Desde donde se domine la llanura (8 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Conmovidas por la rabia y las lágrimas de Gillian, todas suspiraron. Sin tiempo que perder le explicaron que todo lo que habían dicho había sido un teatrillo para saber si realmente aún sentía algo por Niall. Y no se equivocaban. Seguía amando a Niall McRae.

Una vez que consiguieron calmarla, se sentó frente a esas mujeres que la adoraban y susurró:

—¡Odio a Niall!

Megan le limpió una lágrima.

—No, no lo odias. Le quieres y no puedes negarlo —susurró. Y Gillian prorrumpió de nuevo en terribles sollozos.

—Mira, tesoro —dijo Shelma, levantándole la barbilla—. Creo que ya va siendo hora de que le perdones por algo que él no pudo remediar. Niall y nuestros esposos son
highlanders
, guerreros que luchan por Escocia y que nunca abandonarían a su rey. ¿Todavía no te has dado cuenta?

—Ya es tarde… Me odia. Lo sé. Lo conozco.

—Vamos a ver, Gillian —murmuró Alana con cariño—. Niall no te odia. A él le pasa como a ti. Intenta olvidarte, pero en su cara se ve que le es imposible. Mi prima le gusta porque es una joven preciosa, pero a ti te adora.

—Pero déjanos decirte —continuó Megan— que le hiciste pagar muy caro su servicio y lealtad a nuestro rey. Él no pudo regresar tras aquella reunión para despedirse de ti, como no lo hicieron Duncan, Lolach ni tu hermano siquiera. Pero la diferencia es que nosotras, y cientos de mujeres en Escocia, recibimos a nuestros esposos con los brazos abiertos, y tú te alejaste de él y anulaste vuestro compromiso. ¿Cómo crees que se sintió él?

—¡Uff! ¿Te lo digo yo? Fatal —asintió Shelma—. Pasó una época terrible. —Pero Diane es una mujer preciosa, y yo veo cómo la mira, y… —susurró Gillian con la voz rota tras un lamentoso gemido.

—Y Niall te quiere a ti —sentenció Alana, tocándole con cariño la cara.

—Por mi hermana no te preocupes, Gillian —murmuró Cris—. Ella no tiene nada que hacer con él, y lo sé de primera mano, créeme.

—Escúchame, Gillian —intervino Megan de inmediato para no dejarla pensar—, conozco a mi cuñado y sé que sólo tiene ojos para ti. Su Gillian…, eres su Gillian. Y aunque no he hablado con él, estoy segura de que está sufriendo cada instante del día viendo cómo se acerca tu enlace con el papanatas de Ruarke. —Al ver que Gillian sonreía, murmuró—:

—Y por mucho que te empeñes en decir que él es un patán barbudo, y que él te reproche que eres una malcriada, sois el uno para el otro. Y como dije hace unos días, él es tu hombre.

Consciente de que no podía seguir luchando contra un imposible, Gillian resopló y, entre gemidos, murmuró:

—Pero… somos tan diferentes que nos terminaríamos matando. Shelma se carcajeó y, mirando a su hermana, dijo:

—Gillian, si Duncan no ha matado a mi hermana, no creo que Niall te mate a ti. Eso las hizo reír, en especial a Megan, que asintió.

—A esos
highlanders
del clan McRae les gustan las mujeres con carácter, cielo —apuntó Megan—. Y por mucho que se empeñen en maldecir y recordar en ocasiones a todos los santos, ¡nos adoran!, y les gusta que les presentemos batalla.

—Vamos a ver, Gillian, el tiempo apremia —dijo Alana—. Tú no deseas casarte con Ruarke, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Me repugna —respondió, limpiándose las lágrimas.

—¡Uf, qué abominación de hombre! —susurró Shelma, horrorizada.

—Ni que lo digas —asintió Cris.

—Pues entonces debes convencer a Niall para que se case contigo antes de que termine el día de hoy, o ya no podrás hacer nada para impedir tu boda —sentenció Megan de un tirón.

Ante aquella locura, Gillian quiso protestar, pero Cris la cortó:

—Una cosa más, Gillian: llama a Niall por su nombre y déjate de tanto formulismo.

