Dame la mano (54 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

BOOK: Dame la mano
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—¿Como se condena a sí misma casándose con un calavera como yo?

—Ya la estás engañando y ni siquiera os habéis casado. La idea de llegar a intimar con Gwen te produce pánico. No puedes proponerte iniciar nada con ella. Mi abuela tenía razón: lo único que te interesa es la granja. Las tierras. Y nada más.

Dave se encogió de hombros.

—Eso ya lo he admitido hace rato.

—No puedo dejar que Gwen cometa ese error.

—¿Quieres contárselo todo? ¿Acerca de Karen? ¿Acerca de… nosotros?

—Me gustaría que fueras tú quien se lo contara.

—Leslie, yo…

—Por favor, Dave. Ve a verla. Soluciónalo. Cuéntale la verdad. Sobre la noche del sábado y sobre tus intenciones.

—Se le caerá el mundo encima si lo hago.

—Si se da cuenta del fiasco una vez casada, más dura y dolorosa será la caída. ¿O acaso crees que podrás ocultarle para siempre tus idilios, tus escapadas, la infelicidad que te provocaría ese matrimonio?

—Probablemente no —admitió Dave.

—Acaba con esto tan rápido como puedas.

Él no dijo nada. Leslie supuso que estaba sopesando las diversas posibilidades. Estaba acostumbrado a trampear por la vida sin salir malparado, a escapar de situaciones incómodas. No estaba familiarizado con esa manera de hacer las cosas, directa pero plagada de consecuencias incómodas. Y nunca antes había visto sus planes contrariados por un asesinato. La violenta muerte de Fiona no solo había echado por tierra la idea que Dave tenía en mente, también lo había catapultado a él hasta un área en la que no había lugar para sus acostumbradas fullerías, escapadas y trucos. Una cosa era jugar con las mujeres que se le acercaban y luego desprenderse de ellas con elegancia. Pero tener que justificarse ante una brigada de homicidios era algo muy distinto. Eso le quedaba bastante grande, pensó Leslie.

—Supongo que no tengo elección —dijo Dave al cabo—. Si no se lo cuento yo a Gwen lo harás tú, ¿verdad?

—Antes de ver cómo os casáis, sí.

—Entonces será mejor que se lo diga enseguida —concluyó él.

Leslie supuso que no había consentido solo porque lo hubiera puesto entre la espada y la pared. De haber sido solo porque ella se lo había exigido, habría intentado negociarlo. Habría empleado a fondo su encanto, habría recurrido a sus dotes de convicción. Habría luchado. Pero Leslie vio lo cansado que estaba de luchar, que se había dado cuenta de lo absurdo que era aquel camino por el que había optado, que estaba preparado para retirarse de la lucha porque de todos modos la tenía perdida.

—Puedo llevarte a Staintondale —le ofreció Leslie.

—Te lo agradecería. Si te parece, dejaré la maleta aquí de momento y más tarde…

—Anoche ya te dije que no debes tener prisa por buscarte un nuevo alojamiento. De verdad, este piso es enorme. No será ningún inconveniente que te quedes un par de días aquí. Te daré un juego de llaves para que puedas entrar y salir a tu antojo.

Dave pareció muy aliviado.

—Gracias, Leslie. ¿Te parece bien si nos tomamos antes un café y un par de tostadas? No creo que pueda enfrentarme a Gwen con el estómago vacío.

—Claro. A mí también me sentará bien un café.

Desayunaron en la cocina. A pesar del mal trago que tendría que pasar muy pronto, Dave no parecía haber perdido el apetito lo más mínimo, puesto que además de las tostadas se preparó unos huevos fritos que aderezó con abundante ketchup. Leslie, que no tomó nada aparte de dos tazas de café solo, lo miraba estremecida. Ella encadenó tres cigarrillos que, sorprendentemente, mitigaron un poco su malestar mientras se preparaba para defenderse del comentario inevitable de Dave.

—Comes poco —dijo él al momento—. Y fumas y bebes demasiado.

Estaba acostumbrada a oír ese tipo de cosas.

—Siempre lo he hecho, me sienta bien.

Él la miró pensativo, titubeante.

—¿Qué te inquieta tanto a estas horas de la mañana? —preguntó—. No me creo en absoluto que tenga nada que ver con Gwen y conmigo.

Leslie cambió de opinión de repente y preguntó con decisión:

—¿Sabes quién es Semira Newton?

—No. ¿Quién es?

—No lo sé. Por eso te lo pregunto.

—Semira Newton… —Dave reflexionó unos instantes—. ¿De dónde has sacado ese nombre?

—Bueno de un… episodio de la vida de mi abuela —respondió Leslie sin querer concretar mucho—. No puedo explicarte nada más al respecto, por ahora. ¿Te dice algo el nombre de Brian Somerville?

—No.

Leslie apagó el cigarrillo y se puso de pie.

—Vamos. Cuanto más pronto hables con Gwen, mejor.

Dave también se levantó.

—Vayamos a pasear por la playa antes —propuso.

—No pasará nada porque tardemos un par de horas más —concedió Leslie.

Dave sonrió, aliviado.

