Read Definitivamente Muerta Online
Authors: Charlaine Harris
Traté de separar las toallas, pero se habían secado en una masa semisólida. Exasperada, tiré de uno de los bordes de toalla que sobresalían y, con algo de resistencia, las costras endurecidas cedieron, y la toalla azul del centro se extendió ante mis ojos.
—Oh, mierda —dije en voz alta en medio del silencioso apartamento—. Oh, no.
El fluido que se había fundido de las toallas era sangre.
—Oh, Hadley, pero ¿qué has hecho?
El hedor era horrible hasta la náusea. Me senté a la pequeña mesa de cocina. Pegotes de sangre reseca habían aterrizado en el suelo y se me habían adherido a los brazos. No podía leer los pensamientos de una toalla, por el amor de Dios. Mi don no me sería de ninguna utilidad en esa circunstancia. Necesitaba... a una bruja. Como aquella a la que había reprobado y echado. Sí, justo como ésa.
Pero primero tenía que comprobar todo el apartamento para ver si contenía más sorpresas.
Y tanto que las había.
El cuerpo estaba en el armario grande del pasillo. No olía a nada, si bien el cadáver, de un hombre joven, probablemente llevara allí desde la muerte de mi prima. ¿Y si ese joven hubiera sido un demonio? Aunque no se parecía en nada a Diantha, Gladiola o al propio señor Cataliades. Si las toallas habían empezado a oler, entonces... Oh, vaya, a lo mejor sencillamente había tenido suerte. Aquello era algo cuya respuesta tendría que buscar, y sospechaba que la hallaría en el piso de abajo.
Llamé a la puerta de Amelia. La abrió inmediatamente y, por encima de su hombro, pude ver que su apartamento, aun dispuesto exactamente como el de Hadley, estaba repleto de colores suaves y energía. Le gustaban el amarillo, el crema, el coral y el verde. Su mobiliario era moderno y muy acolchado, y sus partes de madera estaban pulidas hasta la saciedad. Como sospechaba, el apartamento de Amelia estaba impoluto.
—¿Sí? —preguntó con un tono algo sometido.
—Vale —dije, como si le entregara una rama de olivo—. Tengo un problema, y sospecho que tú también.
—¿Por qué me dices eso? —preguntó. Su expresión abierta se cerró, como si al mantenerse inexpresiva fuera a impedir que entrase en su mente.
—Lanzaste un conjuro para dejar el apartamento estático, ¿no es así? Lo hiciste para mantener las cosas como estaban. ¿Antes lo habías asegurado contra intrusos?
—Sí —dijo con cautela—. Ya te lo he dicho.
—¿Nadie ha entrado en él desde la noche que murió Hadley?
—No puedo poner la mano sobre el fuego, siempre es posible que una bruja o brujo muy bueno pudiera romper el conjuro —dijo—. Pero, hasta donde yo sé, nadie ha puesto el pie en ese apartamento.
—¿Entonces no sabes que sellaste un cadáver dentro?
No sé qué reacción esperaba realmente, pero Amelia se mostró bastante fría al respecto.
—Vale —dijo con tranquilidad. Quizá tragó algo de saliva—. Vale, ¿quién es? —Sus pestañas se agitaron rápidamente unas cuantas veces.
Quizá no era tan fría como quería aparentar.
—No lo sé —dije con cuidado—. Tendrás que venir a verlo.
Mientras subíamos las escaleras, continué:
—Lo mataron dentro, y limpiaron la sangre con toallas. Estaban en la cesta de la ropa sucia. —Le hablé del estado de las toallas.
—Holly Cleary me ha dicho que le salvaste la vida a su hijo —dijo Amelia.
Aquello hizo que me diera la vuelta. También me hizo sentir torpe.
—La policía lo habría encontrado —dije—. Simplemente aceleré el proceso.
—El médico le dijo a Holly que si no hubiera llevado al crío al hospital cuando lo hizo, puede que no hubieran podido detener a tiempo la hemorragia cerebral —explicó Amelia.
