DARTH VADER El señor oscuro (17 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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El oído aumentado de Vader podía captar el sonido de las gruesas gotas arrastradas por el viento hasta golpear las elegantes torres y el tejado plano del Templo, en fantasmal contrapunto al sonido de sus tacones golpeando el suelo adamantino reverberando en los pasillos desiertos y oscuros. Sidious lo había enviado al Templo con una misión: buscar en los archivos ciertos holocrones Sith que se rumoreaba fueron llevados al Templo siglos antes.

Pero Vader sabía la verdad.

Sidious quiere restregarme en mi rostro enmascarado la masacre que yo mismo dirigí
.

Aunque soldados y androides habían retirado los cadáveres y lavado la mayor parte de la sangre, el ataque por sorpresa seguía reflejado en las marcas de quemaduras en paredes y techo. Había columnas derribadas, tapices que colgaban hechos harapos, habitaciones que apestaban a carnicería.

Pero también existía una clase de evidencia menos tangible.

El Templo estaba lleno a rebosar de fantasmas.

Lo que podía ser el viento silbando por pasillos agujereados en los que nunca antes había penetrado parecía el clamor funerario de espíritus esperando a ser vengados. Lo que podía ser el eco de las pisadas de los soldados del comandante Appo asemejaba el batir de distantes tambores de guerra. Lo que podía ser humo de fuegos que debieron de apagarse semanas antes parecían espectros retorciéndose en su tormento.

El Emperador Palpatine aún no había anunciado sus planes para ese triste cascarón. Podía ser arrasado y convertido en su palacio, algo que a Vader le parecía una broma cruel, o podía dejarse tal como estaba, para ser un mausoleo a la vista de todo Coruscant, un recordatorio de lo que le pasaría a todo el que se granjeara el desagrado de Palpatine.

La mayoría de los recuerdos de Anakin que aún tenía Vader se debilitaban día a día, pero no así los recuerdos de Anakin sobre lo sucedido allí. Estaban tan frescos como el amanecer de esa mañana, visto desde la sala del tejado en la que Vader descansaba cada día. El verdadero sueño seguía fuera de su alcance, era algo que buscaba en vano en su inquieto dormitar. También había dejado de tener visiones. Esa habilidad, esa habilidad de doble filo, parecía haberse consumido en Mustafar.

Pero Vader recordaba.

Recordaba estar dominado por lo sucedido en el despacho de Palpatine: ver al anciano suplicar por su vida, escuchar al anciano asegurándole que sólo él tenía poder para salvar a Padmé, correr en su defensa. El relámpago Sith arrojando a un asombrado Mace Windu a través de lo que antes fue una ventana...

Anakin arrodillándose ante Sidious y siendo bautizado como Vader.

Ve al Templo Jedi,
le había dicho Sidious.
Los cogeremos desprevenidos. Haz lo que debe hacerse, Lord Vader. No titubees. No muestres piedad. Sólo entonces serás lo bastante fuerte en el Lado Oscuro como para salvar a Padmé
.

Así que fue al Templo.

Como instrumento de la misma resolución que había llevado a Obi-Wan a Mustafar con un único objetivo en mente: matar al enemigo.

Vader veía en el ojo de su mente su marcha hasta las puertas del Templo al mando del Regimiento 501, su ataque lleno de ira, los momentos enloquecidos de sed de sangre, el Lado Oscuro desatado en toda su furia carmesí. Algunos momentos los recordaba con más claridad que otros. Enfrentar su hoja a la del Maestro espadachín Cin Drallig, decapitar a algunos de los Maestros que lo habían instruido en los caminos de la Fuerza y, por supuesto, su fría exterminación de los niños, llevándose con ellos el futuro de la Orden Jedi.

Antes de entrar en el Templo, se había preguntado si podría hacerlo. ¿Podría invocar el poder del Lado Oscuro para que guiara su mano y su sable láser, pese a lo reciente de su conversión? El Lado Oscuro le había susurrado una respuesta:
Son huérfanos. Carecen de familia o amigos. No se puede hacer nada por ellos. Están mejor muertos
.

Pero recordar esto, semanas más tarde, le helaba la sangre en las venas.

¡Este lugar nunca debió construirse!

De hecho, no había matado a los Jedi para servir a Sidious, aunque éste debía creerlo así. Sidious, en su arrogancia, no se había dado cuenta de que Anakin le había interpretado bien. ¿Acaso el Señor Sith creía que se limitaría a ignorar el hecho de que había manipulado a Anakin y la guerra desde el principio?

No, no había matado a los Jedi por servir a Sidious, o, ya puestos, para demostrar su lealtad a la Orden Sith.

