Definitivamente Muerta (36 page)

Read Definitivamente Muerta Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Definitivamente Muerta
6.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

Eric, que casi estaba teniendo los mismos problemas que yo con Sandra, usaba gran parte del espacio disponible. Exasperado con la licántropo, adoptó una solución sencilla: retorció el puño que había interceptado y la hizo gritar. Y así la calló e hizo que dejara de forcejear.

—Eso no es justo —dije, luchando contra una oleada de agotamiento y dolor.

—Todo vale —dijo tranquilamente.

No me gustó cómo sonaba aquello.

—¿De qué estás hablando? —pregunté. Meneó la cabeza. Volví a intentarlo—. ¿Dónde está Quinn?

—El tigre se ha encargado de los dos secuestradores —respondió Eric, con una desagradable sonrisa—. ¿Te gustaría ir a ver?

—No especialmente —dije, y volví a cerrar los ojos—. Están muertos, ¿verdad?

—Estoy seguro de que desearían estarlo —dijo Eric—. ¿Qué le has hecho al hombrecillo del suelo?

—No me creerías aunque te lo contase —añadí.

—Inténtalo.

—Le he dado tal susto que se ha tirado el café encima. Luego le he disparado con una pistola paralizante que encontré en la furgoneta.

—Oh. —Hizo una especie de sonido respiratorio, y abrí los ojos para ver que Eric se reía entre dientes.

—¿Y los Pelt? —pregunté.

—Rasul se encarga de ellos —dijo Eric—. Parece que tienes otro fan.

—Oh, es por la sangre de hada —expresé, irritada—. Ya sabes, no es justo. A los tíos humanos no les gusto. Me sé de un par de centenares que no saldrían conmigo aunque fuese con una camioneta Chevy de serie. Pero como a los sobrenaturales les atrae tanto la sangre de hada, me acusan de ser un imán para los tíos. ¡Qué mal!

—Tienes sangre de hada —dijo Eric, como si se le hubiera encendido su propia bombilla—. Eso explica muchas cosas.

Aquello hirió mis sentimientos.

—Oh, no, claro, cómo iba a gustarte sin más... —dije, cansada y dolorida más allá de toda coherencia—. Oh, no, Dios, tenía que haber una razón. Y, claro, no va a ser mi arrolladora personalidad, ¡oh, no! Va a resultar que es mi sangre, porque es especial. Yo no, porque no lo soy...

Y habría seguido así, si Quinn no hubiese intervenido:

—A mí las hadas me importan un comino. —El poco espacio que quedaba en la cocina quedó en mero recuerdo.

Me puse de pie como pude.

—¿Estás bien? —pregunté con voz temblorosa.

—Sí —dijo con el más profundo de sus murmullos. Volvía a ser plenamente humano, y estaba como Dios lo había traído al mundo. Me habría lanzado a sus brazos, pero me avergonzaba hacerlo tal como iba, delante de Eric.

—Dejé tu ropa en el bosque —dije—. Iré a por ella.

—Puedo hacerlo yo.

—No. Sé donde está, y ya no me puedo mojar más. —Además, no soy tan sofisticada como para sentirme cómoda en una habitación con un tío desnudo, otro inconsciente, una tipa horrible y otro que había sido mi amante.

—Que te jodan, zorra. —Me dijo la encantadora Sandra y volvió a agitarse, mientras Eric le dejaba claro que las palabras le resbalaban.

—Enseguida vuelvo —susurré, y volví a salir bajo la lluvia.

Oh, claro, seguía lloviendo.

Seguía dándole vueltas a lo de la sangre de hada cuando divisé el montón empapado de la ropa de Quinn. Me hubiese resultado muy sencillo dejarme llevar por la depresión pensando en que la única razón por la que había gustado jamás a nadie era por mi sangre de hada. Luego también estaba el extraño vampiro que había recibido la orden de seducirme... Estaba segura de que la sangre de hada no había sido más que una bonificación... No, no, no. No pensaba seguir por ahí.

