—Exactamente —indicó Bonnie tras un repentino sobresalto—. Stefan es algo pasado, ¿sabes? Ya no interesa. —Se inclinó y se frotó el tobillo.
Francés miró a Elena suplicante.
—Pero pensaba que querías saberlo todo respecto a él.
—Curiosidad —repuso Elena—. Al fin y al cabo es un visitante, y quería darle la bienvenida a Fell's Church. Pero, por supuesto, debo mantenerme fiel a Jean-Claude.
—¿Jean-Claude?
—Jean-Claude —dijo Meredith, enarcando las cejas y suspirando.
—Jean-Claude —repitió Bonnie animosamente.
Delicadamente, con el pulgar y el índice, Elena sacó una foto de su mochila.
—Aquí está de pie frente a la casita en la que nos alojábamos. Justo después me cortó una flor y dijo... bueno —sonrió misteriosamente—, no debería repetirlo.
Francés contemplaba con atención la foto, que mostraba a un hombre joven, sin camisa, de pie frente a una mata de hibisco y sonriendo con timidez.
—Es mayor que tú, ¿verdad? —dijo con respeto.
—Veintiuno. Por supuesto... —Elena miró por encima del hombro—, mi tía jamás lo aprobaría, de modo que se lo estamos ocultando hasta que me gradúe. Tenemos que escribirnos en secreto.
—Qué romántico... —musitó Francés—. No se lo diré a nadie, lo prometo. Pero respecto a Stefan...
Elena le dedicó una sonrisa de superioridad.
—Si tengo que comer comida europea —dijo—, prefiero la francesa a la italiana siempre. —Volvió la cabeza hacia Meredith—. ¿No te parece?
—Mm... mmm. Siempre. —Meredith y Elena se sonrieron la una a la otra con complicidad, luego se volvieron hacia Francés—. ¿No estás de acuerdo?
—Pues sí —respondió ella apresuradamente—. Yo también. Siempre.
Sonrió de manera cómplice ella también y asintió varias veces mientras se levantaba y marchaba.
Cuando desapareció, Bonnie dijo lastimera:
—Esto va a matarme. Elena, me moriré si no me entero del chismorreo.
—Ah, ¿eso? Yo puedo contártelo —respondió Elena con calma—. Iba a decir que existe un rumor por ahí de que Stefan es un agente de la brigada de estupefacientes.
—¿Un qué? —Bonnie la miró fijamente, y luego prorrumpió en carcajadas—. Pero eso es ridículo. ¿Qué agente de estupefacientes en todo el mundo se vestiría así y llevaría gafas oscuras? Quiero decir, ha hecho todo lo que puede para atraer la atención sobre él... —Su voz se apagó, y sus ojos castaños se abrieron más—. Pero entonces, ése puede ser el motivo de que lo haga. ¿Quién sospecharía jamás de alguien tan obvio? Y vive solo, y es terriblemente reservado... ¡Elena! ¿Y si es cierto?
—No lo es —dijo Meredith.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo soy quien lo inventó. —Al ver la expresión de Bonnie, sonrió de oreja a oreja y añadió—: Elena me dijo que lo hiciera.
—Ahhh. —Bonnie dirigió una mirada de admiración a Elena—. Eres perversa. ¿Puedo decir a la gente que tiene una enfermedad terminal?
—No, no puedes. No quiero a una ristra de Florences Nightingale haciendo cola para sostenerle la mano. Pero puedes contar a la gente lo que quieras sobre Jean-Claude.
Bonnie tomó la fotografía.
—¿Quién era realmente?
—El jardinero. Estaba loco por esas matas de hibiscos. También estaba casado y con dos hijos.
—Una lástima —comentó Bonnie en tono serio—. Y tú le dijiste a Francés que no le hablara a nadie de él...
—Exacto. —Elena consultó su reloj—. Lo que significa que sobre las, ah, digamos dos en punto, debería saberlo toda la escuela.
Tras las clases, las muchachas fueron a casa de Bonnie. Las recibieron en la puerta principal unos ladridos agudos, y cuando Bonnie abrió la puerta, un pequinés muy viejo y gordo intentó escapar. Se llamaba Yangtzé, y estaba tan malcriado que nadie excepto la madre de Bonnie lo soportaba. Mordisqueó el tobillo de Elena cuando ésta pasó por su lado.