Había cumplido su orden porque los Jedi nunca habrían comprendido la decisión de Anakin de sacrificar a Mace y a los demás para que así Padmé sobreviviera a la trágica muerte que sufría en las visiones de Anakin. Y, lo que era más importante, los Jedi habrían intentado interponerse en las decisiones que habrían necesitado tomar Padmé y él respecto al destino de la galaxia.

Empezando por el asesinato de Sidious.

Ah, pero en Mustafar ella se alteró mucho por lo que había hecho en el Templo, tanto que se negó a oír lo que él tenía que decirle. En vez de eso, se había convencido de que a él le importaba más el poder que el amor de ella.

¿Acaso importaba una cosa sin la otra?

Y entonces apareció el maldito Obi-Wan, interrumpiéndole antes de que pudiera explicar que todos sus actos, tanto los del despacho de Palpatine como los del Templo, los había cometido por el bien de ella, y por el bien de su hijo nonato. Si Obi-Wan no hubiera llegado, habría conseguido hacerle comprender, la habría obligado a comprender y, juntos, habrían actuado contra el Señor Sith....

La ronquera de la respiración de Vader se volvió más audible.

Flexionar las manos artificiales no contribuyó en nada a apagar su rabia, así que encogió los anchos hombros bajo el peto y la pesada capa de la armadura y se estremeció.

¿Por qué no me escuchó? ¿Por qué no me escuchó
ninguno
de ellos?

Su rabia siguió acumulándose a medida que se acercaba a la sala de archivos del Templo, donde se separó del comandante Appo y de sus soldados, así como de los miembros del Despacho de Seguridad Interna que, según dijeron a Vader, tenían una misión propia que realizar.

Se detuvo ante la entrada del enorme y elevado vestíbulo principal de la biblioteca, conmovido no por los recuerdos, sino por el efecto que éstos tenían en su corazón y sus pulmones todavía sin curar. Los hemisferios ópticos de la máscara dotaban de oscuridad al vestíbulo normalmente bien iluminado que una vez ofreció hilera tras hilera de hololibros y discos de almacenaje pulcramente alineados y catalogados.

Aquí la sangre seguía viéndose en constelaciones marrones que manchaban grandes extensiones de suelo y salpicaban algunas de las pocas esculturas sobre peanas que aún quedaban en pie, alineadas a ambos lados del largo vestíbulo.

Y en el supuesto de que hubiera matado a Sidious, de que él solo hubiera ganado la guerra para la República, los Jedi lo habrían combatido hasta su triste final. Puede que hasta insistieran en asumir la custodia de su hijo, pues su retoño habría sido muy poderoso en la Fuerza. ¡Puede que de forma incalculable! Si los Maestros del Sumo Consejo no hubieran estado tan atrasados en sus costumbres, tan engañados por su propio orgullo, se habrían dado cuenta de que era necesario acabar con los Jedi. Su Orden, al igual que la República, se había estancado, sólo se servía a sí misma, estaba corrupta.

Aun así, si el Sumo Consejo hubiera sabido reconocer su poder, otorgarle el rango de Maestro, quizá le habría permitido seguir existiendo. Pero eso de llamarlo el Elegido para luego reprimirlo, de mentirle y luego esperar que mintiera por ellos... ¿Cuál creían que iba a ser el resultado?

Viejos idiotas
.

Ahora comprendía por qué no alentaban el uso del Lado Oscuro. Porque temían perder la base del poder de que disfrutaban, ¡aunque lo que contribuyó a la caída de los Sith fue la esclavización y el apego! Los Jedi habían sido conspiradores de su propia caída, cómplices en la reemergencia del Lado Oscuro, y tan importantes para su propia derrota como el propio Sidious.

Sidious, aliado de los Jedi.

El apego al poder era la perdición de los demás, porque la mayoría de los seres es incapaz de controlar el poder, y éste acababa controlándolos. Ésa había sido también la causa por la que la galaxia se había sumido en el desorden, el motivo que explicaba el fácil ascenso de Sidious a la cumbre.

El corazón le latía en el pecho, y el respirador alimentaba las necesidades de su corazón con respiraciones rápidas. Se dio cuenta de que su salud y su cordura requerían que evitara los lugares que azuzaban su ira hasta volverla frenética.

El reconocimiento de que probablemente nunca podría volver a pisar Naboo o Tatooine le arrancó un gemido de angustia que derribó el resto de las peanas como si fueran fichas de dominó, y los bustos de broncio resbalaron y rodaron por el suelo pulido y manchado de sangre.

Sintiéndose vacío por su desahogo emocional, se apoyó contra una columna rota durante lo que le pareció una eternidad.

El gorjeo del comunicador de su cinto lo devolvió al presente, y lo activó tras una larga pausa.

Del pequeño altavoz del aparato surgió la voz apresurada de Armand Isard, jefe del Despacho de Seguridad Interna, que lo llamaba desde el camarote de datos del Templo.

Alguien intentaba acceder a distancia a las bases de datos del radiofaro Jedi, le informó Isard.

