Dentro de WikiLeaks (12 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

BOOK: Dentro de WikiLeaks
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Simulé estar muy sorprendido: «¡No puede ser!».

Realicé a conciencia las comprobaciones pertinentes y les recordé que en el pasado ya había indicado los problemas de seguridad de las impresoras de red en varias ocasiones.

«¿No es posible identificar al remitente del correo?»

«Desgraciadamente no —respondí lamentándome—. Tengo además mucho trabajo pendiente, lo siento.»

Me despedí amablemente y volví a dedicarme al proyecto ruso.

Algunos de mis colegas en Alemania desarrollaron muy pronto un auténtico odio hacia el autor del correo. Tenían miedo de que alguien pudiera acusarles de ser los redactores del mensaje y de la posibilidad de perder realmente su trabajo. Sobre todo estaban muertos de miedo aquellos que en otras circunstancias no dejaban pasar la menor oportunidad de echar pestes de la gerencia.

Observé divertido cómo la gerencia había recurrido incluso a la policía, y los procedimientos chapuceros de sus agentes. Estos hicieron un gran despliegue para sellar la sala y tomar huellas dactilares de impresoras y fotocopiadoras. Desmontaron los dispositivos de memoria de todos los aparatos cercanos y los enviaron al forense. Por supuesto, no consiguieron descubrir nada.

A principios de 2009 tuve claro que dejaría el trabajo, puesto que era difícil que figurara entre los despedidos. Al ofrecer mi renuncia voluntaria, y dado que era joven y soltero, la empresa no pudo rechazar mi oferta. Conseguí el sueldo de un año como compensación y renuncié a mi cargo el 31 de enero de 2009. Lo primero que hice con el dinero fue comprar seis portátiles nuevos y un par de teléfonos para WikiLeaks.

En un primer momento mis padres no pudieron entender por qué había dimitido: desde su punto de vista, renunciar a un trabajo seguro y a la pensión de jubilación sonaba un poco arriesgado. Sin embargo, me apoyaron en todo momento. Sobre todo mi madre, que sabía desde hacía mucho tiempo de mi intención de hacer algo con una finalidad social, y era consciente de que cualquier intento por su parte de hacerme cambiar de opinión, únicamente tendría como resultado justo lo contrario.

Di por supuesto que en el plazo de un año conseguiríamos sacar adelante el proyecto, de forma que pudiéramos cobrar un modesto sueldo. Por eso, el paso que había dado no me pareció tan descabellado. Tenía la sensación de haber tomado la decisión correcta.

La lucha contra la censura en Internet

En el año 2008 empezamos a publicar las listas de filtros de varios sistemas, utilizadas en todo el mundo para bloquear el acceso a páginas web concretas.

La primera lista nos llegó desde Tailandia. En este caso, se trataba de un evidente abuso del poder político: el régimen empleaba el filtro sobre todo para vetar las críticas a la casa real. Asimismo, quedaban prohibidas las páginas de contenido pornográfico.

Muy pronto llegaron listas de filtros de países democráticos, tales como Noruega, Finlandia, Dinamarca, Italia y Australia. En dichos países, los filtros debían utilizarse supuestamente para poner freno a la difusión de la pornografía infantil. Algunos de estos sistemas están ideados para su aplicación voluntaria, es decir, los padres pueden instalarlos en sus ordenadores y en los de sus hijos. Con toda seguridad, se trata de un buen enfoque. Sin embargo, estos filtros pueden convertirse en una sospechosa medida de censura cuando los legisladores pretenden obligar a todos los usuarios de Internet a instalarlos.

El argumento esgrimido por sus partidarios afirmaba que solo de este modo sería posible luchar de manera efectiva contra la pornografía infantil en la red. Pero se trata de un argumento engañoso, que posteriormente sería rebatido de muchas maneras.

Nuestras filtraciones pusieron de relieve que incluso las mejores listas de censura no incluían ni siquiera un tercio de los sitios identificados como peligrosos. Algunas listas presentaban hasta un noventa por ciento de errores. Entre ellas destacaba la lista finlandesa: un porcentaje mínimo de las páginas identificadas incluían en realidad contenidos de pornografía infantil. Esta información desencadenó un amplio movimiento político de protesta.

Los sistemas no solo eran pésimos, sino que podían ser manipulados fácilmente con fines políticos, y no solo en dictaduras y regímenes tiránicos tales como China o Tailandia. En Finlandia la censura afectó a Matti Nikki, conocido autor de un
blog
. Tras publicar la lista prohibida finlandesa, su propia dirección IP pasó a formar parte de la misma.

Las listas australianas habían incluido la página web de un dentista y páginas web de antiabortistas, así como de minorías homosexuales y religiosas.

Publicamos la lista australiana en plena campaña electoral. En Australia, el gobierno pretendía, al igual que en Alemania, instaurar los filtros de la red de forma obligatoria para todos los usuarios. El gobierno negó que la lista publicada fuera el mismo documento en el que se basaba su proyecto de ley. Curiosamente, muy pronto recibimos una nueva lista, muy parecida a la anterior, aunque mejorada por sus responsables en los puntos más criticados por la opinión pública.