—Es una buena noticia —dije, muy incómoda—. ¿Cómo está Cody?
—Bien —dijo la bruja—. Se pondrá bien.
—Pero, mientras, tenemos un problema aquí —le recordé.
—Bien, veamos ese cadáver. —Amelia se esforzó por mantener su voz equilibrada.
Me empezaba a caer bien esa bruja.
La llevé hasta el armario. Había dejado la puerta abierta. Se metió sin hacer un solo ruido. Volvió a salir con una tez ligeramente verde en su brillante piel y se inclinó contra la pared.
—Es un licántropo —dijo al cabo de un momento. El conjuro que había lanzado sobre el apartamento lo había mantenido todo fresco. La sangre ya había empezado a oler un poco antes de lanzarlo, y cuando yo entré en el apartamento, el conjuro quedó roto. Ahora, las toallas apestaban a podrido. El cuerpo aún no había empezado a oler, lo cual me sorprendió un poco, pero supuse que empezaría en cualquier momento. Era seguro que el cuerpo se descompondría rápidamente, ahora que había sido liberado de la magia de Amelia, y ella se esforzaba por no recalcar lo bien que había funcionado.
—¿Lo conoces?
—Sí —admitió—. La comunidad sobrenatural, incluso en Nueva Orleans, no es tan grande. Es Jake Purifoy. Se encargó de la seguridad en la boda de la reina.
Tuve que sentarme. Salí del armario ropero y me deslicé por la pared hasta que me senté con la espalda apoyada en ella, encarando a Amelia. Ella hizo lo mismo en la pared opuesta. No sabía por dónde empezar a preguntar.
—¿Te refieres a cuando se casó con el rey de Arkansas? —Recordé lo que Felicia me había dicho, y la foto que vi en el álbum de Al Cumberland. ¿Sería la reina la que llevaba el elaborado tocado? Cuando Quinn mencionó los preparativos de una boda en Nueva Orleans, ¿se referiría a ésta?
—Según Hadley, la reina es bisexual —me dijo Amelia—. Y sí, se casó con el tipo. Ahora son aliados.
—No pueden tener descendencia —dije. Sabía que era algo obvio, pero no acababa de pillar lo de la alianza.
—No, pero a menos que alguien les clave una estaca, vivirán para siempre, por lo que la herencia no es un asunto tan importante —comentó Amelia—. Suele llevar meses, incluso años, elaborar las condiciones para una boda como ésa. El contrato puede ser larguísimo. Y luego ambos tienen que firmarlo. Es una gran ceremonia que tiene lugar justo antes de la boda. No tienen por qué pasarse la vida juntos, ya sabes, pero al menos deben hacerse un par de visitas al año. Visitas conyugales.
Por muy fascinante que resultase, no era momento de pensar en ello.
—Entonces el tipo del armario formaba parte del equipo de seguridad —¿Trabajaría para Quinn? ¿No dijo Quinn que uno de sus empleados había desaparecido en Nueva Orleans?
—Sí. Obviamente no me invitaron a la boda, pero ayudé a Hadley con su vestido. Vino a recogerla.
—Jake Purifoy vino a recoger a Hadley para ir a la boda.
—Eso es. Vino hecho un pincel esa noche.
—La noche de la boda.
—Sí, la noche anterior a que muriese Hadley.
—¿Viste cómo se marchaban?
—No, yo sólo... No. Oí el coche. Miré por la ventana y vi que se acercaba Jake. Ya lo conocía de antes, por pura casualidad. Una amiga mía salía con él. Volví a mis cosas, creo que estaba viendo la tele. Y al cabo de un rato oí que el coche se alejaba.
—Así que cabe la posibilidad de que no se fuese.
Me miró con ojos bien abiertos.
—Es posible —dijo al fin, y sonó como si tuviese la boca seca.
—Hadley estaba sola cuando vino a buscarla..., ¿verdad?
—Cuando la dejé en su apartamento, estaba sola.
