche va a hacer falta.
Gunn se rió. JW se partió. Nippe soltó risitas. Gustaf soltó más carcajadas que nadie.
Las vibraciones eran claramente buenas. Parecía caerle bien a Gustaf.
Gunn se llevó a Nippe y JW y se instalaron en una habitación de invitados en una de las alas del edificio.
JW jugueteó con la papelina que llevaba en el bolsillo. Catorce gramos, por si acaso.
La cena era a las siete y media. Sophie y JW jugaron un partido de dobles contra Nippe y Anna: siete-cinco; seis-cuatro; cuatro-seis; siete-cinco. El ánimo a tope en los ganadores. Nippe era un mal perdedor, tiró la raqueta al suelo. Anna se mantuvo tranquila. En realidad, JW no había crecido jugando al tenis y estaba agradecido por su habilidad para los deportes de pelota, que le permitía salir airoso; parecía que había jugado al tenis toda la vida.
Se ducharon. JW durmió media hora en la habitación. Nippe pasó.
Se pusieron el esmoquin. JW llevaba un Cerruti de segunda mano que dijo que le había costado doce mil pavos. El precio real había sido de dos mil quinientos. Nippe preguntó si JW había traído mercancía.
—Últimamente parece que siempre se puede contar contigo.
JW no supo si era un comentario bueno o malo. ¿Había sido demasiado directo?
Se rió.
—Tengo un poco. ¿Quieres una raya?
Compartieron treinta miligramos, lo suficiente para una ligera subida.
La farla hizo efecto inmediatamente.
El ataque de risa les asaltó sorprendentemente rápido.
Bajaron la escalera para tomar el aperitivo en el salón. JW se sentía la persona más inteligente del mundo.
Los otros catorce invitados esperaban con copas de champán en la mano. JW observó al grupo.
Los chicos: JW, Fredrik, Nippe, Jet-set Carl, Gustaf y tres chavales más.
Las chicas: Sophie, Anna, Lollo y cinco tías que JW no conocía de antes. Todas eran niñas bien. Chicas con buenos genes. Unos padres ricos significaban madres guapas, o viceversa. Sabían cómo maquillarse. Se ponían el colorete adecuado, la mejor sombra de ojos, la base uniforme. Sobre todo, cómo ponerse la crema autobronceadora para dar una imagen de frescura. Se vestían bien, escondían lo que no estaba tan bien: un estómago caído, cintura demasiado ancha, pecho demasiado pequeño, espalda demasiado plana. Resaltaban sus puntos fuertes: cuello bonito, labios carnosos, piernas largas. Chicas en forma, delgadas. Las probabilidades de que tuvieran tarjeta de SATS eran muy bajas.
Gustaf era selectivo a la hora de invitar. Era un honor para JW que le hubiera invitado aunque sólo se hubieran visto tres veces antes de esa noche.
Todos daban sorbos a sus bebidas, charlaban de cosas intrascendentes, se lo tomaban con calma. JW se tuvo que obligar a contenerse, estaba tan a tope... Sentía que con cada frase que se pronunciaba podría hacer la broma más divertida del mundo. Nippe le guiñó un ojo: Tú y yo, JW, en pleno subidón de coca.
Se sentaron a la mesa.
JW estaba entre Anna, a quien le vendía con frecuencia, y una chica que se llamaba Carro. Funcionó, era fácil hablar con ambas.
El entrante ya estaba en la mesa. JW lo vio al momento, no era de este mundo. Tosta con caviar de corégono marca Kalix, nata agria y cebolla roja picada. La idea en sí no era muy original pero lo que causaba el efecto era la gran fuente de cristal de la mesa: al menos cinco kilos de caviar extra Kalix. Gula. JW se sirvió abundantemente en su plato, al menos por un valor de cuatrocientas coronas.
Gunn trajo el plato principal, falda de ciervo con salsa de rebozuelos y patatas en gajos. A JW le encantaba la caza. Tomaron un Burdeos. Anna habló de la bodega de sus padres. Para postre, sorbete de moras y frambuesas. JW se prometió a sí mismo: en diez años tendría su propia Gunn. Maravillas gastronómicas tremendamente deliciosas.
