Cuentos de mi tía Panchita (15 page)

BOOK: Cuentos de mi tía Panchita
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Tía Ballena se volvió muy chiquiona al oír estos pericos y al momento se puso a las órdenes de tío Conejo.

¡No faltaba más, sino que se le fuera a ahogar en barro su vaquita, estando ella allí!

— ¡Quién otra lo podía hacer! –dijo tío Conejo–. Bien me lo habían dicho, ¡que no la vieran tan grande que hasta que da miedo, pero con un corazón que es un alfeñique! Lo que vamos a hacer es que yo voy a amarrarle una punta de esta coyunda de la cola y la otra voy a ver cómo se la amarro a mi vaquita. Cuando todo esté listo toco en mi tambor. Al oír el redoble, se me pone usté a jalar con toda alma.

—Ni diga más, tío Conejo, no me llamo tía Ballena si no se la saco aunque esté hundida hasta los cachos.

De veras, tío Conejo amarró la coyunda de la cola de tía Ballena y después el muy papelero cogió tierra adentro haciéndose el afanado. Apenas calculó que la otra no lo veía se puso a bailar en una pata y a cantar.

Después se fue a buscar a tío Elefante y cuando lo divisió se hizo el encontradizo: — ¡Ay, tío Elefante, solo Dios pudo habérmelo reparado! ¡Viera en las que ando!

— ¿Qué es la cosa, hombré? –preguntó tío Elefante.

— ¿Pues qué me había de pasar? Qué le parece que tengo una novillita chúcara que se me ha metido entre un barrial a media legua de aquí y no hay modo de sacarla. Allí estoy desde buena mañana sudando la gota gorda y la confisgada cada vez se hunde más. Mire, tío Elefante, usté que es tan fuerte y tan noble, que dicen que nadie le gana, por qué no hace una gracia conmigo y de un tironcillo con su trompa, como quien no quiere la cosa, me la saca.

Tío Elefante le dijo que bueno, que le explicara lo que tenía que hacer.

Tío Conejo contestó: —Pues nada más que dejarse amarrar el extremo de esta coyunda de su trompa. Enseguida iré yo y con mil y tantos trabajos amarraré mi novillita de la otra punta. Cuando todo esté listo redoblaré en mi tambor y entonces usté se pone a jalar con toda alma porque está muy metida.

—No tengás cuidado y aunque fuera más pesada que mil vacas juntas yo la saco. Si eso es un juguete para mí. Amarrá bien, hombré.

Tío Conejo le requintó bien la coyunda en la trompa y luego se alejó en una pura micada como si fuera muy agradecido.

Así que estuvo a la mitad de la distancia entre los dos, sacó el tambor y se puso a redoblar.

Tía Ballena comenzó a tirar, pero la vaquita no tenía trazas de salir. Tío Elefante jalaba y jalaba y nada.

— ¡Demontres con la vaquita para pesar!

— ¡Carasta! Si la novillita chúcara pesa más de lo que yo pensaba.

Y siguieron cada uno por su lado a más y mejor.

En una de tantas, como tío Elefante se iba arrollando la coyunda en la trompa, se trajo a tía Ballena a tierra; pero tía Ballena se calentó tanto, que no supo a qué horas se tiró al agua y fue a dar al fondo y ya me tienen al otro patas arriba corriendo hacia la playa sobre el espinazo.

Del colerón dio tal jalonazo que se volvió a traer a tía Ballena a la superficie.

— ¿Quién es el atrevido que está en ese juguete conmigo?

¡Conque esa era la vaquita!

— ¿Quién es el tal por cual que no me respeta? ¡Miren la novillita chúcara! –gritó tío Elefante que había hecho a un lado su cachaza y estaba más caliente que un avispero alborotado.

¡En esto se van viendo!

¡Ave María, Gracia Plena! ¡Aquello sí que era contento!

¡Qué bocas y lo que se dijeron!

— ¡Yo te contaré, trompudo, labioso, poca pena! ¿No te da vergüenza ver que te cogí la maturranga? ¡Creyó que yo me iba a dejar, como soy una triste mujer, para quedarse gobernando solo!

— ¡Callate, vieja bocona! ¡A vos sí que no se te puede creer!

¡Quería salir de mí para quedarse reinando...! ¡Convidándo

me para que gobernáramos juntos y ya con su tortón entre la jupa!

Y no fue cuento, sino que se pusieron otra vez a tirar de la coyunda cada uno por su lado. Por fin la coyunda no resistió y ¡traca! reventó, y tía Ballena bien acardenalado y con la cola desollada fue a parar a los profundos, y tío Elefante fue a dar por allá, otra vez patas arriba, con la trompa bien luyida. Y tío Conejo que ya no aguantaba el estómago de tanto reír, escondido entre los charrales.

No hay para qué decir que tío Elefante y tía Ballena quedaron enemigos y se quitaron el habla para siempre. Y cabalmente eso era lo que tío Conejo andaba buscando, para que no volvieran a hacer planes de gobernar ellos dos la Tierra.

XVII

De cómo tío Conejo salió de un apuro

P
ues ahora verán: yo no estoy bien en qué fue lo que le hizo tío Conejo a tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con unas grandes ganas de desquitarse y juró que lo que era ese gran trapalmejas no se iba a quedar riendo, y no y no.

