De cómo un rey perdió Francia (11 page)

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Authors: Maurice Druon

Tags: #Novela, Histórico

BOOK: De cómo un rey perdió Francia
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En el futuro, el Imperio es asunto que concierne a siete electores alemanes que reunirán sus Estados... es decir, que convertirán en norma perpetua su perfecta anarquía. Sin embargo, nada se ha decidido en relación a Italia, y nadie sabe a ciencia cierta quién ejercerá el poder ni cómo. Lo más grave de esta bula, y lo que Inocencio no vio, es que separa lo temporal de lo espiritual y consagra la independencia de las naciones respecto del papado. Es el fin, la destrucción del principio de la monarquía universal ejercida por el sucesor de san Pedro en nombre del Señor Todopoderoso. Dios queda limitado al cielo y los hombres hacen lo que quieren sobre la tierra. Afírmase que esto es el «espíritu moderno», y todos se vanaglorian de ello. Por mi parte, y os ruego que me perdonéis, sobrino, yo digo que esto es tener mierda en los ojos.

No hay espíritu antiguo ni espíritu moderno. Hay espíritu a secas, y a éste se contrapone la tontería. ¿Qué hizo nuestro Papa? ¿Tronó, fulminó, excomulgó? Envió al emperador una misiva muy dulce y amistosa, colmada de bendiciones... ¡Oh! No, no; yo no la redacté. Pero yo soy quien tiene que acudir a la dieta de Metz para oír la lectura solemne de esta bula que niega el poder supremo de la Santa Sede, y que sólo puede traer a Europa dificultades, desórdenes y sufrimiento.

Este sapo gigantesco me veo obligado a tragar, y además poniendo buena cara, pues ahora que Alemania se ha alejado de nosotros, más que nunca debemos tratar de salvar Francia, pues de lo contrario nada quedará en poder de Dios. Sí, el porvenir podrá maldecir este año de 1355. Y aún no hemos acabado de cosechar sus frutos venenosos.

¿Y qué hacía entretanto el navarro? Pues bien, estaba en Navarra, encantado de recibir noticias de los embrollos y las complicaciones que él mismo había provocado, y que se sumaban a las que tenían que ver con los asuntos imperiales.

En primer lugar, esperaba el regreso de su Friquet de Fricamps, que había viajado a Inglaterra con el duque de Lancaster y que volvía con el chambelán del propio duque, portador de las opiniones del rey Eduardo acerca del proyecto de tratado esbozado en Aviñón. Y el chambelán regresaba a Londres, acompañado ahora por Colin Doublel, escudero de Carlos el Malo, y otro de los asesinos de Carlos de España, que iba a presentar las observaciones de su amo.

Carlos de Navarra es exactamente lo contrario del rey Juan. Es más hábil que un notario para discutir cada artículo, cada punto y cada coma de un acuerdo. Y para recordar esto y prever aquello. Y para apoyarse en esta costumbre que hace ley, tratando siempre de reducir un poco sus obligaciones y aumentar las de la otra parte. Y mientras esperaba cocer su pan en el fuego de los ingleses, se permitía el gusto de vigilar el que había puesto a cocer en el horno de Francia.

Era el momento de que el rey Juan se mostrase conciliador. Pero este hombre elige siempre el momento menos oportuno para actuar.

Haciéndose el bravucón, reúne tropas y se arroja sobre un ausente; invade Caen y ordena ocupar todos los castillos normandos de su yerno, con la única excepción de Evreux. Una hermosa campaña, que a falta de enemigos fue sobre todo una campaña de festines y desagradó mucho a los normandos, que veían cómo los arqueros reales saqueaban las barricas de salazón y los depósitos de provisiones.

Entretanto, el navarro reunía tranquilamente sus tropas de Navarra, mientras su cuñado, el conde de Foix, Febo (otro día os hablaré de él, no es un señor sin importancia), se dedicaba a asolar el condado de Armagnac para molestar al rey de Francia.

