—A la mañana siguiente, la necesidad era más fuerte. Era como si mis propias venas estuvieran secas y agrietadas, desesperadas por algo de líquido. Comprendí que no lo podría soportar mucho tiempo.
»Fui a los aposentos de Katherine. Mi intención era pedirle, suplicarle... —Su voz se quebró; hizo una pausa y luego siguió—: Pero Damon ya estaba allí, aguardando fuera de sus habitaciones. Me di cuenta de que él no había resistido a la necesidad. El brillo de su piel y el brío con el que caminaba me lo indicaron. Tenía un aspecto tan satisfecho como el de un gato que se ha comido la nata.
»Pero no había tenido a Katherine. "Llama todo lo que quieras" me dijo, "pero esa fiera de ahí dentro no te dejará entrar. Yo ya lo he probado. ¿Lo intentamos entre tú y yo?"
»No quise responderle. La expresión de su rostro, aquella expresión taimada y ufana, me repelía. Aporreé aquella puerta como para despertar... —Titubeó y luego lanzó otra risa forzada—. Iba a decir "como para despertar a un muerto".
Pero a los muertos no cuesta tanto despertarlos, al fin y al cabo, ¿verdad?
Tras un instante, prosiguió:
—La doncella, Gudren, abrió la puerta. Tenía un rostro que parecía un plato llano blanco y ojos que eran como cristal negro. Le pregunté si podía ver a su señora. Esperaba que me diría que Katherine dormía, pero en su lugar Gudren se limitó a mirarme, luego a Damon, por encima de mi hombro.
»"No se lo quise decir a él" dijo por fin, "pero os lo diré a vos. Mi señora Katerina no está dentro. Salió temprano esta mañana para pasear por los jardines. Dijo que tenía una gran necesidad de pensar."
»Me sorprendió. "¿Temprano esta mañana?", pregunté.
»"Sí", respondió. Nos miró tanto a Damon como a mí sin simpatía. "Mi señora se sentía muy desdichada ayer", dijo con toda intención. "Lloró toda la noche."
«Cuando dijo eso, se apoderó de mí una sensación extraña. No fue simplemente vergüenza y dolor porque Katherine se sintiera tan infeliz. Fue miedo. Olvidé mi hambre y mi debilidad. Incluso olvidé mi enemistad con Damon. Me embargó una gran prisa y una urgencia apremiante. Me volví hacia Damon y le dije que debíamos encontrar a Katherine, y ante mi sorpresa él se limitó a asentir.
»Nos pusimos a registrar los jardines, gritando el nombre de Katherine. Recuerdo exactamente qué aspecto tenía todo aquel día. El sol brillaba sobre los enormes cipreses y los pinos del jardín. Damon y yo avanzamos apresuradamente entre ellos, moviéndonos cada vez más y más de prisa y llamándola. No dejábamos de llamarla…
Elena percibía los temblores del cuerpo de Stefan, que se comunicaban a ella a través de sus dedos que la sujetaban con fuerza. El muchacho respiraba con rapidez pero superficialmente.
—Casi habíamos llegado al final de los jardines cuando recordé un lugar que Katherine adoraba. Se encontraba un poco más allá en el parque y era una pared baja junto a un limonero. Me dirigí allí, gritando su nombre. Pero a medida que me acercaba, dejé de gritar. Sentí... un temor: una premonición terrible. Y supe que no debía... no debía ir...
—¡Stefan! —dijo Elena.
Le estaba haciendo daño, sus dedos se clavaban en los de la muchacha, aplastándolos. Los temblores que corrían por su cuerpo aumentaban, convirtiéndose en estremecimientos.
—¡Stefan, por favor!
Pero no dio señales de haberla oído.
—Fue como... una pesadilla... con todo sucediendo tan despacio. No podía moverme... y sin embargo tenía que hacerlo. Tenía que seguir caminando. Con cada paso el miedo era más fuerte. Podía olerlo. Un olor parecido al de grasa quemada. No debo ir ahí..., no quiero verlo...