El pobre tío Conejo, como vio la cosa tan mal parada, se estorrentó por lo pronto de ese lugar, mientras al otro se le iba bajando la cólera. Tío Tigre llamó a varios amigos, y les dijo que cuáles querían ganarse un camaroncito ayudándole a buscar a tío Conejo.

Tía Zorra, que era muy campanera y muy amiga de quedar bien con los que veía que podía sacarles tajada, y que además le tenía tirria a tío Conejo por las que le había hecho, dijo que adió, que qué era ese cuento de camarón, que ella le ayudaría con mucho gusto sin ningún interés, y que por aquí y que por allá.

Tío Tigre no quería y le dijo: —No, no, tía Zorra, cómo va a ser que a cuenta de ángeles somos vaya usté a maltratarse, a mí me da pena.

Entonces tía Zorra le contestó que no se llamaba tía Zorra si no daba con tío Conejo.

Y no fue cuento, sino que desde ese día no paró en su casa, sino que dijo a correr por todo, y usté fisgonea por aquí y usté escucha por allá, y lo que le gustaba era pasar por la casa de tío Tigre con la lengua de fuera haciendo que ya no echaba...

Por fin dio el tuerce que un día pilló a tío Conejo metiéndose en una cueva, y tío Conejo no la vio.

Estuvo un buen rato a la mira a ver si salía, y como no, se acercó poquito a poco y puso la oreja a la entrada y oyó a tío Conejo ronca y ronca allá dentro.

Entonces paró el rabo y dijo a correr y correr, hasta que llegó donde tío Tigre con el campanazo de que ya había dado con tío Conejo.

Tío Tigre le dijo: —Bueno, tía Zorra, cuidado me va a chamarrear, porque entonces usté también sale rascando.

— ¡Adió, tío Tigre, cómo va a ser eso! Póngaseme atrás y se convencerá. Eso sí queditico, porque si no se pasea en todo.

De veras, el otro se le puso atrás y llegaron. Tía Zorra se volvió una pura monada, para señalarle dónde estaba tío Conejo.

La entrada era muy angosta y tío Tigre lo que hizo fue meter la mano, que era lo que le cabía, y echó traca; pero quiso Dios que agarró a tío Conejo por la pancilla.

Tío Conejo que estaba bien privado se recordó con sobresalto.

¡Y cuál no sería el susto que se llevó al verse agarrado por la mano de tío Tigre, porque por un rayito de luz que entraba pudo mirar bien y no le quedó la menor duda de eso!

Pero no quiso dar su brazo a torcer, y hablando lo más hueco que pudo, metió esta gran rajonada:

— ¿Quién me toca la muñeca?

La voz entre la cueva sonaba muy feo y parecía salir de una boca muy grande.

Tío Tigre, que no lo había soltado, se frunció toditico.

— ¡Ni por la perica! ¿Quién sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan galana? ¿De qué tamaño sería entonces la mano? ¿Y el brazo? ¿Y la persona que hablaba?

Porque él se la comparó y creyó que la panza era la muñeca. Y se le puso que era un gigante y que tía Zorra le estaba haciendo cachete a este gigante para salir de él.

Entonces pensó que quién lo mandaba hacerle caso a esa gran lambuza, sinvergüenza, y sin aguardar más razones, dijo por aquí es camino, y tía Zorra quedo cual sus patas.

XVIII

Tío Conejo comerciante

U
na vez tío Conejo cogió una cosecha que consistía en una fanega de maíz y otra de frijoles, y como era tan maldito, se propuso sacar de eso todo lo que pudiera.

Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no pasmarse.

— ¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡Si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase pa’ dentro y se sienta –y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.

—Aquí no más –contestó tío Conejo–, si vengo de pasadita a ver si quiere que tratemos. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en una onza y media? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidá tiene cara de caballo.

—Pues ai vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.

—No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usté. Y si se decide, llegue a casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudá.

— ¡Qué caray! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal asado que acabo de sacar.

Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de chorrear y una gran ración de tamal asado.

Con ese puntalito entre el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun: — ¿Quién es? –gritó desde adentro tía Gallina, que estaba enredada con el almuerzo.

—Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.

—Pase pa’ dentro y se sienta. A ver, ¿qué es el trato?

—Es que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Vea qué mamada! Como quien dice, echar el maicillo y los frijolillos a la calle... Pero estoy en un gran aprieto y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine derecho a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.

Tía Gallina fue a volver la tortilla al comal, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los frijoles. También le dio un queso hecho en la casa para que probara.

Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.

— ¡Hola, tía Zorra! ¿Qué hace Dios de esa vida?

— ¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.

Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los frijoles a tía Zorra, metiéndole una larga y otra corta: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con su onza y media donde tío Conejo.

Después que dio una gran almorzada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de conserva de chiverre.

— ¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va yendo?

— ¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre pa’ dentro y pruebe esta conservita que está muy rica.

Mientras se comía su plato de conserva, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de frijoles a tío Coyote por onza y media. Enseguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.

Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tirador, que estaba en el corredor aceitando su escopeta.

—Tío Tirador, aquí vengo a que crea que he perdido los bartolos, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Un disparate! Pero es que ando cogiéndolas del rabo con una jaranilla que me ha caído encima.

Tío Tirador trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los frijoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a mediodía, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.

Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en la tranquera. Apenas había salido el sol, cuando vio venir a tía Cucaracha con su carreta.

Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los frijoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, lo desanudó y puso en manos del vendedor la onza y media.

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