Pensando con lógica, la sangre formaba tanta parte de mí como el color de mis ojos o la densidad de mi pelo. De nada le habían servido los genes de medio hada a mi abuela, suponiendo que la herencia me viniera de ella y no de mis otros abuelos. Se había casado con un humano que no la trató de forma diferente que si su sangre hubiese sido simple y llanamente humana del tipo A. Y había muerto a manos de un humano que no tenía la menor idea de cómo era su sangre, más allá del color. Siguiendo el mismo razonamiento, la sangre de hada no había supuesto diferencia alguna para mi padre. Nunca en la vida se encontró con un solo vampiro interesado en él por su sangre, y si fue así, lo mantuvo muy en secreto. No parecía muy probable. Y su sangre no le salvó de la súbita inundación que se llevó por delante la furgoneta de mis padres desde el puente. Si la sangre me hubiese venido por parte de mi madre, bueno, ella también murió en la furgoneta. Y Linda, la hermana de mi madre, murió de cáncer en la mitad de su cuarentena, por mucha herencia que tuviese.

Tampoco pensaba que esa maravillosa sangre de hada me hubiese influido a mí tampoco. Puede que unos cuantos vampiros se hubieran mostrado algo más interesados y amistosos conmigo de lo que hubieran sido en otro caso, pero tampoco podía decir que hubiera supuesto una ventaja.

De hecho, mucha gente diría que la atención vampírica había sido un gran factor negativo en mi vida. Puede que yo fuese una de ellos. Sobre todo, habida cuenta de que me encontraba bajo una lluvia bestial sosteniendo la ropa mojada de otra persona preguntándome qué demonios hacer con ella.

Tras completar el círculo, me arrastré de vuelta a la casa. Se escuchaban muchos quejidos lastimeros procedentes del jardín delantero: probablemente se trataba de Clete y George. Debí haberme pasado a mirar, pero no tenía energía suficiente para hacerlo.

De vuelta a la diminuta cocina, el hombrecillo moreno empezaba a moverse, abriendo y cerrando los ojos con una mueca dibujada en los labios. Llevaba las manos atadas a la espalda. Sandra estaba atada con cinta aislante, lo cual me animó bastante. Parecía toda una expresión de justicia poética. Incluso tenía una perfecta mordaza del mismo material en la boca, lo cual supuse que era obra de Eric. Quinn había encontrado una toalla para trabarla por la cintura, y eso le confería un aspecto de lo más... pijo.

—Gracias, pequeña —me dijo, y tomó sus ropas y empezó a retorcerlas para quitarles el exceso de agua. Yo no paraba de gotear sobre el suelo—. Me pregunto si habrá un secador por ahí. —Abrí una puerta, que daba a una especie de despensa/almacén con estantes en una pared, mientras que en la otra había un calentador de agua y una lavadora secadora.

—Dame eso —dije, y Quinn se acercó con su ropa.

—Tú también deberías meter ahí la tuya, pequeña —dijo, y me di cuenta de que sonaba tan cansado como yo me sentía. Transformarse tantas veces sin la ayuda de la luna llena, en tan escaso espacio de tiempo, debió de costarle un mundo.

—¿Puedes encontrarme una toalla? —pregunté mientras me sacaba los pantalones empapados con gran esfuerzo. Sin la menor sombra de chiste, fue a ver qué encontraba. Regresó con algo de ropa, que di por sentado que procedía del dormitorio del hombrecillo: una camiseta, unos shorts y unos calcetines—. Es lo mejor que he podido encontrar.

—Es más de lo que esperaba —agradecí. Tras usar la toalla y ponerme la ropa seca y limpia, casi lloré de agradecimiento. Abracé a Quinn y luego fui a ver qué haríamos con nuestros rehenes.

Los Pelt estaban sentados en el suelo del salón, con las manos bien atadas, vigilados de cerca por Rasul. Barbara y Gordon parecían tan inofensivos cuando vinieron al Merlotte's para verme en el despacho de Sam. Ya no era así. Ira y malicia asomaban en sus caras de barrio residencial.