Su voz se había tornado aguda y apremiante, la respiración era jadeante. Tenía los ojos muy abiertos y dilatados, igual que un niño aterrorizado. Elena agarró los dedos que la asían como tenazas con la otra mano, envolviéndolos completamente.
—Stefan, todo está bien. No estás allí. Estás aquí conmigo.
—No quiero verlo..., pero no puedo evitarlo. Hay algo blanco. Algo blanco bajo el árbol. ¡No me obligues a mirarlo!
—¡Stefan, Stefan, mírame!
Era incapaz de oírla, y sus palabras surgían en violentos espasmos, como si no pudiera controlarlas, no pudiera sacarlas lo bastante rápido.
—No puedo acercarme más..., pero lo hago. Veo el árbol, la pared. Y eso blanco. Detrás del árbol. Blanco con dorado debajo. Y entonces lo sé, lo sé, y avanzo hacia ello porque es su vestido. El vestido blanco de Katherine. Y doy la vuelta al árbol y lo veo en el suelo y es verdad. Es el vestido de Katherine... —su voz se elevó y quebró en un horror inimaginable—, pero Katherine no está dentro de él.
Elena sintió un escalofrío, como si hubieran sumergido su cuerpo en agua helada. Se le puso la carne de gallina e intentó hablarle, pero no pudo. Él seguía parloteando como si pudiera mantener alejado el terror si no dejaba de hablar.
—Katherine no está ahí, de modo que tal vez todo sea una broma, pero su vestido está en el suelo y está lleno de cenizas. Como las cenizas en la chimenea, igual que ellas, sólo que éstas huelen a carne quemada. Apestan. El olor me provoca náuseas y me marea. Junto a la manga del vestido hay una hoja de pergamino. Y sobre una roca, sobre una roca un poco más allá, hay un anillo. Un anillo con una piedra azul, el anillo de Katherine. El anillo de Katherine... —De improviso, Stefan gritó con una voz terrible—: Katherine, ¿qué has hecho?
Luego cayó de rodillas, soltando por fin los dedos de Elena, para enterrar el rostro entre las manos.
Elena lo sostuvo cuando unos sollozos incontrolables se adueñaron de él, y le sujetó los hombros, apretándole contra su regazo.
—Katherine se quitó el anillo —murmuró Elena, no era una pregunta—. Se expuso al sol.
Los violentos sollozos de Stefan siguieron imparables, mientras ella lo sujetaba contra la larga falda del vestido azul, acariciando sus hombros estremecidos. Murmuró algunas palabras destinadas a consolarle, apartando de sí misma su propio horror. Y finalmente él se tranquilizó y alzó la cabeza. Habló con voz pastosa, pero parecía haber regresado al presente, haber vuelto en sí.
—El pergamino era una nota, para mí y para Damon. Decía que había sido egoísta al querer tenernos a los dos. Decía... que no podía soportar ser causa de rivalidad entre nosotros. Esperaba que una vez que ya no estuviera dejaríamos de odiarnos el uno al otro. Lo hizo para unirnos.
—Stefan —musitó Elena, sintiendo que lágrimas ardientes y solidarias inundaban sus propios ojos—. Stefan, lo siento mucho. Pero ¿no te das cuenta, después de todo este tiempo, que lo que hizo Katherine estuvo mal? Fue egoísta, incluso, y fue su elección. En cierto modo, no tuvo nada que ver contigo ni con Damon.
Stefan sacudió la cabeza como para expulsar la verdad de aquellas palabras.
—Dio su vida... por eso. Nosotros la matamos.
Estaba sentado muy erguido ya. Pero los ojos seguían dilatados, como enormes discos negros y parecía un niño pequeño desconcertado.