Después de esperar la llegada del verano, para hacerse a la mar con menos riesgo, nuestro joven Carlos desembarca en Cherburgo un hermoso día de agosto, acompañado por dos mil hombres.

Y Juan II recibe desconcertado la noticia de que, al mismo tiempo, el príncipe de Gales, que desde abril era príncipe de Aquitania y teniente del rey de Inglaterra en Guyena, llega a toda vela a Burdeos después de embarcar en sus naves a cinco mil hombres de guerra. De todos modos, tuvo que esperar vientos propicios. Podemos decir que el rey Juan estaba en un bonito aprieto. En Aviñón, veíamos prepararse ese hermoso movimiento cruzado sobre el mar para aferrar a Francia entre los dos brazos de la tenaza. Y se anunciaba incluso la inminente llegada del propio rey Eduardo, que habría estado ya en Jersey si la tempestad no lo hubiese obligado a retornar a Portsmouth. Puede decirse que el año pasado sólo el viento salvó a Francia.

Como no podía luchar en tres frentes, el rey Juan decidió no defender ninguno. Fue otra vez a Caen, pero ahora para tratar. Llevó consigo a sus dos primos de Borbón, Pedro y Jacques, así como a Roberto de Lorris, que como ya os dije gozaba de nuevo del favor real. Pero Carlos de Navarra no acudió. Envió a los señores de Lor y de Couillarville, dos hombres de su corte, para negociar. El rey Juan no tuvo más remedio que volverse por donde había venido, y dejar a los dos Borbones, a quienes ordenó únicamente que se apresurasen a concertar un acuerdo.

El acuerdo se cerró en Valognes, el diez de septiembre. Gracias al mismo, Carlos de Navarra recuperaba todo lo acordado en el tratado de Mantes, y un poco más. Y dos semanas después, en el Louvre, una nueva reconciliación solemne entre suegro y el yerno, por supuesto en presencia de las reinas viudas, Juana y Blanca («Señor primo, he aquí a nuestro sobrino y hermano, en cuyo favor os rogamos que por amor a nosotras...»). Y se abrazan y se besan en las mejillas aunque tienen ganas de morderse, y se cruzan juramentos de perdón y fiel amistad...

¡Ah!, olvido una cosa que no tiene poca importancia. Para escoltar al rey de Navarra, Juan II había enviado a su hijo, el delfín Carlos, a quien antes había designado teniente general en Normandía. Desde Vaudreuil sur l'Eure, donde descansaron cuatro días, hasta París, los dos cuñados marcharon juntos. Era la primera vez que se veían tantos días seguidos, cabalgando, pensando, charlando, cenando y durmiendo uno al lado del otro. Mi señor el delfín es todo lo contrario del navarro, tan alto como el otro es bajo, tan lento como vivaz el otro, tan silencioso como charlatán el otro. Asimismo, seis años menor y nada precoz. Por otra parte, el delfín padece una enfermedad que se asemeja bastante a una invalidez; la mano derecha se le hincha y adquiere un tinte violáceo. Apenas puede levantar un peso más o menos considerable o sujetar con firmeza un objeto. No puede blandir una espada. Su padre y su madre lo engendraron demasiado pronto, y precisamente cuando ambos estaban enfermos; el fruto de la unión padece las consecuencias.

Pero de todo esto no debe extraerse la conclusión, como se apresuran a hacer algunos y en primer lugar el propio rey Juan, de que el delfín es un tonto que será un mal rey. Estudié cuidadosamente su cielo (veintiuno de enero de 1338). El Sol está todavía en Capricornio, poco antes de entrar en Sagitario... Los nativos de Capricornio triunfan tardíamente, pero lo consiguen si poseen las necesarias luces espirituales. Las plantas invernales se desarrollan lentamente... Estoy dispuesto a apostar por este príncipe más que por muchos otros que parecen mejores. Si se impone a los graves peligros que lo amenazan estos años... ya afrontó algunos; pero le espera el peor... entonces, sabrá afirmarse en el gobierno. Pero es inevitable reconocer que su apariencia no lo favorece...