A él no le va eso; al revés, lo irrita. Pronuncia su nombre mirándole a los ojos y comprueba por ti misma si lo que te decimos nosotras es verdad o no.

—¡Vaya, Cris…! Compruebo que eres una mujer muy experimentada en hombres —rió Shelma.

—Algo sé… —contestó la joven sonriendo—. Conseguí que el hombre al que amo me mirara y derribé sus defensas, aunque por desgracia aún nos quedan más por derribar.

Pero no era el momento de hablar de Cris, y Megan, mirando a su amiga, repitió:

—Debes conseguir que el burro de Niall se case contigo antes del amanecer, Gillian, ¿has oído bien?

Gillian miró a las otras con ojos asustados y, tapándose la boca con un cojín, chilló. Una vez que acabó su largo y agonizante chillido, se quitó el cojín de la cara y le preguntó a Megan:

—¿Y cómo pretendes que consiga eso? ¿Amordazo a ese salvaje y lo obligo a casarse conmigo?

—Es una opción —asintió Cris, mientras las demás reían y Gillian ponía los ojos en blanco.

Alana se puso en pie.

—Gillian, levántate —le ordenó—. Debes volver a ser la muchacha que él conoció y de la que se enamoró. Por lo tanto, bajemos al salón e intenta por todos los medios que se fije en ti y te siga como te seguía tiempo atrás. —Al ver que todas la miraban, Alana dijo—: Como última opción siempre lo podemos amordazar, o quizá Megan, con algunas de sus hierbas, le pueda atontar.

—¡Alana! —gritaron las mujeres, alegres.

Y sin esperar un momento más, trazaron un plan. Gillian debía casarse aquella noche con Niall, y punto.

Capítulo 9

Gillian se puso el vestido color burdeos que su abuelo le había regalado por su cumpleaños y que, según sus amigas, le hacía resaltar su bonita figura. También se soltó la preciosa y dorada melena. A los hombres les gustaba admirar el largo pelo de las mujeres, y ella sabía que a Niall siempre le había agradado. Tras tomar aire y sintiéndose un manojo de nervios, hizo una entrada triunfal en el salón. Saludó con una encantadora sonrisa a todos los que la felicitaban. Debía deslumbrar.

Con una mueca miró hacia donde estaban sentadas Megan y las demás, y levantando el mentón, se encaminó hacia donde hablaba su hermano Axel con sus amigos.

Sin que pudiera evitarlo, Gillian se fijó en Niall. Se había afeitado. La horrorosa barba que llevaba días atrás había desaparecido y parecía otro. Allí estaba él con sus penetrantes ojos, su cincelada barbilla y sus tentadores labios.

«¡Oh, Dios, qué guapo está!», pensó mientras sentía que las piernas le flojeaban. Su abuelo Magnus, al ver a su preciosa nieta, sonrió.

—¡Felicidades, tesoro mío! —dijo levantando los brazos.

—Gracias, abuelo —contestó con una espectacular sonrisa. Y dando una coqueta vuelta, le preguntó—: «¿Me queda bien tu regalo?» Magnus se carcajeó y asintió, mientras Niall sentía que se le secaba la boca.

Aquella mujer era deliciosa, pero no cambió su tosco gesto ni se movió.

—Estás preciosa —asintió con orgullo el anciano, cuyos ojos se humedecieron—. Cada día te pareces más a mi preciosa Elizabeth. Gillian lo abrazó y lo besó. Habían pasado años desde la muerte de su abuela, pero su abuelo no la olvidaba.

Volviéndose hacia su hermano, que la miraba junto al resto de los hombres, se levantó el cabello coquetamente con las manos y dejó su fino cuello al descubierto.

—Axel, gracias por los pendientes. ¡Son magníficos! Con una cariñosa sonrisa su hermano la besó.

—Me alegro de que te gusten; los eligió Alana.