Eric trajo también a Sandra y la arrojó junto a sus padres. Se quedó delante de una puerta, mientras Quinn hacía lo propio en otra (que, en un vistazo, supe que daba a un pequeño y oscuro dormitorio). Rasul, pistola en mano, relajó un poco su vigilancia al notarse asistido con tamaños refuerzos.

—¿Dónde está el hombrecillo? —preguntó—. Sookie, me alegro de verla en buena forma, aunque el conjunto desmerece su habitual atractivo.

Los shorts me quedaban grandes, igual que la camiseta, y los calcetines blancos no hacían sino rematar el atuendo.

—Tú sí que sabes hacer sentir bien a una chica, Rasul —dije, esbozando si acaso media sonrisa. Me senté en la silla de espalda recta y le hice una pregunta a Barbara Pelt.

—¿Qué ibais a hacer conmigo?

—Torturarte hasta que nos dijeras la verdad, y Sandra estaba encantada —respondió—. Nuestra familia no se quedaría tranquila hasta saber la verdad. Y la verdad la conoces tú. De eso estoy segura.

Estaba preocupada. Bueno, más que eso. Como no sabía qué decirle en ese momento, miré a Eric y a Rasul.

—¿Los dos solos?

—El día que dos vampiros no puedan con un puñado de licántropos, me volveré humano de nuevo —dijo Rasul con una expresión tan esnob que me sentí tentada de reírme, pero tenía toda la razón (si bien les había ayudado un tigre). Quinn estaba apoyado en la puerta con aspecto pintoresco, aunque en ese momento su gran extensión de suave piel no me interesaba en absoluto.

—Eric —dije—, ¿qué debería hacer?

Creo que nunca le he pedido un consejo a Eric. Se sorprendió, pero el secreto no era sólo mío.

Al cabo de un momento, asintió.

—Os diré lo que le pasó a Debbie. —Me dirigí a los Pelt. No pedí a Rasul o a Quinn que salieran del salón. Pensaba deshacerme de eso ahí mismo, tanto del peso de la culpa, como de la presión que ejercía Eric sobre mí.

Había pensado en esa tarde tantas veces, que las palabras me salieron solas. No lloré, pues ya vertí todas mis lágrimas meses atrás, a solas.

Cuando terminé de contar la historia, los Pelt se me quedaron mirando, y yo les devolví la mirada.

—Eso suena creíble en nuestra Debbie —dijo Barbara Pelt—. Parece cierto.

—Sí que tenía una pistola —admitió Gordon Pelt—. Se la regalé en Navidad hace dos años. —Los dos cambiantes se miraron.

—Ella era... precipitada —añadió Barbara al cabo de un momento. Se volvió hacia Sandra—. ¿Recuerdas cuando tuvimos que ir a los tribunales cuando aún estaba en el instituto, porque le puso pegamento ultrafuerte al cepillo de esa animadora? ¿La que salía con su ex novio? Es muy típico de Debbie, ¿no?

Sandra asintió, pero la mordaza no le permitió decir nada. Las lágrimas recorrían sus mejillas.

—¿Sigues sin recordar dónde la dejaste? —le preguntó Gordon a Eric.

—Os lo diría si así fuera —dijo Eric, aunque su tono implicaba que tampoco era algo que le quitara el sueño.

—Vosotros contratasteis a los críos que nos atacaron en Shreveport —dijo Quinn.

—Fue Sandra —admitió Gordon—. No supimos nada hasta que Sandra los mordió. Ella les prometió... —Agitó la cabeza—. Ella los envió a Shreveport para encargarse del trabajo, pero iban a volver a casa a buscar su recompensa. Nuestra manada de Jackson los habría matado. En Misisipi no se permiten licántropos convertidos. Los hubieran matado en cuanto les hubieran visto el pelo. Ellos habrían delatado a Sandra como quien los mordió. La manada la habría repudiado. Barbara entiende algo de brujería, pero nada que hubiera servido para sellar sus bocas. Contratamos a un licántropo de otro estado para buscarlos en cuanto lo supimos. No pudo detenerlos, ni impedir su arresto, así que debió de hacerse arrestar también para resolver el problema desde dentro. —Nos miró y agitó la cabeza con sequedad—. Sobornó a Cal Myers para que lo pusieran en la misma celda que a ellos. Por supuesto, castigamos a Sandra por ello.