A finales de abril de 2009, la entonces ministra de Familia alemana, Ursula von der Leyen, presentó un primer proyecto de ley para restringir el acceso en la red. Ya los servicios de investigación del Bundestag manifestaron en su momento tener dudas sobre su constitucionalidad. Pienso que, aunque no hubiéramos sacado el tema a la luz, el proyecto habría sido rechazado de todos modos.

Pero en aquella época no era el nombre WikiLeaks el que atraía la atención de los medios. Era necesaria una persona que enfocara el tema como un asunto personal. Tuvimos la gran suerte de que esa persona fuera Franziska Heine.

La joven berlinesa supo del asunto a través de un
blog
, y de inmediato hizo una petición
on-line
—para impedir la implementación de la Ley— que se convertiría en la de mayor éxito de la República Federal de Alemania. Como consecuencia, Franziska pasó a ser famosa en muy pocos días, por lo menos en los círculos que profundizaron en la cuestión de la censura desde una perspectiva política y periodística. Los principales periódicos y programas de televisión querían entrevistarla. Cuando estaba con ella, su teléfono sonaba constantemente, y aprovechaba la hora de comer para atender a la prensa.

Conocí a Franziska por correo electrónico. Tras haber hecho pública al mundo su petición, escribí un correo para preguntarle si le interesaría unirse a nosotros. Cuando respondió parecía entusiasmada, y al final de su correo decía: «Deberíamos vernos».

Un par de días más tarde me encontraba en un tren rumbo a Berlín. Franziska es una persona muy abierta. Ya en nuestro primer encuentro paseamos durante horas por las orillas del Spree mientras hablábamos. Tiene una mirada amable y adormilada, un tanto pícara, y da gusto charlar con ella. En aquel momento, lo que más hubiera deseado era no tener que cargar con la pesada bolsa de bandolera, en la que llevaba mis dos portátiles y los móviles, que por motivos de seguridad me había acostumbrado a no dejar en casa sin vigilancia.

Después la acompañé a un bar situado a la orilla del río, el Club de los Visionarios. Nos sentamos en la pasarela sobre el canal Flutgraben, escuchamos música electrónica y observamos el agua. Más tarde se unirían a nosotros otros
bloggeros
y ciberactivistas. A Franziska le fascinaba aquel tema como mínimo tanto como a mí.

No sé si le gustaba el revuelo que se había formado en torno a ella. Conseguía llegar a todo, además de realizar su trabajo a jornada completa como gestora de proyectos en una empresa de telecomunicaciones, lo cual a buen seguro era agotador. En mi opinión, era la que mejor podía desempeñar aquel papel, porque no se la conocía como ciberactivista, y tampoco tenía ambiciones políticas, ni pretendía aprovechar lo sucedido en beneficio de su propia carrera. Franziska no era una experta en el ámbito de la tecnología, así que me pidió que la acompañase en sus apariciones ante la prensa. Lo hice con gusto, no solo como apuntador y enciclopedia técnica ambulante, sino también porque de ese modo podría entrar en contacto con los dirigentes políticos.

En 2009, Franziska y yo pegamos juntos los carteles que anunciaban la gran manifestación contra el control «Libertad en lugar de miedo», en Berlín, y volvimos a encontrarnos en la multitudinaria conferencia de los
hacker
s
(Hacking at Random, HAR) en los Países Bajos. Ahora hemos perdido un poco el contacto. Creo que anhelaba volver a dedicarse a su profesión y sobre todo a su vida privada. En aquel momento ya había mucha gente interesada en cuestiones relativas a la censura, pero resultaba muy difícil que trabajaran en equipo. Algunos se habían involucrado en el asunto mucho antes, y a veces se comportaban como si tuvieran la exclusividad. En las conversaciones, con frecuencia ya no se hablaba del tema sino solamente de los nombres que figuraban en los papeles.

Franziska recibió una invitación a un debate con la entonces ministra de Familia, Ursula von der Leyen. Los moderadores serían el periodista de
Zeit Online
, Kai Biermann, y el redactor de Zeit, Heinrich Wefing. Franziska me pidió que la acompañara, y a pesar de que ambos periodistas aceptaron mi presencia, insistieron en que todas mis respuestas serían atribuidas a Franziska.

Aunque recibí un trato correcto —me ofrecieron una silla y una taza de café— no dejé de tener la sensación de estorbo. Cuando Franziska hablaba, ambos asentían con la cabeza amablemente. Querían saber cómo había llegado a plantear semejante petición. Cuando intentaba aclarar un detalle técnico, la respuesta era casi siempre: «Demasiados detalles, demasiada tecnología».

Me preguntaba cómo era posible entender todo el asunto, cuando ni siquiera estaban preparados para profundizar en los detalles técnicos. Pero a los periodistas les interesaba más la trayectoria personal de Franziska.