—Eso me ha comentado —asintió ella con una sonrisa encantadora. Y mirando al resto de los hombres, preguntó—:

—¿Creéis que me quedan bien? Los
highlanders
, desconcertados por aquella pregunta, asintieron. Niall, no obstante, apenas pudo moverse, pues se había quedado como tonto mirando el suave y seductor cuello que Gillian exponía gloriosa ante él.

Llevándose las manos a un pequeño colgante de nácar que reposaba sobre sus turgentes senos, miró a Lolach y, al ver que éste sonreía, señaló:

—Muchas gracias por este precioso detalle, Lolach. Shelma me lo ha dado antes de bajar y quería agradecértelo a ti también. Es precioso.

—Me alegra saber que te ha gustado. Shelma me volvió loco hasta que encontró algo para ti.

—¡Uf!, me lo imagino. —Y tras una graciosa mueca que le hizo sonreír, murmuró.

—Es horroroso ir de compras con ella. No conozco a nadie que dude más a la hora de comprar algo, ¿verdad?

Lolach, complacido, asintió. Gillian conocía bien a su mujer.

—¿Os parece bonito el colgante? —preguntó mirando a Niall y al abuelo de éste. Marlob se sentía entusiasmado con la espontaneidad de aquella jovencita.

—Realmente, muchacha, como dice mi gran amigo Magnus, estás preciosa.

—¿Qué tal se encuentra hoy de su rodilla? —le preguntó Gillian al anciano.

—Ando fastidiado y no creo que pueda estar mucho tiempo de pie —respondió, tocándose la pierna.

—Abuelo —murmuró Duncan—, creo que lo mejor es que te quedes en Dunstaffnage hasta que estés mejor. El camino de regreso hasta Eilean Donan no te beneficiará nada y…

—Por supuesto que se quedará conmigo —cortó con seguridad Magnus—. Dos viejos amigos siempre tienen algo de que hablar, ¿verdad, Marlob?

El anciano asintió, y Gillian, impaciente por continuar lo que se había propuesto hacer, con una deslumbrante sonrisa miró al joven que, incómodo, estaba junto a Marlob.

—Niall, ¿te gusta el colgante? —le preguntó.

Sin que pudiera evitarlo, el hombre se fijó en el colgante que descansaba en aquel escote tan provocador y, acalorado, bebió un buen trago de cerveza antes de asentir.

Contenta por el aturdimiento que percibió en Niall, se volvió hacia Duncan, que la observaba con curiosidad, y se acercó a él.

—¿Puedes oler mi perfume, Duncan?

Gillian se puso de puntillas y, haciéndole una graciosa señal, lo obligó a aproximarse a ella. Al agacharse, Duncan miró a su mujer y al ver que su expresión era de regocijo, intuyó que tramaban algo.

—Hueles muy bien, Gillian —dijo, separándose de ella—. Me alegra saber que Megan acertó en la elección.

Sin perder tiempo se acercó a su hermano, luego a Lolach y los ancianos, y por último, a Niall. Y recordando lo que Cris le había aconsejado, preguntó:

—¿Qué te parece mi perfume…, Niall?

A éste le extrañó que Gillian le llamara por su nombre, incluso se asustó al verla de puntillas ante él; por ello, dio un paso atrás y, ante la risueña mirada de su abuelo, dijo sin cambiar su gesto duro:

—Oléis muy bien, milady.

Gillian, ignorando el paso que Niall había dado, volvió a acercarse a él y, poniéndose de puntillas, le miró a los ojos y aleteó las pestañas.

—¿Crees que este perfume es bueno para mí? —le preguntó. Niall, casi sin respiración, la volvió a mirar. Gillian estaba preciosa y tenerla tan cerca era una tentación y una tortura. Desde que días atrás había luchado con ella en el campo, su mente sólo pensaba en besarla hasta que los labios le dolieran. Pero cuando creía que le iba a ser imposible continuar manteniendo aquella dura mirada, vio entrar a la hermosa aunque tediosa Diane en el salón. ¡Su salvación!

—Disculpadme, milady, pero ha llegado la persona que espero con ansia —dijo con rapidez para desconcierto de Gillian. Y se marchó dejándola a ella y a los demás boquiabiertos.