4

El sargento Reek tenía la impresión de que en los últimos tiempos su trabajo consistía sobre todo en esperar dentro del coche a personas que tardaban una eternidad en aparecer. Esas tareas le resultaban extraordinariamente aburridas, si bien se entregaba a ellas porque sabía que alguien tenía que hacerlas. Además, le consolaba pensar que su futuro profesional le deparaba algo muy distinto. Tarde o temprano llegaría una nueva promoción, y también él tendría algún subordinado en el que poder delegar ese tipo de tareas rutinarias. El elogio de su jefa a primera hora de la mañana había reavivado sus esperanzas de que el siguiente escalón que subiría en su carrera no podía estar muy lejos.

«Hace realmente bien su trabajo, Reek», le había dicho.

O sea, que tenía motivos para pensar de ese modo.

En Filey Road reinaba el mismo tráfico ruidoso de siempre, estudiantes de todas las edades marchaban agrupados en rebaños por las aceras. Algunos de ellos ya llevaban gorro y bufanda; el aire era frío a primera hora de la mañana. Al menos ya no llovía, aunque el otoño se estaba imponiendo claramente. La primera semana de octubre habían tenido un tiempo más propio de finales de verano, pero desde entonces todo había cambiado y uno incluso empezaba a pensar ya en la Navidad.

¡Navidad! ¡El 16 de octubre! Reek negó con la cabeza. En la zona peatonal ya estaban colgadas las guirnaldas con estrellas de rigor. Tal vez no sería mala idea empezar a preocuparse por los regalos. Así no tendría que hacerlo en diciembre a última hora. Reek siempre acababa recorriendo las tiendas a toda prisa la tarde del 24 de diciembre, y cada año se juraba a sí mismo que no volvería a ocurrirle, pero pasaban doce meses y volvía a sucederle lo mismo.

De repente, se sobresaltó. Perdido en sus cavilaciones, por el rabillo del ojo había percibido un movimiento en el patio adoquinado que había justo delante del enorme edificio de ladrillos en el que vivía Karen Ward. Había sucedido mientras planeaba las compras navideñas en lugar de permanecer alerta. Salió rápidamente del coche. La joven rubia que se había acercado a la puerta podía ser cualquiera de las inquilinas, pero el sargento Reek intuyó que debía de ser Karen Ward. Llevaba una bolsa de viaje en la mano, como si volviera de haber pasado la noche fuera. Eso encajaba con el hecho de que la noche anterior no la hubiera encontrado en casa ni a última hora. Reek cruzó la calle con bastante atrevimiento a pesar del intenso tráfico y abrió la puerta del patio.

—¿Señorita Ward? —la llamó.

La mujer se dio la vuelta. Parecía bastante trasnochada, Reek se dio cuenta de ello de inmediato.

—¿Sí? —preguntó ella.

Él se le acercó sosteniendo la placa que lo identificaba como agente.

—Policía, soy el sargento Reek. Tengo que hacerle un par de preguntas. ¿Podría dedicarme unos diez minutos, si es tan amable?

Karen consultó el reloj.

—Solo quería cambiarme enseguida para ir directamente a la uni…

—De verdad, serán solo diez minutos —insistió Reek.

—Todo lo que sé sobre Amy Mills ya se lo dije a la inspectora Almond.

—Esta vez se trata de otra cosa —dijo Reek.

—De acuerdo —accedió ella—. ¿Quiere subir?

En el piso, que era enorme y muy luminoso, reinaba el caos. No había nadie dentro. En la cocina había un montón de platos sucios apilados en el fregadero. En la mesa cubierta de migas de tostadas había vasos vacíos, una botella de ketchup y un tarro de mayonesa. Junto a la puerta habían dejado tiradas un par de botas embarradas. Estaba clarísimo que ninguno de los estudiantes que vivían allí sentía la más mínima necesidad de ordenar, limpiar ni lavar.

Probablemente, pensó Reek, todos esperan que sean los demás quienes lo hagan y acaban por acostumbrarse a vivir inmersos en este caos.

Meticuloso y fanático del orden, el sargento Reek no pudo evitar estremecerse por dentro.

—Perdone por el desorden —dijo Karen—. Tenemos planificado un calendario de limpieza, pero al final nunca lo cumplimos. Siéntese. ¿Le apetece una taza de té?

—No, gracias —respondió Reek mientras apartaba unos restos de comida sospechosos de la silla de madera y sacaba el bloc de notas y el bolígrafo—. Señorita Ward, como le decía antes, no le robaré mucho tiempo. Solo se trata de verificar una declaración.

Ella se sentó frente al sargento y este vio que Karen tenía los ojos levemente enrojecidos. Se había pasado la noche llorando.

—Adelante —dijo ella.

—¿Conoce al señor Dave Tanner?

Karen se sobresaltó.

—Sí.

—El señor Tanner afirma que estuvo con usted toda la noche del sábado pasado. Y que más o menos entre las nueve y veinte y las diez estuvieron en el Golden Ball, el local del puerto, antes de venir aquí, a su domicilio, donde se quedaron hasta las seis de la mañana. ¿Puede confirmarlo?