—Sólo he venido —dije, mirándome los pies— a limpiar el apartamento de mi prima. Tampoco es que me cayese muy bien. Y ahora me encuentro con un muerto a cuestas. La última vez que me deshice de un cadáver —proseguí— tenía a alguien fuerte para ayudarme, y lo envolvimos en una cortina de ducha.
—¿En serio? —dijo Amelia con un hilo de voz. No parecía alegrarse demasiado de que compartiese esa información con ella.
—Sí—asentí—. No lo matamos nosotros. Sólo tuvimos que deshacernos del cuerpo. Pensábamos que nos culparían de la muerte, y estoy segura de que así habría sido. —Seguí mirando el esmalte de uñas de mi dedo gordo. No estuvo mal en su momento, un bonito rosa claro, pero ya iba necesitando un nuevo repaso o quitármelo del todo. Dejé de intentar pensar en otras cosas y reanudé mis sombrías disquisiciones acerca del cuerpo. Estaba en el armario ropero, extendido en el suelo, bajo la estantería más baja. Lo habían tapado con una manta. Jake Purifoy había sido un hombre guapo, sospeché. Tenía el pelo marrón oscuro y era de complexión muscular fuerte. Tenía mucho vello corporal. A pesar de ir vestido para una boda formal, y que Amelia dijo que iba muy guapo, ahora estaba desnudo. Una pregunta sin importancia: ¿dónde estaba su ropa?
—Podríamos llamar a la reina —dijo Amelia—. Después de todo, el cuerpo está aquí. O Hadley lo mató, o lo escondió. No pudo morir la noche que Hadley se reunió con Waldo en el cementerio.
«¿Por qué no?», tuve un repentino y funesto pensamiento.
—¿Tienes un teléfono móvil? —pregunté mientras me ponía en pie. Amelia asintió—. Llama a la sede de la reina, diles que envíen a alguien ahora mismo.
—¿Qué? —saltó, con mirada confusa, incluso mientras pulsaba los números del teléfono.
Mirando al armario, vi que los dedos del cadáver se crispaban.
—Se está levantando —dije en voz baja.
Apenas le llevó un segundo entenderlo.
—¡Soy Amelia Broadway, de Chloe Street! Enviad a un vampiro antiguo aquí ahora mismo —gritó al aparato—. ¡Se está despertando un vampiro neonato! —Ya estaba de pie y corría hacia la puerta.
No llegamos a tiempo.
Jake Purifoy salió detrás de nosotras, y estaba hambriento.
Como Amelia iba detrás de mí (le llevaba una ventaja de una cabeza), se lanzó para agarrarla del tobillo. Ella trastabilló y cayó al suelo. Me giré para ayudarla. No me lo pensé, pues, de hacerlo, habría seguido corriendo hacia la puerta. Los dedos del vampiro neonato se aferraban al tobillo desnudo de Amelia, y tiraba de él sobre el suelo de suaves láminas de madera. Ella se arrastraba como podía sirviéndose de las manos, tratando de encontrar algo que se interpusiera entre ella y la boca del vampiro, que ya estaba muy abierta, con los colmillos extendidos en su máxima longitud, ¡oh, Dios! Le cogí de las muñecas y empecé a tirar. No había conocido a Jake Purifoy en vida, así que no sabía cómo era. Y ya no quedaba ningún rastro de humanidad en su cara, nada a lo que pudiera recurrir.
—¡Jake! —grité—. ¡Jake Purifoy! ¡Despierta! —Por supuesto, eso no sirvió para nada. Jake se había transformado en algo que no era una pesadilla, sino una macabra y permanente rareza, y no había forma de sacarle de ella. Era lo que era. No paraba de emitir una serie de sonidos de famélica ansiedad, lo más frenético que había escuchado jamás, y luego hundió sus colmillos en la pantorrilla de Amelia. Ella lanzó un alarido.
