Cuentos completos (462 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
11.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

Henry interrumpió con calma.

—Dudo que sea así, señores. La obra en cuestión es El Mercader de Venecia, y la persona que pregunta si eso estaba incluido en el título es el judío Shilock que perseguía una cruel venganza. Seguramente esa obra no era del agrado del anciano.

—Así es —dijo Levy—. Shilock era un insulto para él… y no es muy agradable para mí tampoco.

—Y el pasaje que dice: "¿Acaso un judío no tiene ojos? ¿No tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? —preguntó Rubin.

—Al abuelo no le habría gustado —dijo Levy— porque pregunta algo que es evidente y exige una igualdad que el abuelo en el fondo no podía estar dispuesto a conceder, ya que se sentía superior por ser de los únicos elegidos de Dios.

Gonzalo estaba desilusionado.

—Me parece que no vamos a ningún lado.

—No, no creo que estemos logrando nada —reconoció Levy—. Leí todo el libro. Leí todos los parlamentos cuidadosamente, todos los pasajes que ustedes mencionaron. Ninguno de ellos me dijo nada.

—Quizá no, pero puede ser que estés pasando por alto algo más sutil —dijo Avalon.

—Vamos, Jeff, tú eres el que dijo que no podía ser sutil. El abuelo estaba pensando en algo hecho a mi medida ya la de mi mujer. Era algo que podíamos adivinar y probablemente adivinar en seguida; y no lo hicimos.

—Quizá tenga razón —admitió Drake—. Quizá sea algún dicho o chiste.

—Es lo que acabo de decir.

—Entonces ¿por qué no prueba a la inversa? ¿No puede recordar algún chiste de él, alguna frase… ¿Hay alguna expresión que él utilizara siempre?

—Sí. Cuando alguien no le gustaba decía: "Que le vengan dieciocho años negros".

—¿Qué tipo de expresión es ésa? —preguntó Trumbull.

—En idish es bastante común —dijo Levy—. Otra era: "Le servirá tanto como las ventosas a un muerto".

—¿Y eso qué significa? —preguntó Gonzalo.

—Se refiere a las ventosas. Se pone un papel encendido dentro de un pequeño vaso redondo y luego se aplica la abertura sobre la piel. El papel se apaga pero deja un vacío parcial en el vaso y eso hace que la circulación suba a las capas superficiales. Naturalmente, las ventosas no pueden mejorar la circulación de un muerto.

—Muy bien —dijo Drake—. ¿Hay algo en eso de los dieciocho años negros o las ventosas que les recuerde a Shakespeare?

Hubo un doloroso silencio y finalmente Avalon dijo:

—No me dicen nada.

—E incluso si le recordara algo, ¿de qué serviría? —dijo Levy—. ¿Qué significaría? Escúchenme. Yo estoy en esto desde hace dos meses. No me lo van a solucionar en dos horas.

Drake se volvió hacia Henry nuevamente y dijo:

—¿Por qué se queda ahí parado, Henry? ¿No nos puede ayudar?

—Lo siento, Dr. Drake. Pero ahora me parece que todo el asunto de Shakespeare es una pista falsa.

—No —dijo Levy—. No puede decir eso. El viejo señaló las Obras Completas sin lugar a dudas. La punta de su dedo estaba aun centímetro de distancia. No puede haber sido otro libro.

—Dígame, Levy: no nos está haciendo perder el tiempo, ¿no? ¿No nos está contando un montón de mentiras para hacernos quedar como bestias? —preguntó de pronto Drake.

—¿Qué? —dijo Levy sorprendido.

—Nada, nada —intervino Avalon rápidamente—. Está pensando en lo que ocurrió en otra ocasión, nada más. Cállate, Jim.

—Escúchenme —dijo Levy—. Les estoy diciendo exactamente lo que sucedió: señalaba hacia Shakespeare.

Hubo un breve silencio y luego Henry suspiró y dijo:

—En los cuentos de misterio…

—¡Oigan, oigan! —interrumpió Rubin.