El ambiente se aligeraba al ritmo de las botellas que traía Gunn. Después del postre, Gustaf pasó con una botella helada de vodka Grey Goose y sirvió copas generosas. El calor aumentó aún más.
Las chicas miraban a Jet-set Carl y a Nippe. Siempre Nippe.
JW miraba a Sophie.
Ella pasaba de él.
La sala no era una sala. La palabra adecuada era un gran salón. O quizá un gran comedor. Enorme, techo altísimo, decoración suntuosa. Del techo colgaban dos arañas de cristal con velas. Papel pintado granate con rayas anchas de dos tonos diferentes. De las paredes colgaban cuadros modernistas, posiblemente algunos eran buenos.
JW había ido con Sophie al Museo de Arte Moderno esa semana. No es que él fuera precisamente un amante del arte pero Sophie dijo que le gustaban las combinaciones de color intensas y por eso le atraía más el arte moderno. JW estuvo leyendo varios días sobre lo que había en el museo, quería impresionarla. Sin darse cuenta, se formó una idea sobre varios artistas. Quizá uno de los cuadros era un Kandinsky. Uno enorme con tres áreas de color apagado que hacía juego con el papel pintado quizá fuera un Mark Rothko.
La mesa estaba puesta con estilo y detalle. Mantel de hilo blanco, servilletas de hilo verde planchadas a rulo y servilleteros de plata. Posavasos antiguos bajo las botellas de vino. Cubertería de reluciente plata y copas de cristal auténtico. Como debe ser.
A JW le encantaba todo eso.
Siguieron charlando. A los chicos les gustaba oír sus propias voces. Jet-set Carl fanfarroneaba, Nippe hacía chistes malos y Fredrik hablaba de ideas de negocios. Como siempre.
Anna habló de su último viaje a St. Moritz. Se ponía brillo de labios cada dos frases. Ella y una amiga habían hecho amistad con un equipo de polo que iba allí todos los años para jugar partidos en el lago helado. Normalmente trabajaban en bancos de Londres, el polo era una pequeña diversión de fin de semana. JW se apuntó, contó su viaje a Chamonix del año anterior. Se inventó la mayor parte, fantaseó y exageró. La única vez que había estado en los Alpes de verdad había sido cinco años antes en la semana blanca, un viaje barato en el que quince chicos de Umeå y Robertslors se apretujaron, durmieron y se tiraron pedos en un Autobús durante veintisiete horas.
Anna era guapa y agradable. Pero gris. Sin brillo. La escuchó, se rió de sus bromas y le hizo preguntas sobre lo que contaba. Hizo todo lo necesario para parecer interesado. Ella seguía charlando, parecía disfrutar de su compañía. JW sólo pensaba en Sophie.
La cena seguía adelante. Estaban un poco borrachos, aunque muy tranquilos. Gunn traía y llevaba cosas. Todos parecían expectantes.
Fredrik pronunció el discurso de agradecimiento.
Se levantaron de la mesa y pasaron a una especie de bar. Contra dos de las paredes había amplios sofás con muchos cojines. Delante de cada sofá había una mesa baja. En las mesas Gunn había puesto portavelas de Ittala de cuatro colores diferentes. En uno de los rincones de la sala había una barra construida con panel de madera clásico. Tras la barra: copas de vermut, vasos altos, vasos de whisky, jarras de cerveza y copas de vino en una vitrina empotrada. En los estantes, alineadas una barbaridad de botellas de alcohol.
Gustaf se puso tras la barra. Gritó que era el camarero de la velada y que era el momento de tomar pedidos. Alguien puso música, Beyoncé. El ambiente subió.
Pimplaron. Bebieron martinis de manzana, gin tonics, cerveza. El padre de Gustaf tenía una batidora de bebidas auténtica. Hicieron bebidas con fruta: daiquiri de fresa, piña colada.