Era como si un tiburón la hubiese atrapado entre sus mandíbulas. Si tiraba un poco más de ella, podría llevarse el trozo de carne que tenía entre los dientes. Empezó a succionar la sangre de la herida, y yo le di una patada en la cabeza con el talón, maldiciéndome por no llevar zapatos puestos. Puse todas mis fuerzas en ello, pero no afectó al nuevo vampiro en lo más mínimo. Emitió un sonido de protesta, pero siguió succionando, mientras la bruja se estremecía entre el dolor y la conmoción. Había un candelabro en una mesa, detrás de uno de los sillones de dos plazas, un largo candelabro de cristal que parecía muy pesado. Quité la vela, lo cogí con ambas manos y lo descargué con todas mis fuerzas sobre la cabeza de Jake Purifoy. La sangre empezó a manar de la herida de forma muy perezosa; así es como sangran los vampiros. El candelabro se partió con el golpe, y me quedé con las manos vacías ante un vampiro furioso. Alzó su ensangrentada cara para taladrarme con la mirada, y espero no volver a ser objeto de una mirada así en lo que me queda de vida. Su expresión esgrimía la ciega furia de un perro enloquecido.
Pero soltó la pierna de Amelia, y empezó a apartarse como podía. Era evidente que estaba malherida, y sus movimientos eran lentos, pero hizo el esfuerzo. Las lágrimas anegaban sus mejillas y respiraba agitadamente, rompiendo brutalmente el silencio de la noche. Oí una sirena acercarse, y rogué por que se dirigiera al apartamento. Aunque sería demasiado tarde. El vampiro se abalanzó desde el suelo para derribarme, y no me dio tiempo para pensar en nada.
Me mordió en el brazo y creí que los colmillos penetrarían el hueso. Si no hubiese alzado los brazos, el mordisco hubiera acabado en mi cuello y habría sido fatal. Puede que el brazo hubiese sido preferible, pero el dolor era tan intenso que estuve al borde del desmayo, y más me valía no perder la consciencia. El cuerpo de Jake Purifoy caía sobre el mío y sus manos apretaban mi brazo libre contra el suelo. Sus piernas hacían lo propio con las mías. Otra forma de hambre se despertaba en el nuevo vampiro, y pude sentir la prueba presionándome el muslo. Soltó una mano para tratar de agarrarme los pantalones.
Oh, no..., era una situación desesperada. Iba a morir en los siguientes minutos en Nueva Orleans, en el apartamento de mi prima, lejos de mi casa y mis amigos.
El nuevo vampiro tenía la cara y las manos llenas de sangre.
Amelia se arrastró como pudo hacia nosotros, dejando un rastro de sangre tras de sí. Debió de haber salido corriendo, ya que no podía salvarme. Ya no quedaban candelabros. Pero Amelia tenía otra arma, y extendió una mano temblorosa para tocar al vampiro.
—
¡Utinam hic sanguis in ignem commutet
! —gritó.
El vampiro se echó hacia atrás, gritando y arañándose la cara, que, de repente, se vio cubierta de pequeñas llamas azules.
Y la policía entró por la puerta.
También eran vampiros.
Por un interesante instante, los agentes pensaron que nosotras habíamos atacado a Jake Purifoy. Amelia y yo, llorando y sangrando, estábamos arrinconadas junto a una pared. Pero, mientras tanto, el conjuro que Amelia había lanzado sobre el nuevo vampiro perdió su eficacia y éste se abalanzó sobre el policía más cercano, que resultó ser una mujer negra de espalda erguida y una nariz de puente alto. La agente sacó su porra y la empleó sin la menor de las contemplaciones contra los dientes del vampiro neonato. Su compañero, un hombre muy bajo con la piel del color del caramelo, se sacó la botella de TrueBlood que llevaba en el cinturón como si fuese otra herramienta. Arrancó el tapón de un mordisco y metió el cuello en la boca abierta de Jake Purifoy. De repente se hizo el silencio, mientras el neonato tragaba el contenido de la botella. Nosotras dos permanecimos jadeando y llorando.