—En los cuentos de misterio —repitió Henry— la clave del moribundo es un recurso común, pero yo nunca he podido tomarlo en serio. El moribundo ansioso por dar una información a último momento siempre aparece como un individuo, que da las más complejas claves. Su cerebro agonizante, que cuenta sólo con dos minutos de gracia, elabora un esquema que intrigaría a un cerebro sano que contara con horas para descubrirlo. En este caso en particular, tenemos a un anciano que se está muriendo de un ataque de parálisis y que, supuestamente, ha inventado rápidamente una clave que un grupo de hombres inteligentes no puede descubrir, sin contar con que uno de ellos ha estado estudiándola durante dos meses. Puedo solamente concluir que tal clave no existe.

—Entonces ¿por qué señaló a Shakespeare, Henry? —dijo Levy—. ¿Eran solamente desvaríos de un moribundo?

—Si su historia es correcta —dijo Henry—, indudablemente debo creer que estaba intentando hacer algo. No puede, sin embargo, haber inventado una clave. Estaba haciendo lo único que su mente moribunda le permitía hacer: señalar hacia las acciones.

—Perdón —dijo Levy ofendido—. Yo me encontraba allí. Estaba señalando hacia Shakespeare.

Henry sacudió la cabeza.

—Sr. Levy, ¿podría señalar hacia la Quinta Avenida? —dijo. Levy pensó un momento, evidentemente orientándose, y luego señaló.

—¿Está señalando la Quinta Avenida? —preguntó Henry.

—Bueno, la entrada del restaurante está sobre la Quinta Avenida, de modo que estoy apuntando hacia allá.

—Me parece, señor —dijo Henry—, que lo que está usted señalando es un cuadro del Arco de Tito colocado sobre la pared oeste de la habitación.

—Bueno, claro que sí; pero la Quinta Avenida está detrás.

—Exactamente, señor. De modo que sólo sé que está señalando hacia la Quinta Avenida porque usted me lo ha dicho. Habría podido estar señalando hacia el cuadro o hacia cualquier punto del espacio delante del cuadro, o hasta el río Hudson, o hacia Chicago, o hacia el planeta Júpiter. Si usted señala nada más, sin dar una indicación, verbal o de otro tipo, sobre lo que usted está señalando, me está indicando una dirección y nada más.

Levy se frotó la barbilla.

—¿Quiere decir que mi abuelo estaba indicando una dirección solamente?

—Así debió de ser. No dijo que estuviera señalando hacia Shakespeare. Señaló, simplemente.

—Muy bien. Pero ¿hacia qué señalaba entonces? Él… él… —Cerró los ojos alisándose el bigote mientras se orientaba en la habitación de su casa—. ¿Hacia el puente Verrazano?

—Probablemente no, señor —dijo Henry—. Él señalaba en dirección de las Obras Completas. Su dedo se encontraba a un centímetro del libro. ¿Qué había detrás del libro, Sr. Levy?

—El estante. La madera de la estantería, y cuando sacamos el libro no había nada detrás. No había nada apretado contra la madera, si es eso lo que usted busca. Lo habríamos visto en seguida si hubiera habido cualquier cosa allí.

—¿Y detrás de las estanterías, señor?

—La pared.

—¿Y entre la pared y la estantería, señor?

Levy permaneció en silencio. Pensó por un momento y nadie interrumpió sus pensamientos.

—¿Hay teléfono aquí, Henry? —preguntó.

—Le traeré uno, señor.

Un instante después puso el aparato frente a Levy y lo enchufó. Levy marcó un número.