La sala de estar estaba oscura y abarrotada, con grandes cantidades de mobiliario recargado y cortinas gruesas en las ventanas. La hermana de Bonnie, Mary, estaba allí, quitándose las horquillas que sujetaban una cofia a sus ondulados cabellos rojos. Tenía sólo dos años más que Bonnie y trabajaba en el dispensario de Fell's Church.
—Ah, Bonnie —saludó—, me alegro de que estés de vuelta. Hola, Elena, Meredith.
Elena y Meredith dijeron «hola».
—¿Qué sucede? Pareces cansada —dijo Bonnie.
Mary dejó caer la cofia sobre la mesa de centro. En lugar de responder, fue ella quien hizo una pregunta.
—Anoche, cuando llegaste a casa tan alterada, ¿dónde dijiste que habíais estado?
—Allá en el... Sólo allá abajo, junto al puente Wickery.
—Eso es lo que pensé. —Mary aspiró con fuerza—. Ahora escúchame, Bonnie McCullough. No vuelvas a ir allí, y especialmente sola y de noche. ¿Comprendido?
—Pero ¿por qué no? —inquirió Bonnie, absolutamente desconcertada.
—Porque anoche atacaron a alguien allí, ése es el porqué no. ¿Y sabes dónde lo encontraron? Justo en la orilla debajo del puente Wickery.
Elena y Meredith se le quedaron mirando con incredulidad, y Bonnie agarró con fuerza el brazo de Elena.
—¿Atacaron a alguien debajo del puente? Pero ¿quién era? ¿Qué sucedió?
—No lo sé. Esta mañana uno de los trabajadores del cementerio lo descubrió allí tendido. Supongo que era alguna persona sin hogar y que probablemente iba a dormir bajo el puente cuando la atacaron. Pero estaba medio muerto cuando la trajeron y no ha recuperado el conocimiento aún. Podría morir.
—¿Qué quieres decir con atacado? —inquirió Elena, tragando saliva.
—Quiero decir —respondió Mary con claridad— que casi le habían desgarrado totalmente la garganta. Perdió una increíble cantidad de sangre. Al principio pensaron que podría haber sido un animal, pero ahora el doctor Lowen dice que fue una persona. Y la policía cree que quienquiera que lo hiciese podría ocultarse en el cementerio. —Mary miró a cada una de ellas por turno, con la boca convertida en una línea recta—. De modo que si estuvisteis allí junto al puente... o en el cementerio, Elena Gilbert..., entonces esa persona podría haber estado allí con vosotras. ¿Entendido?
—Ya no tienes que asustarnos más —dijo Bonnie con voz débil—. Lo hemos captado, Mary.
—De acuerdo. Estupendo. —Mary hundió los hombros y se frotó la nuca con gesto cansado—. Tengo que tumbarme un rato. No era mi intención ser una gruñona —dijo mientras abandonaba la salita.
Una vez a solas, las tres muchachas se miraron entre sí.
—Podría haber sido una de nosotras —dijo Meredith con calma—. En especial tú, Elena; tú fuiste allí sola.
Elena sentía una picazón por toda la piel, el mismo sentimiento doloroso de alerta que había tenido en el viejo cementerio. Podía sentir la frialdad del viento y ver las hileras de lápidas a su alrededor. La luz del sol y el Robert E. Lee jamás habían parecido tan lejanos.
—Bonnie —dijo despacio—, ¿viste a alguien allí fuera? ¿Es eso a lo que te referías cuando dijiste que alguien me estaba esperando?
En la habitación oscura, Bonnie la contempló sin comprender.
—¿De qué hablas? Yo no dije eso.
—Sí, lo dijiste.
—No, no lo hice. Jamás dije eso.
—Bonnie —intervino Meredith—, las dos te oímos. Te quedaste mirando fijamente a las viejas lápidas, y luego dijiste a Elena...
—No sé de qué estáis hablando y yo no dije absolutamente nada. —Bonnie tenía el rostro congestionado por la cólera y había lágrimas en sus ojos—. No quiero seguir hablando de ello.
Elena y Meredith se miraron la una a la otra impotentes. En el exterior, el sol se ocultó tras una nube.
26 de septiembre
Querido diario:
Lamento que haya pasado tanto tiempo, y en realidad no puedo explicar por qué no he escrito: excepto que hay muchísimas cosas de las que me da miedo hablar, incluso a ti.