Con su galantería, su magnífico porte y una espectacular sonrisa, Niall llegó hasta Diane, que estaba preciosa con aquel vestido color caldera y su adorable cabello recogido en la coronilla. Tomándola del brazo, la llevó hasta el otro lado del gran salón, y sentándose en unos taburetes, comenzaron a hablar. Aquello gustó a Diane, que no se lo esperaba, y sonriendo miró a Gillian y se sintió ganadora.

Gillian resopló y, con disimulo, se despidió de los hombres y se marchó hasta donde estaban las mujeres. Una vez allí, sentándose con un mohín en la boca, las miró a todas.

—¡Se acabó! —dijo—. No pienso ir tras él cuando él va tras Diane como un perrillo. No hay nada que hacer.

Megan, que se había sorprendido, observó a su cuñado. Parecía concentrado en la conversación, pero algo en su mirada le hizo dudar. En ese momento, entró el tonto de Ruarke, junto con su padre, en el salón, y acercándose hasta el grupo de hombres comenzó a hablar.

—No lo entiendo —protestó Alana—. Juraría que Niall siente algo por ti, pero viéndole cómo ha corrido hacia mi prima…, no sé.

—Yo sí lo sé —aclaró Cris—. Lo está haciendo para darle celos a Gillian, ¿no lo veis?

—¡Maldito cabezón! —gruñó Shelma, y Megan asintió.

—¡Oh, Dios!, creo que me duele el estómago —susurró Gillian al ver a Ruarke.

—Es verlo, y me entran náuseas.

Shelma y Megan se miraron, comprendiéndola. Ruarke era delicado, cobarde, rechoncho y con cara de roedor, mientras Niall era fuerza, sensualidad, inteligencia y belleza.

—Tranquila, algo se nos ocurrirá —susurró Megan, acariciándole el cabello.

—No me casaré con él. ¡Me niego! —sentenció Gillian—. Antes me quito la vida, o me cargo a esa rata la noche de bodas.

Todas la miraron con incredulidad, y Megan le tiró del pelo.

—Seré yo quien te quite la vida si vuelves a repetir una tontería de ésas, ¿me has oído, Gillian?

La joven, sin demasiada convicción, se encogió de hombros, pero no respondió. —Vamos a ver, Alana —dijo Shelma—, tu prima es una muchacha muy guapa, pero no es mujer para Niall. Es demasiado delicada, boba y… De pronto, Shelma se calló al caer en la cuenta de que Cris era su hermana, pero ésta, rápidamente y con una magnífica sonrisa, aclaró: —No os preocupéis. Diane es mi hermanastra, y ella me quiere a mí tanto como yo a ella. Y sí…, es delicada, boba, sosa y todo lo que queráis decir. Megan miró a su marido, y cuando vio que a éste se le arrugaban las comisuras de los labios, supo que había descubierto el juego, pero no pensaba darse por vencida. Y tras levantar el mentón y dedicarle una siniestra sonrisa, dijo mirando a Gillian:

—Gillian, sé que Niall te adora y lo demostrará.

—¡Oh, sí! No lo dudo —respondió la joven mientras veía a Niall, tan guapo, riendo por algo que la delicada de Diane le contaba. En ese momento, se abrieron los portones del salón y aparecieron el joven Zac y un grupo de hombres que directamente fueron a saludar a Axel, Duncan y Lolach. Megan reconoció a uno en particular y sonrió. Y tras cruzar una mirada divertida con Duncan, que frunció el cejo, se volvió hacia las mujeres y dijo:

—Gillian, creo que acaba de llegar la solución que necesitabas. Todas la miraron y sonrieron cuando vieron al valeroso y atractivo Kieran O’Hara. Megan y Shelma se guiñaron mutuamente un ojo. Kieran era un excelente seductor y un maravilloso amigo, y con seguridad, les echaría una mano. Aquel
highlander
era uno de los más deseados por las mujeres, aunque ninguna había conseguido llegar hasta su corazón. Su cabello era rubio, casi cobrizo, y su sonrisa y sus ojos azules como un lago en primavera causaban estragos entre las féminas.

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