—Oh, claro, ¿le quitasteis el móvil durante una semana? —Si sonaba sarcástica, creo que tenía derecho a ello. A pesar de mostrarse cooperantes, los Pelt eran bastante horribles—. Nos hirieron a ambos —dije, haciendo un gesto de cabeza hacia Quinn—, y esos dos chicos ahora están muertos. Por culpa de Sandra.

—Es nuestra hija —dijo Barbara—. Y estaba convencida de que estaba vengando a su hermana asesinada.

—Y entonces contratasteis a todos los licántropos que estaban en la segunda furgoneta y a los dos que hay en el jardín. ¿Van a morir, Quinn?

—Si los Pelt no los llevan a un médico de licántropos, es posible que sí. Lo que es seguro es que no pueden ir a ningún hospital humano.

Las garras de Quinn habrían dejado unas marcas inconfundibles.

—¿Lo haréis? —pregunté, escéptica—. ¿Llevaréis a Clete y a George a un médico de licántropos?

Los Pelt intercambiaron miradas y se encogieron de hombros.

—Pensamos que nos ibais a matar —admitió Gordon—. ¿Vais a dejar que nos vayamos libres? ¿Con qué condiciones?

Nunca había conocido a nadie como los Pelt, y cada vez resultaba más evidente de dónde había sacado Debbie su encantadora personalidad, fuese adoptada o no.

—Con la condición de que no vuelva a oír hablar de esto nunca más —dije—. Ni yo, ni Eric.

Quinn y Rasul habían estado escuchando en silencio.

—Sookie es amiga de la manada de Shreveport —dijo Quinn—. Están enfadados porque fue atacada en su propia ciudad, y ahora sabemos que vosotros estáis detrás del ataque.

—Habíamos oído que no era del agrado del nuevo líder de la manada. —La voz de Barbara albergaba un rastro de desprecio. Volvía a aflorar su verdadera personalidad, ya que el temor a la muerte había desaparecido. Me caían mejor cuando estaban asustados.

—Puede que no sea líder por mucho tiempo —amenazó Quinn con voz queda—. Y aunque permanezca en el cargo, no puede rescindir la protección de la manada, ya que le fue concedida por su antecesor. El honor de la manada quedaría mancillado.

—Acudiremos a la manada de Shreveport —dijo Gordon, cansado.

—¿Enviasteis a Tanya a Bon Temps? —pregunté.

Barbara parecía orgullosa de sí misma.

—Sí, yo la envié. ¿Sabías que nuestra Debbie era adoptada? Era una mujer zorro.

Asentí. Eric parecía curioso; creo que no llegó a conocer a Tanya.

—Tanya es miembro de la familia natural de Debbie, y quiso hacer algo para ayudar. Pensó que si iba a Bon Temps y empezaba a trabajar para ti, quizá se te escapase algo. Dijo que eras demasiado suspicaz como para tragarte su oferta de amistad. Supongo que podría quedarse en Bon Temps. Entiendo que descubrir que el propietario del bar es tan atractivo es un plus.

En cierto modo era gratificante descubrir que Tanya era tan digna de desconfianza como pensé en un primer momento. Me pregunté si tendría el derecho a contarle toda la historia a Sam, a modo de advertencia. Tendría que darle vueltas más tarde.

—¿Y el propietario de esta casa? —Podía oír cómo gemía lastimeramente desde la cocina.

—Es un antiguo compañero del instituto de Debbie —dijo Gordon—. Le pedimos que nos prestara la casa para la tarde. Y le pagamos. No hablará cuando nos marchemos.

Other books

The Best Man by Ella Ardent
The Closer by Donn Cortez
Nightmare Child by Ed Gorman
The Eagle's Covenant by Michael Parker
By Starlight by Dorothy Garlock
Double Lucky by Jackie Collins
The Light Who Shines by Lilo Abernathy