Ah, como vemos el viento ahora sopla en ráfagas. Archambaud, os ruego que aflojéis los cordeles de seda que sostienen las cortinas. Más vale continuar charlando en la penumbra que mojarse. Y además, se atenuará un poco ese floc-floc de los caballos, que acaba por aturdir. Y esta noche decid a Brunet que cubra mi litera con las telas enceradas que deberá desplegar bajo los lienzos teñidos. Sé que los caballos tendrán que hacer un esfuerzo un poco mayor. Los cambiaremos con más frecuencia...

Sí, os decía que imagino muy bien de qué modo mi señor de Navarra, durante el viaje de Vaudreuil a París... Vaudreuil es una de las más bellas regiones de Normandía; el rey Juan quiso convertirla en una de sus residencias. Parece que la obra que él ordenó edificar es maravillosa; yo no la he visto, pero sé que el tesoro tuvo que desembolsar grandes sumas; hay imágenes pintadas de oro sobre los muros... Imagino de qué modo mi señor Carlos de Navarra, con toda su facundia y su desenvoltura para formular promesas de amistad, se esforzó por seducir a Carlos de Francia. La juventud adopta fácilmente modelos. Y para el delfín, ese hombre seis años mayor, ese compañero tan amable, que ya había viajado y visto tanto, que ya había hecho tanto, y que le relataba muchos secretos y lo entretenía burlándose de los miembros de la corte:

«Vuestro padre, señor, seguramente os ha ofrecido una falsa imagen de mi persona... Seamos aliados, seamos amigos, seamos realmente los hermanos que en efecto somos.» El delfín, satisfecho al verse tan apreciado por un pariente que ya había hecho bastante camino en la vida, que ya reinaba y que era tan agradable, se dejó conquistar fácilmente.

Esta aproximación no careció de influencia sobre lo que siguió, y contribuyó mucho a los tropiezos y a las disputas que habrían de sobrevenir.

Pero ya oigo la escolta que se reagrupa para desfilar. Apartad un poco esa cortina... Sí, veo las afueras. Entramos en Châteauroux. No habrá mucha gente que acuda a recibirnos. Es necesario ser un cristiano convencido o un curioso empedernido para empaparse con esta lluvia sólo por ver pasar la litera de un cardenal.

XI.- Se divide el reino

Siempre se dijo que estos caminos de Berry son malos. Pero veo que la guerra no ha contribuido a mejorarlos... ¡Eh! ¡Brunet, La Rue! Por Dios, ordenad que aminoren la marcha. Sé muy bien que todos tienen prisa por llegar a Bourges, pero no es motivo para molerme en este cajón como si fuese pimienta. ¡Deteneos, deteneos del todo! Y que la cabeza del cortejo interrumpa la marcha. Bien... No, no es culpa de mis caballos. La culpa es vuestra, porque marcháis a un trote tal que parece que os hayan puesto estopa en llamas bajo las posaderas... Ahora, reanudemos la marcha, y os lo ruego, tratad de hacerlo al paso que corresponde a un cardenal. De lo contrario, os obligaré a tapar los baches del camino que seguimos.

¡Estos perversos demonios están dispuestos a romperme los huesos para acostarse una hora antes! De todos modos, la lluvia cesó... Mirad, Archambaud, otra aldea quemada. Los ingleses vinieron a batirse hasta las afueras de Bourges, y prendieron fuego a las casas; incluso enviaron un grupo que se presentó bajo los muros de Nevers.

Mirad, no guardo rencor a los arqueros galos, a los escuderos irlandeses y a la restante chusma utilizada en esta tarea por el príncipe de Gales. Son miserables a quienes se les ofrece el espejismo de la fortuna. Son pobres e ignorantes, y se los maltrata duramente. Para ellos, la guerra es el saqueo, el placer y la destrucción. Cuando se aproximan, ven huir a los habitantes de las aldeas, con sus niños en brazos, aullando: «¡Los ingleses, los ingleses, sálvese quien pueda!» ¡A estos villanos les agrada intimidar a otros villanos! Se creen muy fuertes.