—¡Hola, Julia! ¿Qué estás haciendo levantada tan tarde? Olvídate de la televisión y vete a la cama. Pero primero llama a mamá, querida… Hola, Caroline; habla Simon… Sí, lo estoy pasando bien; pero escúchame, Caroline, escúchame. ¿Te acuerdas de la estantería donde está Shakespeare? Sí, ese Shakespeare. Por supuesto. Sepárala de la pared… La estantería… Está bien, pero puedes sacar los libros de los estantes, ¿no? Sácalos todos, si es necesario, y ponlos en el suelo… No, no, separa simplemente el extremo de la estantería que está cerca de la puerta; sepárala unos pocos centímetros; solamente lo suficiente como para mirar detrás y dime si ves algo… Fíjate donde debió haber estado el libro de Shakespeare… Esperaré, sí.

Esperaron como congelados sin cambiar de posición. Levy estaba visiblemente pálido. Pasaron cerca de cinco minutos.

—¿Caroline? Está bien, cálmate. ¿Moviste…? Muy bien, muy bien. Pronto estaré allá. —Colgó el auricular y dijo—: Esto supera todo lo pensado. El viejo las había fijado en la parte posterior de las estanterías. Debe de haber movido ese mueble en algún momento que salimos. Me extraña que no haya tenido un ataque justo entonces.

—Fue Henry otra vez —dijo Gonzalo.

—El salario de un detective es de trescientos dólares, Henry —dijo Levy.

—El club me paga bien y los banquetes son un placer para mí, señor. No tengo necesidad de más —concluyó Henry.

Levy enrojeció levemente y cambió de tema.

—Pero ¿cómo descubrió el truco, cuando el resto de nosotros…?

—No fue difícil. El resto de ustedes agotó todas las pistas falsas y luego yo sugerí lo que restaba, simplemente.

Una advertencia a Miss Universo (1973)

“A Warning to Miss Earth (Miss What?)”

Se notaba cierta frialdad en la reunión mensual de los Viudos Negros, y ésta se centraba a ojos vista en el invitado que había llevado Mario Gonzalo. Era un hombre alto y de mejillas regordetas y lampiñas, en quien el cabello brillaba casi por su ausencia, y que usaba chaleco. Algo que entre los Viudos Negros nadie había visto desde su fundación.

Se llamaba Aloysius Gordon y el problema comenzó cuando se presentó tranquilamente dando su nombre y ocupación, y anunciado en tono informal que estaba relacionado con la Comisaría 17. Fue como bajar las persianas un día de sol, porque de inmediato desapareció el brillo de la comida.

Gordon no tenía cómo poder comparar la tranquilidad que ahora prevalecía, con el clamor característico de las típicas comidas de los Viudos Negros. No tenía cómo saber lo extraño que era que Emmanuel Rubin mantuviera una reserva casi sobrenatural y no hubiera contradicho a nadie ni una sola vez; que la voz de Thomas Trumbull sonara apagada las escasas veces que se escuchaba; que Geoffrey Avalon realmente terminara su segunda copa; que James Drake apagara por segunda vez su cigarrillo antes de llegar a quemarse los dedos; y que Roger Halsted, habiendo desenrollado el papel que contenía su estrofa basada en el quinto canto de la
Ilíada
, lo mirara sólo distraídamente, arrugara la frente y lo guardara.

En realidad, Gordon parecía interesarse solamente en Henry. Seguía al camarero con una mirada en la que había un inequívoco brillo de curiosidad. Henry, normalmente perfecto en su desempeño, volcó un vaso de agua ante la estupefacción de todos. Los huesos de sus mejillas parecían marcársele a través de la piel.

Trumbull se levantó bastante ostensiblemente y se dirigió al excusado. El gesto fue discreto, pero no por ello menos urgente, y un minuto más tarde Gonzalo también dejó la mesa. En el baño, Trumbull murmuró hoscamente:

—¿Para qué diablos trajiste a ese tipo?

—Es una persona interesante —dijo Gonzalo a la defensiva—, y tengo derecho a hacerlo como presidente por esta noche. Puedo traer a quien quiera.

—Es un policía.

—De civil.

—¿Cuál es la diferencia? ¿Lo conoces, o está aquí en calidad de profesional.