En general no me preocupo de revisar las entrevistas antes de ser publicadas. E incluso comenté a Wefing que esa actitud de desconfianza me parecía un cáncer para el periodismo en Alemania, declaración por la que otros periodistas me hubieran abrazado espontáneamente. Wefing me explicó que por el contrario se trataba de una virtud de corrección alemana, y que nadie ofrecía entrevistas a los periodistas sin haber pactado previamente esta cuestión.

Con posterioridad nos dimos cuenta de que en realidad habíamos cometido un error al conceder sin más ni más aquella entrevista a zeit. Tuvimos una buena impresión de la copia que se nos presentó, pero el mismo texto fue enviado enseguida a nuestros adversarios. Y el portavoz de prensa de Ursula von der Leyen no pudo reprimir la tentación de hacer sus propios retoques. El resultado final que vimos publicado en el periódico manipuló el debate en perjuicio nuestro, lo cual nos molestó considerablemente.

Poco después celebramos un segundo encuentro con la ministra. El despacho de Ursula von der Leyen se encuentra en un edificio de hormigón gris en la Alexanderplatz.

La sala de reuniones, situada en el último piso, tenía aproximadamente las dimensiones de la mitad de un aula escolar y estaba provista de varias mesas con sillas a su alrededor. Allí nos esperaban unas cuantas personas más, aparte de la ministra: Annette Niederfranke, la directora general del ministerio y del Departamento 6: ayuda a la infancia y la juventud, con una de sus ayudantes, así como el portavoz de prensa Jens Flosdorff, que ya conocíamos de nuestra entrevista con Zeit. Pero había además otro asistente a la reunión, con el que no contábamos: Lisa*, metro veinte de estatura, una niña de unos ocho años.

Tomamos asiento en uno de los extremos del círculo de mesas, frente a la niña morena de cabellos rizados, que hacía garabatos con ceras sobre hojas en blanco, más o menos absorta en su tarea.

Lisa* era la hija de la ayudante de Annette Niederfranke y su padre había salido en viaje de negocios, por lo que la niña había tenido que quedarse con su madre después de la escuela. Y puesto que ninguna otra persona en todo el ministerio podía ocuparse de ella, la niña debía asistir a nuestras conversaciones sobre pornografía infantil.

«No es ningún problema, ¿verdad?», dijo Ursula von der Leyen sonriendo, como si hubiéramos puesto algún inconveniente. Lisa* era una niña tranquila y se limitaba a pintar coloridos y simpáticos dibujos. Y ahora que ya estaba allí, no debíamos utilizar la palabra que empezaba con «p» bajo ningún concepto. No debíamos decir aquella «palabra horrible», dijo la ministra, y por si no había quedado claro repitió: «esa horrible, espantosa palabra», con una expresión desconsolada en su rostro. «Todos sabemos muy bien de qué estamos hablando.» Volvió a hacer un significativo gesto con la cabeza a todos los asistentes. La entrevista podía comenzar.

La reunión duró dos horas, durante las cuales Ursula von der Leyen habló consecuentemente de la palabra que empezaba con «p», mientras la joven ayudante de la directora del departamento, la madre de Lisa*, utilizaba sin reparos las palabras «pornografía infantil». Loriot (un famoso cómico alemán) no hubiera podido poner mejor en escena semejante parodia. Finalmente, la reunión se dio por terminada porque era muy tarde y Lisa* tenía que ir a dormir.

«Gracias por su asistencia, ¿necesitan que les acompañemos a la salida?»

El tono de la conversación fue en todo momento tranquilo y sereno. Ursula von der Leyen demostraba con cada palabra y cada gesto su amabilidad y buena disposición. Tampoco queríamos asustar a la pequeña Lisa*, de forma que nadie pudo poner los puntos sobre las íes y decir: «Lo siento, pero esa basura que tenéis entre manos no tendrá ningún éxito en la lucha contra la pedofilia».

Sea cual fuera aquella estrategia, nos sentimos moralmente extorsionados. Más tarde lamentaríamos no habernos negado a asistir a aquella reunión. Pero al menos pudimos comprender un poco mejor cuál era la motivación de Ursula von der Leyen. Nos explicó lo mal que se sentía cuando en conferencias internacionales se le preguntaba por qué Alemania no actuaba con la suficiente dureza contra la pornografía infantil.

Ese era su argumento. Bien. Pero yo tenía la impresión de que quería hacer algo para demostrar que realmente estaba haciendo algo. De qué se trataba exactamente, sin embargo, parecía pasar a un segundo plano.

No obstante, la oposición a la ley del bloqueo en la red fue una de las acciones políticas de mayor éxito durante mi época en WikiLeaks, y puso de manifiesto la posibilidad de generar una gran presión política en muy poco tiempo. Contábamos con los hechos, Franziska era la activista y cuatro semanas después nos reuníamos con la ministra competente, Ursula von der Leyen.

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