25

S
hryne apartó la mirada de uno de los nichos con estatuas que se alineaban en las dos paredes de un pasillo escasamente iluminado de una base separatista al otro lado de las estrellas.

La estatua, de seis metros de alto y exquisitamente tallada en el recoveco, era a partes iguales humanoide y bestia alada. Aunque podía estar esculpida para reflejar una criatura real, la indefinición deliberada de sus rasgos faciales sugería alguna criatura mítica de la antigüedad. El rostro indefinido estaba parcialmente oculto por la capucha de una túnica que le caía hasta sus pies con garras. Hasta donde alcanzaba la vista en esa escasa luz, en todos los nichos había estatuas idénticas a ésa.

El complejo de antiguas estructuras geométricas que los separatistas habían convertido en una base de comunicaciones existía en la luna de Jaguada desde hacía miles de años estándar, puede que hasta decenas de miles. Los escáneres clasificaban el metal empleado en la construcción en el apartado de «inidentificable», y las grietas en los cimientos de los edificios más grandes indicaban que el complejo había padecido el efecto de los temblores tectónicos y los impactos de meteoros sufridos por el pequeño satélite.

La luz de la linterna de Shryne revelaba detalles de las alas intrincadamente esculpidas. La piedra trabajada era de origen local y exacta a la roca estriada de la muralla que vallaba el complejo por dos lados, donde se habían esculpido estatuas cuyo rostro hollado por el tiempo miraba no al estrecho valle sobre el que hacían silenciosa guardia, sino hacia el horizonte oriental de la luna.

Basándose en las semejanzas con holoimágenes de estatuas de Ziost y Korriban, Starstone afirmó que el lugar podía datar de la época de los antiguos Sith, y que la ocupación del complejo por los separatistas era debida a que el Conde Dooku se había convertido en un Señor Sith.

La luna era la única compañera que tenía el árido planeta Jaguada en ese desolado sistema esclavo de una estrella moribunda, apartado de las hiperrutas principales. Para Shryne era un misterio que el único centro modestamente poblado del planeta desértico albergase una guarnición de soldados clon. Pero la presencia de soldados podía deberse a algún plan para recuperar las máquinas bélicas separatistas abandonadas en la luna, una operación similar a otras muchas que se llevaban a cabo en numerosos sistemas del Borde Exterior.

Ésta no era la primera vez que Jula y su banda de contrabandistas visitaban la luna, pero el secretismo que presidía su reciente llegada tenía menos que ver con su conocimiento previo del terreno que con los recursos interferidores del
Bailarín Borracho.
La nave había entrado en órbita estacionaría en el Lado Oscuro de la luna, sin ser detectada por las tropas imperiales de Jaguada, con lo que Shryne, Starstone y Jula, junto a algunos Jedi y miembros de la tripulación, descendieron en la nave de desembarco entrando en la fina atmósfera de la luna como una carta de sabacc en la manga de un jugador tramposo.

La arena arrastrada por el viento se amontonaba en la plataforma de aterrizaje retromodificada que parecía llevar varios años en desuso. Shryne deducía esto de que los centenares de robots desactivados que acogieron a la nave de desembarco pertenecían a las primeras generaciones de androides de infantería de la Federación de Comercio, a la clase controlada por un ordenador central, en vez de ser superandroides de combate con cerebros autónomos. Por si el exceso de silenciosas máquinas bélicas no hiciera por sí solo que el lugar fuera lo bastante fantasmal, ahí estaban las tallas con colmillos en el dintel de cada puerta y los kilómetros de pasillos agrietados y atestados de repugnantes estatuas.

El acceso al edificio que albergaba el centro de comunicaciones no había supuesto ningún problema, ya que la transmisión remota que había desactivado a los androides también había silenciado la instalación. No obstante, los generadores de energía seguían funcionando, y Filli Bitters y Eyl Dix se las habían arreglado para sortear los códigos de desactivación y devolver a la vida algunas luces, además del transmisor de hiperonda que los Jedi pretendían emplear para entrar en la base de datos del radiofaro del Templo.

Shryne había dejado que los rebanadores, Starstone y algunos de los Jedi se ocuparan de lo que él consideraba ya sus asuntos, y desde entonces recorría los antiguos pasillos reflexionando sobre su dilema personal.

Por muy profundamente que se internara en el complejo, los suelos de ceramicento estaban cubiertos de arena y restos de basura inorgánica arrastrada por los constantes y enervantes vientos de la luna. A Shryne le parecía que esa combinación de viento y oscuridad no podía ser más adecuada para reflejar el enigma que le atormentaba: si su estancia en Jaguada obedecía a la voluntad de la Fuerza o si sólo era un síntoma más de la negación de la verdad. Es decir, otro intento de convencerse a sí mismo de que sus actos tenían alguna relevancia.

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