Las manos de ella se cerraron alrededor de un vaso vacío que tenía delante. Luego volvió a abrirlas y volvió a cerrarlas.

—Comprendo —dijo Karen al cabo—, por eso ayer no hacía más que llamarme al móvil. Tenía al menos doce llamadas suyas.

—Pero ¿usted no estaba disponible?

—Vi que era Dave y decidí no responder.

Reek no dijo nada, se limitó a mirarla y a esperar.

—Ayer pasé la noche en casa de una amiga —explicó Karen—. Vive un poco más abajo, en esta misma calle. No… no estoy muy bien últimamente. No nos entendemos con mis compañeras de piso, por lo que… de momento duermo en otra parte.

—Comprendo —dijo Reek, aunque solo tenía una sospecha y no sabía si estaba en lo cierto—. ¿Esos… problemas tienen algo que ver con el señor Tanner?

Karen parecía a punto de romper a llorar en cualquier momento. Reek esperaba que fuera capaz de controlarse.

—Sí. Supongo que debe de haberles contado que fuimos pareja hace un tiempo. En julio, de la noche a la mañana, decidió cortar conmigo. Según él, porque ya no había química entre nosotros. Sin embargo, entretanto me he enterado de que hay otra mujer.

—La señorita Gwendolyn Beckett.

—¿Así se llama? Yo solo he oído que es mayor que yo y que no es nada del otro mundo —dijo Karen.

Reek la miró discretamente. A pesar de que era evidente el mal rato que estaba pasando y de que parecía rendida, seguía siendo una chica muy atractiva. Justo el tipo de mujer que uno imaginaría en compañía de Dave Tanner en lugar de la pobre Gwen.

—¿Por qué es tan importante lo que hubiera estado haciendo Dave el sábado pasado? —preguntó Karen, que empezaba a comprender cuál era la razón de que la interrogaran acerca de circunstancias que, de tan concretas, eran desconocidas.

A Reek le incomodó de manera especial tener que ser el portador de malas noticias.

—Bueno… el pasado sábado a la hora de cenar se hizo una pequeña… celebración en la granja en la que vive la señorita Beckett y el señor Tanner estaba presente. —Reek no tuvo el valor de pronunciar las palabras compromiso matrimonial—. Hubo una disputa entre él y otra de las invitadas, la señora Fiona Barnes. Por ese motivo, la celebración terminó abruptamente.

Karen frunció la frente.

—¿Fiona Barnes? ¿No es la mujer a la que encontraron asesinada en Staintondale? Lo he leído en el periódico.

—Exacto —dijo Reek.

Por la expresión que vio en el rostro de ella, Reek se dio cuenta de que Karen empezaba a atar cabos.

—¡Oh! —exclamó la joven—. Y puesto que Dave se había peleado con ella…

—Estamos investigando a todos los invitados —se apresuró a aclarar Reek.

Karen se recostó sobre la silla. Tenía un rostro muy expresivo, se le notaba que estaba inmersa en un debate interior.

—Por favor, señorita Ward. Solo necesito una respuesta muy simple a una pregunta muy simple. ¿El señor Tanner estuvo con usted hasta las seis de la mañana? Por favor, díganos la verdad.

—¡La verdad! —exclamó Karen. Se puso de pie de repente mientras con los puños se frotaba las mejillas, en las que brillaban ya un par de lágrimas—. La verdad es que habría hecho cualquier cosa por él. ¡Cualquier cosa! Lo amaba tanto… No tiene dinero, no tiene futuro, ni siquiera tiene un empleo en condiciones, malvive en esa horrible habitación realquilada, ¡pero a mí me daba todo igual! ¡Absolutamente igual! Lo único que quería era estar con él. Hablar con él, reír con él, pasear con él. Acostarme con él. Quería pasar mi vida entera con él. A veces tengo la sensación de que me moriré si no vuelve conmigo. ¡Estoy hecha polvo!

Reek también se puso de pie, bastante conmovido por la reacción de Karen.

—Señorita Ward, creo que…

—¿Sabe?, no ha hecho más que aprovecharse de mis sentimientos. Hasta hoy no lo había comprendido, pero con esa… esa Gwendolyn por fuerza debe de haber algo que no sea tan fabuloso. Porque al fin y al cabo desde que está con ella ha recurrido a mí a menudo. Para hablar, para salir, para tontear. Y para el sexo. Y yo he sido tan imbécil que siempre me he lanzado a sus brazos a la primera de cambio. Para luego quedarme sola de nuevo, esperándolo aquí sentada sin saber nada de él durante días. ¿Sabe?, incluso había empezado a pensar en suicidarme.

Reek era consciente de que sus palabras no servirían de nada en ese momento, pero a pesar de todo las pronunció, porque eran ciertas.

—Aún es muy joven. Encontrará a otro. Seguro.

Karen respondió lo que era de esperar:

—No quiero a otro.

—Pero —replicó Reek con cautela— parece que a él tampoco, ¿no? Porque me ha dicho que no respondió a las llamadas del señor Tanner.

Karen bajó los brazos. Todavía tenía los puños apretados, tensos.

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