Primero sucedió algo totalmente espantoso. El día que Bonnie, Meredith y yo estuvimos en el cementerio, atacaron a un anciano alli y casi lo matan. La policía todavía no ha encontrado a la persona que lo hizo, y la gente cree que el anciano estaba loco, porque cuando despertó empezó a delirar sobre «ojos en la oscuridad» y robles y cosas. Pero recuerdo lo que nos sucedió a nosotras esa noche y me hago preguntas. Me asusta.
Todo el mundo estuvo aterrorizado durante un tiempo, y todos los niños tuvieron que permanecer dentro de casa después de oscurecer o salir en grupos. Pero han pasado casi tres semanas ya sin más ataques, de modo que toda la conmoción va apagándose gradualmente. Tía Judith no puede entender el ataque. El padre de Tyler Smallwood incluso sugirió que el anciano podría habérselo hecho él mismo; aunque me gustaría ver cómo alguien se muerde a sí mismo en la garganta.
Pero con lo que he estado ocupada sobre todo es con el Plan B. Por el momento va bien. He recibido varias cartas y un ramo de rosas rojas de «Jean-Claude» (el tío de Meredith es florista), y todo el mundo parece haber olvidado que me sentí interesada en algún momento por Stefan. Así que mi posición social está segura. Ni siquiera Caroline ha causado problemas.
De hecho, no sé qué hace Caroline estos días, y no me importa. Ya nunca la veo a la hora del almuerzo ni después de clases; parece haberse distanciado por completo de su antiguo grupo.
Sólo hay una cosa que me importa en estos momentos, Stefan.
Ni siquiera Bonnie y Meredith se dan cuenta de lo vital que es para mí, y me da miedo decírselo; me temo que pensarían que estoy loca. En la escuela muestro una máscara de calma y autocontrol, pero interiormente..., bueno, sencillamente, cada día empeora.
Tía Judith ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustada y mi corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro..., y luego él desvió la mirada. Pero desde entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno de los chicos, excepto tal vez con Matt. Matt es el único con el que habla. Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el rumor de que es un agente de estupefacientes está funcionando. Pero es más probable que esté evitando a otras personas que no que ellas le eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una sola vez le he visto en la cantina. Jamás ha invitado a nadie a su habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Bonnie dice: «¿Por qué no quedarte atrapada con él en medio de una tormenta eléctrica, de modo que tengáis que acurrucaros juntos para mantener el calor corporal?». Y Meredith sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy volviendo loca intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no encuentro algo que poder hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».
La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Matt; sabía que se había sentido dolido por el rumor sobre Jean-Claude, pues apenas había hablado con ella desde que se supo la historia. Por lo general se limitaba a saludarla con un veloz movimiento de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un día en un pasillo vacio frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho desvió la mirada.
—Matt... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su intención herirle, y que se sentía fatal en aquellos momentos. Pero no sabía cómo empezar, así que finalmente se limitó a soltar: «¡Lo siento!», y se giró para entrar en el aula.
—Elena —dijo él, y ella dio media vuelta.
Ahora sí la miraba, con los ojos entreteniéndose en sus labios, sus cabellos. Luego meneó la cabeza como para indicar que le había gastado una buena jugarreta.
—¿Existe de verdad ese tipo francés? —inquirió finalmente.
—No —respondió ella al momento y sin vacilación—. Lo inventé —añadió con sencillez— para demostrar a todo el mundo que no estaba disgustada por... —Se interrumpió.
—Por lo de Stefan. Comprendo. —Matt asintió, mostrándose a la vez más sombrío y algo más comprensivo—. Pero no creo que te evite porque tenga algo personal contra ti. Es así con todo el mundo...
—Excepto contigo.
—No. Me habla a veces, pero no sobre nada personal. Nunca dice nada sobre su familia o lo que hace fuera del instituto. Es como... como si hubiera un muro a su alrededor que no puedo atravesar. No creo que jamás deje que nadie atraviese ese muro. Lo que es una condenada idiotez, porque creo que en realidad se siente desdichado.
Elena reflexionó sobre ello, fascinada por una visión de Stefan que no había considerado antes. Él siempre parecía tan controlado, tan calmado e imperturbable... Pero, por otra parte, sabía que ella también causaba esa impresión a otras personas. ¿Sería posible que en el fondo él se sintiera tan confuso e infeliz como ella?
Fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de ardides complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se averian.
—Matt —dijo despacio—, ¿no crees que sería una buena cosa si alguien consiguiera franquear ese muro? ¿Una buena cosa para Stefan, me refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?