Comen aves y cerdo todos los días; perforan todas las barricas para apagar la sed, y lo que no pudieron beber o comer lo destruyen antes de partir. Después de elegir los caballos que necesitan para su remonta, degüellan todo lo que relincha o bala en los caminos y los establos. Y al fin, repletos de comida y alcohol, y con las manos ennegrecidas, riendo, arrojan antorchas sobre los molinos, las granjas y todo lo que puede arder. Ah, qué alegría, verdad, para este ejército de patanes y asaltantes obedecer tales órdenes. Son como niños desobedientes a quienes se invita a desobedecer.

Y tampoco guardo rencor a los caballeros ingleses. Después de todo, no están en su país; se les ha convocado para hacer la guerra. Y el Príncipe Negro les da el ejemplo del saqueo, y ordena que le lleven los más hermosos objetos de oro, marfil y plata, las telas más suntuosas, para cargar sus carretas o premiar a sus capitanes. La grandeza de este hombre consiste en despojar a los inocentes para regalar a sus amigos.

En cambio, deseo que perezcan cruelmente y soporten las llamas del fuego eterno (sí, sí, pese a que soy buen cristiano) deseo que ésa sea la suerte de los caballeros gascones, aquitanios, poitevinos, e incluso de algunos de nuestros pequeños nobles de Périgord, que prefieren obedecer al duque inglés antes que a su rey francés, y que por el placer de la rapiña o por malvado orgullo, o por celos de vecindad, o porque tienen el corazón perverso se dedican a asolar su propio país. No, cuando pienso en ellos ruego a Dios que no los perdone jamás.

La única disculpa que pueden aducir es la tontería del rey Juan, que nunca les demostró que era hombre capaz de defenderlos pues siempre desplegó demasiado tarde sus estandartes y los envió estúpidamente hacia el sitio donde no estaba el enemigo. Sí, es un escándalo que Dios haya permitido el nacimiento de un príncipe tan decepcionante.

Entonces, ¿por qué aceptó el tratado de Valognes, el asunto que os explicaba ayer, y por qué intercambió con su yerno de Navarra otro beso de judas? Porque temía el ejército del príncipe Eduardo de Inglaterra, que navegaba hacia Burdeos. Pero en ese caso la recta razón habría exigido que, habiéndose liberado del apremio en Normandía, corriese inmediatamente a Aquitania. No es necesario ser cardenal para llegar a esta conclusión. Sin embargo, no fue así. Nuestro lamentable y frívolo rey, que imparte órdenes grandiosas para realizar pequeñas cosas, permite que el príncipe de Gales desembarque en la Gironda y entre triunfante en Burdeos. Gracias a los informes de los espías y los viajeros, se entera de que el príncipe reúne tropas, y que las engrosa con todos esos gascones y poitevinos de los cuales os decía hace un rato que me parecían despreciables. Así, todos los indicios le demuestran que se prepara una peligrosa expedición. Otro hombre habría atacado como un águila para defender su reino y a sus súbditos. Pero este modelo de la caballería no mueve un dedo.

Es cierto que pasaba por aprietos financieros durante ese fin de septiembre del año pasado, y que su situación era un poco más grave que de costumbre. Y precisamente mientras el príncipe Eduardo equipaba a sus tropas, por su parte el príncipe Juan anunciaba que se veía obligado a retrasar seis meses el pago de sus deudas y los sueldos de sus oficiales.

A menudo vemos que cuando un rey está escaso de fondos lanza a sus hombres a la guerra. «¡Triunfad y podréis enriqueceros! Conquistad el botín, obtened rescates...» El rey Juan prefirió permitir que lo empobreciesen todavía más, porque toleró que los ingleses arruinasen el mediodía del reino.

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