—Damon se me acercó por detrás. Tomó la nota y la leyó. Y entonces... creo que se volvió loco. Estábamos locos los dos. Yo había recogido el anillo de Katherine y él intentó arrebatármelo. No debería haberlo hecho. Forcejeamos. Nos dijimos cosas terribles el uno al otro. Cada uno culpó al otro por lo sucedido. No recuerdo cómo regresamos a la casa; pero de repente yo empuñaba mi espada. Peleábamos. Yo quería destruir aquel rostro arrogante para siempre, matarle. Recuerdo a mi padre gritando desde la casa. Peleamos con mayor energía, para acabar el combate antes de que él llegara junto a nosotros.
»Y estábamos muy igualados. Pero Damon siempre había sido más fuerte, y aquel día parecía más veloz también, como si hubiese cambiado más de lo que había cambiado yo. Y así, mientras mi padre seguía gritando desde la ventana, sentí que la hoja de Damon rebasaba mi guardia. Luego sentí cómo penetraba en mi corazón.
Elena le miró horrorizada, pero él siguió sin interrupción.
—Sentí el dolor del acero, sentí cómo penetraba en mi interior, hundiéndose profundamente. Atravesándome de punta a punta, en una violenta estocada. Y entonces las fuerzas me abandonaron y caí. Me quedé tumbado allí sobre el suelo enlosado.
Alzó los ojos hacia Elena y finalizó con sencillez:
—Y así es como... morí.
Elena se quedó allí sentada, paralizada, como si el hielo que había sentido en el pecho a primeras horas de la noche se hubiera vertido al exterior y la hubiese atrapado.
—Damon se acercó, se detuvo a mi lado y se inclinó. Yo oía los gritos lejanos de mi padre y los chillidos de los criados, pero todo lo que podía ver era el rostro de Damon. Aquellos ojos negros que eran como una noche sin luna. Quise hacerle daño por lo que me había hecho. Por todo lo que nos había hecho a mí y a Katherine. —Stefan permaneció callado un momento, y luego dijo, casi como en un sueño—: Y así alcé mi espada y le maté. Con mis últimas fuerzas, le atravesé el corazón a mi hermano.
La tormenta había seguido su camino, y por la ventana rota Elena oía los quedos sonidos de la noche, el chirrido de los grillos, el viento moviéndose entre los árboles. En la habitación de Stefan todo estaba muy silencioso.
—No supe nada más hasta que desperté en mi tumba —dijo Stefan.
Se recostó hacia atrás, apartándose de ella, y cerró los ojos. Tenía el rostro contraído y cansado, pero aquella horrible ensoñación infantil había desaparecido.
—Tanto Damon como yo teníamos en nuestro interior justo la cantidad suficiente de sangre de Katherine como para impedirnos morir de verdad. En lugar de ello, cambiamos. Despertamos juntos en nuestro sepulcro, vestidos con nuestras mejores ropas, colocados sobre losas uno al lado del otro. Estábamos demasiado débiles para seguir haciéndonos daño; la sangre había sido apenas suficiente. Y estábamos aturdidos. Llamé a Damon, pero corrió afuera y se perdió en la noche.
»Por suerte, nos habían enterrado con los anillos que Katherine nos había dado. Y hallé su anillo en mi bolsillo. —Como de un modo inconsciente, Stefan alzó la mano para acariciar el aro de oro—. Supongo que pensaron que me lo había dado.
»Intenté ir a casa, lo que fue una idiotez. Los criados chillaron al verme y corrieron a buscar a un sacerdote. Huí también al único lugar en el que estaba a salvo, a la oscuridad.
»Y ahí es donde he permanecido desde entonces. Es a donde pertenezco, Elena. Maté a Katherine con mi orgullo y mis celos, y maté a Damon con mi odio. Pero hice algo peor que matar a mi hermano. Lo condené.
»De no haber muerto entonces, con la sangre de Katherine tan fuerte en sus venas, habría tenido una oportunidad. Con el tiempo, la sangre se habría debilitado y luego desaparecido. Se habría vuelto a convertir en un humano normal. Al matarle entonces, le condené a vivir en la noche. Le arrebaté su única posibilidad de salvación.
Rió con amargura.