Gonzalo levantó los brazos en un gesto de furia impotente.

Sus ojos oscuros parecían demasiado prominentes, como cada vez que estaba agitado.

—Lo conozco personalmente. Lo conocí… No es asunto tuyo cómo lo conocí, Tom… Lo conozco, simplemente. Es un tipo interesante y quiero que esté aquí.

—¿Sí? ¿Y qué le contaste sobre Henry?

—¿Qué quieres decir con eso de qué le conté?

—Vamos, no te hagas el tonto. Nada de jueguitos. ¿No has visto cómo observa cada movimiento de Henry? ¿Por qué tiene que observar así a un camarero?

—Le dije que Henry era un rayo resolviendo misterios.

—¿Y qué otros detalles?

—Sin darle detalles —dijo Gonzalo acaloradamente—. ¿Crees que no sé que nada de lo que sucede en esta sala puede repetirse afuera? Dije solamente que Henry era un rayo descubriendo misterios.

—¿Y supongo que eso le interesó?

—Bueno… dijo que le gustaría poder asistir a una de nuestras reuniones, y yo…

—¿Te das cuenta de que esto podría ser muy desagradable para Henry? ¿Lo consultaste a él?

Gonzalo jugaba con uno de los botones de su saco.

—Si veo que Henry se siente molesto ejerceré mis derechos de anfitrión y haré que el procedimiento sea interrumpido.

—¿Y qué pasa si este tipo, Gordon, no sigue el juego?

Gonzalo alzó los hombros con aire desolado. Volvieron a la mesa.

Cuando Henry estaba sirviendo el café y había llegado el momento de interrogar al invitado, aún no se percibía ningún entusiasmo en las manifestaciones verbales. Gonzalo ofreció el cargo de inquisidor a Trumbull, según era costumbre, y Trumbull no pareció muy satisfecho.

Entonces formuló la primera pregunta de práctica.

—Sr. Gordon, ¿cómo justifica su existencia?

—En este momento —dijo Gordon, con voz de barítono—, ayudando a que esta ocasión sea todo lo placentera posible, según espero.

—¿De qué manera? —preguntó Avalon sombríamente.

—Según yo entiendo, señores —dijo Gordon—, se supone que los invitados plantean un problema que los miembros del club intentan entonces resolver.

Trumbull lanzó una mirada furibunda a Gonzalo y dijo:

—No, no. Está totalmente equivocado. Algunos invitados han presentado problemas, pero eso fue más o menos una cuestión secundaria. Todo lo que se espera de ellos es una conversación interesante.

—Además —dijo Drake secamente— es Henry el que soluciona cosas. El resto de nosotros sólo da vueltas a las cosas inútilmente.

—¡Por amor de Dios, Jim! —comenzó a decir Trumbull, pero la voz de Gordon fue más fuerte.

—Eso es exactamente lo que se me ha informado —dijo—. Estoy aquí en una reunión estrictamente social y no como miembro del Departamento de Policía. En todo caso, no puedo evitar tener un cierto interés profesional en este asunto. En realidad, siento una inmensa curiosidad por Henry y he venido a ponerlo a prueba… Si me lo permiten, por supuesto —agregó en respuesta al frío silencio con que fueron recibidas sus palabras.

Avalon frunció el ceño, y en su rostro de cejas exuberantes y barba y bigotes bien cuidados, ése fue un fenómeno portentoso.

—Sr. Gordon —dijo—, éste es un club privado —cuyas reuniones no tienen otro propósito que el de la camaradería social. Henry es nuestro camarero y lo apreciamos, pero no queremos que se sienta molesto en esta sala. Si su presencia aquí es puramente social y no profesional, como usted dice, creo que sería mejor que dejáramos a Henry tranquilo.

Other books

Starfist: Wings of Hell by David Sherman; Dan Cragg
Grand Canary by A. J. Cronin
Going All the Way by Cynthia Cooke
The Choice by Jean Brashear
North Fork by Wayne M. Johnston