—¿Sabes qué significa el nombre de Salvatore en italiano, Elena? Significa salvación, salvador. Yo me llamo así, y mi nombre de pila lo llevo en recuerdo de San Esteban, el primer mártir cristiano. Y condené a mi hermano al infierno.
—No —replicó Elena, y luego, con voz más enérgica, dijo—, no, Stefan. Él se condenó a sí mismo. Él te mató a ti. Pero ¿qué le sucedió después de eso?
—Durante un tiempo se unió a las Compañías Libres, mercenarios despiadados que se dedicaban a robar y saquear. Vagó por todo el país con ellos, peleando y bebiendo la sangre de sus víctimas.
»Yo vivía fuera de las puertas de la ciudad por entonces, medio muerto de hambre, alimentándome de animales, un animal yo mismo. Durante mucho tiempo no supe nada de Damon. Luego, un día oí su voz en mi mente.
»Era más fuerte que yo, porque bebía sangre humana. Y mataba. Los humanos poseen la esencia vital más poderosa, y su sangre proporciona poder. Y cuando los matan, de algún modo la esencia vital que proporcionan es la más fuerte de todas. Es como si en esos últimos instantes de terror y lucha el alma estuviera más llena de vitalidad que nunca. Como Damon mataba humanos, podía hacer uso de los Poderes más que yo.
—¿Qué... poderes? —inquirió Elena, mientras una idea iba tomando cuerpo en su cabeza.
—Fuerza, como dijiste, y rapidez. Una agudización de los sentidos, en especial de noche. Ésos son los básicos. También podemos... percibir mentes. Podemos detectar su presencia, y en ocasiones la naturaleza de sus pensamientos. Podemos proyectar confusión en mentes más débiles, bien para aplastarlas o para doblegarlas a nuestra voluntad. Existen otros. Con suficiente sangre humana, somos capaces de cambiar de aspecto, de convertirnos en animales. Y cuanto más se mata, más fuertes se vuelven todos los Poderes.
»La voz de Damon en mi mente era muy poderosa. Dijo que ahora era el condottieri de su propia compañía y que regresaba a Florencia. Dijo que si estaba allí cuando llegara, me mataría. Le creí y me marché. Le he visto una o dos veces desde entonces. La amenaza es siempre la misma, y él siempre es más poderoso. Damon ha sacado todo el provecho posible a su naturaleza, y parece regodearse con su lado más oscuro.
»Pero también es mi naturaleza. La misma oscuridad habita en mi interior. Pensé que podría vencerla, pero me equivoqué. Por eso vine aquí, a Fell's Church. Pensé que si me instalaba en una ciudad pequeña, muy lejos de los viejos recuerdos, podría escapar a la oscuridad. Y en lugar de ello, esta noche, maté a un hombre.
—No —dijo Elena con energía—. No creo eso, Stefan.
Su relato la había llenado de horror y piedad... y también miedo. Lo admitía, pero su repugnancia había desaparecido y había una cosa de la que estaba absolutamente segura: Stefan no era un asesino.
—¿Qué sucedió esta noche, Stefan? ¿Discutiste con el señor Tanner?
—No... no lo recuerdo —respondió él, sombrío—. Usé el Poder para persuadirle de que hiciera lo que queríais. Luego me fui. Pero más tarde sentí que el mareo y la debilidad me embargaban. Como ha sucedido ya antes. —Alzó los ojos para mirarla a la cara—. La última vez que sucedió fue en el cementerio, justo al lado de la iglesia, la noche que atacaron a Vickie Bennett.
—Pero tú no lo hiciste. Tú no podrías haber hecho eso... ¿Stefan?
—No lo sé —repuso él con aspereza—. ¿Qué otra explicación hay? Y sí tomé sangre de aquel viejo bajo el puente, la noche que vosotras salisteis huyendo del cementerio. Y habría jurado que no tomé suficiente para hacerle daño, pero estuvo a punto de morir. Y estaba allí cuando atacaron tanto a Vickie como a Tanner.